El otro día me acordé de mi Senyoreta Fina. Una de esas profesoras que, por muchos años que pasen, no olvidaré nunca. Era una excelente maestra, siempre buscando formas de motivar, y en una asignatura que no era cualquier cosa. Conseguir que a uno le apasione la Literatura, la que han escrito los grandes, a los doce años, no es tarea nada fácil. Con Fina comprendí la épica de Martorell en Tirant Lo Blanc, y el universo complejo y fascinante que late en todos libros de Mercè Rodoreda. Me emocioné con la Pell de brau de Espriu, lamenté la suerte de Pilar Prim de Narcís Oller, sentí la personalidad que pugna por salir en Solitud, de Victor Català, y descubrí la originalidad de la poesía con Papasseit, entre otros. Muchos años después puedo decir que mi favorito fue Ramon Solsona por su extraordinaria obra Les hores detingudes.
Recuerdo a Fina por razones obvias estos días. En sus clases no hubo mayor sentimiento patriótico al acabar el curso que salir orgulloso con una buena nota de su asignatura, para dedicárselo a ella misma. Patria o nacionalidad no eran conceptos asociados al aprendizaje, y si lo eran, estaban dentro de las palabras. Lo mismo me sucedía con las clases de “La Ninot” (todos la llamábamos por su apellido) con su asignatura, Literatura Castellana. Analizando a unos y a otros autores encontrabas puntos en común. Y te dabas cuenta de que al final todos hablaban de cosas parecidas. Amor, desamor, fortuna, pérdida, hogar, desasosiego, búsqueda.
Me ha sido imposible escribir nada en una semana, secuestrada por un tsunami de emociones y contradicciones. Las situaciones extremas precisan menos sentimiento y más raciocinio. Quizá sea una sensación, pero veo más rostros apesadumbrados que intentan regresar a sus quehaceres diarios y tensión contenida. Miradas que se cruzan y se buscan. Uno se imagina a veces si el otro estará pensando si soy de los suyos o de los otros, sin saber en realidad qué es eso. Y cuándo tuvimos necesidad de preguntarnos eso. La respuesta es triste: desde el momento en que nos lo dijeron otros, aquellos que cuando vengan mal dadas se tratarán de poner a salvo. Un hecho es cierto: la diáspora de empresas y bancos. Mención aparte la enorme fractura social. Hoy, 8 de octubre, ha salido el “no”, y el silencio ha hablado masivamente. Pero todo ello demuestra esa herida grave entre catalanes que tardará décadas en cicatrizar.
Educación. Educación siempre para evitar gentes monopensantes. Las profesoras Fina y La Ninot lo hacían. Ambas lo lograron. Yo no quiero que mi seña de identidad sea otra que lo que aprendí con ellas. Ampliar, y nunca acotar. Fronteras históricas que al final serán delimitadas por la misma Tierra, cuando nos pase las cuentas pendientes.
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