Vicente Molina Foix ajusta cuentas con su juventud en El joven sin alma. Nos habla en este libro de su relación con Terenci Moix y las alegrías y tristezas de los «Nueve novísimos». Babelia entrevista al autor en su último número.
No hay trampas en este libro, aunque haya ficción. El joven sin alma (Anagrama) es la historia personal de Vicente Molina Foix. En primera persona, aunque empiece (y acabe) siendo él dos Vicente, afrontados por un espejo inquietante. Los nombres propios (Pedro, Guillermo, Ramón, Ana, Leopoldo) son los nombres que tuvieron entonces, en los años 60 del siglo XX, algunos de los escritores más notorios de la generación del autor que es, él lo dice, “el joven sin alma”. Él tuvo amores con Ramón, que pasó luego a la historia como Terenci Moix. El resto (Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, el citado Terenci, Ana María Moix, Leopoldo María Panero) son los amigos de Vicente. Es una historia, tantas veces triste, de amores y de amistad y de cine y de alegría de un grupo que, en parte, consagró Josep Maria Castellet en Nueve novísimos.
PREGUNTA. Eran la coqueluche.
RESPUESTA. Así lo bautizó Castellet, sí. En el libro se habla de este grupo, del personaje llamado Vicente cuando los encuentra. Es una novela muy de formación porque es la historia de cómo se forma una conciencia: un grupo de personas en el tiempo de un cambio no sólo político, aunque haya política, sino sobre todo moral y personal, de un cambio de vida.
P. Existe un juego literario, el de los dos Vicentes. ¿Quién es Vicente Molina-Foix de los dos?
R. No es un alter ego, ni un superego ni un ego. Hay un narrador que es Vicente, el protagonista del libro y también vividor de lo que se cuenta, un verificador. Lo dice al principio: “Yo no me voy a llamar de ninguna manera”. Y nunca se dice quién es, aunque se sabe que es él mismo. Me gustó hacer este juego, y tiene esta finalidad: que el Vicente con nombre y apellido quiere ser personaje en este libro, no quiere ser autor. Soy autor y personaje.
P. ¿Cuál de los dos vive ahora con usted?
R. Yo sigo siendo el primero, el que tiene la memoria interior de todo aquello, el que retrata todas las cosas; igual que sucede en El abrecartas, aunque yo no lo sabía, ahí no soy yo, soy el que escribe las cartas de todos los personajes. En este caso yo he vivido muchas de las cosas, desde mi encuentro con Cela en mi adolescencia al conocimiento de unas hermanas bellísimas y a mi descubrimiento de un grupo de personas que me cambió la vida cuando entré en contacto con ellas en Film Ideal. Esa es la persona que soy. Pero como el libro no es una memoria ni una autobiografía, sino una novela, una novela romántica, he tenido una enorme libertad.
P. “Sin alma”. El apellido del título es muy terminante. ¿Es así como se ve?
R. Me veo sin alma en el sentido amoroso de la palabra, en el sentimental, porque la novela tiene una parte sentimental muy importante. No me veo como una persona desalmada. El “sin alma” es, además, una manera de hablar de los personajes; disfruté mucho siendo personaje, tratándome de personaje. De todos los personajes de este grupo de seis, Vicente es el que menos ama, el que no sabe amar, el que ama el cine, la amistad, sus vivencias, su ideología, sus abrigos, pero no se entrega amorosamente en una novela en la que todos los demás, excelentes escritores en la realidad conocida, saben amar y de alguna forma viven pendientes del amor. Únicamente en ese sentido se dice “sin alma”.
P. ¿Usted era así?
R. Sí. Yo solamente he amado, lo que se dice amar, una vez en mi vida. Las otras veces no es que hiciera cabronadas, al menos no intencionadamente. No. Yo no sabía amar, o quizá no me interesaba tanto amar durante un periodo. Ese es el joven sin alma. Luego el personaje cambia, claro, en todo caso esa es también otra de las maneras por las que yo los veo unidos; se cuenta en El invitado amargo (que con El abrecartas constituye una especie de trilogía): ahí sí hay amor.
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