Jose, así sin tilde, como se dice y se dirá probablemente para siempre en ciertas partes de nuestra sociedad, es más conocido como Sandino, The Clash mediante. Sandino, pues, es taxista como lo fueron su abuelo y su padre y el abuelo y el padre de Carlos Zanón (Barcelona, 1966). Sandino lee, literatura de nivel, recuerdos de un tiempo en el que él todavía quería ser otra cosa, reírse del determinismo social. Pero he aquí que Sandino, protagonista de Taxi (Salamandra) no ha podido, no ha querido o no ha sabido escapar.
“Hace cinco, 10 años que no siente la necesidad de escribir nada. Le basta con leer. Devora libros en casa y en el coche. Cuando se detiene en alguna parada, a la hora de comer, en semáforos y embotellamientos. Leer por leer. Leer por no pensar. Leer por no recordar que ya no lee para escribir luego, de otra manera.”
Está casado con Lola, pero la relación hace tiempo que se ha desgastado y su mujer le dice una mañana antes de salir de casa: “Tenemos que hablar”. Esta frase es el desencadenante de una semana de insomnio, Orfidal y Tranxilium, rayas y alcohol, trabajo a ratos, rutas interminables por Barcelona, hoteles, problemas, otras mujeres. Una huida hacia delante de este extraño Ulises que busca no volver a casa, una aventura por las calles de una Barcelona intensa y fascinante, una ciudad retratada quizás por última vez de esa forma tan radical y luminosa, la última novela sobre la Barcelona que tantos amamos. Luego, llegó la política y se lo llevó todo.
Sandino lleva al colegio todos los días a Valeria y Regina, 8 y 6 años, hijas de Natalia, alias Llámame Nat, Pija sin remedio, sueño casi inalcanzable, secundario perfecto; Sandino baja a ver a su familia, a la torre de los Usher y vemos otra realidad, otra historia; Sandino se refugia en la playa para ver pasar por encima los aviones que salen de El Prat y hace que queramos estar con él; Sandino habla en su Toyota con clientes enamorados, listos, tristes o sencillamente indeseables; Sandino duerme a duras penas en hoteles baratos, funcionales; Sandino se descontrola y nos enseña el lado oscuro de la noche.
También hay conflicto y acción, gente que hace cosas que no debe y que además no son legales. Como ocurría ya en Yo fui Johnny Thunders o en Tarde mal y nunca, el delito sobrevuela la vida de los protagonistas. En este caso es una compañera de Sandino, Sofía, quien se queda con el dinero y la droga que alguien olvida en su taxi. Esa decisión trae consecuencias para todo su entorno, Sandino incluido, pero, sobre todo, sirve al autor para escarbar la miseria humana, una de sus especialidades. Y sabemos desde el principio que hay cosas que no van a salir bien pero ¿acaso alguna vez sale todo bien?
Pero, lejos de tratarse de un estudio sociológico, Taxi es la búsqueda de un hombre y ahí Zanón usa todos los recursos que tiene a mano para conseguir el tono, la musicalidad, la poesía sin la que nada tiene sentido, la búsqueda de la palabra en Carver, Pynchon y otros. Hay un hilo continuo entre la obra poética y la prosa de Zanón. Un fragmento de Rompernos los huesos de la cara incluido en el libro Banco de sangre (Espasa) puede ayudarme a ilustrar esto y quienes hayan leído ya la novela lo entenderán:
“Tengo para una raya más pero no para descolgar te de la Cruz.
dilatamos las pupilas,
hablamos de viejas bandas
probando de imperdibles y chapas,
y que cualquier moto que no sea Lambretta
es de perdedores.
quiero carne sin amor,
no un osario de armisticios,
ni lecciones aprendidas ni custodias compartidas.
no más canje de espías,
no más pensamiento, solo tacto,
tacto y premeditada violencia,
el advenimiento de la tiranía
de la punta de los dedos,
irresponsable corriente que me lleve al desagüe,
círculos y círculos
de agua tibia y ojos negros
a la luz de las velas y vino rojo barato
“Jamás he escrito nada en lo que no creyera” me contaba hace poco en Madrid. Y esa es la clave de la obra de Zanón, esa es la fuerza que respira tras cada línea de Taxi.
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Autor: Carlos Zanón. Título: Taxi. Editorial: Salamandra. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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