Fotografía de @ @aburriometienes del concierto de Almería de 2014 publicada en Rocksesion.com.
El concierto del compositor placentino fue un huracán sonoro, una bomba de hidrógeno poética, un cóctel abrumador de rock y quejío.
Robe Iniesta (Plasencia, 1962) sigue siendo aquel loco necesario que sólo tiene por bandera unas bragas negras. Se siente un poeta –lo es–, y canta que su vida no es más que una letra que escribe en hojas en blanco. ¿Se siente cómodo –le pregunto– en esa definición? “Sí, muy cómodo –me responde–. Todo está por hacer y el camino lo puedo elegir en cualquier momento”.
No es mala noticia esta. Por un lado, Robe sabe escribir con ritmo, rima bien, tiene relato y filosofía. Sube el nivel desde la heterodoxia, oxigenando una habitación cerrada y menguante, en una época en la que es habitual que quienes escriben, por ejemplo, “el glande azul / vela / por ti / mientras ronca” ya se autoproclaman, con el respaldo de Twitter, herederos de Gloria Fuertes, que es la que mola ahora. Por otro, el discurso del compositor es libertario y crítico. Hace un par de años, me contó que su mensaje político no es otro que el de “intentar hacer pensar”: “Otra cosa es adoctrinar, hablarle a la gente de lo que tenga que hacer”. La suya es una voz que disgrega rebaños. Utiliza palabras que actúan como agua oxigenada: escuecen y curan. Las letras del placentino son faros de lucidez que iluminan en un escenario cubierto por una niebla de idiocia, mediocridad y, pese a los ruidosos ladridos, mansedumbre.
El último trabajo de Robe vio la luz en noviembre de 2016. Destrozares. Canciones para el final de los tiempos (Dromedario Records) se ubica entre el carnívoro cuchillo de Miguel Hernández y las pinturas negras de Goya. Sus diez canciones son contenedores explosivos de belleza, hastío, enfado y una rebelión individual, sencilla y, a la vez, potentísima: la del conmigo, para eso, no contéis.
El sábado pasado, el cantante presentó el álbum en el Palacio de los Deportes de Madrid —ahora, WiZink Center—, en el marco de la tercera parte de su gira “Bienvenidos al temporal”, que tiene por nombre una frase de Heráclito: “Nadie se baña dos veces en el mismo río”. Ya pasó por la capital patria a finales de junio, en un concierto impresionante en el Price. Y, puesto a poner la única pega de este último evento, digo que el repertorio fue exactamente el mismo, con una única —y mínima— salvedad: la de pasar “Hoy al mundo renuncio” del segundo al quinto lugar en el set-list.
Lo de Robe en el Palacio WiZink fue un huracán sonoro, una bomba de hidrógeno poética, un cóctel abrumador de rock y quejío. Qué espectáculo, caray. Apareció en el escenario como un guerrillero carismático al mando de una legión entregada y vociferante. Arrancó con “El cielo cambió de forma”: “Ay de ti y de mí, / huyendo de esta soledad, / y de ti y de mí, / y huyendo de este tiempo”. Homenajeó a Chiquito de la Calzada en la previa de “Por ser un pervertido”: “Esta canción no va de fistros pecadores ni pecadoras. Esta canción habla de guarrerida sexuá”. Renunció al mundo cansado de mirar “y no ver más que anuncios de mierda”. Brindó la implacable y tierna “Nana cruel” a los niños refugiados que pierden la vida en el Mediterráneo: “Duérmete, / que te voy a cantar / una nana tan cruel / como la realidad: / érase una vez / una Humanidad”. Antes de “Destrozares”, anunció que el concierto se grabaría en DVD y advirtió a “los de los móviles”: “Veo que algunos estáis empeñados en grabar. Solo os pido que no molestéis a nadie y que no me enfoquéis a mí como antes he visto hacer a uno porque me voy a la calle, cojo un saco de piedras y a alguno le doy”. Cerró la primera parte del show con “La canción más triste”, magnífica, desesperada, rugiente. El pie de micro del cantante acabó por los suelos.
El segundo acto del concierto estuvo cargado de metralla. Arrancó con “Extremaydura” unida a “Cartas desde Gaia”, continuó con “De manera urgente”, recitó unos versos de Chinato antes de abordar “Del tiempo perdido” y se manifestó “Contra todos” saliéndose del “camino a caminar”. Remató la faena con “Por encima del bien y del mal”. Se dejó aplaudir, la masa pidió más carnaza y, cuatro o cinco minutos después, brindó “Si te vas”, de Extremoduro, y “Un suspiro acompasado”: “Comencé por dejar la puerta abierta siempre / para ver si llega hasta aquí tu aire caliente”. Caray, que si llegó.
Finalmente, cabe mencionar a los corresponsables de esta apoteosis artística: David Lerman (bajo, saxo y clarinete), Carlitos Pérez (violín y bajo), Alber Fuentes (batería), Álvaro Rodríguez (teclados y acordeón) y Lorenzo González (coros, y qué coros, y bajo). Todos brillaron. Estuvieron perfectos.
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