He aquí una muestra de lo que es capaz la literatura, la verdadera literatura: de trasformar una serie de anécdotas triviales, comunes a muchas personas en muchos puntos del mundo, en una fuente de placer estético, de un tipo de goce que sólo la escritura puede alcanzar cuando alguien lo sabe y decide ponerse a ello.
En este caso, el asunto es lo que le va sucediendo a Andreas Egger, criado en algún lugar de la montaña alpina, donde, salvo cuando llegue la II Guerra Mundial, vivirá toda su vida. Y que no es otra que la de los campesinos pobres de Europa que, en su caso, se hace más difícil todavía porque no es hijo natural de quien debe proporcionarle un hogar. Egger sufre el maltrato físico desde muy joven y, después, las privaciones propias de quien carece de tierras o bienes y, por lo tanto, debe vivir a jornal. Es, además, y como consecuencia de los golpes recibidos en su infancia, un tullido y, como tal, afronta una doble dificultad: la de la limitación física en sí y la, mucho más dañina, de quienes le pueden considerar incapaz para el trabajo y para la vida en general.
Aun así, Egger va saliendo adelante. Llega a levantar una cabaña, que estima sobre todo por la delicada cerca que la rodea, y llega a probar el amor. La vida le echa encima momentos de una heladora crudeza y, también, y esto ya es cosa de Robert Seethaler, de una belleza inaudita. El autor es capaz de hilvanar ambos en un solo párrafo, de manera que nos sobrecoge primero y nos eleva después. “A la tercera semana estaba tan curado que el posadero y su camarero le envolvían a mediodía en una manta para caballos, le levantaban de la cama y le sentaban fuera, delante de la puerta, en un banquito de madera de abedul, desde donde se veía la ladera en la que antes estaba su casa y donde ahora sólo se distinguía un montón de rocalla iluminada por el cálido sol de primavera.”
Y esto lo hace el autor una y otra vez, sembrando estas pocas páginas de sucesivos fogonazos líricos que nos evocan las cumbres alcanzadas por Roberto Bolaño en el corazón de 2666. Porque existe un claro parentesco entre este Andreas Egger y el Hans Reiter del autor chileno. O entre la mirada que sobre cada uno de ellos proyectan Seethaler y Bolaño. A ambos personajes les golpea el amor y el dolor. Pero uno no deja más huella que otro. Y el equilibrio es casi perfecto. Ni a Egger ni a Reiter el amor les ciega. Ni tampoco el dolor. Disfrutan del uno y padecen el otro como quien sabe que ambos momentos serán infinitos hasta justo antes de acabar. Que a una muerte le sucede un nacimiento y que a un nacimiento le sucede una muerte. No se regodean en sus logros, ni se dejan ahogar por la soga de la vanidad, pero tampoco se dejan enterrar por sus desdichas, ni se escudan en sus derrotas.
Novela, pues, de personaje, pero de un personaje que, de puro común, se nos escapa como tal. Robert Seethaler ha logrado hacernos reparar en su fulgor secreto y, de paso, en el potencial lírico de nuestra, si no penosa siempre anodina, vida cotidiana. Porque, después de todo, Andreas Egger podemos ser cualquiera de nosotros. Nacemos, vivimos, morimos también.
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Autor: Robert Seethaler. Título: Toda una vida. Editorial: Salamandra. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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