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Bunbury en Madrid: ceremonia de un anarquista pragmático

Bunbury en Madrid: ceremonia de un anarquista pragmático

Fotografía de @José Girl
El compositor ofreció un repertorio vertebrado y con discurso, aportando ese no sé qué que es lo único que importa.

 

En un Madrid prenavideño, contaminado y comercial, puchero frío y seco de luces horteras y cenas de empresa, Enrique Bunbury (Zaragoza, 1967) celebró, en el viernes de la Inmaculada, un auto sacramental contemporáneo, revolucionario y divertido. Dijo Lincoln que Dios prefiere a la gente corriente y que, por eso, hizo tanta; por su parte, el compositor de, entre otras joyas, “Porque las cosas cambian”, “Ella me dijo que no” o “Sácame de aquí” no dio tregua a la vulgaridad. Así, no sólo cumplió con profesionalidad y con la actitud correcta, sino que, a través de las veinticuatro canciones que interpretó, exhibió ese no sé qué que es lo único que importa.

El show empezó a las nueve en punto, pero Zenda estuvo en el Palacio de los Deportes desde las seis de la tarde. A las 18:30 llegó Bunbury, con una rebeca parecida al jersey de Freddy Krueger, para probar “Héroe de leyenda”, “La constante” y “La ceremonia de la confusión”. Durante los ensayos, siempre hay que guardar las distancias. Nacho Royo, su mánager, me ubicó junto a la mesa de sonido. Viendo el ir y venir de tanta tropa por pasillos, escenario y arena, le pregunté que a cuánta gente empleaban por concierto: “El equipo fijo somos veintiuno, pero luego, en España, dependiendo del sitio, podemos llegar a cien, y en México, a veces, hasta trescientos”. La gira ExTour ha arrancado bien, el equipo está feliz. El nuevo juego de luces es espectacular. Su otra mánager, Marisa Corral, apuntó que la de Madrid es la primera faena en la que “tenemos todo el pepinaco montado”.

Foto: José Girl

"En un Madrid prenavideño, contaminado y comercial, puchero frío y seco de luces horteras y cenas de empresa, Enrique Bunbury celebró, en el viernes de la Inmaculada, un auto sacramental contemporáneo, revolucionario y divertido."

El show empezó a las nueve en punto, decía. Los Santos Inocentes, escuderos fieles e implacables, fueron ocupando sus respectivas posiciones mientras sonaba una versión instrumental de “Supongo” —la canción que cierra su último álbum, Expectativas—. Bunbury, con un traje setentero totalmente blanco —con la excepción de la X roja que portaba a su espalda—, corrió el riesgo de arrancar con un trío de piezas recién salidas del horno: “La ceremonia de la confusión”, “La actitud correcta” y “Cuna de Caín”. La jugada le salió bien, sobre todo con las dos últimas, muy coreadas por su legión de admiradores. “Muy buenas noches. Venir a Madrid es un privilegio y un honor”, saludó.

Bunbury continuó con la emocionante “Dos clavos a mis alas” y con una nueva versión de “El anzuelo”, contagiosa y más picante, que invitaba al, en palabras de Quequé, cancaneo. Cambió el traje de frío de “Parecemos tontos” por uno ignífugo en “Los habitantes”, que fue un volcán en el que el guitarrista Jordi Mena no se marcó un solo, sino que domó a una pantera. “El aguante es importante”, cantó el aragonés errante, puño en alto. Acto seguido, recordó cómo, en la anterior gira —Mutaciones Tour—, abrió “la caja de Pandora” de Héroes del Silencio e interpretó una irreconocible “El mar no cesa”.

Foto: José Girl

"El compositor ofreció un repertorio vertebrado y con discurso, invitando a despertar de una vez, huyendo de la ceremonia de la confusión, temiendo a los nacionalismos y gritando ni patria, ni bandera."

El barniz de Expectativas resultó imprevisible, originalísimo y mágico en “El rescate”. Álvaro Suite ametralló con su guitarra en “El hombre delgado que no flaqueará jamás”. Antes de tocar la agresiva “En bandeja de plata”, hubo un pescozón a los periodistas que preguntan “cosas que a lo mejor nos importan un comino. (…) Si alguien quiere saber lo que un músico opina sobre algo, la mejor forma es acudir a las propias canciones”. Cuando le llegó el turno a “Maldito duende”, Bunbury se acercó al público de las primeras filas y el Palacio de los Deportes se convirtió en una especie de misa evangélica estadounidense, de esas en las que algunos feligreses se desmayan poseídos por el ángel Gabriel o el espíritu de Joseph Smith. Tras el amago de despedida, sonaron tres piezas de corte latino: “Que tengas suertecita”, “El extranjero” —otra que convirtió el coso en una fiesta efervescente— e “Infinito”. La faena finalizó trascendente, con “La constante”, hermosa, amante y confesional.

Cuando terminó el concierto, tuve la sensación de haber asistido a un evento catártico, caliente, en el que, amén de tomar notas, claro, me desgañité y salté lo mío. Pero también salí pensando en el gran cimiento intelectual sobre el que se sustentaban todas las canciones del set-list. El compositor ofreció un repertorio vertebrado y con discurso, invitando a despertar de una vez, huyendo de la ceremonia de la confusión, temiendo a los nacionalismos y gritando “ni patria, ni bandera”. Menudo espectáculo, caray. En el ecosistema musical patrio, más alto que Bunbury… ¿quién?

Fotos: José Girl

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