Hace algunos años Joanne, una muchacha inglesa, acababa de perder su trabajo y su hogar. Apenas tenía para pagar el alquiler de un pequeño apartamento en Edimburgo; era joven, divorciada y con un bebé de seis meses a su cargo, y a veces la vida le parecía demasiado peso para ella sola. Cada día bajaba a pasear a su pequeña, y cuando por fin ésta se dormía se dirigía a una cercana cafetería, donde pedía un té con leche y allí, en el rincón luminoso junto a la ventana frente a su portátil, vigilando de reojo el plácido sueño de la pequeña Jessica Isabel, trabajaba toda la mañana en una extraña historia que tenía en la cabeza. No le importaban demasiado la nieve, el frío, el dinero escaso, la soledad… Tenía la necesidad casi física de contar aquello, darle forma a un mundo que tiraba de sus ganas de vivir y de ver crecer a su hija.
Poco a poco, aquella historia construida en los cálidos cafés de Edimburgo se iba abriendo paso cada vez con más fuerza. Los personajes surgían con facilidad y se multiplicaban flotando por encima del murmullo de los parroquianos, por entre el olor de los scones con mantequilla, y nada era ya capaz de frenar aquel torrente fantástico de la joven Jo.
Y es que, para la mayoría de los humanos, la fantasía es una especie de fluido involuntario que discurre por entre los meandros de la materia gris, fomentando nuestra mente creativa, pero sin ir más allá de la frontera estanca del pensamiento; como una especie de interesante pero infértil componente mental. Los escritores, sin embargo, funcionan de otra manera: su talento innato empuja a la fantasía a atravesar la frontera de la mente transformándola en deseo, que tiene ya un componente de acción, una intención de movimiento, una transformación de lo intangible en realidad palpable, dando lugar a nombres, paisajes, hechos, personajes, rostros, espacios, que no existían antes de que ellos los inventaran. Son capaces de transmutar la fantasía en deseo y éste en historias.
Y de ese milagro que sólo se da en algunas mentes humanas, entre ellas la de la joven Joanne, más conocida como J. K. Rowling, nacía Harry Potter, convirtiéndose en una de las grandes sagas literarias del siglo XX.
La autora cuenta que “En junio de 1990, viajando en tren de Mánchester a Londres, el tren tuvo problemas y el viaje duró 4 horas. Durante ese suceso, me llegó la idea de una escuela de magos. De repente, la idea de Harry apareció en mi imaginación, simplemente. No puedo decir por qué, o qué la desencadenó, pero vi la idea de Harry y de la escuela de magos muy claramente. De pronto, tuve la idea básica de un niño que no sabía quién era, que no sabía que era mago hasta que recibió una invitación para asistir a una escuela de magia. No he estado nunca tan entusiasmada con una idea. No sé de dónde provino la idea, comenzó con Harry, y luego todos los personajes y situaciones afloraron en mi cabeza”.
En un tren parecido a ese, el joven Harry Potter emprende su primer viaje al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. En el camino conoce a sus inseparables amigos Hermione Granger y Ron Weasley, y para amenizar el viaje los que lo conocieron afirman que leía un misterioso libro. Exacto: Animales fantásticos y dónde encontrarlos.
Se trata de un compendio de criaturas mágicas elaborado por Newt Scamander (pseudónimo de J.K. Rowling, claro), famoso Magizoologista, estudioso de este tema gracias a la influencia de su madre, criadora profesional de hipogrifos.
Digamos que Potter estaba leyendo “un clásico”, pues ese libro había deleitado ya a generaciones enteras de magos, convirtiéndose en un referente del género.
Afortunadamente, la editorial Salamandra lo ha recuperado y traducido, y ahora nos ofrece esta impresionante, cuidada y hermosísima edición actualizada además con un prólogo de Newt, donde se revelan seis nuevos animales apenas conocidos fuera de la comunidad mágica. Así, nosotros, los infelices muggles que jamás podremos asistir a ninguna clase en Hogwarts, tenemos al menos el consuelo de esta lectura, así como la oportunidad de descubrir cosas tan fantásticas como dónde vive el thunderbird, qué come el puffskein y por qué es conveniente apartar los objetos brillantes de la vista de los escarbatos.
La fantasía es un bien en peligro de extinción, como los animales que pueblan este libro, y por eso no hay que dudarlo ni un segundo. Atrévanse a abrir sus páginas, a deleitarse en sus extrañas fonéticas impronunciables y cómo no, a disfrutar con las exquisitas ilustraciones de Olivia Lomenech Gill. Y si pueden, háganlo en compañía de los más jóvenes de la casa.
Comentando este álbum de Animales fantásticos y dónde encontrarlos con mi joven muggle de 11 años, tan “harripoteriano” como todos los de su generación, me entero de que las ilustraciones no son solo “exquisitas” sino que además son “flipantes”, y que de todos, su animal favorito es el graphorn, “porque habita en nuestro continente y a lo mejor puedo toparme con él algún día y porque además su piel es alucinante y única, más gruesa incluso que la del dragón. Imagínate.
Miro sus ojos brillantes mientras me enseña su versión a lápiz del graphorn copiado del libro abierto sobre la mesa.
Sí. Me lo imagino.
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Autor: J. K. Rowling / ilustraciones: Olivia Lomenech Gill. Título: Fantastic Beasts and Where to Find Them: Illustrated edition. Editorial: Salamandra. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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