Starring Juan es un relato existencial, en el que la ficción del rodaje cinematográfico se convierte en la metáfora de una realidad más trascendente. A continuación te ofrecemos un fragmento de la primera novela de J.S.T. Urruzola.
Ambos estábamos conmovidos por la historia. Empezó a anochecer. Nombre de Hijo se levantó de la silla y se tumbó en el suelo de mi apartamento. Dio una calada a su cigarro y un sorbo a su copa. Todavía quedaba un cuarto de botella y todavía quedaban cigarros y estábamos realmente cómodos tirados en el suelo de mi casa. Era lo mejor de aquel apartamento: como no había muebles, el espacio no era hostil en absoluto; aunque fuera mi casa, aunque yo la alquilara, era un lugar tan neutral como la calle, tan ajeno para mí como para mis invitados.
–¿Por qué te llaman Nombre de Hijo? –pregunté.
–¿No te dijo Ale?
–Nunca se lo he preguntado –contesté.
Nombre de Hijo respiró hondo y guardó un largo silencio. Luego arrancó.
–Pues mira, Juan… porque, tal día como hoy, hermano… bueno, tal día como mañana…
Nombre de Hijo soltó una carcajada y después rió descontroladamente, se retorció de risa sobre el suelo de mi apartamento. Yo reí con él. Estábamos realmente colocados. Debíamos de parecer dos heridos de guerra, dos mutilados borrachos caídos de sus camas y acomodados en el suelo del hospital de campaña.
–Mira, hermano –se recompuso Nombre de Hijo–, tal día como mañana, que tendremos una cruda del carajo… A mí siempre me pasó que el alcohol y las drogas me abren y me hacen sentir más yo, ¿cachas? Yo no estoy tomando ni fumando ahora pa empedarme ahora, huevón: como de verdad quiero estar viene mañana. Tomo hoy para lo que es el vuelo de mañana, para vivir mañana la libertad que me da tomarme dos chelas en medio de la cruda. Así puedo hallar más, pohuevón, puedo hallar más después de hallar, puedo ver más después de ver, no tengo por qué negar lo que viví la noche pasada: es un espejismo del hogar esa borrachera eterna. Ahí sí soy yo, ahí todos somos nosotros; no hay tiempo, ni malas maneras, ni miedo, ni tristeza, tampoco hay mañana, claro, sólo la alegría de vivir y el presente. Además también está la luz del día, huevón. Para eso me gusta tomar. ¿Cachas?
–Sí.
–A veces también uso las drogas para demostrar cosas, pohuevón, pero casi siempre porque con ellas soy más yo, soy yo como de una forma más pura, soy lo que yo soy en ese momento, namás… Un tiempo casi me sigo con esa euforia día tras día, pero creo que si lo hiciera se me perderían las ganas de estar acá… Bueno, hermano, pues me llamo Nombre de Hijo porque tal día como mañana, huevón, con una cruda del infierno y dos o tres chelas en el cuerpo, estaba en un puente muy alto que hay en Santiago, y me senté en ese puente con mi hijo de un mes en los brazos. Y se me cayó. El bebé aún no tenía nombre, huevón, su mamá y yo estábamos por decidirlo… A partir de aquello me cambié de nombre, me puse el suyo.
Nombre de Hijo tragó saliva y siguió mirando al techo. Sonrió. Yo me levanté en silencio, sin mirarle, y serví dos copas. Le dejé el vaso en el suelo y me senté muy cerca. Lo miré: Nombre de Hijo tenía los ojos secos y se encendía otro porro.
–Tengo unos recuerdos borrosos de aquel tiempo –dijo Nombre de Hijo–. Me acuerdo de que le contaba historias al bebé, historias de mi vida que no se debían revelar y que sólo podía compartirle en esos días en que no entendía, huevón. En el puente, el día del accidente, me acuerdo que le hablaba de una tarde que salí a dar un paseo a caballo, un año antes de que él existiera: tus abuelos, le decía yo, tus abuelos se fueron y tu mamá vino a la casa a pasar unos días conmigo. Salí a caballo por la mañana temprano y tu mamá se quedó en la casa. Troté hacia el este y luego galopé. Al poco rato deseé no regresar jamás ni volver a ver a tu mamá ni volver a pisar esa tierra. En lugar de galopar y galopar me detuve y me bajé del caballo y me recogí el pelo con una liga, y tengo un recuerdo de estar sufriendo con la mano derecha puesta en el lomo del caballo. Por allá pasó una mina linda y joven bajo un paraguas que la protegía del sol, y no sé cómo terminamos conversando y no sé cómo terminamos compartiendo una torta y una botella grande de agua que yo traía, nos la bebimos toda, hijo, y el agua o el viento o la mañana nos puso una peda muy extraña, como si la botella fuera de pisco y no de agua. El caso es que terminamos cogiendo allá en el mero camino, y antes bebimos tanta agua que en lugar de venirnos a la vez nos orinamos a la vez, uno encima del otro. Ya era de noche cuando me metí en el río a lavarme con el pensamiento puesto en el río y en lavarme. La mina ya se había ido. La vuelta a la casa fue contraria a la ida. A la ida los árboles se abrían a mi paso, namás verlos dejaban de existir. A la vuelta los árboles hacían al camino más espeso, formaban un túnel de ramas cada vez más negro. Tu mamá me esperaba en la puerta de la casa, afuera. Yo bajé del caballo y la abracé. En medio del abrazo subí la vista y miré unas nubes que resplandecían con la luna detrás y parecían una esperanza nueva y desee estar lejos de allá. Me prometí hablar con tu mamá, y hasta irme, pero lo dejé para la mañana siguiente, y a la mañana siguiente no recordaba nada de la promesa que me había hecho a mí mismo y sólo quería descansar y estar con tu mamá. Hoy estoy acá contigo que eres una parte de ella y una parte de mí y no nos perteneces a ninguno de los dos.
Nombre de Hijo calló y bebió y fumó. Permanecimos un buen rato en silencio y luego yo, supongo que por corresponder a todo lo que me había contado, empecé a hablarle de mi orfandad, Huérfana, y luego de la tuya y luego de ti. Nombre de Hijo me interrumpió y me dijo que ya lo sabía todo por Alejandra. Le conté que ya no nos escribíamos ni nos llamábamos.
–Así mejor, huevón. A mí me pasó con mi ex novia, con Paula. Quererla me salvó la vida, de veras, fue como un año después de lo de mi hijo, pero fue que ella empezara a quererme a mí pa que se terminara la historia. Si esta mina que quieres… ¿cómo dijiste que se llamaba?
–Huérfana.
–Por qué.
–Porque es huérfana.
–Bueno, pues si la Huérfana, que amas, empezara a amarte, todo se iría al carajo, te cansarías de ella a los dos días. Entiendo que sigas ahí clavado, huevón, yo lo hice, como te digo lo hice con Paula, hasta que me quiso, luego no pude repetir lo que había tenido con mi mujer: el corazón aprende y es otro y hay que vivir con el nuevo, es lo mismo que cualquier otra cosa: no se puede repetir lo que ya se vivió. Lo que ahorita te mantiene pegado a la vida es tu amor por esa mina, pohuevón, no la mina. Olvídate. No querías perder tu amor por ella porque para ti era una fuerza, pero ella te importa un carajo.
–No sé.
–Es así. ¿Te la culeaste?
–No va por ahí, Nombre.
–¿Te la culeaste?
–No.
–Ah, canalla. Hazme caso, te hizo un favor. Mira, si hablamos de la televisión, del cine, de cualquier huevada así, eres tú quien sabe, yo no sé, no te voy a discutir nada; pero si hablamos de minas, hermano, soy yo quien sabe, así es, pues, es a lo único que me dediqué toda la vida, huevón, todo lo que hice en mi vida fue por amor, todo, siempre hasta ahorita busqué el amor: una esperanza, aunque sea hueca, que deje ser al corazón –Nombre de Hijo carraspeó y guardó un breve silencio–. Ahora ya paso, hermano… ¿tú en qué te fijas lo primero cuando ves una mina?, ¿el culo, las tetas…?
–A mí lo que más me llama la atención es la cara, desde siempre. ¿A ti?
–Yo lo primero que les miro es la entrega, huevón. Más que mirársela se la busco. Si les encuentro entrega, pohuevón, paso de ellas. Si no se la encuentro entonces lo que quieran. Pensarás que es una huevada, y puede que lo sea porque la entrega es lo que más caliente me pone. Nada que ver con venirse o con que te la mamen mejor o peor, te hablo de la meta, huevón, y la meta no es aguantar, como dice Jesús, sino desaparecer, o si te gusta lo de aguantar sería aguantar en lo que se consume. Tiene que ver con que el temblor de la mina, cuando yo le clave la verga, sea más mío que de ella. Es casi como convertirse en ella. Pero todo eso también es muy peligroso, huevón, yo no quiero saber nada. Si veo entrega, no quiero saber nada. Si no encuentro entrega me fijo en todo lo demás: primero en las piernas, y luego subo hasta que llego a la cara, como dices tú, si es que llego, huevón, porque algunas tienen un culazo y ahí me quedo y no subo más, y a cogérmelas si se dejan. Una noche, Paula, mi ex novia chilena, después de culeármela durante varias horas, me dijo que me veía como un coyote. Creo que sé lo que quería decir, supongo que era cómo me sentía ella cuando me la culeaba, pero ella habló sólo del coyote, que era una parte de mí que estaba allá trabajándosela, pensando en trabajársela y en pasar un buen rato, y se le olvidó hablar del espectro del coyote, que en realidad era yo y estaba mirando cómo ella y el coyote se ponían las botas. Ella notó algo del coyote, pero en realidad el coyote no estaba con ella, estaba en otra parte… ¿Me cachas? Ya no sé ni lo que digo, huevón: mi cabeza quería estar allá, pero yo estaba en otra parte, no admitía nada más dentro de mí, sólo a mí mismo. Después de mi mujer y de mi hijo no puedo entregarme, no quiero, pues.
–Eso lo entiendo pero ¿por qué dices que es peligroso?
–Quizás la palabra no era peligroso sino vertiginoso… porque toda entrega también es un abandono, huevón. Al entregarme por completo no importaba sacrificar cualquier cosa, hasta cosas que ni sabía que estaba sacrificando, pero al poco de tiempo ya nada estaba en mis manos y nada se podía conservar. Esa entrega es buena un día, pohuevón, está bien, pero yo no sabía un día y lo hacía uno tras otro. Entonces apareció el vértigo. Con mi mujer me acostumbré al vértigo, la sensación de vértigo era todo el tiempo, yo era como un cabro chico que se queda a vivir en la cucaña: daba igual que la viera leer, cocinar, bañarse, correr por la calle, que me hablara, que madrugara y luego viniera a la cama y me pusiera la concha en la mano, me despertaba así, huevón, daba igual, siempre sentía vértigo. Mi mujer era una negra finísima, huevón, de esas mulatas flacas y estilosas que parecen felinos: yo la desnudaba, la abrazaba y viajaba a otro planeta, huevón, me podía pasar la noche entera mirándola desnuda, recorriendo su piel con mis manos, como un doctor que explora a un paciente, era como si no acariciara a una mujer sino a un animal, su cuerpo era duro, como si no tuviera órganos adentro, pohuevón, sólo huesos y piel, como si sus nalgas, sus tetas, sus piernas, su vientre, no se pudieran corromper, era un cuerpo como de madera, ella era una pantera de madera, huevón, eso era, ¿sabes qué tipo de mina te digo?
–Creo que sí; la Huérfana era una de ésas.
–¿En serio, huevón? Ah, ahora lo entiendo todo. Esas minas son adictivas, pohuevón, son como panteras y despiertan nuestro lado salvaje, nos vuelven animales. Menos mal que no te la culeaste, huevón. Hubiera sido peor. Yo con mi mujer estaba como drogado al principio, huevón, ¡qué mina!, se abrazaba a mí fuerte fuerte, sobre todo cuando me la culeaba, y yo no quería moverme de allá. Siempre que cogíamos me derrumbaba, huevón. Me acuerdo del día que supimos seguro que estaba embarazada: la puse de rodillas en la mitad de la cama y yo me puse de rodillas por detrás y se la metí. Coloqué una mano sobre su vientre y la apreté contra mí fuerte pero delicado, huevón; con la otra mano, mientras me la daba, le acaricié la perla. Empezó a temblar y se vino muy deprisa, parecía que se la estuviera culeando un fantasma. Yo también me vine rapidísimo pero no la miré a la cara en ningún momento: me daba vértigo, casi me desmayaba; por eso me arrodillé atrás de ella… aunque debíamos de vernos ridículos allá incorporados en la cama, huevón, debíamos de vernos como dos boxeadores agotados en medio del ring que se abrazan para tomar aire, como dos pájaros que caminan por una montaña flotante…
Sinopsis de Starring Juan, de J.S.T. Urruzola
Juan, un joven que trabaja en el sector audiovisual, se traslada de Nueva York a la Ciudad de México tras sufrir un gran desamor. Su vida práctica se resuelve enseguida, pero sus emociones continúan ancladas en el pasado. Las relaciones que entabla con Nombre de Hijo (quien cambió su verdadero nombre por el de su hijo, que nunca llegó a tener nombre), Darío Cebra (joven que hizo de caminar sin rumbo su camino verdadero) y Mateo Sarsil (cineasta de métodos muy poco ortodoxos) acompañan e influyen a Juan hasta que logra aterrizar en su presente y protagonizarlo.
—————————————
Autor: J.S.T. Urruzola. Título: Starring Juan. Editorial: Bruda. Venta: bruda.org
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: