El martes 23 de enero La herida, la nueva novela del periodista y escritor argentino Jorge Fernández Díaz, vino a llenar de nuevo nuestras vidas de lectores huérfanos tras el hueco que nos dejara El puñal.
La presentación de la misma ha supuesto un encuentro muy especial por lo singular de la circunstancia, pues no es común en el mundo de las letras que un escritor veterano presente con generosidad, admiración y lealtad a otro. Y eso es precisamente lo que esa tarde serena de finales de enero ocurrió en uno de los espacios del emblemático edificio que la Fundación Telefónica tiene en la esquina más bulliciosa y ambientada de Madrid, la que recoge la vida que fluye entre la calle de Fuencarral y la Gran Vía.
Dentro de la sala la quietud es total. El esqueleto de acero y cristal de la arquitectura cumple a la perfección su función. Por fin los protagonistas ocupan sus asientos y comienza la charla en torno a La herida. Quienes han leído a estos novelistas ya saben que asisten a un momento privilegiado de encuentro entre Arturo Pérez-Reverte y Jorge Fernández Díaz: dos lobos; dos grandes escritores; dos generosos, leales, viejos “hermanos de la costa”. Por eso el silencio del numeroso público que asiste expectante es total y el respeto, absoluto.
A: Cuando uno alcanza una cierta edad, la gente a la que admira (la mayoría), está muerta. Es un honor sentarse con alguien a quien uno admira y además sigue vivo. Nos conocimos cuando Jorge era un chico; un joven periodista que acababa de escribir El enigma de los próceres. En esa novela sherlockiana aparecía un tal capitán Reverte que me recordaba a alguien muy cercano. Lo llamé para darle las gracias por el guiño y para decirle que me había gustado mucho la novela. Así fue como nos hicimos amigos. Desde entonces lo he visto convertirse en un periodista polémico, incisivo. Alguien temido y odiado al mismo tiempo. Jorge se ha ganado a los enemigos porque es valiente y se ha labrado a los amigos porque es leal.
Además, la literatura de Jorge es muy importante para comprender la Argentina de hoy, al igual que la de Oswaldo Soriano lo fue para conocer aquella Argentina de los años ochenta.
El puñal, primera entrega de las aventuras de Remil, se tradujo en 90.000 ejemplares vendidos. La herida, en diez semanas, 80.000, siendo número uno en ventas en la Argentina.
A eso hay que añadir (mira a Jorge) que este señor tiene un par de medallas que yo no tengo.
J: Sí; la de la Hispanidad y la medalla de Isabel la Católica (ríen).
A: Jorge y yo somos pares, somos amigos; estamos en el mismo territorio. Y si como escritor yo he terminado influyendo en él, está claro que él también influye en mi literatura. De hecho, el personaje del almirante de Falcó se inspira claramente en el coronel Cálgaris de Remil. Y la verdad es que en mi caso, cuando llevas tanto tiempo leyendo pero sobre todo escribiendo, resulta todo un privilegio encontrar cosas nutritivas en otros; cosas útiles para escribir mejor. ¿Quién es Remil, ese “lobo solitario que apenas gruñe”?
J: Remil es un héroe del siglo XXI. Políticamente incorrecto, agente de la inteligencia que trabaja en los negocios sucios del poder. Remil nace de la necesidad narrativa de crear a alguien que se moviera por esa trastienda; por las cloacas del poder.
Yo me sentía antes escritor que periodista; me parecía que la frontera que el periodismo traza sí se puede traspasar con la literatura. El límite entre uno y otro es muy excitante para mí. Y El puñal y La herida son ese intento de cruzar las fronteras (como en las novelas de amor).
Borges siempre decía que el inglés tenía un gran sentido de la ley, mientras que el argentino la desprecia. La policía argentina se convirtió en mafia siguiendo las predicciones borgianas, y por eso en mi país nunca fue creíble una saga policíaca a la manera americana.
En el siglo XX, Borges colocó el género policial en el centro del canon y también lo hizo Piglia. Remil vino en el siglo XXI a reinar en ese mundo de engaños y mafia política en que se ha convertido hoy Argentina. Y es que la democracia, pienso, acarrea invariablemente dos grandes errores: la desigualdad y la corrupción, que cuando se ramifica se convierte en algo inevitable. Construí a Remil para que se moviese con soltura en ese ambiente. Sin embargo debo decir que, para mi sorpresa, lejos de despreciarlo, las lectoras argentinas se enamoraron de él, a pesar de todo. (Risas).
Y es que esos personajes sucios existen: yo diría que son necesarios para la democracia actual. También hay “Remiles” en España (igual que en la Argentina) que vigilan a periodistas, modifican causas, trampean, juegan sucio y cosas peores. Remil es un lobo, pero al revés que Falcó, es vulnerable porque yo le he transferido asuntos personales para que sea así… (Interrumpe Arturo: Bueno, Jorge, de eso vamos a hablar luego).
A: ¿Remil es un cliché o es real?
J: Yo creo que es real. Es que yo he conocido a tipos así. Y no es que la realidad sea trasportable a la novela, pero me alimento literariamente de ella; lo que me divierte es trasladarla a la literatura ya modificada.
A: ¿Por qué la primera persona del narrador?
J: Porque era un desafío para mí; un desafío absoluto que un tipo que puede ser sofisticado y a la vez un matón de lenguaje pesado mostrase expresamente ese equilibrio que venía a aportar mayor verosimilitud al personaje.
A: ¿Hay un trabajo consciente por tu parte en intentar suavizar el tono arrabalero, lunfardo, de algunos de los personajes de El puñal a la hora de escribir La herida?
J: Sí, ha sido un esfuerzo, pero creo que he encontrado el tono medio. De todas formas no está en mi intención repetir a Remil. Cada novela será diferente; quiero arriesgarme con estructuras diferentes que nada tengan que ver con el cliché. De hecho, fíjate que hace tiempo que no tomo nada de los libros, sino de la vida real.
Yo en la Academia hice una tesis: ¿por qué nos interesa lo policial hoy en día? Y creo que tiene que ver con dos cosas: primero porque lo policial es la gran novela sociológica del presente. Segundo porque se trata siempre de una historia de cacería. El hombre lleva en su genoma el recuerdo del cazador que fue; del que seguía la huella; del que emprendía la búsqueda diaria de la presa. De ahí que existan novelas centradas en el depredador o en la víctima o novelas de la jungla de asfalto donde ambos se desarrollan, matan y mueren.
De hecho, si te fijas, la primera novela policíaca propiamente dicha de la literatura es Los crímenes de la calle Morgue, de Poe, donde el asesino es un gorila de Borneo. Es, literalmente, una cacería.
A: Clarísimamente La herida (como también lo era El puñal), son las historias de un depredador. Pero además son otra cosa; lo que me lleva a la intimidad: ¿Remil es un huérfano en busca de padre?
J: Sí, claro. Es más, esa orfandad es mía; como también era mía la desesperación amorosa del Remil de El puñal.
Mirá, Arturo. Yo soy hijo de emigrantes asturianos, mi padre era camarero y cuando descubre que yo a los 15 años lo que quería era ser escritor, decide que lo que yo quería era ser vago. Une directamente, y sin el beneficio de la duda ni de ninguna clase, literatura con vagancia. Y pasaron más de 10 años sin que entre él y yo se produjera un encuentro cercano; éramos incapaces de hablar cara a cara. Con 25 años yo ya trabajaba en sucesos cuando ocurrió algo decisivo para mi vida futura de escritor: los periodistas sabíamos de la mafia, pero inevitablemente había cosas que no podíamos probar y por supuesto muchas otras que ni podíamos contar. Por eso se me ocurrió que podía contarlo encubierto por el velo verosímil de la literatura, y así lo hice. Contaba historias de corrupción a modo de folletín por entregas en mi periódico.
Y un buen día suena el teléfono de mi mesa en la redacción. Era mi padre. Yo no podía imaginar ni de lejos qué podía pasarle a mi padre, que no hablaba conmigo ni en persona, mucho menos agarrar el teléfono y llamarme a mi trabajo.
—Dime, papá.
—Jorge, ¿esa chica de la que hablás en la última entrega va a recuperar el bolso? Todos los parroquianos del bar quieren saberlo.
—Sí, lo va a recuperar, papá.
—¿Estás seguro?
—Sí, papá, estoy seguro.
Luego colgué el teléfono. Tenía los ojos húmedos; estaba, como puedes imaginar, profundamente emocionado. Curiosamente, gracias a la literatura, la misma que nos había distanciado, mi padre recuperaba por fin al hijo perdido. Y el hijo obtenía por primera vez, de esta manera, el reconocimiento del padre.
Pues ese conflicto emocional entre mi padre y yo es el conflicto que le puse a Remil en su relación con Cálgaris.
A: El periodismo en nuestras vidas como escritores ha sido fundamental, Jorge. Nos ha dado rapidez y nos ha dado “calle”. Pero también nos ha dejado impresas algunas “malas costumbres” propias del oficio. ¿Cuáles son las virtudes y cuáles los vicios que arrastras del periodismo como novelista?
J: Bueno, yo llegaba a las 7 de la mañana al viejo periódico donde trabajaba y a las 11 ya tenía que tener lista la crónica del “muerto del día”. La mayor parte de los días no tenía tiempo ni siquiera de revisar lo que escribía. Por esa razón, para desarrollar mi oficio de periodista con agilidad y eficacia tuve que desaprender de la literatura y aprender los clichés. Todos esos lugares comunes del cronista que otorgaban velocidad y claridad de exposición eran muy característicos de los que hacían periodismo deportivo o de los que nos dedicábamos a la “crónica roja”, como la llamamos allá. De ese mundo nace el periodista político que soy hoy. También en esos años se forja la conciencia de estar escribiendo para el público, es decir, aprendí a no ser inocentemente leal a la realidad, sino tácticamente especulativo con la única finalidad de que la historia gustase al lector.
A ese oficio temprano yo le uní mis dos pasiones vitales, que eran la literatura y el cine. La primera la descubrí de niño en la colección Robin Hood de clásicos de la literatura. La segunda, en los ciclos cinematográficos que cada sábado daban en aquellos años en Buenos Aires. Clásicos americanos de los años 40, 50 y 60 que devoraba con fervor infantil. Creo que mi verdadera formación de contador de historias se la debo a esos grandes directores que entraban en el género con gran talento pero sobre todo con una dignidad impresionante. Ellos me enseñaron a hacer una literatura popular noble.
A: Sin salir de esa “cocina técnica” del escritor, ¿cómo han ido conviviendo en ti los dos oficios?
J: Pues en un principio la literatura y el periodismo eran mi mujer y mi amante. Y se llevaban mal. Hasta que me convertí en un bígamo (risas). Quiero decir que he encontrado ese equilibrio entre ambos amores, de manera que trato de ser escritor en todos los registros: el artículo como ensayo y la novela como procesadora de todos los formatos. Incluso como locutor en la radio. Llevo años a cargo de Radio Mitre, donde sigo siendo un amante de la lectura; un escritor que lee. Literalmente. De hecho, cuando propuse mi proyecto de leer un texto literario en la radio todos pensaban que estaba loco. Ahora es uno de los programas de máxima audiencia y muchas veces recibo noticias de los radioyentes que me dicen: “Voy en el coche oyendo ese texto que ha leído hoy, y hasta que no ha terminado, no he podido bajarme”.
A: Y apostillo que Jorge es de las personas más generosas que conozco, pues no tiene inconveniente en reconocer a otros autores; los lee, los glosa, los promociona públicamente. Eso no es muy normal en este oficio (risas).
Pero sigamos con este viaje literario, Jorge. El peso de Malvinas es fundamental en tu vida y tu literatura. Asomó desde el principio y sigue ahí; de hecho Remil tiene un pasado estrechamente vinculado a aquella guerra y aquel momento (Arturo se dirige al público). Miren, Jorge tiene un relato sobre Malvinas titulado Rescatando al sargento Villegas, que es el mejor relato de guerra que he leído en mi vida. Si quieren leerlo lo tienen en Zenda.
J: (Sonríe, tímido). Sí. Remil arrastra Malvinas como la arrastramos todos los chicos de esa generación. Es uno de esos soldados que vuelven de Malvinas sin nada; vacíos, huérfanos; obligados a un conflicto que les obligó a crecer demasiado deprisa. Rescatados algunos por los servicios de inteligencia, como es el caso de Remil, su jefe se vuelve su única referencia. Una especie de patria. Ese es el papel que desempeña Cálgaris en la novela.
A: Sabes que siempre te pregunto esto, pero no puedo dejar de hacerlo. ¿Para cuándo una novela sobre Malvinas?
J: No sé si se puede escribir la novela de Malvinas. Es, desde luego, una historia increíble; realmente Malvinas fue la última guerra convencional (se queda pensativo un momento). ¿Sabes, Arturo? En Remil he trabajado mucho el tema de la importancia narrativa de las mujeres. Y el problema de Malvinas es que no tiene mujeres (ríen).
A: Sí, sí. También vamos a hablar de eso ahora. Pero antes, para cerrar con el personaje protagonista: ¿hasta qué punto los “remiles reales” te han servido para tu “remil literario”?
J: Pues tengo una historia que ilustra muy bien cómo se diluyen las fronteras entre unos y otros: cuando salió El puñal un agente extranjero de inteligencia me llama y me dice:
—Hay un grupo de “remiles” que quieren verte.
—¿Y qué quieren? (yo estaba muy extrañado, claro)
—Que les firmes el libro (silencio).
—Bien (les digo yo con precaución), pues vengan a la radio y se los firmo aquí.
Eran policías de élite de la CIA, de inteligencia criminal, gente experimentada, anónima y peligrosa. Les firmé los libros y además accedí a cenar con ellos porque quería preguntarles la verdadera razón del encuentro.
—A ver, díganme, ¿qué error cometí en la novela?
—Bueno, ninguno… salvo que la Glock no tiene martillo. Pero lo que realmente nos intriga es cómo te enteraste de los tres “piratas del asfalto” muertos en el Sur. Porque eso que cuentas en la novela ha sucedido y ninguna de las personas que lo sabían han podido contártelo.
Me quedé sin saber qué decir, intentando torpemente explicarles que sólo lo imaginé, utilizando eso que los historiadores llaman “imaginación histórica”, que sirve para llenar con lo imaginado los huecos de lo que no se conoce pero sobre los que se tiene mucha experiencia.
Pensé sombríamente que hay lugares en los que a uno lo pueden matar todavía no ya por lo que sabe, sino por lo que es capaz de imaginar.
A: Lobos y corderos. ¿Por quién sientes más simpatía?
J: Por los lobos, claro. Son más interesantes literariamente hablando.
A: ¿Se llega a perder la compasión por los corderos?
J: Digamos…(contesta con cautela) que se limita la compasión cuando la estupidez es repetitiva.
A: ¿Crees que hay más lobos o más corderos?
J: Podemos decir que hay corderos que han demostrado en los últimos tiempos saber morder (sonríe Jorge con sonrisa lobuna). Lo políticamente correcto que en un principio nació para la defensa de los derechos del ciudadano ha degenerado, convirtiéndose en algo nefasto hasta tal punto que ha llevado a la opinión a creer que la sospecha moral destruye (en el caso de los creadores; de los artistas) la obra. Y eso es una gran estupidez además de un error. Cuando en una sociedad uno empieza a tener miedo a hablar, es que algo va mal. Por eso yo creo que, últimamente, entre el ganado aborregado, hay corderos que han decidido reaccionar; defenderse; morder.
A: Pero narrativamente nos quedamos con los lobos. Y las lobas. Y hablando de depredadores, hay quien todavía cree (sobre todo en este lugar de confort) que matar o morir es difícil.
J: Pues es facilísimo. Pero eso es una de las consecuencias de esa especie de “hipercivilización” que hemos sufrido los últimos 60 años.
A: Hay una cita de Cicerón: “Un gladiador, por mediocre que sea, no llora”. ¿Es aplicable a Remil?
J: Remil es un gladiador, pero un gladiador vulnerable, pues el personaje que yo quería crear, si hubiese carecido de esa vulnerabilidad, para mí no habría sido creíble.
A: En la vida real “los Remil” son mirados con desconfianza pero en el cine, en la literatura, son admirados. Condenados a ser mal vistos en la vida, admirados en la ficción y necesitados cuando las cosas se ponen mal y hay que recurrir a tipos como ellos para solucionar el problema.
J: Eso ha ocurrido siempre. Acuérdate por ejemplo de los granaderos de San Martin. Cuando terminó la lucha nadie los quería. Ni el gobierno se fiaba de ellos. Esos tipos fueron “remiles” necesarios. Cuando acabó la guerra se les despreció y olvidó.
A: ¿Qué es para ti el heroísmo?
J: Sí. Y mirá que recurro a Borges. Él añoró un coraje que nunca pudo desarrollar. Solía decir que el Western era la última expresión de la épica contada y recordada con admiración por los anglosajones. Los ingleses sí se han preocupado por mantener vivo su pasado heroico, pero ni los españoles ni los argentinos (ni en ninguna parte de Latinoamérica) han sabido conservar dignamente la memoria de su propia épica.
En realidad el heroísmo es recordar; utilizar aquellos héroes que admirábamos de chicos como objetos de emulación, como ejemplos a seguir; parecernos lo más posible a ellos. En realidad vos y yo seguimos siendo esos niños que jugamos. Eso nos emparenta. Incluso te gusta coleccionar sables… (sables de caballería, apostilla Arturo); y andás regalando armas al pobre de Javier Marías (todos miramos hacia él. El novelista está sentado en primera línea de fuego y sonríe a la alusión, asintiendo con la cabeza. «Sí —dice—. Incluso hay gente que me visita y me mira mal al ver esa colección de armas sobre mi mesa.»)
A: Estoy seguro (apunta Pérez-Reverte) que alguna vez, solo en casa, Javier ha jugado con esas armas, porque él pertenece a nuestro mismo territorio (ríen los tres).
Pasemos al tema de las mujeres en La herida. Putas, escenas de fuerte erotismo, como esa magnífica escena de un trío… ¿Es natural que sea así? ¿Sería creíble una visión más correcta de las mujeres de Remil?
J: Recuerdo que ya hemos tenido tú y yo una discusión pública a propósito del Remil enamorado de El puñal. Finalmente te convencí de que un tipo como Remil puede sufrir los estragos del enamoramiento. Pues bien, las huellas de ese amor están palpables en el Remil de La herida. En esta novela además he trabajado mucho el tema de la mujer, comprendiendo la importancia narrativa de ésta como personaje dentro de la historia. Me encantan los personajes femeninos, pues suponen todo un reto para un escritor. En La herida, las mujeres (que son secundarios con mucho peso), tenían además que ser muy diferentes entre sí, lo que me obligaba a crear para ellas pensamientos diferentes; diferentes maneras de vestir, de hablar… En eso me ayudó muchísimo mi mujer, Verónica, periodista cultural. Ella y yo, durante el proceso de creación de la historia, hablábamos en la sobremesa de esos personajes, de esas mujeres, como si realmente existieran.
A: Pero si Remil se encontrara en mitad del claro de un bello bosque a una delicada y hermosísima princesa durmiente, ¿qué haría?
J: Pues estoy seguro de que Falcó la desnudaría. Pero Remil la despertaría y la cargaría en brazos (ríen los dos). Mirá, en la casa de Mussolini, en Roma, hay una pintura que representa a unos guerreros valientes, tipos duros, sosteniendo en sus brazos a mujeres y niños. Yo veo a Remil así.
A: Dice en un momento de la novela Cálgaris: “Nunca subestimes la eficacia de una mujer vengativa”. ¿Se podría definir así a las mujeres de Remil?
J: Las dos mujeres, tanto la de El puñal como la de La herida, son modernas depredadoras. Una mujer que cuando es dura, es tremenda y cuando es jodida es mucho más jodida que los hombres; muchísimo más cruel y filosa. Ese modelo de mujer me parece fascinante, porque se trata de una nueva mujer. Una mujer a la que hay que temer, pues es de una fiereza única.
La mujer es, como has dicho tú muchas veces, el héroe nuevo.
A: ¿Cuál es la virtud humana que más respetas, Jorge?
J: El honor; esa actitud que te mantiene digno en la tormenta, que te hace ser leal; que impide que te dobles ante la vida. Uno de mis primeros libros se titula así, La hermandad del honor, porque está lleno de héroes verdaderos de la vida. Héroes corrientes muy diferentes entre sí, pero con algo en común: un tremendo, puro sentido del honor, sin ser conscientes de ello.
Creo que el honor es algo que se ha perdido. Si yo tuviera que defender cada día mi honor en las redes sociales andaría a los tiros. Hoy cualquiera en redes sociales puede decirte lo que le plazca y no pasa nada. Yo no digo volver al duelo, pero sin duda hemos perdido el sentido del honor.
Se hace el silencio en la sala ante esta verdad letal e inevitable. Miramos a Jorge, que sigue en silencio, a punto de hundir definitivamente el puñal en la herida.
A: ¿Sabés, Arturo? Antes sospechábamos que había imbéciles en el mundo; ahora tenemos la completa certeza.
Todos aplaudimos. Arturo remata:
A: Éste es Jorge, un gladiador que nunca pedirá clemencia en la arena. Por eso es tan amigo mío.
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