“¿Quién es el tercero que camina siempre a tu lado?
Si cuento, sólo estamos tú y yo juntos
Pero si miro hacia delante por el blanco camino
Siempre hay otro caminando junto a ti”
T.S. Eliot
Son más de las doce de la noche de un martes. El silencio es absoluto y puedo sentir el frío polar que se ha colado estos días en España, así que me protejo con mi bata escocesa. Estoy inmersa en el relato fascinante de John Geiger y empiezo a sentir cierta inquietud. Levanto la vista pero ahí fuera no hay nada. Sigo leyendo.
“Mientras los gritos de silbadores y gibones rechinan en los oídos, el fantasma de Ryvingen rompe en llanto. ¿Por qué has venido a molestarme después de todos estos años?”
—Virginia Fiennes “Ginnie”
A ratos la inquietud da paso al estremecimiento. Las palabras que acabo de reproducir las grabó en la pared de una cabaña la responsable del campo base Virginia Fiennes durante la Expedición Transglobe de la Antártida, tras pasar mucho tiempo aislada. Aseguraba que había alguien con ella y que en ocasiones había escuchado llantos en la oscuridad.
Pongo a mi perro cerca de mí para ver si su tranquila respiración ayuda, pero llego a la conclusión de que es mejor cerrar el libro y seguir al día siguiente, a la luz del día. La noche y el silencio confortan e inspiran, pero pueden despertar muchos otros sentidos, agudizarlos y magnificarlos. Todos esos ruidos que mañana tendrán una explicación lógica ahora siguen su propia senda en la desbocada imaginación. La historia que estoy leyendo, El tercer hombre, de John Geiger, habla de presencias. De fantasmas que caminan entre nosotros, pero de los buenos, de modo que no debieran causar temor alguno.
Cuando Geiger era pequeño tuvo una experiencia que recordaría el resto de su vida. Durante una excursión con su padre, una serpiente de cascabel se interpuso en su camino. De repente, él sintió que se desdoblaba y contemplaba la escena desde fuera. Observó cómo su padre le puso a él a salvo, algo que sucedió en una breve fracción de segundo, pero que sin embargo él sintió como a cámara lenta. Luego volvió a estar de nuevo “dentro de sí mismo”. El hecho de estar en otro lugar físico le protegió del miedo y la paralización que había sentido. Posiblemente influido por la experiencia, una curiosidad innata y su carácter aventurero le condujeron unos años más tarde a estudiar fenómenos como éste y otros en los que algunas personas que están pasando por una situación extrema (generalmente de peligro) se ven acompañadas por una especie de presencias benefactoras que les ayudan. A este fenómeno se le conoce con el nombre de El Tercer Hombre.
Lo inexplicado siempre me ha despertado fascinación, como imagino que a muchos de ustedes. Todo esto tiene lógicamente una explicación científica, como después veremos, pero no me digan ustedes que no es alucinante pensar en los mecanismos de adaptación y autoprotección que tiene la bioquímica de nuestro cerebro para llegar a crear incluso ilusiones fantasmales en un momento determinado.
A pesar de la evidencia científica que explica los recovecos e insospechados misterios de la Naturaleza, Geiger deja en este libro un margen para la libertad en la explicación de todo este fenómeno. Algunas personas lo han vivido como una experiencia religiosa, otros como un encuentro con sus seres queridos fallecidos, a los que pueden ver y sentir. Cabe recalcar que en todos los casos reportados se trata de personas que no sufrían ningún trastorno de tipo neurológico o psiquiátrico. Geiger estuvo cinco años recopilando información y lo que leía era cada vez más sorprendente. No se había escrito antes un libro como éste, y aquí solo están los casos más llamativos de los cientos que conoció entrevistando gente y rastreando biografías. He querido incluir una entrevista con este sorprendente escritor, actualmente presidente de la Royal Canadian Geographical Society. Geiger aceptó mi propuesta con entusiasmo y ha querido compartir con los lectores de Zenda sus conocimientos sobre este interesante tema. Todo un honor.
Les he traído solo unos pocos ejemplos de los increíbles casos que describe en el libro para despertar su curiosidad.
Imagino que la historia de la odisea de Sir Ernest Shackleton y su barco atrapado en los hielos de la Antártida es conocida por la mayoría de ustedes. Lo que quizá no sea tan conocido, entre otras razones porque el propio Shackleton se resistió durante un tiempo a contarlo —“hay muchas cosas que jamás podrán contarse”, solía decir—, fue el encuentro del explorador con una figura fantasmal que, según él, le acompañó y dio aliento en los momentos más peligrosos de la misión de rescate tras pasar 15 meses sobreviviendo a toda clase de penurias, a 1600 kilómetros de cualquier lugar habitable por el ser humano.
“Cuando rememoro esos días no me cabe la menor duda de que nos guió la Providencia […] Durante esa larga y atroz marcha de treinta y seis horas a lo largo de aquellos glaciares y montañas desconocidas tuve la impresión de que no éramos tres, sino cuatro”
—Ernest Shackleton
Shackleton, Worsley y Crean caminaban en silencio mientras atravesaban los desolados paisajes de las islas Georgias soportando temperaturas gélidas. Tras superar obstáculos casi imposibles, lograron la ayuda necesaria que habría de rescatar a toda la tripulación del Endurance, sin ninguna baja. Lo más sorprendente es que los dos compañeros de Shackleton también habían percibido la compañía de esa presencia fantasmal: “Jefe, he tenido la curiosa sensación durante la marcha de que allí había otra persona entre nosotros” (Worsley). Shackleton da cuenta de ello en su obra South, publicada en 1917. A pesar de que fue un cuarto hombre el que caminó con los tres, el fenómeno fue bautizado como El tercer hombre porque T. S. Eliot aludió al fenómeno en un poema inspirado por la mítica expedición antártica en su obra La tierra baldía (1922).
¿Recuerdan al capitán Joshua Slocum, el marinero que circunnavegó en solitario alrededor del mundo a bordo de su velero Spray? Pues él también tuvo compañía. Le sorprendió ver al “fantasma” en mitad de una tormenta cerca de Gibraltar:
“Me percaté de que el barco surcaba aguas muy gruesas. Miré hacia la escalerilla y, para mi asombro, vi a un hombre alto al timón. Sus manos eran rígidas. Agarraba el timón, sujetándolo con fuerza. Su rostro se hubiera forjado en un vetusto molde.”
La presencia estuvo con él durante todo el temporal y cuando volvió a verse en apuros cruzando el Cabo de Hornos. Slocum se dirigía de vez en cuando a su desconocido visitante: “¡Eh, allí! ¿Cómo se está portando el velero? ¿Sigue el rumbo?”. Estaba convencido de que se trataba del capitán de la Pinta (durante la travesía estaba leyendo Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colón, de Washington Irving). El relato de este encuentro se puede leer en el articulo Espectro en el Spray (The Boston Globe, publicado el 14 de abril de 1895).
“Nunca he conocido a un hombre que manejara el timón con tanta maestría como aquel que condujo el Spray durante aquella noche perpetua.”
Legendaria es también la experiencia vivida por Frank Smythe con su compañero inexistente de cordada durante su ascenso en solitario al Everest en 1933. Llegando al límite de sus fuerzas en la conocida “zona de la muerte”, más allá del Grand Couloir, Smythe se sentó, extenuado y fue entonces cuando…
“Pensé que debía comer algo para mantener las fuerzas. Cuanto llevaba conmigo era un pedazo de pastel de menta Kendal. Lo saqué del bolsillo. Lo partí con cuidado en dos mitades y me volví sosteniendo uno de los trozos para ofrecérselo a mi compañero”
—Frank Smythe
Charles Lindbergh, el aviador que logró en 1927 el primer vuelo transatlántico en solitario y sin escalas, describió así lo que le sucedió en mitad de su travesía: “Tras de mí, el fuselaje comienza a llenarse de presencias fantasmales, figuras de contornos imprecisos, paseándose ingrávidas por el avión. No me ha sorprendido su llegada. Sin necesidad de volverme, puedo verlas tan nítidamente como el cambio de visión habitual que tengo delante.”
Shackleton, Slocum, Smythe o Lindbergh fueron aventureros y exploradores. Ello nos podría llevar a pensar que algunas personalidades proclives a ponerse a prueba y conquistar lo imposible pueden ser más susceptibles de sentir esta clase de percepciones, especialmente aquellas mentes más imaginativas o sugestionables. Pero resulta que en este libro también hay una buena recopilación de relatos de personas que llevan vidas normales, que no buscan el límite, y en que, en un momento dado de sus vidas en que se ha producido una experiencia por lo general traumática o extraordinaria, también han visto a ese “Tercer Hombre”. Es el caso de Ron DiFrancesco, que estaba en el planta 84 de la torre sur del World Trade Center cuando el 11-S un Boeing 767 impactó entre los pisos 77 y 85. DiFrancesco fue una de las cuatro personas que lograron salvar la vida estando en las plantas superiores al lugar donde explotó el avión.
La mayoría de la gente decidió quedarse o ascender, y eso fue lo que él hizo al principio, pero luego alguien le apremió a bajar las escaleras incendiadas del edificio que estaba a punto de desmoronarse. Ese alguien tomaba las decisiones por él (“no vayas por ahí, sigue este camino…”). Solo cuando alcanzó los pisos inferiores, el ser inexistente que le acompañaba desapareció. O el caso del astronauta Jerry M. Linenger, destinado a pasar 132 días en la MIR (una misión sin precedentes).
Linenger seguía un programa de ejercicio físico diario para mantener la mente serena y concentrada, pues empezaba a sentirse muy vulnerable. Un día mientras estaba entrenando sobre la cinta tuvo una visión nítida de su padre fallecido y éste le dijo: “Estoy orgulloso de ti, siempre quisiste ser astronauta y lo conseguiste. Enhorabuena”. Linenger afrontó con fuerza renovada la misión, que culminó con éxito.
Hay una coincidencia en casi todos los casos: la irrupción de estas presencias no causan temor, más bien al contrario, se viven con curiosa normalidad pese a lo sorprendente del fenómeno. Alpinistas, náufragos, marineros, pilotos, astronautas, buceadores, víctimas de guerras y accidentes, etc. Todos ellos al experimentar el contacto han hallado esperanza, paz y una determinación para seguir adelante.
Según Geiger existen una serie de normas básicas para la aparición del Tercer Hombre: la patología del aburrimiento, el principio de causas múltiples, el efecto de la pérdida, el factor musa y el poder del salvador. Y existen lugares proclives a que se acentúen los efectos: regiones despobladas (ártico, desierto, océanos, montañas), o ante catástrofes (naturales o guerras).
¿Cuál es la explicación fisiológica a este fenómeno?
Griffith Pugh, el médico fisiólogo que participó en la expedición británica al Everest en 1953, junto a Edmund Hillary y Tenzing Norgay, asoció el “Tercer Hombre” a un deterioro de las funciones cerebrales provocadas por la disminución del oxígeno de las grandes altitudes. El primer científico que estudió seriamente los relatos del Tercer Hombre fue el neurólogo MacDonald Critchley (Idea of a presence, 1955). Critchley realizó una interesante observación: el Tercer Hombre se presentaba en ausencia de delirio y cuando la persona implicada mantenía sus sentidos relativamente intactos. Es decir, se daba en personas sin ninguna enfermedad o toma de sustancias que justificara esas alucinaciones. Para Critchley se trata de un mecanismo del cerebro que se pone en marcha en aquellas personas que traspasan la línea de la tolerancia psíquica o física, y en ese momento se puede activar lo que Geiger llama “el interruptor del ángel”. Son especialmente asombrosos los casos en los que esta experiencia es compartida por varias personas (el caso de Shackleton).
Para el psicólogo Julian Jaynes el Tercer Hombre es producto de las intrusiones del hemisferio derecho del cerebro (donde reside el pensamiento imaginativo) en el izquierdo (habitualmente dominante, controla la parte lógica). Dicha teoría fue refutada por el prestigioso neurocientífico suizo Peter Brugger. Según este investigador se produce un error de procesamiento automático de la información que percibe nuestro cerebro, tanto de nuestra situación en el entorno y como de nuestra propia identidad, pues ante situaciones extremas nuestro cerebro pasa a “modo superviviencia”, desconectándose áreas menos esenciales y priorizándose las fundamentales. La información se distorsiona ante dicho error de procesamiento sensorial y aparecen este tipo de alucinaciones o de “presencias”, las cuales en realidad responden a una duplicación de nuestro propio ser en el entorno, aunque no se perciban así, sino en el cuerpo de otra persona. La cuestión es que el fenómeno del Tercer Hombre supone, en muchos casos, una herramienta fisiológica de gran utilidad, un mecanismo de defensa, pues nos permite ser objetivos ante un gran peligro, reduciéndose el estrés al saber que estamos acompañados de alguien que nos protege, nos aconseja para alejarnos del riesgo, nos anima a seguir y a no desfallecer para mantenernos con vida.
“El Tercer Hombre es un instrumento de esperanza, una esperanza alcanzada por el reconocimiento de algo fundamental en la naturaleza humana: la creencia —la comprensión— de que no estamos solos”
Quizá exista algo físico que explique ciertas conexiones, como las que sienten los animales, concretamente los perros, con sus dueños. Qué sucede ahí para que de alguna manera sus cerebros puedan conectar con los nuestros. Qué perciben y cómo lo hacen. Quizá el futuro sea mejor que el presente si llegamos a conocernos a fondo. Aunque científicamente se ha explicado como una duplicación del “yo”, los que lo han experimentado no lo ven así. ¿Existe esa capacidad residiendo en cada uno de nosotros? ¿Qué pasaría si supiéramos encender voluntariamente el “interruptor del ángel”? El misterio perdura.
“Una explicación biológica no excluye un origen metafísico, una explicación del cómo no responde a la cuestión del por qué”.
“¿Quién puede explicar por qué estos serviciales fantasmas deambulan en la penumbra de los límites de nuestra percepción?”
—Paul Firth, científico y alpinista.
Estamos ante un libro extraordinario, sorprendente, impactante, escrito de forma sugerente y con la rigurosidad que supone el soporte de importantes expertos. Este ensayo ya ha conmovido a millones de personas en todo el mundo.
John Grigsby Geiger (Ithaca, New York) es escritor y explorador. Graduado en Historia por la Universidad de Alberta, es autor de Atrapados en el hielo, Los barcos perdidos de Franklin: El histórico descubrimiento del HMS Terror y el Erebus, Congelado en el tiempo: descifrando los secretos de la expedición de Franklin, El Tercer Hombre. Sobrevivir a lo imposible y El efecto del Ángel. Los cinco han sido best sellers traducidos a numerosos idiomas, y ha sido precisamente el libro que presento hoy en Zenda el que le consagró internacionalmente. Actualmente es el director de la Royal Canadian Geographical Society y ha recibido la “Polar Medal” de Canadá y la “Golden Jubilee Medal”, concedida por la Reina de Inglaterra.
Para nuestros lectores, ¿por qué el fenómeno que usted describe en el libro recibe el nombre de “El Tercer Hombre”?
El nombre de este fenómeno se originó a raíz de la experiencia del explorador polar Ernest Shackleton en las islas de Georgia del Sur, y fue bautizado así por T. S. Eliot en un poema que compuso dedicado precisamente a dicha experiencia. La denominación exacta como “Tercer Hombre” procede de la comunidad montañera, la cual tradicionalmente ha estado dominada más por hombres que por mujeres, aunque esto ha cambiado radicalmente en los últimos años. Pero no se refiere a “hombre” en el sentido del concepto del género masculino, sino que va más bien referido a la raza humana en general, a la humanidad. A las personas. Creo que llamarlo “La Tercera Persona” sería confuso para la gente.
¿Ha seguido investigando este fenómeno? ¿Le han llegado nuevos casos?
Después de que se publicara El Tercer Hombre mucha gente se acercó a mí para contarme sus propias experiencias, y me di cuenta de que la presunción que yo había aplicado al Tercer Hombre de que este fenómeno se daba mayoritariamente en aquellas personas que habían estado en entornos extremos e inusuales no se correspondía exactamente con la realidad. Muchas personas me explicaron experiencias de presencias sentidas en situaciones de gran estrés, pero observé que las habían vivido en entornos más cotidianos. Me contaron casos vividos en incendios caseros, accidentes de coche, algunos que estuvieron a punto de ahogarse…Todo esto iba mucho más allá de las experiencias sufridas por exploradores, navegadores solitarios y escaladores en los que yo me había centrado en El Tercer Hombre. Por eso escribí un segundo libro, titulado El Efecto del Ángel, que se extendía a todos estos otros casos y trata de avanzar en las teorías sobre las causas de este fenómeno.
¿Cuál cree que sería la explicación más verosímil acerca de este fenómeno? ¿La empírica o la espiritual? ¿Podría darnos sus razones?
Esta es la pregunta más difícil de todas. El primer reto que tuve cuando decidí escribir sobre este tema fue intentar demostrar que no se trata simplemente de extrañas alucinaciones, sino de una intervención benefactora con una intención específica de ayudar a personas que están sufriendo gran estrés y peligro. Necesitaba demostrar que esto no solamente ocurre una vez o dos, como un golpe de suerte, o una casualidad, sino que se trata de un mecanismo de un gran significado psicológico. Creo que esto lo conseguí demostrar fácilmente. Cuando fue publicado El Tercer Hombre, y posteriormente El Efecto del Ángel, nadie me dijo “esto no es real”. Todos aceptaron que la presencia detectada sucedió y fue una fuerza positiva la que les ayudó, de una forma tangible. El siguiente reto era explicarlo, y esto fue mucho más complicado, porque aún sabemos muy poco sobre nuestro cerebro. Al final, escogí exponer varias explicaciones, incluyendo las espirituales, y dejar al lector que decidiera por él mismo. El hecho es que nadie puede demostrar o desmentir la existencia de los ángeles u otros fenómenos espirituales, frente a aquellos con creencias opuestas. Mi opinión personal es que se trata de una función del cerebro. ¿Se trata de algo que ha evolucionado, o puso Dios una especie de interruptor de emergencia para que la gente pudiera activarlo para obtener ayuda? No puedo responder a eso.
¿Existe alguna característica común que pudiera unir a todas las personas que han experimentado este curioso fenómeno, aparte de estar viviendo una situación extrema? Me refiero a características personales, una alta sensibilidad, la existencia de una fe en ellas…
Creo que hay un número de factores que son generalmente necesarios en esta experiencia: aislamiento, factores fisiológicos como la deshidratación, inanición, ausencia de estímulos sensoriales, frío, etc. Pero todos ellos están asociados a situaciones extremas, como usted señala. No creo que se trate de características personales salvo una variable psicológica, la apertura hacia la experiencia.
El fenómeno del Tercer Hombre sería una buena garantía, por tanto, de supervivencia. Pero ¿por qué no se da en todos los casos?
El Tercer Hombre puede proporcionar coraje, consejo, confortar, pero lo que no puede hacer, por ejemplo, es salvarte si te caes por un precipicio. Su poder es limitado en ese sentido. Puede salvarte la vida, pero no en todas las circunstancias, y especialmente si las personas no están preparadas para prestar atención a sus consejos. Ahí es justamente donde entraría la receptividad de cada cual a la experiencia.
En el libro habla de los amigos imaginarios de los niños. ¿Habría alguna relación entre esto y el fenómeno Tercer Hombre?
Creo que hay una conexión con el compañero de juegos imaginario que describen los niños en el sentido de que en muchos casos estos “amigos” se aparecen a niños que están experimentando situaciones de estrés o soledad. Por ejemplo, en caso de divorcio de los padres o la llegada de un nuevo hermano. La presencia sentida actúa de forma similar, actuando como un amigo leal e incondicional cuando se está produciendo una situación de conflicto.
Las teorías fisiológicas de Houston o Pugh para explicar el fenómeno del Tercer Hombre confrontan en cierta manera con las de Critchley. Si el Tercer Hombre es consecuencia del deterioro de las funciones cerebrales debido a la disminución de oxígeno en las altas montañas de la Tierra, ¿por qué ofrecen ayuda? ¿Cómo es que también el fenómeno aparece, por ejemplo, en mitad del Atlántico?
Estoy de acuerdo con la premisa de su pregunta. Si uno solamente considera los casos del Tercer Hombre relacionados con alpinistas, entonces tendría cierta lógica asignar la causa a los efectos de la altitud, como la hipoxia o disminución de oxígeno. Sin embargo, como usted apunta, aunque los escaladores y montañeros conforman un colectivo en el que quizá se han dado mayores encuentros con este fenómeno, también se ha dado de forma regular en exploradores polares, navegantes solitarios y supervivientes de naufragios. Claramente, la altitud no es un factor para estos otros grupos.
¿Está creciendo la incidencia de este fenómeno en nuestros cerebros evolucionados, o era más frecuente antes, cuando la parte más imaginativa de nuestro cerebro dominaba sobre el hemisferio racional?
Se podría creer que lo normal es que estuviera disminuyendo, pero lo cierto es que la permanencia del fenómeno sugiere lo contrario. Creo que en otros tiempos, al menos algunas de estas manifestaciones se asociaban exclusivamente a experiencias religiosas, aunque otras son obviamente bastante diferentes, así que es complicado separar ambas y evaluarlo correctamente. Bastará con decir que el Tercer Hombre es un fenómeno que les sucede a bastantes personas, en muchas situaciones diferentes, y esto, aunque la naturaleza del estrés de nuestras vidas actuales ha cambiado respecto a los primeros tiempos, el estrés como mecanismo de respuesta de nuestro organismo sigue siendo el mismo. Por un lado, la gente que habita en países desarrollados nunca había vivido tan bien, en términos de confort, y por otro lado la sociedad contemporánea ha instalado toda clase de presiones en la vida de las personas.
¿Podría ser este fenómeno una respuesta de nuestro cerebro primitivo? En situaciones inusuales o de estrés, actuamos igual que nuestros ancestros…
Esa es justamente la teoría del psicólogo Julian Jaynes, según la cual el Tercer Hombre es una manifestación de bicameralismo, es decir que el “cerebro divino” se comunica con el otro hemisferio. Esta es una posible explicación. Sin embargo no estoy seguro de si lo describiría como cerebro “primitivo”. Lo veo más como un mecanismo evolutivo de supervivencia y adaptación.
Usted mismo experimentó este fenómeno cuando era pequeño y una serpiente de cascabel se interpuso entre usted y su padre. Hubo una disociación en la escena que usted veía desde otro ángulo. ¿Fue un mecanismo de defensa?
Sí, fue una manera de protegerme. Eso no me estaba pasando a mí, y no era yo el que estaba en peligro. Ese otro niño era como yo, pero no era yo. Este fenómeno ha sido descrito por toda clase de personas, especialmente gente joven que ha experimentado una experiencia profundamente traumática, como es el caso de aquellos que han sufrido abusos. En esos momentos son capaces de separarse de sí mismos, de desdoblarse, para salir de esa angustiosa situación.
Me he fijado en un detalle. La presencia desaparece antes de que la persona que experimenta la experiencia sepa que está a salvo, no hay una simultaneidad entre momento de la desaparición de la presencia, y la aparición de la ayuda. ¿Qué explicación racional le daría a esto?
Creo que es porque esa persona está detectando de forma subconsciente señales de la llegada de un rescate, señales de las que aún no se ha percatado plenamente. Como en el caso del escalador del Deltaform, la presencia desapareció poco antes de que pudiera escuchar las voces de otras personas.
Un hecho realmente curioso es que las revelaciones de las tres grandes religiones monoteístas de la Historia se hayan dado en montañas. Algunos investigadores han sugerido conexiones entre esto y el Tercer Hombre.
Desde los dioses de la Grecia clásica hasta las revelaciones a las que haces referencia, y las ofrendas que se dejan en los collados del Himalaya, hay algo especial relacionado con las montañas. Sin embargo, creo que los casos de Tercer Hombre que se han dado en lugares de montaña están directamente relacionados con el estrés fisiológico durante las ascensiones, así como por las condiciones de monotonía que se dan en esas situaciones y el frío extremo.
El Tercer Hombre nos permite ir más allá de lo imposible, como dijo el mítico alpinista Reinhold Messner. Es un motivo de fuerza e inspiración. La creencia de que no estamos solos en ciertas situaciones es una necesidad humana.
Estoy completamente de acuerdo con lo que dice.
Resulta sorprendente que a veces estas experiencias sean compartidas por dos o más personas (recuerdo los casos de Shackleton y Stoker). ¿Existe alguna explicación para ello?
Es sorprendente, aunque no del todo. Estos pequeños grupos son lo que denominaríamos “juntos aunque solos”, afectan a personas que están muy lejos de conseguir ayuda en situaciones extremas, y que están experimentando a la vez los mismos peligros, así que no es extraño que activen al unísono el mecanismo para obtener ayuda. Los desencadenantes son los mismos, e incluso si no perciben el Tercer Hombre simultáneamente, es posible que ciertas señales sean captadas primero por una persona, y después compartidas de alguna manera por los otros. Un sujeto desencadenaría la misma percepción que él está sintiendo, a través de señales que pueden ser muy sutiles.
¿Se imagina que en un momento de necesidad vital todos pudiéramos tener la capacidad de encender voluntariamente ese interruptor cerebral para obtener ayuda?
Sería una herramienta poderosísima para el bienestar personal. Imagínese que todos pudiéramos evocar esa presencia de la que nos podríamos beneficiar, ganaríamos fuerza sintiéndonos acompañados por un ser benefactor cuyo único interés es nuestro bienestar. Sería como una garantía de que no estamos solos.
¿Cree que algún día seremos capaces de activar ese resorte?
La investigación sobre el cerebro está avanzando de forma acelerada. Creo que un día no solo habremos comprendido su funcionalidad orgánica de forma íntegra, sino que también llegaremos a comprender por completo sus orígenes y cómo activar ese “interruptor del ángel”. Aun así, habrá quien siga considerándolo una manifestación espiritual. Incluso si se demuestra que está situado en nuestro cerebro, alguien preguntaría ¿quién lo puso ahí?
Observo que hay tres clases de manifestaciones en el fenómeno del Tercer Hombre: presencias que ofrecen simplemente compañía, presencias que adoptan un papel activo (llegando a dar incluso órdenes) y finalmente presencias que son como una duplicación de uno mismo.
Creo que todas ellas son manifestaciones de la misma experiencia, y que la variación depende de diferencias individuales en términos una actitud personal de apertura hacia la vivencia experimentada, así como de las circunstancias de cada situación en concreto. Cuanto más seria es la situación, la experiencia será probablemente más completa o intensa. Así que más que dividir los tipos de experiencia en tres grupos, para mí se trata de amplio espectro que varía según los factores que he mencionado.
Leí en su libro que algunas personas hablan con las presencias. ¿Pueden verlas y oírlas, o solo sentir su compañía?
Siempre pueden sentir la presencia, y la reconocen como un guía, o un amigo, como un ente benevolente. A veces pueden comunicarse, pero la forma de comunicación es mental; pueden escuchar al Tercer Hombre en sus mentes, pero no necesariamente de forma audible.
¿Los protagonistas cómo viven y recuerdan esta experiencia? ¿Han tenido dudas sobre si lo que vieron fue real?
No, no he encontrado a nadie que haya dudado de lo que vieron. Incluso personas con una mentalidad científica como Jerry Linenger han vivido estas experiencias como algo real, y han decidido no cuestionarla. Creo que se trata de un encuentro profundamente significativo que la gente no quiere cuestionar ni rechazar.
Cómo ha afectado la experiencia del Tercer Hombre a aquellas personas que lo han vivido? ¿Han modificado su comportamiento o su actitud ante la vida a raíz de dicha vivencia?
Interesante pregunta. Mi investigación sugiere que las personas no cambian tras la experiencia. Por ejemplo, las personas no creyentes que han tenido esta experiencia, no se convierten de repente en personas religiosas o espirituales. La gente ve mucho más esta experiencia a través de la lente de sus propias creencias. Una persona creyente o devota, lo vería como una experiencia religiosa, como si viera a Dios, o a Jesús o a su “ángel de la guarda”. Pero una no creyente lo vería como un mecanismo del cerebro, o una especie de resorte interno que es capaz de activarse. Rara vez las personas cambian sus puntos de vista como resultado de estas vivencias.
¿Cree que este fenómeno aumentará en el futuro?
Creo que es posible que el Tercer Hombre se esté convirtiendo en algo cada vez más generalizado dado que las personas cada vez están sometidas a mayor estrés, y también porque cada vez más gente busca experimentar situaciones de riesgo de forma intencionada, poniéndose ellos mismos en peligro y en situaciones de aislamiento. ¡El tiempo lo dirá!
Gracias a Mr. John Geiger por brindarse a compartir y analizar con nosotros este fascinante y misterioso fenómeno que tan bien queda plasmado en su exitoso libro El Tercer Hombre.
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Autor: John Geiger. Título: El tercer hombre. Editorial: Ariel. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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