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Jorge Fernández Díaz: “Hoy no es creíble una lucha entre buenos y malos, sino entre malos y peores”

Jorge Fernández Díaz: “Hoy no es creíble una lucha entre buenos y malos, sino entre malos y peores”

A El puñal (Destino) y La herida (Destino) las une un costurón. Si en aquella novela el escritor argentino Jorge Fernández Díaz (1960) quiso desnudar la corrupción del poder, en ésta revela de qué forma las sociedades arrastran una laceración. Un desgarramiento que recorre a hombres, mujeres e instituciones. El cuerpo social y el ciudadano abiertos en canal. Así lo demuestra esta saga negra y detectivesca protagonizada por Remil —hijo de remil putas—, un ex combatiente de la Guerra de las Malvinas que trabaja ahora para La Casita, una oficina paralela de inteligencia del Estado argentino: ese sótano del poder donde otros descuartizan la cosa pública.

La herida, esta segunda novela de la serie que Destino publica ahora en España, comienza con una monja desvistiéndose ante un espejo y con el asesinato de una profesora de pintura. La primera, la hermana Mariela, desaparece luego de dejar un enigmático mensaje: “la fe también se agota”. La segunda conduce a una larga y oscura colección de pistas que acercan a Remil a la trastienda del poder. A las órdenes del coronel Cálgaris, jefe máximo de la unidad para la que trabaja, trasunto de padre y cacique que siempre está a punto de traicionarlo, Remil se abrirá paso por Nápoles, Roma, la Patagonia, con una única intención: cumplir con la orden de un colaborador del Papa Francisco para conseguir a la hermana Mariela.

A la manera de una novela de aventuras y convencido de que los personajes secundarios lo son todo, Jorge Fernández Díaz honra sus lecturas —en las que entran desde Conan Doyle hasta el cine de John Ford— y da vida a una compleja trama de desengaños, traiciones, espionaje, mafia y narcotráfico en la que aparecen criaturas como Beatriz Belda, una operadora política despedida por el gobierno argentino y contratada por el gobernador de un feudo de la Patagonia para mejorar su imagen y evitarle una catástrofe electoral, e incluso otros como Diana, una diva perversa que se pasea con su caniche Juan Domingo Perón en brazos.

Tras una larga carrera como reportero de sucesos y periodista político en Argentina, Jorge Fernández Díaz acumuló material de sobra para escribir una novela, una decisión que postergó durante más de 40 años desde aquel día lejano en que leyó El signo de los cuatro, de Conan Doyle. Si en El puñal, su primera novela, alumbró a Remil, en La herida perfecciona su retrato: el de un hombre que nunca podría sentarse a comer a la mesa de un restaurante, porque ha visto la cocina. Remil es un sujeto rudo y de moral elástica, aunque resulta inevitable para el lector no ponerse del lado de alguien que igual salva la vida a puñetazos en un calabozo como recita a Ovidio o se sienta a leer a Robert Hughes antes de enfrentarse a un grupo de matones. Su trabajo consiste en espiar a políticos, futbolistas, diputados, hacer de guardaespaldas. Ejecutar el trabajo sucio: todo el día dando culatazos, en su 4×4. Un cretino melancólico y con un aire de orfandad. Alguien que parece encerrar una alegoría de esa generación de la democracia en Argentina que vio caerse el sistema a pedazos.

Periodista de los de antes, de los que cogían apuntes en libretas y atendían pesados teléfonos negros de disco en redacciones humeantes, Fernández Díaz dirigió el semanario Noticias y la sección de política del diario La Nación, del que ahora es columnista. Tuvo entre sus maestros a Tomás Eloy Martínez, cómo no, y hoy se pasea por su prosa con el pie firme de los que han vivido y leído, de los que extraen literatura incluso de las charcas más desgraciadas. En 2014 cuando se publicó El puñal en Argentina, la novela llegó a vender más de 90.000 ejemplares. Los lectores identificaron en aquella primera entrega de la saga un trasunto literario del caso Nisman. Resultaba inevitable no encontrar ecos de aquel fiscal asesinado en las cosas que él contaba. “Los límites del periodismo para contar fenómenos mafiosos o sentimentales de la vida privada siempre fueron, para mí, un aliciente para cruzar esas fronteras con las armas de la ficción”, ha dicho el escritor en varias ocasiones y razón no le falta. Él mismo llegó a revelar que María Eugenia Vidal, gobernadora de la provincia de Buenos Aires, el distrito más importante de la Argentina, le agradeció El puñal. La había leído antes de asumir la gobernación para entender el entramado mafioso, dijo ella, al que se iba a enfrentar.

La herida va camino de repetir el éxito de El puñal, eso sí: sin concesiones innecesarias y con la prosa magra de quienes administran lo novelesco y lo vuelcan en la estructura de sus propios monstruos. Las páginas de las historias de Jorge Fernández Díaz son un combate, un cuerpo a cuerpo, un juego donde cazador y presa se relevan sin descanso. Hay, por supuesto, un narrador con galones. Antes de esta saga protagonizada por Remil, publicó El dilema de los próceres, Corazones desatados, La segunda vida de las flores, La hermandad del honor y Alguien quiere ver muerto a Emilio Malbrán. Su crónica novelada sobre su madre asturiana, Mamá, conmovió a miles de lectores. Es él, pues, quien habla ahora en esta entrevista.

La saga de Remil es novela negra, sin duda existe un poso social, pero conserva una pulsión de aventura.

La herida es una novela de aventuras del siglo XXI. Así que Remil es un héroe de su tiempo, un canalla. Porque en este siglo no es creíble una lucha entre buenos y malos, sino entre malos y peores. Yo me formé con la literatura popular: Conrad o Stevenson, pero esa literatura tuvo tanta influencia en mí como el cine de Hollywood de los 40, 50 y 60. Los sigo viendo hoy. Ford, Hathaway, Huston, Dmytryk, Hitchcock, Fuller. Son los dioses de mi olimpo. Por supuesto que veo Netflix, pero mucho más ese intento de narración de aventuras con arte.

—¿Qué los distingue exactamente?

—Lo alegórico y la creación de personajes secundarios, que son absolutamente fundamentales. Los sargentos de Ford, por ejemplo. Hay tanto trabajo en los personajes pequeños como en los grandes, pero en estas películas los secundarios están tan bien construidos que se adivinan. Están hechos siguiendo la teoría de la Punta del Iceberg de Hemingway: con apenas unas pinceladas se vuelven inolvidables. Partiendo de esa idea, puedo decir que La herida es una novela de aventuras. En este caso más de intriga y noir que El puñal, con unos personajes secundarios que le dan densidad psicológica a la trama.  Como mis héroes cinematográficos, en La herida he querido hacer ambas cosas.

—¿Fue el Western al siglo XX lo que la novela al XIX?

—Borges decía que el Western era la última forma donde pervivía la épica. Estas novelas, a pesar de que son novelas de cacería e investigación, también son épicas. Por eso se parece al Western.

"En El puñal le trasladé una obsesión amorosa. Aquella mujer resbalosa que él no podía agarrar. En La herida ocurre otra cosa."

—¿Qué empuja a un mercenario como Remil a llegar hasta el final para encontrar a la hermana Mariela? ¿O es que eso le permitía a usted elaborar un tapiz moral de la sociedad argentina?

—Es importante separar al héroe del escenario. Separar a Remil de la sociedad. En El puñal le trasladé una obsesión amorosa. Aquella mujer resbalosa que él no podía agarrar. En La herida ocurre otra cosa. Uno de los personajes dice que todos tenemos una herida fundamental que nos hicimos en la infancia o la adolescencia y contra la que luchamos toda la vida. Cada quien sabrá cuál es. En algunos casos es consciente y en otras, inconsciente. Yo tuve que ir a terapia para descubrir mi herida fundamental, que es la que traslado a Remil.

—¿Cuál es esa herida?

—A los 15 años fui dado por perdido por mi padre. Él es asturiano, camarero del bar ABC de Buenos Aires. Cuando él descubrió que yo quería ser escritor, dedujo que quería ser vago. Cuando me metí a periodista lo confirmó, porque en ese momento el periodismo era la bohemia. Así que me dio por perdido. Eso nos alejó desde los 15 hasta los 25 años. En todo ese tiempo casi ni podíamos hablar. A los 25, yo trabajaba como cronista de sucesos en un diario de la tarde. Hacía el cadáver de cada día y ese tipo de cosas. En el periódico sabíamos muchas cosas que no podíamos probar. ¿Por qué no podemos contar la industria del secuestro y las mafias con una novela? ¿Puedo escribir una novela por entregas donde cuente esto?, le pregunté un día a mi jefe.  Con una irresponsabilidad total, me dijo que sí.  Lo hice.

—Fue su primera incursión en la ficción.

—Sí. Se publicó por partes en un periódico de la tarde muy popular, se leía muchísimo. Un día suena el teléfono. Era mi padre. Él nunca me llamaba. Qué pasa papá, le pregunté. Entonces él me preguntó si el periodista iba a recuperar el bolso. En la novela, un periodista iba a un rescate y llevaba dinero en una bolsa que un pibe le roba. Así terminaba el capítulo. Yo le contesté a mi padre: ¿para qué querés saberlo? Porque aquí todos lo leen y quieren saber si puedes anticiparme qué va a pasar —Jorge Fernández Díaz se refiere al bar donde su padre despachaba como camarero—.  Le contesté que sí, que el periodista recuperaba el maletín. Colgué y me fui al baño a llorar. Ese fue un punto de inflexión: la literatura, que nos había distanciado, nos volvía a unir.

"Mi padre murió hace años y aun así he pasado toda mi vida luchando contra esa figura fantasmal, contra esa profecía de la ruina."

—Esa es su herida fundamental, entonces.

—Mi padre murió hace años y aun así he pasado toda mi vida luchando contra esa figura fantasmal, contra esa profecía de la ruina. Una vez soñé que estaba desempleado: iba caminando por la calle junto a otros menesterosos, cuando alguien me toca. Era mi padre, que decía: te lo dije, pero no me hiciste caso. Tomé todo este conflicto entre padre e hijo, todo lo constructivo y al mismo tiempo destructivo que puede llegar a ser esa situación, y se la coloqué a Calgaris, el jefe y el padre simbólico, y a Remil. El hecho de que Calgaris dé por perdido a Remil es la gran fuerza interna que hace que Remil llegue hasta la línea final tratando de probar al padre, en este caso Calgaris, y a sí mismo.

—Para martillo estás viejo y para bisturí no te da, le dice Cálgaris a Remil después del bochornoso episodio de Nápoles.

—Sí. Remil pierde al principio, y sigue perdiendo, y perdiendo, y perdiendo… pero igual llega hasta el final. Esa es la fuerza interna. Eso es lo que explica por qué para él la monja es tan importante.

"Todos los personajes los construimos y lo digo así, construimos, porque mi mujer, que está aquí, y yo intentamos que así fuese."

—La monja es un personaje turbio, con muchos claroscuros. Bueno, ella y unos cuantos más.

—Todos los personajes los construimos y lo digo así, construimos, porque mi mujer, que está aquí, y yo intentamos que así fuese. Teníamos que crear ocho mujeres y las ocho tenían que ser diferentes: al moverse, al pensar, al hablar. Tenían que tener historias distintas y además debían tener capas, que es como somos todos en la realidad: no somos una pieza única.

—En un thriller o un noir latinoamericano un comisario bueno sería inconcebible. Es mucho más verosímil la idea del irredento, del que vive fuera del sistema.

—En Argentina, que es un lugar donde la figura literaria del policía fue fundamental, porque Borges lo colocó en el centro del canon y Piglia continuó eso también, no ha sido posible sin embargo construir un comisario o un detective privado como Montalbano, al menos hasta ahora. Remil se ha convertido en un fenómeno editorial que muestra que puede existir algo como eso.

—¡Y de qué manera… el hijo de las remil putas!

—Ya. Fíjate adónde tuve que ir: un héroe incorrecto, que trabaja para la corrupción y que, sin embargo, es capaz de que las mujeres se enamoren de él y de que los hombres quieran tomarse una copa con él, para tenerlo de su lado. Es el canalla que todos llevamos dentro, pero es un matón de Estado.

—Muy bien, ese es Remil. Pero la Argentina dónde se mueve, ¿cómo es?

—El escenario es la mafia política. De hecho, la mafia cruza completamente esta novela y las otras. Creo que la política es una novela negra si uno sabe ver su trastienda. De una manera dramática, en Argentina hay un entramado de cruces mafiosos: sindicalismo, policía, narcos, la mafia judicial. La mafia no es un asunto colateral, es central: económico, político, social, moral. En España ha avanzado de manera impresionante esa mafia política, al menos en los últimos 20 años, si tomás —el acento argentino, claro, aparece con todo y tilde— esos casos impresionantes de los últimos 20 años: el financiamiento oscuro de los partidos políticos y los vínculos non santos, te das cuenta de que lo que ocurre en esta novela en la Patagonia ocurre también en lugares tan complejos como España.

—Beatriz Belda, la asesora de imagen política, dice que Mussolini no inventó el fascismo, que lo sacó del inconsciente de los italianos. ¿Ocurre lo mismo en Argentina con el peronismo?

—Eso es así, lo que pasa es que el populismo está de moda en todo el mundo, sea de derechas o de izquierdas, y es uno de los grandes peligros que se ciernen sobre las democracias representativas. Es universal. Está en Argentina, claro, pero también en el resto del mundo.

"Creo que la realidad trabaja para Remil. Todo lo que ocurre aquí, ocurrió algo equivalente en la realidad."

—Tanto Beatriz Belda como Remil son proscritos, seres que están fuera del sistema.

—Sí, se trata de personajes que están en las sombras del sistema. Justamente esa es la especialidad de Remil, él vive en las sombras. Beatriz y Remil son dos perdedores, aparentes. En esta novela lo que es aparente luego cambia. He trabajado mucho tres cosas: que los personajes tengan muchas cosas; que haya muchas sorpresas, pero no sorpresas deshonestas y estrambóticas y que el sabor a realidad esté presente, siempre. Creo que se consigue o que al menos, gracias a mi experiencia de 35 años de trinchera como periodista político, lo he logrado. Creo que la realidad trabaja para Remil. Todo lo que ocurre aquí, ocurrió algo equivalente en la realidad. Incluso, he llegado a adaptar cosas que en la realidad no serían verosímiles. El caso Neisman por ejemplo, no sería verosímil.

—Caso, por cierto, que se lee de lejos en El puñal

—Un fiscal va, denuncia un pacto secreto con un gobierno terrorista o presuntamente terrorista y aparece muerto en el baño, de un tiro. Justo después, el gobierno de la presidenta a la que denuncia comienza a enlodarlo. Se destruyen las pruebas, se intenta hacer ver como como un suicidio. Si yo lo pusiera así en la novela no sería creíble, es demasiado. Un periodista español me dijo que El puñal no era creíble. ¿Cómo puede ser que un sindicalista sea millonario? Millonario no. Multimillonario.

—La pulsión de realidad de La herida es inmensa. La prueba, ya ve, es que el narcotráfico es más poderoso que la fe.

—Mucho más, pero mucho más.

—Hasta al Papa Francisco le salen sombras en La herida. Más allá del personaje, que es argentino, claro, ¿por qué elige la Iglesia en esta entrega?

—La iglesia está muy cerca de nosotros, porque Bergoglio es nuestro, para bien y para mal. Pero hay otra cosa importante: los llamados curas villeros, que son los que trabajan en las favelas argentinas. Son héroes absolutos. Luchan contra el narco y pierden. La fe contra el dinero, una y otra vez, y pierden. Eso está retratado en el personaje de Mariela y su trabajo en las favelas. De hecho, el libro está dedicado a uno de esos curas villeros. Después está la figura de Francisco, que para el resto del mundo es una cosa y para nosotros es otra. Por increíble que parezca, Bergoglio se dedica todos los días a las cosas internas de la Argentina. Yo tengo la sospecha de que su gran ambición era…

—¿Ser presidente?

—No. A lo que me refiero es que Bergoglio nunca soñó con el ser Papa, pero sí con ser Perón. Para relajarse por la tarde, en lugar de jugar a la Nintendo o el mus, Bergoglio juega a la interna peronista de mi país. Tiene derecho a hacerlo, pero es un problema. Nada de esto se trata directa en la novela, pero sí me parece que hay un aroma a realidad. Coincido con el Papa en el sentido de que el dinero, que es tan positivo para el progreso, pervierte. Eso se ve con el narcotráfico, que es puro dinero. Cuando va esa monja a palear a la calle con la fe contra el dinero, pierde. Eso ocurre en todos sitios.

—Siguiendo en esa lógica, en la próxima novela Remil acabará metido en Odebrecht…

—Remil se va a dedicar a cosas inesperadas. Cuando escribí La herida no me proponía hacer una segunda parte de El puñal, sino algo sorprendente, que es lo que me anima a escribir. Habrá una tercera novela, perturbadora, y seguiré tratando de crear nuevos mundos. Remil se va a ir moviendo y lo hará en un mundo afectado por el sarampión de los nacionalismos y los populismos. Y la mafia, que es la gran herida de la democracia. Son dos: la mafia y la desigualdad. Tenemos que luchar para que, dentro de la democracia, estos problemas tengan solución.

"La democracia no está bien en muchos sentidos, pero sigue siendo el mejor de los sistemas posibles y por eso es mejor dar la batalla para limar sus desperfectos."

—Más de un populista se ha abierto paso en nombre de esa misma causa.

—El populismo se basa en esa idea de que, como todas las cosas están mal, hay que cambiar el sistema. En Argentina conocemos lo que es eso. Cristina se propuso hacerlo y aquí en España, Podemos al menos hasta hace dos años estuvo a punto de hacerlo. Imagina eso. Y Venezuela, que sigue siendo una mezcla ideológica. La democracia no está bien en muchos sentidos, pero sigue siendo el mejor de los sistemas posibles y por eso es mejor dar la batalla para limar sus desperfectos. Cargarse a la UE tampoco tiene sentido. Es catastrófico. Europa llegó al estado de bienestar más alto de la historia de la civilización, pero los españoles no lo pueden ver. El pez es el último en darse cuenta de que existe el agua.

—Falcó, de Arturo Pérez-Reverte, con su Browning… y Remil con su Walter p99. Dos personajes castigados y que castigan. ¿Está planteado que se conozcan?

—Arturo ha anunciado que cuando Falcó se retire, se irá a vivir al Hotel Alvear en Buenos Aires, tomará café en La Biela y se encontrará con los personajes de La herida. Él estará muy mayor y Remil muy joven. Piensa escribirlo en un relato. Es una muestra  de hermandad entre nosotros. Nos conocimos hace 25 años, justo en esos lugares donde se conocerán estos personajes y en los que nosotros hemos hablado de tantas cosas.

—Por algo sus héroes compartirán fisuras

—Me parece que es un proyecto espejo. Aunque son literaturas distintas. Falcó nos propone viajar a Casablanca y mostrarnos el sexo entre Bogart e Ingrid Bergman que Curtis no pudo mostrarnos y nos hace ver que Bogart no era tan bueno como parecía, sino que era cruel. Eso es lo que proponen las novelas de Falcó: llevarnos de vuelta a los lugares míticos y mostrarnos la verdad. En el caso de Remil es distinto, porque yo lo que pretendo es mostrar la trastienda. Lo que los medios de comunicación no pueden mostrar de la política, del poder, de la iglesia, de la religiosidad, del amor y de los conflictos. Son dos operaciones literarias que de alguna manera están vinculadas pero que son distintas.

—¿La literatura lo llevó al periodismo? ¿O el periodismo lo trajo de vuelta a la literatura?

—Fueron dos amores. Yo estuve tironeado entre el periodismo y la literatura. Una era mi esposa y otra mi amante. Hoy soy un bígamo feliz pero esforzado. Cuando intento hacer ensayo político, me encomiendo a Borges para tratar de copiarle el sentido de la condensación. Yo le rezo, claro, pero no me escucha. Trato de hacer reportajes como si fueran novelas, artículos como si fueran ensayos y utilizo el periodismo para hacer novela. Hemingway decía que el oficio de periodista estaba bien si el escritor lo dejaba a tiempo. Yo no supe hacerlo.

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