Ediciones del viento publica Una chica sin suerte, de Noemí Sabugal, un libro basado en la gira por Europa de Willie Mae ‘Big Mama’ Thornton, en 1965. A continuación os ofrecemos un fragmento de la novela.
ESCRIBE:
Soy gorda. Y negra.
Pero valgo más que todos vosotros, bastardos.
DICE:
(A un periodista de una revista alemana, que la escucha sentado en una silla en su habitación del hotel).
Nunca nadie me enseñó nada. Nunca fui a la escuela de música ni nada parecido.
Tuve que quedarme en casa para cuidar de mi madre, que estaba enferma. Por eso me enseñé a mí misma a cantar y a tocar la armónica y la batería.
No sé leer música.
Si escucho un blues que me gusta, intento cantarlo a mi manera. Siempre es mejor hacer las cosas a tu manera.
Mi forma de cantar viene de la experiencia. De mi propia experiencia. De mis propios sentimientos.
No canto como nadie excepto como yo misma.
PIENSA:
(Asomada a la ventana. Ya es de noche).
Llueve otra vez. Ha llovido desde que salimos de casa.
Mañana será un día largo. Debería dormir un poco.
ESCRIBE:
(Tal vez de aquí salga una canción, quién sabe. Pero no le enseñará a nadie este papel, no quiere que vean sus faltas de ortografía).
A veces, cuando estoy sola en casa, apago las luces y me pongo un disco. Uno de Bessie Smith o de Memphis Minnie.
Voy a la cocina, me sirvo un vaso de bourbon con leche y me descalzo.
Después, bailo en la oscuridad del salón y entonces parezco la única persona del mundo. Yo y la mujer que canta, que también podría ser yo.
Cierro los ojos.
No pienso.
Bailo.
No pienso.
Bailo. Bailo.
Más.
Otro vaso más.
Soy hermosa y ligera. No me veo los pies feos y grandes.
Los negros pies. Las negras manos.
Bailo.
Bailo.
No me veo los rollos de carne de la cintura, las piernas gruesas, los pechos gigantes.
Entonces soy muy muy hermosa.
PIENSA:
Dicen que hablo muy fuerte, que digo tacos, que soy peor que un hombre. Pero los hombres a veces no me quieren con ellos y a las mujeres parece que les doy miedo, como si me las fuera a comer.
A esas blancas delgaduchas que a veces vienen a mis conciertos las miro con rabia y deseo desde el escenario.
Les escupo las canciones.
Creo que podría matarlas con la mirada. Pero ellas no entienden nada y bailan. Bailan agarradas a sus chicos, tipos melenudos a los que les gusta mezclarse con los negros. A los que mezclarse con los negros les parece el no va más.
Hermano negro, cómo molas.
Cómo molo.
A los que mezclarse con los negros les parece pisar a sus padres, a sus abuelos, al sacerdote de su iglesia, a sus profesores del instituto.
Cómo molamos, hermano.
Pero ellos no nacieron en el barrio de los negros, no iban caminando a la escuela y siempre consiguieron el trabajo que querían y a la chica que querían, aunque fuera negra.
No, los blancos no entienden nada de nada.
ESCRIBE:
Engancha, dicen.
Engancha más que el alcohol y la cocaína y el tabaco juntos.
El escenario engancha. Y qué haré entonces cuando sea vieja. Aunque tal vez no sea nunca vieja.
Nos mata el alcohol y la cocaína y el tabaco.
Nos mata el escenario. Porque engancha, dicen.
Cuando toco la armónica es como si cantara y nadie entendiera. Mi boca besa la armónica y la devoro y me devoro. Los mejores besos de mi vida se los he dado a una armónica. Los únicos sinceros me los ha devuelto ella.
Me gustaría hacerlo como Junior Parker, pero él la besa mejor.
PIENSA:
(Está ya un poco borracha. Lo sabe. No importa)
Malditas sean todas las canciones que canto, que he cantado alguna vez.
Qué forma de mentir. Qué forma de consolarse. Qué forma de amar.
Tan falsa.
Los tipos que escriben estas canciones —yo misma— están chalados o drogados o ambas cosas.
Hablan de amor y están solos. Hablan de odio y de desprecio y su mujer les hace pastel de manzana todos los domingos.
Ellos mienten a través de mí y yo miento a través de ellos.
Pero sobre todo me gusta cantar mis propias mentiras.
DICE:
(Por el teléfono, a la mujer de la recepción).
—¿Me pueden subir un vaso de leche y algunos botellines de bourbon?
—…
—Bueno, pues whisky entonces.
—…
—¿Cuántos? Cinco o seis, creo.
PIENSA:
Siempre me han gustado los pianistas. Son tan callados y tan suaves. La mayoría de los que he conocido, al menos.
Siempre quise que mi primera vez fuera con un pianista. Esos dedos sólo podrían dar felicidad.
Pero fue como si lo hubiera hecho con un animal.
Aquel chico que olía a sudor y a hierba. Tan vulgar.
Me decía cosas al oído todo el rato y eso no me gustaba. Pero estaba paralizada.
Y entonces pensaba que tal vez no tendría muchas oportunidades.
Que al menos él se había fijado en mí.
ESCRIBE:
La rabia. La rabia a veces me ahoga como si me creciera hiedra en la garganta.
PIENSA:
La piel de las chicas blancas me fascina. Las alemanas son rubias por todos lados y eso me parece increíble.
Cuando estamos en la carretera entonces a los chicos no les importa mi aspecto. Entonces sí valgo para llevarme a la cama.
Son muchas horas de un lado para otro y las noches son frías.
Sé buena, Willie.
Debería dormir un poco.
A ver qué pasa mañana.
Por lo menos volveré a casa con una buena cantidad de pasta. Falta me hace.
Sinopsis de Una chica sin suerte, de Noemí Sabugal
En otoño de 1965, la cantante de blues Willie Mae ‘Big Mama’ Thornton realiza una gira por Europa con el American Folk Blues Festival. Junto a músicos como John Lee Hooker, Walter Horton, JB Lenoir y Buddy Guy, recorre varias ciudades, entre ellas el Berlín del Muro, Bruselas, Amsterdam, Dublín, Londres, París y Barcelona. En esta historia se descubre el pulso cambiante de estas ciudades en plenos años sesenta. Mientras, se va desvelando la vida de la contradictoria y salvaje Big Mama Thornton y el asfixiante vínculo entre creación artística y frustración. De fondo, la guerra de Vietnam, los movimientos contraculturales, las drogas y la música, con el olvido del blues y el jazz frente a nuevos grupos como los Beatles o los Rolling Stones.
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Autor: Noemí Sabugal. Título: Una chica sin suerte. Editorial: Ediciones del viento. Venta: Amazon y Fnac
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