El autor de esta novela de ambiente taurino cuenta las claves por las que la escribió, los avatares de un premio literario que no ganó y de cómo renació tiempo después. “Los caminos de una novela son inextricables, como las musas o el surgimiento de una trama”.
Entrar a bucear en las páginas de mi novela es como meterte en un océano de sensaciones del pasado. Al final, después de ese viaje por sus páginas, siempre regreso al tiempo presente, con la sensación del que se mira al espejo y ve el rostro de aquel otro que fue.
No me resulta nada fácil hablar del argumento de mi novela, así de buenas a primeras. Sin embargo si me invitan, por lo mínimo, siempre declaro: “Yo aquí he venido a hablar de mi libro”.
¿Cómo surgió mi libro? Ahí está el quid de la cuestión. Y esa es la pregunta que ahora ya me acabo de hacer. Yo creo que uno no suele elegir la trama, y que siempre es la trama, con su insondable misterio, la que nos elige a nosotros. Tal vez para que surgiera de pronto esta trama se dieron una serie de circunstancias: desde siempre me llamó la atención la estética taurina, desde un sentido artístico y antropológico, cuando observaba la historia de España en los dos últimos siglos, comenzando por aquella reunión en la finca del torero Ignacio Sánchez Mejías en la que se gestó la generación del 27; después aquella elegía que Federico García Lorca escribió a la muerte de Sánchez Mejías, el lenguaje y las metáforas del poeta Miguel Hernández y las historias y anécdotas de Rafael “El Gallo” y Joselito, así como ese lenguaje de términos taurinos que ha llegado hasta las esferas políticas. Por los años 80 cayó en mis manos la biografía del torero Juan Belmonte, escrita por Manuel Chaves Nogales y me impactó por su prosa directa y emotiva. Antes ya había leído Fiesta, de Hemingway. A principios de los 90 realicé por motivos periodísticos una serie de entrevistas y crónicas relacionadas con el mundillo de los toros, también leí algunas novelas taurinas de los años 60, y ahí quedaron esas vivencias y esa documentación como un saco de pólvora. Hasta que un día saltó la chispa al leer una noticia en la que se narraba que un torero, en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid, al brindarle un toro al escritor Gabriel García Márquez, le decía: “Gracias maestro. Gracias a su novela Cien años de soledad he aprendido a admirar la literatura”.
Con esa idea de un torero que había leído esa obra comenzó el principio de la trama de mi novela y tal vez de su protagonista principal: un torero, huérfano, de condición humilde que tiene que jugarse el todo por el todo en cada acción de su vida para ascender en el escalafón, que va leyendo Cien años de soledad de hotel en hotel durante la campaña americana. Por oposición, muy pronto apareció un torero de corte dinástico, al que todo le viene rodado por herencia familiar. En esa dialéctica de poder, fama y dinero, de pronto la compañera de un torero flirteará con su contrincante y desatará una cadena de amor, desamor, celos y pasión, atizados por una caprichosa francesa que aparece y desaparece.
En ese viaje narrativo, al tiempo en que comencé a escribir esta novela, allá tal vez por 2005, y que terminé en 2007, me veo cada tarde escribiendo un par de horas todas las tardes en folios y por la mañana pasando el texto al ordenador, mientras los personajes nuevos aparecían con una facilidad pasmosa. Desde un principio quise jugar con la ficción y la realidad, pero si tenía una cosa muy clara era que quería que tuviera un ritmo acelerado. La convocatoria de un premio taurino por entonces, creo que de 30.000 euros, era el aliciente ideal o la excusa para incrementar ese ritmo. Al final, obviamente, no lo gané ni salí de aquel momento de ruina económica. Ahí en el cajón quedó la novela, hasta que el destino la llevó a Sevilla. Y ahí renació, en octubre de 2017, en la editorial Renacimiento. Los caminos de una novela son inextricables, como las musas o el surgimiento de una trama. Y ahí me encontré, al corregir las galeradas, en ese viaje con esta novela que había escrito diez años antes, a la que nada quité ni añadí. Una novela que espero que dentro de veinte años se siga leyendo, ajena a la moda de esos momentos.
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Autor: Patricio Peñalver. Título: La muerte del minotauro. Editorial: Renacimiento. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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