Fotografías: ©Victoria R. Ramos.
La lluvia cae incesante sobre el Parador de Sigüenza. Arrecia el viento que azota las ventanas y el patio permanece desierto. Hoy no habrá fotos junto al pozo de piedra. En esta ocasión la cita es con la periodista Isabel San Sebastián, colaboradora habitual en distintos programas de televisión y radio, además de autora de una docena de libros entre los que se mezclan ensayos de contenido político —en su mayor parte relacionados con lo referente a la banda terrorista ETA— y novelas históricas como La visigoda, Astur, Imperator o Un reino lejano. Más recientemente ha dado un salto al siglo XX con La mujer del diplomático (Plaza y Janés, 2016) y Lo último que verán tus ojos (Plaza y Janés, 2016), aunque en la charla nos confirmó que su próxima novela volverá a siglos pasados, recreando el que fuera el primer Camino de Santiago, reviviendo el trayecto que realizase el rey Alfonso II el Casto en el siglo IX. Vuelve así a su amada Asturias, tierra en la que dice concibe sus novelas, y que la llama de forma especial, tanto que sin tener lazos con ella se siente más de allí que de cualquier otra parte. A menudo, la voz de Isabel, que se autodefine como “echá palante” y asegura “odiar lo pijo”, escapa por boca de sus personajes: “Soy muy poco sutil, y estoy bastante presente en todos mis personajes, nunca se me ha dado bien el disfraz”.
Nacida en Santiago de Chile en 1959, hija de un diplomático español, es una figura habitual en el panorama mediático español desde hace décadas. Posa sonriente para las fotos y confiesa su afición al baile, especialmente a la salsa. «Para mí el baile es como una metáfora de la vida, bailo desde pasodobles hasta jotas. La seriedad no está reñida con la diversión. En la vida uno se lo tiene que pasar bien, porque son tres días y dos ya se han pasado”, afirmará durante la charla con Ramón Ongil, al que confesó que no sabe mucho de toros, pero que le encantan. “Qué le voy a hacer, soy políticamente incorrecta”, remató, añadiendo que “colgar a un galgo de un árbol al final de la temporada sí es maltrato animal. La tauromaquia es otra cosa, y simboliza algo muy serio como para trivializarlo con chorradas”.
Durante la hora de conversación con Ramón Ongil, que incluyó un turno de preguntas de los asistentes, Isabel San Sebastián comenzó hablando de la influencia de su familia en su carácter: «Es muy difícil ser la hija de un diplomático. Yo recuerdo una infancia feliz, pero una adolescencia no tan feliz. A una etapa que ya es complicada de por sí, se añade el estar yendo con las maletas de un sitio para otro continuamente. La ventaja es que si sobrevives a eso te haces duro, recio y valiente. Agradezco a mis padres el poderme sentir igual de en casa en una chabola de Ruanda que en un palacio de Estocolmo. Mi padre era muy liberal con la conducta y el pensamiento, pero muy rígido con el sentido del deber, que nos inculcó y que le agradezco».
Esto, con el correr del tiempo, ha fijado en ella una férrea disciplina de trabajo: «Soy un poco estajanovista, sí. Soy muy disciplinada en general porque me educaron así. Mi disciplina de trabajo es firme, entre otras cosas porque entiendo que es la única manera de escribir una novela, sobre todo cuando no te dedicas solo a eso. Las musas son ocho horas de trabajo. El día que te has marcado en el calendario para escribir, o no te levantas de la silla hasta que hayas acabado las diez páginas que te habías propuesto o no hay forma de terminar. Además, me enseñaron que lo que se empieza se termina, o si no, no se empieza. El día que me siento a escribir me meto en la historia y no paro hasta que tengo la cabeza exprimida como un limón… De repente miro el reloj y son las once de la noche».
La conexión familiar continuó con las referencias a los libros que San Sebastián ha escrito en colaboración con otros autores: “Con Carmen Gurruchaga yo escribí cinco de los doce capítulos de El árbol y las nueces y ella el resto. Como era un libro sobre ETA, ella escribió la parte más histórica y yo los de la relación con el PNV y corregí el libro. Unifiqué el estilo, por así decirlo, pero no quiero entrar en más detalles. También elegí yo el título, que fue muy discutido en la editorial, y por el que peleé mucho. “Que no se entiende”, me decían. Fíjate tú si se entiende ahora, que es el título de un documento capturado a ETA por el gobierno. El libro que hice con mi hermano sí que lo escribimos a dos manos. Un hijo suyo se quitó la vida a los quince años, y mi hermano, que era psiquiatra juvenil, se quedó hecho polvo, así que yo le propuse escribir, como terapia, sobre lo que había llevado a su hijo a matarse, que fue un juego de rol. Tuvo un efecto bastante sanador. Él escribe muy bien y comunica fenomenal. Ahí no tuve que unificar nada, porque se nota que somos hijos de los mismos padres».
Los hábitos de los escritores para crear sus libros y la trastienda de su ocupación suelen ser uno de los temas de interés en cada nueva convocatoria de las Noches Literarias. «Yo tomo notas a mano, con pluma, y como tengo la letra gordísima soy una depredadora de papel brutal, y además para escribir y poder concentrarme necesito mi ordenador de mesa y mi despacho. Para escribir ficción, me refiero. Un artículo lo escribo donde sea”.
Inevitable últimamente resulta la referencia a las redes sociales y su influencia en la vida de los autores: «Yo creo que lo que te enseña a escribir es leer, y ahí sí que es verdad que las redes sociales te quitan mucho tiempo. Si no lees es difícil que sepas ni cómo pensar, así que imagínate escribir. Pero yo tiendo a ser optimista, y creo que las redes son una oportunidad, igual que los móviles y el WhatsApp. Cuando me pongo a escribir apago el teléfono y ya está. Pero las redes sociales para mí son una ventana de libertad. A mí me han vetado en muchos sitios, pero de Twitter no creo que me vayan a vetar nunca. Ni de las librerías tampoco».
Sobre su última novela, Lo último que verán tus ojos (Plaza & Janés, 2016), la autora dijo que trata sobre “Ángel Sanz-Briz, un diplomático español destinado a Hungría a finales de la Segunda Guerra Mundial, una época durísima, con la ciudad ocupada por los nazis y gobernada por un partido racista, salvaje y despiadado. Salvó las vidas de más de cuatro mil judíos, simplemente por sentido del honor, de la humanidad y de la hombría de bien, porque él no era siquiera judío, sino un católico español, representante de un país neutral en esa guerra, y que además tenía incluso órdenes expresas del gobierno franquista de no involucrarse en ese asunto. Proporcionó papeles y protección diplomática a millares de judíos a través de un sistema muy ingenioso, aprovechando el límite de 300 pasaportes para sefardíes que se le concedió —y eso que no había ninguno en Hungría, aunque sí askenazis—, e incluso escondió a gente en la legación española. En los años 60 el estado de Israel le concedió el título de «Justo entre las Naciones», concedido a no judíos que han salvado vidas de judíos».
Hoy en día a Sanz-Briz se le apoda el Ángel de Budapest, pero su fama dista mucho de la conseguida por un caso que sonará familiar, el de Oskar Schindler, popularizado por la película de Steven Spielberg: «Schindler aprovechó las leyes nazis contra los judíos para conseguir mano de obra esclava, pero luego se arrepintió. Sanz-Briz nunca explotó a la gente a la que salvó. Hace solo seis años que en Madrid se le puso su nombre a una avenida, y al acabar la novela me enteré de que se le hizo un pequeño monumento en Budapest y hay una placa con su nombre en alguna de las casas protegidas que usó. También hay una película que hizo Televisión Española y hubo una exposición en el Ministerio de Asuntos Exteriores, que pasaron sin pena ni gloria. Y no fue el único que hizo algo así. Algunos otros hasta adoptaron niños legalmente para poder salvarlos, y el cónsul español en Grecia incluso se fue en persona al campo de Bergen-Belsen a sacar de allí a trescientos judíos con pasaporte español, custodiando además sus bienes para devolvérselos después de la guerra. Y nadie tiene ni idea hoy de esto. Es una parte desconocida de nuestra historia y que a mí, como hija de diplomático, me conmueve profundamente».
Como última reflexión al respecto, la periodista lamentó que «tanto entre la extrema derecha como entre la extrema izquierda españolas de entonces se coincidía en un profundo antisemitismo, que aún hoy sigue existiendo de forma rampante. No somos un país racista, pero hoy en día la extrema izquierda está siempre radicalmente de parte de los palestinos de forma sistemática, y en tiempos de Franco el tono antisemita era aún más marcado, ya que había relaciones establecidas con países musulmanes, pero no con Israel. En consecuencia, a Sanz-Briz no solo no se le consideró un héroe, sino que tuvo que silenciar aquello de su vida para no perder su carrera. Todo esto no se supo hasta después de su muerte».
Dada la temática de varios de los libros de la autora, era de esperar que la conversación se adentrara en terrenos políticos. A la pregunta de si nos falta a nosotros en España una Torre de la Libertad, ella contestó: «Lo que nos falta es dignidad. La Freedom Tower está levantada sobre los cimientos de las Torres Gemelas en Nueva York, y nosotros lo más parecido que tenemos con motivo del 11-M es un monumentín de chichinabo junto a la estación de Atocha, que está medio en ruinas. No hay siquiera la voluntad de escribir la historia real de lo que fue la lucha contra el terrorismo etarra. Ha habido una negociación infame con una banda terrorista, hecha en secreto, con mentiras y sin preguntarnos antes en un referéndum, como se hizo en Colombia, y donde los colombianos dijeron, con una enorme dignidad, que no estaban dispuestos a tragarse lo que había propuesto su gobierno. Aquí ni se nos contó ni se nos preguntó. Aquí ha habido muchísima dignidad y valentía individual, o de colectivos como la Asociación de Víctimas del Terrorismo y los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado —a quienes admiro sin reservas— pero como clase política ha faltado mucha dignidad para hacer frente al terrorismo. Tres días después del 11-M el electorado dio la vuelta a lo que decían las encuestas, votó a un partido que decía que había que salir corriendo de allí y ganó un presidente que dejó tirados a nuestros aliados en Iraq y que encima hizo proselitismo entre otros aliados para que hicieran lo mismo».
El terrorismo de ETA, según lo trata ella en sus libros, fue un tema que salió a relucir con bastante relieve, sobre todo dadas las consecuencias personales que supusieron para la propia periodista y ensayista: “El árbol y las nueces fue un libro muy pensado y meditado, de denuncia política, que nos costó a Carmen y a mí once años de guardaespaldas y tres más de mirar debajo del coche. Pero alguien lo tenía que hacer. Los años del plomo, memoria en carne viva de las víctimas (2003) es otra cosa, es un libro de denuncia humana. Son diez entrevistas a víctimas del terrorismo de esos años, excepto Ortega Lara, que fue la primera que concedió, y que ya pertenece a los tiempos posteriores de una mayor dignidad para ellos y donde por lo menos se les pagaba una pensión mejor. El libro habla de viudas, padres e hijos que tenían que ir a un colegio de huérfanos porque con la pensión que les quedaba no les daba para comer. Otro ejemplo era la viuda de un policía municipal que tenía que volver a casa de sus padres para que los hijos pudieran comer allí, tenían que salir del pueblo por la noche para evitar que a ellos también los mataran, y tampoco podían hacer un funeral público por sus muertos… Es un libro con el que lloré mucho. Recuerdo una entrevista con el padre de unas niñas asesinadas en el atentado del Hipercor de Barcelona, donde también murió la madre, y los lagrimones que le caían al contar cómo tuvo que reconocer los restos de una de ellas en una morgue después de haberlas estado buscando todo el día por los hospitales. Los derechos de ese libro los doné a una fundación».
También se mencionó un lugar común a los dos interlocutores, Asturias, y la razón por la que ella nunca escribe allí: “Porque Asturias me gusta demasiado. Allí voy a inspirarme, y es donde se conciben mis novelas —porque nacer nacen en Pozuelo de Alarcón, que es donde las escribo—, en mi casa en medio de ninguna parte, mirando al mar. Allí pienso mucho, toco suelo y me olvido de las miserias del mundo político, pero también tengo demasiadas distracciones, no sería capaz de disciplinarme para escribir, porque miro ese paisaje por la ventana y digo: «Yo no pierdo el tiempo aquí metida». Antes decía que soy muy adaptable a cualquier lugar, pero sin tener ningún tipo de raíz asturiana es el único lugar donde me siento completamente en casa”.
Hubo tiempo además para el tema de los hombres y las mujeres y los topicazos que se manejan en torno a esta cuestión: “Los hombres pensáis que las mujeres tenemos un ideal de hombre que luego no es el que tenemos. Hollywood y la literatura masculina han creado un prototipo de hombre triunfador, exitoso, rico, que es el que nos tiene que gustar a las mujeres, y en cambio a vosotros os tienen que gustar macizas, jóvenes, atractivas… Y no es verdad: a nosotras también nos gustan gordos y a los hombres cada vez más las mujeres inteligentes. Sobre todo entre las generaciones más jóvenes. En este caso mi protagonista es modosa, elegante, inteligente, de una cierta edad, y el «protagonisto» [risas] es un taxista atractivo, rudo, guapo y sobre todo lleno de valores caballerescos un tanto desfasados hoy: la verdad, el bien, la justicia…”
Por último, la novelista adelantó detalles sobre su próximo libro: “Lo entregaré dentro de un par de meses y saldrá en septiembre. Es el diario del primer Camino de Santiago, que hizo en el siglo IX el rey Alfonso II el Casto con una pequeña comitiva de su corte desde Oviedo para certificar el hallazgo de las reliquias del apóstol y mandar levantar la primera iglesia sobre el sepulcro». Para esta novela ha recorrido “la parte asturiana” del Camino, “la más agreste, que es una maravilla. He visto minas romanas de oro, trozos enteros de calzadas discurriendo a través de bosques tupidos, de hayedos, de castaños… Ha sido recuperado a costa de un enorme esfuerzo por los vecinos de la zona, y hay monasterios del siglo VII que se están cayendo”. La autora también cree “que no hay ningún hecho de mayor importancia cultural e histórica que el Camino de Santiago, no ya en España sino en el mundo occidental. Fue un fenómeno sin precedentes, y curiosamente nadie ha contado aún ese primer Camino”.
Llega el turno de preguntas de los asistentes, entre ellos alumnos del Colegio Episcopal Sagrada Familia de Sigüenza. Volviendo al asunto del terrorismo y a los últimos libros de éxito sobre el tema, la invitada dijo: «No he leído Patria, pero porque lo he vivido en mi familia. Yo tengo un primo de ETA y un primo asesinado por ETA. Aunque los leyéramos todos los españoles, lamentablemente creo que se volvería a repetir la situación, porque todo lo que cuentan sigue estando vigente y la complicidad entre el PNV y ETA sigue siendo un hecho. Habría que educar a la gente joven más allá de eso: en valores, en principios, en el valor de la valentía y de la resistencia ante el terror, en la no claudicación… Insistir a los chavales desde que son pequeños sería la única manera de no repetir situaciones como las que hemos vivido. Y eso vale para el problema del País Vasco y para cualquier otro».
Descubrimos que de poder entrevistar a un personaje histórico se inclinaría por “el rey Alfonso el Casto, por ejemplo. Seguro que sería un petardo, porque eso de ser casto en aquella época… No tuvo descendencia, así que igual sí que fue casto y todo. [Risas] Y no voy a ser original, pero me habría encantado entrevistar a Jesucristo. También a Pedro II, a Carlomagno, a Isabel la Católica…”.
También se le preguntó por el secuestro del libro Fariña, a lo que dijo: “Le han hecho un gran favor al autor, porque se va a vender por internet como churros. Un compañero mío decía que tenía uno en papel y que lo iba a poner a cien euros en eBay. Secuestrar un libro en la era de Internet es una imbecilidad. Si en un libro hay algo querellable, se impone la sanción correspondiente al autor y listo, pero secuestrarlo es una estupidez y una medida inútil de persecución de la libertad de expresión, limitada en términos de injurias o calumnias por la ley”.
Salieron a colación también un par de juicios en los que se ha visto involucrada Isabel San Sebastián: «El periodista José María Calleja me acusó de haber “engordado a ETA con tu silencio”, pese a tener yo cuatro libros sobre el tema y, no sé, dos mil artículos, doce manifestaciones, e intervenciones continuas en televisión y radio. Me parecía una falta absoluta a la verdad, así que lo denuncié por calumnioso, me dieron la razón las dos primeras instancias y al final el Supremo decidió que le amparaba la libertad de expresión. Me pareció injusto, pero como ciudadana demócrata acaté la sentencia y simplemente escribí un artículo expresando mi opinión sobre ella. Afortunadamente no me condenaron en costas, porque últimamente me ha pasado una cosa peor: que un comisario de policía ahora encarcelado por chorizo me incluyó en un presunto informe acusándome de cobrar por hablar bien del PP sobre el asunto del canal de Isabel II. Eso lo publicó El Confidencial, les demandé a los dos por injurias y no solo no me ampararon sino que me condenaron en costas. ¿Y qué hice? Aguantarme y pagar. Me dijeron que cuando eres un personaje conocido depende de cómo le caigas al juez que te toque. No dudo de la independencia judicial, pero la imparcialidad… Es una moneda al aire. Y en delitos como la calumnia, la libertad de expresión es muy interpretable».
Y por último, un clásico: ¿por qué empezó a escribir?
—Aparte de Pérez-Reverte y tres más, vivir solo de la literatura en España es complicado, así que sin otra actividad paralela no llegas a fin de mes. Pero disfruto tanto del periodismo como de la literatura, así que soy afortunada. Primero escribí ensayo, y constaté que escribir largo no es mucho más difícil que escribir artículos cortos, y luego llegó un momento en que quería que las historias acabaran como yo quería, no como la realidad imponía. Al fin y al cabo, el oficio de periodista y el de escritor consisten en contar historias, uno reales, con rigor y objetividad, y otro de ficción, con rienda suelta para la imaginación y la emoción. En el periodismo ganan casi siempre los malos, y yo quería que alguna vez ganaran los buenos.
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