Manuel Vilas.Foto: Jeosm.
¿Qué es esto que Manuel Vilas ha escrito y que ha llamado Ordesa?, ¿cómo definir el dolor, el amor, el dolor que produce el amor, el desgarro de la vida, la incomprensión, la culpa, las lágrimas por los hijos, por los padres, por la muerte y por la vida? ¿Se puede escribir sacando el corazón y poniéndolo sobre la mesa?, ¿quién dijo aquello de que con buenos sentimientos no se hace buena literatura? Probablemente sea verdad pero Vilas no se ha servido solo de buenos sentimientos, claro que no, este señor que firma Ordesa con el nombre de Manuel Vilas y que yo quiero rebautizar como Beethoven, después de haber leído su canción triste de Barbastro, su blues descarnado y sangrante, repleto de amor hasta salirse por los bordes, me lo he imaginado colocando sobre su escritorio, justo al lado del ordenador, su rojo cardio bombeante y su hígado amarillo e hinchado y también sus pulmones para que le insuflen de vez en cuando un poco más de aire para seguir contando su historia, esta historia de familia en connivencia con los silencios. Un historia de compasión, de comprensión y de miedo. Una historia como la vida misma, con la misma vida colgando del techo como si fuera una lámpara a la que hay que darle a cada rato un tirón de orejas para que nos ilumine y poder seguir vivéndola. Porque “o ves morir o te ven morir”, y este es el resumen cabal y misterioso de nuestra vida.
Beethoven ha compuesto una sinfonía de amor y de dolor que ha llamado Ordesa y en este paraje o nolugar o paraíso está condensado todo, y en donde ha construido una casa en la que ya viven para siempre —y conviven— en la armonía que no siempre tuvieron, todos aquellos seres que estuvieron vivos y a los que amó. Su padre, que “sirvió a la prosperidad de España haciendo que algunos españoles de la década de los sesenta tuvieran un traje a medida. Para mí eso es heroísmo”. Su madre que “nunca supo que Barbastro era un pueblo de la comunidad autónoma llamada Aragón ni que Aragón era un territorio que pertenecía a España ni que España era un país al sur de Europa. Y no lo supo no por ignorancia. Sino por divina indiferencia”.
Me gustaría llamar al 974310439, el teléfono que fue de sus padres. Me gustaría llamarlos y decirles —aunque ya lo sepan sin necesidad de haber leído este libro de su hijo—, cuánto les quería, y para decirles también que él siempre supo cuánto le quisieron. Cuánto quisieron a Beethoven Juan Sebastián Bach y Wagner. Cuánto.
“Cuánto mide el amor. Cuánto el silencio./Cuánto mide una vida/aproximadamente”, ha escrito Fernando Beltrán en Hotel vivir.
Y yo he escrito también este desgarro, este vómito, esta líneas apresuradas y seguramente inconexas porque Ordesa es la vida de Vilas, pero también la mía. Aproximadamente.
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