Nick Drake es uno de esos personajes que quisiéramos ser si pudiéramos contar con un número infinito de vidas en este y otros mundos. Un ser atormentado, sensibilísimo, con propensión a la melancolía y cierto apego misántropo, guitarrista prodigioso, cantante dolido y sin vibrato, compositor excelso y gran cosechador de halagos postmortem. La eternidad ya es suya. Ha pasado la prueba del tiempo con nota y hoy es pieza fundamental en el conocimiento de la música popular del siglo XX.
Este álbum de la vida, obra y milagros de Nicholas Rodney Drake pone en el mapa la intrahistoria del personaje marginal que anduvo por el mundo entre 1948 y 1974, momento en el que decidió desaparecer para disgusto de tantos. Un fatal desenlace para lo que algunos continúan imaginando que tal vez se tratara de una sobredosis accidental de antidepresivos mezclados con pastillas para el insomnio. Pero lo que recoge este libro primorosamente editado es una suerte de recuerdos familiares, cartas, cubiertas de discos, autógrafos, documentos personales y discográficos, letras de canciones —todas ellas traducidas por Luis Murillo Fort—, carteles variopintos y mucha, muchísima memorabilia. Casi medio millar de páginas que hará las delicias de sus fans, que ya empiezan a ser legión dentro de que siempre será considerado como músico de culto, dada la naturaleza selecta de su propuesta artística, como lo son John Renbourn, Dave Van Ronk, John Martin, Karen Dalton y tantos otros a los que el tiempo deparará muchas sorpresas.
Amante de la poesía de William Blake, el músico británico dejó una tríada de discos —y algunas demos— en los que queda constancia de su originalidad y virtuosismo musical y narrativo. Así, el libro-homenaje se articula como el proceso entre la siembra y la cosecha de energía vital de nuestro antihéroe romántico transformada en musical: la semilla, la flor, el fruto, la cosecha y la cepa que espera a reanudar el ciclo milagroso. En medio de todo ello se cuela una biografía muy particular, repleta de testimonios directos de la familia, amigos, productores y músicos afines, que viene a completar una bibliografía en la que sobresalen la remembranza que Trevor Dann hiciera en En busca de Nick Drake: más oscuro que el más profundo mar (Metropolitan, 2007); las aproximaciones a la lírica del gran músico de folk-rock británico de Gorm Henrik Rasmussen, Pink Moon. Canciones (Contra, 2012); o la invención cuentística de Yo vi a Nick Drake, de Eduardo Jordá (Rey Lear, 2014).
El hombre que según el gran John Martin le puso color al blues es hoy una rareza conocida por muchos. Vivió masticando aire sólido y deambuló fatalmente por el precipicio, como cantaba Martin en Solid Air, la canción homenaje que le dedicara su amigo. Nick Drake, el artista que se convirtió en árbol frutal, frente al que todos “se alzarán y te mirarán cuando hayas partido”, que predecía el propio Drake en Fruit Tree. Bienaventurados quienes ya lo han hecho. Afortunados quienes lo hagan a partir de esta preciosa semblanza. Un artista que siempre regresa porque nunca se fue de todo.
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Autores: Gabrielle Drake / Cally Callomon. Título: Nick Drake. Recuerdos de un instante. Editorial: Malpaso. Venta: Amazon y Fnac
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