John Vincent Harden, afamado tabaquero de Virginia, todos los años le enviaba a Holmes por Navidad un estuche de madera exótica que contenía en su interior cigarrillos, una colección completa de latas de tabaco para pipa con un diseño exquisito y algunos puros para Mycroft. Pero esta vez algo más venía dentro de la caja.
Ni el detective, ni su hermano, ni Watson conocían personalmente al tabaquero y suponían que Harden tampoco los conocía personalmente a ellos, aunque para corresponder con él le felicitaban las pascuas con media docena de botellas de brandy marca «Diógenes», de las que destilaban y envejecían ex profeso para Mycroft; y Holmes le iba enviando año tras año los relatos de Watson con dedicatorias muy personales y cariñosas. Lo máximo que se le puede pedir a un inglés para homenajear a una persona a la que no conoce ni quizá conozca jamás.
Un año, el tabaquero no se limitó a la simple felicitación navideña, sino que le envió a Holmes una larga carta, que rogó hiciera extensiva a su hermano y a Watson, en la que les agradecía lo que los tres habían hecho a lo largo de su vida en beneficio del tabaco. También les decía que ya era mayor y estaba enfermo, y además se sentía víctima de una misteriosa persecución, pero que no se preocupara porque había puesto una cláusula en su testamento para que sus herederos continuaran cumpliendo con el ritual navideño de intercambio de regalos. Seguía diciéndole que nunca había encontrado un momento adecuado para decírselo y que quizá ahora lo fuera. Cuando se va llegando al final del camino las personas se muestran más proclives a las confidencias.
El hecho es que lo había conocido en la India, durante el tiempo que el detective estuvo en parajes lejanos ocultando la noticia de su muerte, lo que los holmesólogos han dado en denominar «El Gran Hiato». El sitio preciso donde coincidieron había sido en Tiruchirappalli, en Tamil Nadu. En ese lugar tenía Harden unas parcelas de terreno cerca de la ciudad de Dindigul y de allí procedía el cigarro Trichinopoly, «cuya ceniza es de color negro y deja escamillas, como tan perfectamente describió usted en su monografía sobre las 140 variedades de cenizas de diversos tipos de cigarro, cigarrillos y tabacos de pipa, con láminas en color ilustrando las variaciones». Y aquí es donde quería llegar el millonario del tabaco. Por lo visto ambos habían coincido en la misma posada «Lakshmi» por un par de noches y en ella se dejó olvidada Holmes su famosa monografía, ya que en todos sus viajes la llevaba consigo, es decir, que no se separaba de ella, para irle dando los preceptivos retoques y enriqueciéndola con sus dibujos impregnados con los magníficos colores que iba hallando por esas zonas misteriosas de Oriente. La figura tan especial, de viejo halcón, del detective no pasó desapercibida para un hombre muy leído y muy viajado al que sus agentes internacionales tenían al corriente de todas las noticias que podían ser de su interés, pero como Harden lo veía tan introvertido y serio no encontraba el momento de entablar conversación con él, y además le parecía una falta de tacto el descubrirle que había dado con su pista. No es fácil encontrarse con un hombre dotado de tan fina prudencia y exquisito tacto.
El millonario del tabaco había tenido que permanecer algunos días más en su alojamiento, ya que sus intereses en la región eran tan importantes como los que tenía en Turquía, Egipto y otros territorios tabaqueros.
El dueño de la posada, que también era su amigo además de agente proveedor de tabaco en aquella zona, le entregó la monografía olvidada en la habitación del viajero inglés el mismo día en que Harden se marchaba. Lo hizo por si acaso podía localizar su pista, cosa que no consiguió, aunque por algunos contactos llegó a saber que sus pasos se dirigían hacia el Tíbet. En un principio pensó en dejársela a Yasin, el posadero, pero a medida que la iba observando y estudiando consideró que era una pieza de colección que tenía que devolvérsela personalmente a Holmes y de paso presentarle sus disculpas, y si era posible establecer entre ambos un pequeño lazo de amistad. El hecho es que siempre tuvo que posponer el viaje por negocios, y ahora que llegaba el fin de sus días aprovechaba para incluírsela en su último envío. Los próximos llegarían por mediación de sus hijos.
Holmes nunca llegó a saber el tipo de persecución que sufría el tabaquero, ni él le dio ninguna pista al respecto.
Holmes, que había leído y seguía leyendo a Montaigne, pensó en aquella famosa frase suya: «Tantos millones de hombres enterrados antes que nosotros nos animan a no temer el ir a encontrar tan buena compañía en el otro mundo».
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