Se mantiene el mantra: sólo Robe Iniesta es —sigue siendo— capaz de utilizar vocablos como «puta» o «golfa» no ya sin escandalizar, sino encandilando. Entrevisto a Juan Soto Ivars (Águilas, 1985) encarnado en trending topic por escribir una obviedad, y es la de que, en el bestiario de la humanidad, al igual que encontramos pulpos, buitres y machos cabríos, también encontramos zorras. Visto lo visto, parece que Esopo, La Fontaine, Samaniego y esas gentes, hoy, no se librarían del fusilamiento en el paredón tuitero. Ahora, los soldados deshumanizados del 3 de mayo lucen en sus gorros pajaritos azules.
Entrevisto a Soto Ivars, digo, a propósito de su última novela: Crímenes del futuro (Candaya, 2018). El título nace de Hambre, de Hamsun, escritor genial y nazi. En la obra —esto es muy subjetivo—, encuentro sombras de Cela —hay tremendismo y ternura, sobre todo, en la primera parte—, de Stephen King —por el suspense y la incertidumbre de la segunda— y de Delibes —por el ambiente de posguerra de la tercera—. Insisto: esto es muy subjetivo.
Crímenes del futuro es una distopía en la que priman los personajes sobre el paisaje. Las protagonistas son una prometedora estudiante enamorada de un capullo, una modelo abandonada en una isla y una presa ciega que recupera la vista. Conocemos el contexto político, económico y social a través de fogonazos impresionistas. El mundo está hecho unos zorros —guiño, guiño—. El sistema imperante es el del capitalismo racional. José María Aznar, Juan Ramón Rallo y Daniel Lacalle, entre otros, tienen sus respectivas placas en el callejero madrileño. Hay arrabales con verjas electrificadas, pasos de barrera y fosos. Los poetas, como los rinocerontes y los elefantes, se han extinguido.
En la tercera parte de la obra, los médicos que intentan devolverle la vista a Paula proyectan —valga el verbo— colores en su cabeza. El rojo la aterra, el azul la tranquiliza, el verde le recuerda a un gato. Nuestra conversación parte de ahí:
P: Señor Soto Ivars, ¿de qué color es su última novela?
R: (Piensa) Pues es gris. Llevo muchos años pensando en lo que significa el gris y reivindicando lo que significa el gris, que es lo que está entre los extremos, entre el azul y el rojo, entre el blanco y el negro. Si no fuera gris, esta novela sería un panfleto. Una de mis obsesiones era no escribir un panfleto, aunque está llena de ideología. El color es el gris. Por eso la portada es una foto en blanco y negro, gris. No lo había pensado, pero le va muy bien el gris.
P: Crímenes del futuro: el título sale de un fragmento de Hambre, la novela de Hamsun.
R: Hace poco, a un gilipollas, un periodista de El Mundo que no sé ni cómo se llama, en una entrevista, le dije lo de Hamsun y empezó a llamarme como nazi. Precisamente, es uno de los motivos por los que Hamsun me gusta tanto. Aparte de porque creo que es el mejor escritor del siglo XX, por encima de Faulkner y de quien me pongas. Además, es distinto, porque el tío era autodidacta. Aparte de eso, para mí, uno de los grandes retos como persona adoradora de la literatura ha sido que no me moleste que Hamsun se hiciera nazi. Entonces, reivindico a Hamsun en parte por su obra y en parte por lo que tiene de peligroso, de conflictivo. Que tu escritor favorito sea nazi… Fíjate, Hamsun, en 1898 o 96, no sé de cuándo es Hambre, su personaje intenta imaginarse cuáles van a ser los crímenes del futuro; lo último que se imagina su personaje es que Hamsun va a cometer esos crímenes del futuro, que, cuarenta años después, va a apoyar a los nazis cuando entren en Noruega. El título viene muy a cuento de todos los crímenes que estamos cometiendo ahora y que no sabemos que estamos cometiendo.
P: En «The future», Leonard Cohen canta algo parecido: «He visto el futuro, hermano; es un crimen».
R: ¡Ah, pues no conozco esa canción! También en una película de Cronenberg, que me he enterado después… Puede ser, no sé si Leonard Cohen… (Piensa) Sería bonito que un judío reivindique a Hamsun. No sería el primero. Muchos judíos reivindicaron a Hamsun como escritor. De hecho, es un escritor al que han limpiado mucho los judíos tras la II Guerra Mundial. Thomas Mann le perdonó inmediatamente su nazismo. En cuanto al futuro y a los crímenes: cuando estalló la burbuja inmobiliaria, mucha gente se dio cuenta de los crímenes que se habían cometido sin que nadie se diera cuenta.
P: Los crímenes sordos.
R: Sordos, claro. Esos son los que va a sufrir nuestra descendencia. O sea, toda la novela empieza porque me pregunto cómo van a vivir mis nietos si esto sigue así, en qué país van a vivir. Ahí sale todo ese mundo decadente del Madrid DF, de la calle Presidente Aznar, todos estos detalles que están dando información sobre lo que ha pasado. No quería escribir la típica novela de ciencia ficción en la que el 90% es que te están contando cómo es el mundo. Yo quería seguir a unos personajes y que el lector viera el mundo de reojo. Los escritores de ciencia ficción, muchas veces, parecen catedráticos de historia del futuro. Te explican una sociedad muy interesante, te fascinan con el escenario, pero desatienden la psicología de sus personajes. No quería hacer una cosa así, quería que todo se viera de reojo porque ahora vemos las cosas de reojo.
P: ¿Los mansos heredarán la tierra o habrá una guerra en las calles?
R: Mira, Stefan Zweig dice que cuando estalló la I Guerra Mundial él no se enteró porque estaba de cañas. Me parece que es uno de los mensajes más sabios que nos han dado las fuentes de la historia. Cuando estaba el procès así como estaba en octubre y había todo ese jaleo en Barcelona, tenías que ir en metro a los sitios para enterarte, si no, estabas en una terraza, tranquilamente, tomándote tus cañas. Entonces, confiamos mucho en que vamos a seguir siendo mansos, pero el manso deja de ser manso cuando las salchichas del Día dejan de costar 35 céntimos. Lo que ha pasado en la novela es que el precio de la comida fluctúa como el precio de la luz: ahora no puedo comprar leche, a ver mañana si puedo. No me parece una cosa descabellada: es llevar al sistema neoliberal hasta las últimas consecuencias. Cuando hay hambre, los mansos dejan de ser mansos. No hay manera más eficaz de convertir a un pobre en un animal que quitándole el engorde. Y ahora siguen estando gordos los pobres. Los detectas porque pesan más que los ricos: los ricos están todos delgados; la clase media está más o menos bien. Pero los pobres están gordos. Te vas a pueblos de Murcia deprimidos y lo que ves son gordos. En EEUU igual: los que votan a Trump son obesos. Cuando los pobres dejen de ser gordos vamos a flipar.
P: Escohotado apunta que nunca se ha dicho algo «tan rencoroso, inviable y proclive a la violencia como que los últimos serán los primeros».
R: Eso va muy en el catolicismo, ¿no? Es el consuelo de la religión está… (Piensa) Jesucristo es un tipo de izquierdas, dicen. Actualmente, lo meterían en la cárcel casi seguro, por mil cosas. Pero la doctrina que sale de sus palabras es conmovedoramente conformista. Esa es la trampa de la otra vida. Yo tengo la desgracia de ser ateo, entonces no creo que después de morirme vaya a pasar nada, así que quiero que mi vida sea cojonuda. Pero cuando dice que los pobres van a entrar más rápido en el Reino de los Cielos, claro, es un alegato antirrevolucionario muy fuerte. En tanto que la religión me parece un buen invento del hombre, estoy convencido de que en el Reino de los Cielos hay una zona VIP.
P: Hábleme más del «capitalismo racional», de ese sistema terrorífico e implacable que impera en la novela.
R: Le he puesto calles a Lacalle, Rallo, Aznar… hay otras. Le he puesto calles a los neoliberales, y te incluiría a Escohotado aquí. A ver, yo le tengo un respeto brutal a Escohotado, pero me parece que, cuando pierdes el contacto con lo que significa la pobreza, cuando llevas mucho tiempo en una clase alta y te olvidas de cómo vive la gente que no vive como tú, estás quedándote ciego. La última protagonista es una ciega por algo. El sistema que ha triunfado en la novela es como lo que tenemos ahora pero sin el bienestar, con los estados disueltos. Se llama «capitalismo racional» porque una de las cosas que más me escalofrían del sistema neoliberal es que yo, como persona racional y poco dada a las pasiones, a los grupitos y al romanticismo de la izquierda, tengo todos los elementos para creerme que eso es mejor. Durante mucho tiempo, me lo he creído. Hasta que estalló la crisis, era más bien un liberal en lo económico, un tipo más de derechas. En los últimos años, he conocido lo que significa la desigualdad. De potra, he acabado teniendo amigos, y mi mujer, por ejemplo, que vienen de la pobreza más absoluta. Ahí es donde te das cuenta de que una niña prodigio, como el personaje de Julia, si no tiene ciertas convicciones, acaba convertida con el paso de los años en una vieja mediocre, que es lo que pasa con este personaje. Entonces, esa racionalidad del capitalismo de ahora me parece peligrosa en tanto que no tiene en cuenta que no todos los individuos tienen las mismas posibilidades de subir esa escalera que, supuestamente, está para todos. Creo que el mérito es una forma de ceguera. Yo, antes, era muy partidario de la meritocracia, pero después he conocido a mucha gente brillante que no ha conseguido nada por las condiciones en las que se ha tenido que mover. Al mérito hay que ponerle escaleras, y las escaleras las tiene que poner el Estado.
P: Escribe: «Cuando el capitalismo racional destruyó al relativismo y a la filosofía, la Historia se convirtió al fin en un relato racional y objetivo, en una guía donde no cabía la opinión». Los extremos se tocan: el «capitalismo racional», en este sentido, es como el estalinismo.
R: Es que el estalinismo tenía fe en que estaba construyendo un hombre nuevo, y fracasó por eso. Yo creo que, ahora, el feminismo de la tercera ola va a fracasar: no puedes conseguir que los hombres se conviertan en corderos. Puedes conseguir que algunos se conviertan en corderos a través de ideología, pero nunca a la sociedad, y menos cuando se polariza. Nosotros estamos viviendo muchas polarizaciones ideológicas, pero estamos dando por hecho que el capitalismo es el mejor de los sistemas posibles. Yo, durante mucho tiempo, lo he creído así. He estudiado mucho sobre la URSS y sé que el comunismo es un fracaso, que ha funcionado mal siempre que se ha puesto en marcha. En eso, estoy de acuerdo con los liberales. Pero lo que creo que olvidan los liberales es que que el comunismo sea un desastre no implica que el capitalismo sea bueno. Entonces, intentan maquillar la realidad y se comportan como soviéticos, porque empiezan a negar la existencia de ciertas palabras. Tengo amigos que son muy liberales y me dicen: «Ahora hay más riqueza en el mundo que hace veinte años, porque China, porque India…». Pero, ¿eso qué significa? Eso es una fe. Cuando ves a tu alrededor una sociedad que se está viniendo abajo, como se estaba viniendo abajo la nuestra en los años de la crisis, ¿de qué te sirve el macro y saber que en China emerge una clase media? ¿Eso qué es, si no es el Reino de los Cielos? Veo que ese racionalismo tiene trampa, y esta novela es sobre las trampas.
P: En un diálogo con César, Bruno apunta: «Nuestra rebelión debe tener libros en los cimientos (…) para que no nos volvamos indeseables ante los ojos sagrados de nuestros principios». ¿Lo suscribe?
R: Ese es un anarquista de la guerra civil. Pensaban así. En esta novela, los libros se utilizan como combustible, y Bruno y Julia cogen el combustible de las hogueras y pasan el rato con él. Yo creo que la cultura no nos va a salvar de nada. ¿De qué coño nos va a salvar la cultura? (Piensa) Ninguno de los personajes dice lo que yo pienso; dicen cosas que están en el aire. Hay un personaje que me cae muy bien: es el doctor Cano. Es el menchevique. Yo siempre me he llevado bien con el menchevique. Creo que, en toda revolución, de la ideología que sea, van a ganar siempre los bolcheviques: a) están muy locos; b) van muy fuertes; c) son auténticos fanáticos. Y lo bueno de un fanático en una revolución es que es el primero que se carga a todos los que dudan. Por esto triunfan. En la Revolución Francesa, otra suerte de bolcheviques acabaron venciendo. Por eso, con el feminismo también, estamos viendo a las bolcheviques, las tías más fanáticas se están comiendo el espacio de muchas que son perfectamente moderadas. Y en Podemos lo hemos visto: la línea de Errejón se ha ido a tomar por culo, y otras más interesantes todavía que había antes. Al final, en todo proceso político, gana el que menos duda. El que duda se para y, cuando te paras, te pasan por encima. El doctor Cano viene a simbolizar esa postura del revolucionario que quiere un mundo mejor y que no está obsesionado con que sea a la imagen que el tiene, y esos pierden siempre o perdemos siempre. Yo también pienso así.
P: Y, en ese mismo diálogo entre Bruno y César, leemos: «Yo creo que moriremos sin ver una rebelión ni nada que se le parezca». ¿Cree que moriremos usted y yo sin ver una rebelión ni nada que se le parezca?
R: Depende de cuánto cuesten las salchichas del Día. Mira, salchichas del Día: 35 céntimos; espaguetis de la marca blanca, unos 40 o 50; el tomate frito, unos 20. Con un euro, tú no sólo comes, sino que engordas. Te estás alimentando de mierda, pero estás gordo. Mientras la comida sea barata, no vamos a ver una revolución. Veremos revoluciones como la de Cataluña, que son de chichinabo. A veces pienso en lo de Sarajevo, Yugoslavia y tal… Ahí no pasaban hambre, no hizo falta el hambre para que se empezaran a matar. Yo tengo la impresión de que aquí, por cómo es la cultura, sí que nos hacen falta parias de la tierra para montar la de Dios. Pero vamos camino de crearlos, no sé… (Piensa) Estamos viviendo revoluciones culturales todo el rato. Y las revoluciones culturales son de gente pija. Toda la revolución de la izquierda actual es cultural. La corrección política, esa histeria por las formas, por las palabras… Esto en EEUU se ha visto que a la clase obrera se la suda. La clase obrera estaba hasta los huevos de que los progres les dijeran que no se habla así, y ellos seguían hablando así, los medios dejaron de hablar así, se quedaron totalmente aislados, salió Trump…
P: Y catapún.
R: Y catapún. Esas son las revoluciones que vamos a vivir ahora. De un populismo de extrema derecha. Saldrá un tipo que dirá: «Esta izquierda caviar que ha despreciado a los pobres, que lee libros, que odia vuestra música, porque el reggaeton no sé qué, que odia las series que veis, Sálvame, que quiere vuestros votos pero no para de ningunearos, se lleva la hostia y llego yo, que soy tan chabacano como vosotros, que tengo mis intereses pero no los digo, y me quedo con los votos». El triunfo de Trump es lo más parecido a una revolución que viviremos nosotros. Una revolución desastrosa, claro.
P: «Yo no sé qué tienen ustedes con la política, me refiero a los hombres», dice el personaje de Julia.
R: Esto es curioso: en la tercera parte, mandan las mujeres. Cuando salen políticos y cosas así, son casi todas tías. No sé si estoy en lo cierto, pero tengo la intuición de que los hombres, con la política, nos relacionamos de una forma deportiva, muy competitiva, y que las mujeres, en general, se relacionan con una forma más constructiva. Se ve, sobre todo, en pensadoras de teoría política. Por eso, en un momento en que la política desaparece, van a mandar más los hombres; cuando la política se vuelve más constructiva, habrá más espacio para las mujeres. Quizás por la cultura, por la inercia cultural que tenemos, pero a mí se me hace muy difícil imaginarme la Conferencia de Yalta, por ejemplo, con mujeres en esos papeles. Es una guerra de machos la II Guerra Mundial. Cuando salieron diciendo que querían feminizar la política les voté. Me interesaba que la política perdiera cariz futbolístico y testosterona. Voté a Ada Colau y a gente que podría quitar testosterona. Pero no les ha salido. El juego está inventado por nosotros. La política de los hombres es apolínea, y la gente que me gusta es más bien dionisiaca. Y el dionisiaco no se entera. Restif de la Bretonne, que está mencionado, es un tipo que escribía crónicas en la Revolución Francesa. Pues se la pasó follando, de bares, borracho, en orgías… Su libro es fascinante porque te cuenta los días del Terror y él está obsesionado con follar. Es el diario de un libertino y el escenario es ese, pero él está contando cómo se folla a todo lo que pilla. Es como una peli del destape, pero claro, es que el escenario… «No podíamos follar aquí porque estaban cortando cabezas»… Y eso es un poco Julia.
P: ¿Hay algo más peligroso que «un resentido con dinero»?
R: Sí, un tonto aburrido. Un tonto con Twitter. Y con los eslóganes correctos. Pero un resentido con dinero es muy peligroso. (Piensa) ¿Qué es el Che Guevara? Yo me parto con el Che Guevara. He leído biografías, las pro y las contra, y es un resentido con dinero y un tipo muy peligroso. ¿Qué han sido muchos etarras? Todo mi respeto para la izquierda abertzale: el tipo que piense que Euskadi tiene que ser una república, genial. ¿Pero qué han sido los etarras? Había tontos pobres, pero había muchos resentidos con dinero. Familias bien. No es comparable, que quede claro, pero ¿qué son? Resentidos con pasta. ¿Y Juan Luis Cebrián? Un resentido con dinero. Y Esperanza Aguirre. Menudo bicho: la que montó con el 11M, con la teoría de la conspiración…
P: En Crímenes del futuro, los poetas se han extinguido porque «no hacían ninguna falta». No existen ni en la parte final, en la llamada «Patria Nueva».
R: No, no existen, pero cantan. El libro está lleno de canciones, y son canciones que hoy no consideramos poesía pero, cuando las lees en el libro… Meto una letra de Ricky Martin, así en prosa, y queda un verso muy potente. La poesía siempre adopta una forma nueva. No hay poetas porque no hay tiempo libre. De hecho, los únicos que gozan del tiempo libre son los revolucionarios. Un tiempo libre de tertulia política, de montar la revolución…
P: En la «Patria Nueva», la gente está enganchada a la televisión.
R: La tele es lo contrario del tiempo libre, si te das cuenta. Sirve para anestesiar a gente que está muy cansada de trabajar. Con el tiempo libre, puedes irte con amigos a hacer una tertulia, leer un libro, pero la tele es una anestesia no para el tiempo libre, sino para iniciarte en el descanso de una jornada de trabajo maratoniana. Cuando la gente ve la tele está en suspensión. El tiempo libre es eso que te permite cultivarte tú fuera del curro: leyendo, hablando con un amigo, yendo al campo, yo qué sé, hay muchas formas. ¿Pero la tele? En la tele, estás viendo a gente trabajando. Es gente trabajando para que tú desconectes. Nadie en su tiempo libre ve la tele. ¿Por qué bajan en verano las audiencias de todos los programas? Porque la gente está descansando, haciendo cosas, lo que sea.
P: Me llamó la atención que, mientras en la España de la novela, las calles tienen el nombre de Rallo, Lacalle, etcétera, en Portugal, el hospital al que se refiere se llama «José Saramago».
R: Es por el Ensayo sobre la ceguera, claro. Es un hospital de oftalmología y me pareció que era buena idea. Mi poeta favorito se llama Eugenio de Andrade. Te lo recomiendo, es una maravilla. De hecho, en todas mis novelas hay un verso escondido de Eugenio de Andrade que meto como si fuera una frase mía. Una vez que fui a Portugal, monté un avión de la aerolínea portuguesa, de TAP, que se llamaba Eugenio de Andrade. Tienen nombre, como los barcos. Bueno, yo me imagino a los portugueses, dentro de cien años, poniendo el nombre de «José Saramago» a un hospital donde se devuelve la vista a los ciegos. No sé si por cultos o por patriotas. Son patriotas de una manera que a mí me gusta mucho, son patriotas con dulzura. Portugal no va a declararte la guerra. Portugal no va a portarse mal con los inmigrantes o los visitantes. Esto le pasa a todo el mundo: vas a Portugal y te cuidan. Yo estoy muy enamorado de Portugal. Mira, Andrea y yo tenemos un restaurante portugués muy cerca de casa, y vamos con este motivo: «Vamos a que nos traten bien». Portugal es lo que mejor queda retratado en esta novela. Me gustaría, de hecho, que se tradujera al portugués. Los adoro. Además, ahora, a nivel político, también. Están consiguiendo lo que no ha conseguido Grecia. Tienen un gobierno de izquierda que mejora las condiciones de vida del país. Y nadie escribe sobre Portugal porque no conviene. Portugal está demostrando que sí se puede echar un poco el freno a esto sin declarar una revolución y sin ser Venezuela.
P: Uno de los personajes se declara revolucionario porque cree en la socialdemocracia.
R: ¡Ah, bueno, eso es muy interesante! Claro, en la novela hay muchos revolucionarios que no saben lo que quieren, pero que han oído de la sanidad pública, de pensiones públicas, enseñanza gratuita… Han oído hablar de esa época, que es la nuestra, y hay revolucionarios que dicen: «Hay que hacer la revolución para que haya esto». Pero vamos a pensarlo del revés: para que nosotros tengamos esto, ha tenido que haber muchas revoluciones. Las ocho horas de jornada laboral se han conseguido con sangre. La socialdemocracia se ha conseguido a fuerza de hostias.
P: Finalmente: ¿todo el mundo puede reformarse y regenerarse?
R: No. En mi novela, los que son malos lo son durante toda la novela. Nadie es bueno y malo de una manera blanco y negro, todos son complejos y contradictorios, pero lo que me ha enseñado conocer a mi abuela, ser amigo de mi abuela, que es una persona que ha vivido en condiciones adecuadas miserables, con un gran cerebro pero sin las condiciones para desarrollarse, es que la miseria más absoluta envilece al que ya es malo, pero la bondad no queda destruida por las condiciones de vida. Ni por la miseria más absoluta ni por la riqueza más absoluta. Conozco a ricos que son auténticos cielos.
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