Desconfío de los novelistas que se vanaglorian de escribir para sí mismos, dejando entrever que es un cruce diabólico de los astros lo que les forzó a editar el libro. Esa falsa modestia me provoca repelús. ¿Hace ruido el árbol que cae en un bosque desierto? ¿Existiría el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha si nadie hubiera leído sus aventuras? Sin lector no hay historia. Y yo, sin lugar a dudas, escribo historias para que existan. Mezclo ingredientes apetecibles. Busco enamorar. Eso no quiere decir que no disfrute del proceso de creación, al contrario. Me obliga a estudiar, interiorizar, empatizar con tiempos y personajes que nada tienen que ver conmigo y mi realidad (o eso es lo que podría parecer al principio).
Educativamente hablando, la II República es un periodo por el que se pasó de puntillas, al menos en mi caso. Así que tenía mucha curiosidad por conocer qué podía haber sucedido para que un país se abocase a una guerra entre hermanos que derivó en una dictadura de casi cuarenta años. Una dictadura que aún deja su huella en nosotros. Me zambullí en el proceso de documentación de la novela sin manguitos, a pecho descubierto, intentando llevar la mente limpia, sin ideas preconcebidas. Disponía de las noticias del día a día. La hemeroteca ponía a mi disposición el ABC, el Estampa, el Blanco y Negro… pero la publicación que realmente me conquistó fue la revista Crónica, una especie de Interviú de la época que lo mismo informaba de la actualidad cinematográfica y teatral que realizaba un reportaje de investigación sobre lo sucedido en Casas Viejas, que repasaba lo último en moda o que ponía al tanto de los acontecimientos deportivos. Sonreí con ella, con sus frívolos comentarios sobre peinados y vestidos, con sus coquetos resúmenes de fiestas de alto copete, con sus discretos desnudos femeninos, con los divertidos textos de sus anuncios… Me conmovió descubrir entre sus páginas alegatos en defensa de los animales abandonados de Madrid, o su manera de exponer con orgullo los logros profesionales de las mujeres. Los periodistas de esa revista fueron mis testigos en la historia y me permitieron desgranar el orden de mi novela.
Se me rompió el corazón cuando las imágenes de la revista cambiaron al comenzar la guerra. Los desnudos dieron paso a imágenes de los edificios destruidos, y su presencia en los quioscos se volvió fluctuante. Su tirada semanal comenzó a ser quincenal. Anunciaron que ya no quedaba papel en el que imprimir, y rebajaron el número de páginas… hasta desaparecer a finales de 1938. Me sentí obligada a hacerle un homenaje e incluirla de alguna manera en la novela, trastocando su nombre por el de Cronista Impaciente.
El Hotel Ritz
Decidí trabajarlo como un personaje más de la novela. Una biografía que situaba su nacimiento en el año 1910, cuando el rey Alfonso XIII decidió que había llegado el momento que la ciudad de Madrid contase con un lugar distinguido y elegante en el que acoger a sus visitantes más ilustres. Desde aquel momento las habitaciones del emblemático hotel acogieron a un amplio abanico de personalidades que dejaron sus huellas en la historia: reyes, nobles, espías, presidentes, pintores… incluido el anarquista Buenaventura Durruti, que terminó sus días en la habitación 27, cuando el hotel se transformó en Hospital de Sangre a comienzos de la Guerra Civil.
En aquellos años las normas del hotel eran estrictas; no podían hospedar a personas clasificadas como NTR (No Tipo Ritz). En resumen, se trataba de alejar del establecimiento a artistas de variedades, cantantes, toreros, actores… Cuando alguno de ellos se acercaba a la recepción con la intención de reservar una habitación, sutilmente se le recomendaba alojarse enfrente: en el Palace. También estaba prohibido que las mujeres recorriesen sus magnificas alfombras en pantalones. Cuenta una anécdota que un par de americanas, que quisieron tomar el té ataviadas con tan atrevida prenda, y que fueron increpadas por ello, entraron en el toilet, se quitaron los pantalones y salieron cubiertas con sus gabardinas, ante la perplejidad de los empleados del hotel, que no pudieron objetar nada al respecto.
Las mujeres
Y es que ellas tienen una presencia esencial en la novela. Vivieron en un tiempo de cambios y evolución. Ocupaban escaños en el Congreso y pupitres en las universidades. Pilotaban aviones, jugaban al futbol, practicaban lucha grecorromana, ejercían el derecho al voto, podían solicitar el divorcio… En el Crónica era rara la semana en la que no entrevistasen a alguna profesional: Victoria Kent como Directora General de Prisiones, Conchita Montenegro como actriz triunfadora en Hollywood, María Domínguez como alcaldesa de Galluz. Pintoras, escritoras, licenciadas, taquimecanógrafas, ciclistas, modistillas, políticas… tenían hueco en las páginas de la revista. Un mundo lleno de oportunidades para unas mujeres que decían no conformarse con encontrar un marido y criar hijos, aunque muchos de los anuncios de cosméticos indicasen lo contrario.
Los anuncios
Y es que tengo que reconocer que los anuncios de prensa de este periodo histórico me conquistaron. Políticamente incorrectos (vistos desde nuestro prisma actual), larguísimos, sugerentes, enigmáticos, descarados… No me quedó más remedio de introducirlos en la trama de la novela. He de aclarar que los anuncios impresos en las páginas de Los lunes en el Ritz son pura invención, creaciones adaptadas para el buen funcionamiento de la historia pero, eso sí, están inspirados por los chispeantes anuncios publicados en esos días.
Mis elegantes protagonistas, las Damas de la Caridad de San Vicente de Paúl, mujeres de la alta sociedad asiduas a los salones del hotel, siempre dispuestas a arriesgarse con tal de ayudar al padre Eugenio con sus obras de caridad, se sirven de los anuncios para sus conspiraciones. Y hasta aquí puedo escribir.
Los personajes
La mayoría de los personajes de Los lunes en el Ritz son lo que yo suelo definir como personajes rompecabezas, creados con la esencia de personas reales. Pese a que se trata de una novela coral, en la que cada uno de los personajes tiene gran importancia, sin duda es Martina Romero la gran protagonista. Ella es la encargada de tomarnos de la mano en el prólogo y guiarnos por el resto de la obra. Para confeccionar su biografía me inspiré en Delhy Tejero, artista perteneciente al grupo de las denominadas Modernas, responsables del cambio de mentalidad que hizo posible que las mujeres ocuparan un espacio destacado en el panorama artístico del momento.
Martina, junto a su madre y las amigas de ésta, componen un grupo bastante peculiar. Pertenecen a la alta sociedad, sí, pero son demasiado estrafalarias como para que el resto de mujeres que transitan el Ritz las acepten de buen grado. A Piluca, una antigua actriz, casada con un exitoso empresario que la retiró de los escenarios, la consideran una advenediza. La madre de Martina es una francesa albina que pasa la mayor parte del tiempo despistada, y Tatita, esposa de militar, echadora de cartas y lectora de manos, es una excéntrica. Liderando esta particular tropa femenina se encuentra el padre Eugenio, un cura social, otro de mis personajes rompecabezas. Para componerlo me he inspirado en la labor de sacerdotes reales: Josep María Llorens, Basilio Álvarez, Leocadio Lobo, Cándido Nogueras, Matías Usero Torrente, Jerónimo García Gallego, Juan García Morales, Tomás Gómez Piñán, Vázquez Camarasa… y tantos religiosos a los que aún no se ha homenajeado, incapaces como somos de salirnos de las generalidades y los estereotipos. Sólo añadir como dato que la ira contra la Iglesia terminó con la vida de seis mil ochocientos cuarenta y cinco sacerdotes durante la Guerra Civil, según cifras ofrecidas por Antonio Montero Moreno en Historia de la persecución religiosa en España, 1936-1939.
Y como no sé escribir historias en las que el amor no sea un ingrediente fundamental no podía faltar un galán de película. Y nunca mejor dicho. Juan Bosco rescata la memoria de esos actores españoles que triunfaron en el Hollywood de finales de los años 20 y principios de los 30. Viajaban hasta los EEUU para rodar las versiones en español de las grandes producciones de la Metro-Goldwyn-Mayer y la Paramount. Durante un tiempo vivieron la vida de las estrellas de Hollywood, hasta que los americanos se dieron cuenta de que económicamente les salía mucho más rentable el doblaje. La mayoría tuvieron que regresar para buscarse las habichuelas en los teatros y en la titubeante industria cinematográfica patria. Pero algunos aprendieron inglés y se quedaron haciendo las américas, destacando por sus brillantes carreras. El murciano José Crespo fue uno de estos últimos y ha servido de inspiración para el personaje de Bosco.
Espero que estos pequeños pellizcos a lo que supuso el proceso de creación de Los lunes en el Ritz hayan despertado el interés de sus futuribles lectores. Anticipándome, les agradezco que quieran darle vida a mi mundo inventado. Y como decía al comienzo: gracias por hacerlo existir.
—————————————
Autor: Nerea Riesco. Título: Los lunes en el Ritz. Editorial: Espasa. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: