Fahrenheit 451 es uno de los libros más conocidos por tener como protagonista precisamente a los libros. Desde su famoso título, con la temperatura a la que arde el papel (232º en la escala Celsius), es una historia distópica, escrita en 1953 por uno de los grandes de la ciencia ficción de todos los tiempos, Ray Bradbury, y está ambientada en una sociedad que no solo ha prohibido los libros, sino que ha reconvertido a los bomberos en un cuerpo que se dedica a buscar y quemar todos los que encuentra. Aparte de los múltiples premios recibidos, la novela es famosa también por la adaptación al cine hecha en 1966 por François Truffaut, que inicialmente no fue bien recibida por la crítica, pero que después ha ido siendo mucho mejor apreciada. Esta semana, la HBO ha estrenado una nueva versión en un telefilme de poco más de hora y media, incluyendo actualizaciones como el papel de los medios de comunicación y los avances tecnológicos de ahora.
[Aviso de destripes en todo el texto]
El libro original tiene solamente unas 160 páginas de extensión, pero a pesar de eso encuentra espacio para otros temas asociados a la idea central de los bomberos quemando libros: Mildred, la esposa de Guy Montag, el bombero protagonista, pasa su tiempo en casa tomando pastillas para dormir y pendiente todo el tiempo de su «parlor wall family», o familia en la pared del salón, es decir, de una gran pantalla que cubre toda la pared y en la que se emiten programas de entretenimiento y cotilleo que Montag odia y desprecia. La falta de libros, y por tanto de educación, ha llevado a toda la población a carecer de elementos de juicio para entender nada más allá de lo que le ponen en las pantallas, e incluso el continuo ruido de los aviones militares que pasan por encima, presagio de una guerra aparentemente lejana de la que nadie habla, es ignorado por las masas. Hay incluso un momento en el que Mildred ha de ser salvada de una sobredosis de pastillas a base de hacerle una especie de sustitución de su sangre contaminada por otra nueva, que a su vez le provoca una amnesia completa de lo que le había pasado. Es decir, que estamos en una sociedad que ha llevado al extremo la máxima de que la ignorancia da la felicidad.
La parte de la familia de Montag se elimina completamente de la nueva película, pero en todas las versiones de la historia siempre se llega al momento de comunicar por qué se ha llegado a esto: básicamente, se considera que la cultura y los libros hacen infelices a la gente porque siembran su mente de dudas, desgracias e inseguridades, y enfrentan unos a otros dependiendo de qué filosofía de vida elijan o en qué religión se apoyen. En la trama del telefilme estas guerras de opinión llegaron a tal punto que en Estados Unidos hubo una «Segunda Guerra Civil» hace una generación, con ocho millones de muertos. Además, hay libros que ofenden tanto a determinados colectivos que se empieza por apartarlos de las listas de lectura, se continúa por prohibir su publicación y se acaba quemándolos para evitar el daño que puedan causar. Huckleberry Finn, de Mark Twain, tiene palabras racistas: al fuego. Richard Wright, con su Native Son, tampoco tenía muy contenta a la gente: al fuego. Henry Miller y Hemingway no recibían la aprobación de los feministas: al fuego. Y de ahí se fue pasando a que ya puestos, mejor quemarlo todo en favor de una igualdad ignorante donde, como se dice en inglés, «what you don’t know won’t hurt you» (lo que no sabes no te hará daño).
Común a las tres versiones son también varios otros elementos: uno es el de la mujer que cuando es atrapada prefiere arder junto a sus libros y su casa, encendiendo el fuego ella misma cuando sus preciosos tesoros están ya cubiertos de keroseno y listos para el lanzallamas. En el telefilme nuevo, el director, Ramin Bahrani, da un golpe de efecto extra al hacer que la mujer se haya revestido el torso de libros al modo del chaleco de un terrorista suicida, para subrayar lo extremo de sus convicciones. Otro detalle común es el del grupo de personas que viven aparte de la sociedad, dedicados a aprenderse de memoria uno o varios libros, como método desesperado para mantener viva la existencia de dichas obras cuando todo haya sido quemado.
El telefilme concentra toda su atención en la parte de los bomberos, su búsqueda de libros y los conflictos intelectuales que van teniendo al respecto, y una de las primeras curiosidades es la de ver cómo encaja la tecnología en todo ello. En 1953 y 1966 podría ser más o menos factible lo de eliminar toda la cultura de una nación a base de quemar todos sus libros, pero hoy en día, con internet, con los libros electrónicos y con toda la capacidad de almacenar cantidades inmensas de información en espacios diminutos, seguramente es imposible asegurar que todo ha desaparecido para siempre. El filme refleja esto haciendo que los bomberos principalmente quemen ordenadores y aparatos electrónicos (incluyendo CDs, DVDs y hasta cuadros, porque también están prohibidos el cine, la pintura y la música, excepto las canciones paramilitares de los bomberos), ya que según parece quedan tan pocos libros impresos que pronto mucha gente no habrá visto uno nunca en su vida. Y sí, el plan de los salvadores de los libros, las «anguilas», como se los apoda despectivamente en los medios, pasa por usar la nanotecnología disponible para ocultar y salvar todo el conocimiento humano, primero en rincones de las redes sociales y luego en la mismísima cadena de ADN de los seres vivos de todo el planeta. ¿Y dónde está la primera tabla de salvación? En Canadá. Pues sí, Canadá empieza a ser un detalle recurrente en la distopía estadounidense, desde El cuento de la criada hasta las medicinas baratas e incluso los juramentos de exilio si Trump ganaba aquellas elecciones que hubo en nuestro mundo (por lo que sabemos) real.
El uso de la tecnología es de lo más notable en el telefilme. En este futuro, «la vieja» internet se habrá convertido en algo llamado «El Nueve» (no se explica), un medio de masas que está por todas partes emitiendo imágenes en proyecciones sobre edificios, telas planas en las casas, o simplemente en el espejo del cuarto de baño, sin necesidad de pantallas. Los asistentes de inteligencia artificial de hoy, como Siri o Alexa, han quedado reducidos a uno solo, llamado Yuxie, que está presente en cámaras-ojo de 360 grados por doquier y que a menudo te pregunta por tu estado de ánimo cuando te nota tenso o incluso te sugiere-manda lo que deberías hacer. Las noticias llaman a los libros o cualquier material impreso «graffiti», y los bomberos que lo buscan y queman son auténticas celebridades que emiten sus llamaradas en directo a través del Nueve, en medio de proclamas de que «nuestros bomberos defenderán nuestra democracia». El mensaje que se da a toda la población es: «If you see something, say something». Si ves algo, di algo. El mismo que se ve hoy en día en todos los aeropuertos y estaciones del mundo anglosajón en el siglo XXI. Cuando una anguila es capturada, sufre un castigo terrible: se le borran las huellas dactilares y su identidad del Nueve durante varios años. Aunque no se desarrolla el tema mucho más, suponemos que eso significa que así ya no podrá acceder a ninguno de los servicios de la sociedad, que se ha tecnologizado hasta ese punto. Luego, se quema su material en directo al grito de «Burn for America again», no muy diferente del «Make America great again» de Donald Trump, y se piden «saludos +100» para los héroes.
El estado adoctrina a los niños desde la escuela, rechazando las acusaciones de las anguilas de que intenta limitar la información, con la excusa de que sí se pueden leer libros en el Nueve. Véanse ejemplos como la Biblia o Al faro, de Virginia Woolf, o Moby Dick. Sí, se puede. Pero con la mitad de sus palabras convertidas en unos emojis, que por otra parte aparecen como lluvia en todas las pantallas del Nueve, sustituyendo a cualquier expresión escrita, siquiera sea un breve tuiteo. Pero dejemos lo aburrido y pasemos ahora a lo molón de la charla: la superestrella Montag quemando libros con el lanzallamas cual si fuera un cowboy en un circo.
El tema de la educación y el adoctrinamiento acaba llegando también a las «fake news»: por ejemplo, aquí todo el mundo cree que el cuerpo de bomberos fue creado por Benjamin Franklin en 1736, en efecto, pero no para apagar fuegos, vaya tontería, sino para lo de siempre, quemar libros. ¡Si lo dice hasta el propio nombre, «fire-men»! En la película de Truffaut Montag hasta se ríe de lo ridículo de la idea: «Si todas las casas ya son a prueba de fuego, ¿para qué querrías gente que se ocupara de eso?». La desorientación ante lo que es verdadero o falso llega hasta el punto, en el telefilme, de que cuando se produce el suicidio de la mujer rodeada de libros, un anguila no se cree que haya sido verdad, prefiriendo creer que fue asesinada y las imágenes alteradas. En el telefilme, una de las anguilas capturadas ofrece otra clave de cómo hemos llegado a esto: «Antes había periodistas que escribían en persona, tras semanas o meses de investigación. Luego llegaron los bots, los programas de redacción automática y los titulares generados por algoritmos, más allá de los cuales nadie leía».
El telefilme comienza con un par de citas: «A menudo es mejor estar encadenado que ser libre», de Kafka, y «Es mejor ser feliz que libre», resumen muy cuestionable pero también defendible de la Carta de Derechos de los Estados Unidos. En la película de Truffaut no hay créditos iniciales escritos sobre la pantalla, sino leídos por una voz en off, para ilustrar desde el principio cómo sería una sociedad donde nadie lee y no hay nada escrito.
Tanto en el libro como en la película del 66, el capitán Beatty es un representante a rajatabla del orden establecido, sin ningún tipo de fisuras. En la versión nueva, presenta un conflicto mucho más matizado, como alguien que no es que defienda lo que hay porque se le haya negado la educación y por tanto el conocimiento de la posibilidad de cualquier alternativa, como a las nuevas generaciones, sino que siendo un hombre leído, está de acuerdo con el status al que se ha llegado, debido al trauma de que su padre muriera en esa Segunda Guerra Civil, e intenta mantenerlo cazando libros y anguilas sin piedad, porque «lo que quieren es caos en vuestras mentes y corazones». Lo primero que le oímos decir mientras entrena a sus hombres es «por ahí resopla», cita literaria que, como muchas otras, sus subalternos más jóvenes desconocen y toman por simples peculiaridades de su jefe, al igual que una referencia después a unas «sombras de fuego en una caverna». Luego, en la soledad de su casa, Beatty ciega las cámaras de Yuxie para escribir notas sobre papel de fumar con atormentadas frases como «Vivir es sufrir, pero sobrevivir es encontrar significado en el sufrimiento», usando un objeto ya casi desconocido en esta sociedad, un bolígrafo, antes de quemarlas con el mechero y volver a su puesto de garante de la felicidad colectiva. Es decir, que Beatty sigue necesitando esa válvula de escape, de reflexión y de duda que es la escritura, pero la mantiene oculta, reprimida y en último término reducida al olvido de las llamas. Las escenas en las que explica a Montag por qué ocurre todo esto en la sociedad en la que viven son de esas que un actor bueno ha de comerse de un bocado, y Michael Shannon y Cyril Cusack, respectivamente, se enfrentan a ellas desde ángulos diferentes en cada versión, pero igualmente efectivos: la duda lleva a la infelicidad e incluso al odio y al enfrentamiento, así que da a la gente una sola opción, o mejor ninguna, y todo solucionado. ¿Acaso no ha habido guerras no ya entre libros religiosos, sino entre diferentes interpretadores del mismo libro?
Uno de los personajes más cambiados es el de Clarisse, que en el libro es una especie de secundario extraño, una joven de 16 años, animada y vivaracha, que hace amistad con Montag antes de acabar atropellada por un coche inesperadamente (Bradbury achacaba a la creciente velocidad de la vida moderna varios de sus males, presentes y futuros). Truffaut la hizo sobrevivir en su película y la convirtió en uno de los «hombres libro» que memorizan uno o varios volúmenes, cosa que a Bradbury le gustó, aunque no tanto la idea de que la misma actriz, Julie Christie, interpretara a Clarisse y a la esposa de Montag, en un juego de espejos, identidades y repetición de motivos que fue una de las causas del inicial desagrado crítico. Bahrani, en el telefilme, la convierte en una chivata callejera, rebelde contra sus padres anguila y luego regresada al redil, a la que el poder establecido permite mantener sus huellas dactilares, y también algunos libros a modo casi de dosis de droga, a cambio de soplos a los bomberos sobre peces más gordos, mientras trafica con antediluvianos tocadiscos o reproductores de cintas de cassette. Ella será quien rellene la información que le falta a Montag: durante la Segunda Guerra Civil las empresas tecnológicas desarrollaron un sistema de predicción del pensamiento y se aliaron o se infiltraron en el poder político. Resultado: nos vendieron lo que les habíamos dicho que queríamos: la felicidad. Una felicidad a la que se llegó a base de apartar de nuestra vista todo lo que nos incomodara, mientras el Nueve nos mantenía entretenidos. La distopía definitiva, pues, no será la que nos hagan tragarnos contra nuestra voluntad, sino la que pediremos que nos proporcionen, como han demostrado varios resultados electorales. Y todo esto quizá también con un poco de ayuda farmacológica en forma de gotas para los ojos, para evitar que el cerebro recuerde lo que no debe.
Entre todo esto, Montag es quien nos lleva de la mano y quien con sus crecientes dudas ofrece un rayo de esperanza entre la distopía. Las interpretaciones del austriaco ario Oskar Werner y del californiano negro Michael B Jordan son muy diferentes entre sí, especialmente porque en la versión moderna Montag no tiene esposa ni vida familiar, y además su imagen de héroe público y famoso (Jordan además es parte del universo Marvel tras haber salido en Black Panther) contrasta con la del oficial anónimo y un tanto maniático que vuelve a casa en un curioso metro elevado, codeándose con los demás curritos que terminan su turno. Su final es diferente en cada versión [aviso extra de destripes]: en el libro Montag huye de la ciudad al bosque donde viven los hombres libro, se convierte en uno de ellos y cuando llega la guerra nuclear que presagiaban los bombarderos en el aire, es uno de los supervivientes que regenerará a la especie humana. En la película de Truffaut todo el tema de la amenaza nuclear se deja aparte, y se acaba simplemente con un poético final donde los hombres y mujeres libro recitan sus libros paseando por un idílico paisaje nevado, que fue filmado aprovechando la nieve que cayó inesperadamente en el día del rodaje, día que también era el cumpleaños de Julie Christie. Por último, en el telefilme todo es mucho más grimdark, que es el tono oscuro, adusto y siniestro que parece estar de moda ahora, y donde está prohibido el final feliz: Montag logra ayudar a que el pájaro que lleva en su ADN todo el conocimiento humano salga volando hacia Canadá, mientras el capitán Beatty, en medio de un inaudible grito desgarrado, abrasa a su antiguo alumno estrella con el lanzallamas. Visualmente, uno de los principales contrastes entre las dos películas es que en la primera todo ocurre de día y en la segunda de noche. En la primera Montag es un funcionario que trabaja de nueve a cinco y que hace sus hogueras en regulado horario laboral, mientras viaja en transporte público y luego duerme con la parienta en abotonado pijama de dos piezas. En la segunda es un héroe de acción con uniforme de cuero y que asalta casas y prende hogueras con nocturnidad y alevosía.
Tanto en la película como en el telefilme puede encontrarse una especie de placer lector, jugando a una especie de «sile, nole» con los muchos títulos que van saliendo en pantalla. El Quijote es el primero que aparece en la película de Truffaut, pero en varias escenas se acaban viendo decenas más de portadas, entre ellos el Mein Kampf de Adolf Hitler, libro que habría quien sí aceptaría quemar para siempre. Darwin, Maupassant, García Márquez, Lolita, Heródoto, Dumas, Conrad, Goethe, Shakespeare, las partituras de Beethoven, las pinturas de Vermeer o Leonardo, fotos de Toro Sentado, Lincoln o la llegada del hombre a la Luna, además de textos en chino, árabe o ruso, son solo unos pocos de los que aparecen consumidos por las llamas en los créditos iniciales del telefilme. En una escena rápida también se atisba un Harry Potter ardiendo. Cada versión nueva que se haga incorporará títulos diferentes en algunos casos, mostrando qué le dolería a cada nueva generación que les quemaran. ¿Y tú, mientras? ¿Renunciarías a todo eso por ser feliz?
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