Gonzalo Pernas, periodista cultural, escritor, poeta, guía de montaña y colaborador de Zenda, publica Todo se precipita (Huerga y Fierro). En sus palabras: «Otros mundos, aunque, como escribiera Yeats, siempre en este. Todos posibles y conniventes; una exploración de lo cotidiano, si no de la Naturaleza, uno y otra, lleno, llena de misterios a destilar”. Adelantamos cinco poemas:
Guixar
Llueve en Guixar, en las estaciones del mundo,
en cada traviesa… cada catenaria renegrida.
No sobre aquellas sino en aquellas;
en su intemporalidad misteriosa y mundana.
Llueve en los vagones varados color sangre;
viejos leviatanes que conversan mudamente.
No sobre aquellos sino en aquellos;
en su digna y herrumbrosa obsolescencia.
Llueve, a través de los techados de los andenes,
en las recuas de rostros rojizos y grisáceos.
No sobre aquellas sino en aquellas;
en su caminar humedecido, parsimonioso.
Llueve por tanto en ti como igualmente en mí,
en lo que fuimos y en lo que ya no seremos.
No sobre nosotros, ni en nosotros;
sólo en el cadáver de lo nuestro, aun intacto.
Entierro (La serpiente)
Se desliza bajo lluvias y resoles,
toda ensortijada por la calle que va al monte.
Y suena como una fricción de telas,
o un éxodo de ancianas,
o una canción de arena.
Va subiendo por la uve de antracita,
y ya casi besa la cancela corroída.
Sueña con espuma cincelada,
o un litoral de ámbar
o con música marina.
Se pliega en el umbral y se disgrega,
ya tamizada en la trama de la verja.
Y suena como a pasos apagados,
o un vaivén contrito,
o una marea muerta.
Apunte de agosto
Un otoño más.
Los recuerdos de sargazo y de nácar.
Las primeras lluvias fuera.
Las mismas bocas gesticulantes en el bar.
Las mismas porciones de milicia,
incluyendo a los reclutas neonatos
y a las abuelas primerizas;
el rímel, el suelo pegajoso,
la algarabía burda, el mismo mar de rostros.
¡Qué lejos estáis todos y qué ajenos!
Los recuerdos de sargazo y de nácar.
Espejos en el barro
Labios en la arena endurecida,
fría cuando marzo arranca tibio.
Dos, tres reservas de agua sucia
y otros tantos ojos lisos,
ignorados,
esperando.
Hierros calcinados en la arena,
concentrados en pequeñas migraciones,
motas de materia transformada,
enseres inservibles,
cercenados,
esperando.
Labios a la luz de días largos,
aunque no tanto como los de mayo o junio;
Pares que se extienden en la tierra
sin que nadie los sospeche,
provisorios,
esperando.
11
Yo,
ya solo espero la noche.
Los brazos infinitos de la noche,
fríos y mudos,
azules,
ocelados.
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