En abril de 1976 Julio Cortázar llegó a La Habana. Allí escribió “Apocalipsis en Solentiname”, que publicó formando parte del libro de cuentos Alguien que anda por ahí (Alfaguara, 1977). El relato lo había escrito Cortázar a su vuelta de Nicaragua, en donde se había reunido con sus amigos Ernesto Cardenal, Claribel Alegría, José Coronel Urtecho y Sergio Ramírez, entre otros escritores y poetas. Solentiname, que en náhuatl significa «Lugar de hospedaje», es una utopía social y artística que Ernesto Cardenal construyó sobre una estética vinculada a la teología de la liberación que fue el motor del levantamiento contra la dictadura de Somoza.
Dice Julio Cortázar:
«…Solamente que a las siete, cuando ya era hora de caminar por San José y ver si era sencillo y parejito como me habían dicho, una mano se me prendió del saco y detrás estaba Ernesto Cardenal y qué abrazo, poeta, qué bueno que estuvieras ahí después del encuentro en Roma, de tantos encuentros sobre el papel a lo largo de años. Siempre me sorprende, siempre me conmueve que alguien como Ernesto venga a verme y a buscarme (…). Bajamos en Los Chiles y de ahí un yip igualmente tambaleante nos puso en la finca del poeta José Coronel Urtecho, a quien más gente haría bien en leer y en cuya casa descansamos hablando de tantos otros amigos poetas, de Roque Dalton y de Gertrude Stein y de Carlos Martínez Rivas…».
Desde muy joven, Ernesto Cardenal se sintió comprometido políticamente, y con menos de 30 años participó en la lucha contra el dictador Anastasio Somoza; posteriormente fue ordenado sacerdote y se fue un tiempo a un monasterio en Kentucky, en Estados Unidos. Fue al regreso a su país cuando funda esa comunidad en la isla de Solentiname.
Su vida, hasta el derrocamiento de la dictadura somocista en 1979, transcurre entre el estudio de filosofía y letras en la UNAM, la poesía, el sacerdocio y su compromiso constante con el ser humano. La poesía de Cardenal es coloquial sin perder nunca el sentido lírico que la sustenta; su verso libre es moderno e irónico y le confiere un tono mágico a la cotidianidad sin abandonar la vertiente cívica dentro de su experiencia religiosa. Cuando Ernesto Cardenal publicó Oración por Marilyn Monroe y otros poemas, corría el año 1965, es decir, tres años después de la muerte de la actriz. Aquellos versos arrancaban como prometía el título, como una oración, una plegaria que le da todo el sentido al poema:
Señor
recibe a esta muchacha conocida en toda la tierra con el
nombre de Marilyn Monroe
aunque ese no era su verdadero nombre
(pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada
a los 9 años
y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)
y ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje
sin su Agente de Prensa
sin fotógrafos y sin firmar autógrafos
sola como un astronauta frente a la noche espacial.
Solo con estos primeros once versos Cardenal resume la vida de Marilyn desde sus comienzos como “empleadita de tienda” hasta su terrible final, sin maquillaje, sin agente de prensa, sin fotógrafos… para concluir con la imagen de la más absoluta soledad, como la que debe sentir “un astronauta frente a la noche espacial”. Y sesenta y ocho versos más adelante, Ernesto Cardenal le pide a Dios que la ayude en ese trance final, que no la deje vagar sola por la nada, que atienda esa supuesta llamada telefónica que dicen que hizo en el último momento de lucidez:
Señor
quienquiera que haya sido el que ella iba a llamar
y no llamó (y tal vez no era nadie
o era Alguien cuyo número no está en el Directorio de Los Ángeles)
¡contesta Tú el teléfono!
Tras años de guerrillas, en 1979 triunfa la Revolución Sandinista y a Ernesto Cardenal lo nombran ministro de Cultura. Hasta ese momento no deja de escribir: Hora cero (1960), Epigramas (1961), Gethsemani, Ky (1960), Salmos (1964), Oración por Marilyn Monroe y otros poemas (1965), El estrecho dudoso (1966) y Homenaje a los indios americanos (1969), que va radicalizándose con libros como Canto nacional (1972), Oráculo sobre Managua (1973), y que continúa publicando hasta que termina su mandato político con Tocar el cielo (1981), Vuelos de victoria (1984) y Cántico cósmico (1989), que pasado un tiempo continúa con Los ovnis de oro (1992), Telescopio en la noche oscura (1993), Antología nueva (1996), Vida en el amor (1997)…
Hay mucho más, pero estas líneas huyen de lo exhaustivo porque buscan otro sentido, el de felicitarnos por los 93 años que ha cumplido Ernesto Cardenal y que solo el alma gemela en el compromiso social y en el arte de Daniel Mordzinski nos recuerda con estas bellísimas fotografías.
En 1979, los sandinistas Ernesto Cardenal, como responsable de cultura, y Sergio Ramírez, vicepresidente del Gobierno, con Daniel Ortega al frente, iniciaron el cambio revolucionario y todos los que aún creíamos que otro mundo era posible nos sumamos al proceso de recuperación de la identidad nacional de Nicaragua y vivimos unos primeros años en que sus dirigentes huyeron del enriquecimiento personal, de los negocios a la sombra del Estado o de favorecer el interés económico de unos pocos. Los intereses entonces eran paliar el analfabetismo que en centros de montaña como Siuna, El Cuá y Río San Juan llegó al 95%, así que lo primero que hizo el gobierno revolucionario fue intentar transformar las condiciones de vida de la sociedad, sobre todo de los más pobres, pero antes que nada de las condiciones de salud y de las condiciones culturales, y por eso, en solo seis meses, organizaron la cruzada nacional de alfabetización que consiguió bajar los índices al 12%. Pero la guerra estaba a la vuelta de la esquina y la Contra, con el apoyo del gobierno Reagan, impidió que el proceso revolucionario se renovara.
Desde hace unos años negros, Daniel Ortega sigue aferrado al poder de una Nicaragua al borde del caos y a perseguir a Cardenal, y uno recuerda con melancolía el Adiós a todo esto, de Robert Graves, y regresa a la memoria esperanzada que nos traen los retratos de Mordzinski, y vuelve a la poesía de Ernesto Cardenal… “porque él purificó en sus poemas el lenguaje de su pueblo, / en el que un día se escribirán los tratados de comercio, / la Constitución, las cartas de amor, / y los decretos”.
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