Jesús Munárriz (San Sebastián, 1940) traduce poemas cuando se aburre, mientras viaja:
—Hay gente que se entretiene haciendo seppukus… No, no se dice seppukus.
—Sudokus.
—Eso, sudokus. ¿Sabes lo que es el seppuku?
—Ni idea.
—Es el harakiri completo.
«Traducir» viene del latín traducere, que significa «pasar de un lado a otro», y Munárriz ha pasado, por ejemplo, del alemán, del francés, del portugués o del inglés al español a Hölderlin, a Goethe, a Rilke, a Baudelaire, a Eugénio de Andrade o a Keats. El etcétera es más largo que el Amazonas.
Amén de traductor, fue cantautor, es poeta —contando antologías, portan su firma más de treinta libros— y editor. Capitanea, desde 1975, Ediciones Hiperión, una de las editoriales de poesía más importantes de la lengua nuestra. Ha publicado a muchos y a muy buenos —aunque también hay «compromisos o cosas del momento»—: su catálogo de autores ocupa 72 páginas. Es Caballero de la Orden de las Artes y las Letras por la República Francesa. Ha recibido premios y medallas a punta de pala.
Conversamos en un bar donde sirven una cerveza espectacular a ritmo de reguetón, bachata y/o trap —vamos, músicas tribales de esas en las que se balbucea sobre fornicar como animales—. Pum, pa pum pa pum, pa pum pa pum.
Empezamos.
P: Señor Munárriz, ¿»nadie será testigo del triunfo del silencio»?
R: (Piensa) Bueno, es una pregunta un poco retórica. El silencio es una obsesión de los poetas. Siempre dándole vueltas al silencio… El silencio permite cualquier interpretación. Se le puede dar el peso que uno quiera, pero atrae mucho porque la palabra lo anula, porque es lo que rodea la palabra, etcétera. Un posible triunfo final del silencio sería el fin del planeta, y supongo que no habría nadie que fuera testigo de eso. Últimamente, del silencio hablo poco.
P: En estos tiempos ruidosos, ¿cómo se entiende la poesía?
R: García Martín, un poeta y crítico, dice: «Se puede decir de la poesía cualquier cosa y la contraria». Realmente, es así. Ahora, acabamos de publicar un libro que hemos hecho Fermín Herrero, el poeta soriano, y yo. Hemos estado varios años recopilando textos sobre la poesía, el poema y el poeta. Tenemos varios miles de citas. Y seguimos: el libro ya está publicado, y tenemos otras dos o tres mil citas que hemos coleccionado tras ese primer libro. Todos los que tocan el tema, en cuanto les tiras un poco de la lengua, empiezan a decir lo que es, lo que no es, lo que debe ser la poesía… Es un tema inagotable porque no hay manera de definirla: digas lo que digas, siempre puede salir uno con lo contrario, lo lateral… Hay poesía de todos los tipos: hay una, precisamente, que se llama poesía del silencio. Que no es del silencio: si no, no existiría (risas). Pero se llama así. Hay poesía realista, cotidiana, sencilla, coloquial, humorística, metafísica, filosófica, seria, dramática, histórica… yo qué sé. Lo único que está un poco más claro es que no es lo mismo poesía que prosa. Pero, aun así, tampoco está muy claro: últimamente se lleva mucho la prosa poética y la poesía en prosa, que también se diferencian entre sí levemente… Esto viene de Baudelaire, que escribió los poemas en prosa, y de Aloysius Bertrand, que lo hizo antes que él. Entonces, cabe todo. Supongo que caben versos que no son poesía, como puede ser un anuncio publicitario.
P: Hay mucho presunto poeta en Twitter, en Facebook, en Instagram…
R: Claro. Ahora, con los medios de difusión masivos, te encuentras auténticos bodrios. La gente mete de todo. Supongo que se creen buenos. No hay poeta que no crea que es bueno, por malo que sea. Y más vale no llevarles la contraria (risas).
P: Eugenio Montale dijo que «un poeta comprensible tiene pocas posibilidades de sobrevivir». ¿Cómo lo ha conseguido usted?
R: Eso lo metí yo en un poema mío como cita. Montale sabía que, efectivamente, un poeta fácil se acaba en una lectura. Puede ser muy popular, pero la transmisión de la poesía se hace a través de la enseñanza, de los libros de historia de la literatura y de los profesores, que son los que se dedican a interpretar y a dilucidar lo que dicen los poemas. Entonces, un poeta que se lee y a la primera has entendido todo, pues digamos que se acaba ahí el trabajo, mientras que si no sabes lo que ha querido decir, tienes que volver al principio, darle vueltas, se escribe sobre él, se estudia… y eso hace que perviva mucho más. Tenemos a Góngora, que tiene una poesía juvenil que es sencillísima. Unos poemitas, unos romancillos que, a la primera, los pilla cualquiera. Pero los que le han hecho famoso son los poemas de última hora, las Soledades. Tomando como modelo a los latinos, sobre todo, por cómo hacían la poesía, con el idioma latino, que tenía una sintaxis muy complicada y muy distinta, pues Góngora seguía modelos de ese tipo, y, durante varios siglos, la gente pensó que estaba loco. Pero, ahí seguía, seguía y hasta el siglo XX, cuando el centenario de Góngora, pues Dámaso Alonso se puso a desmenuzarlo, verso a verso, palabra a palabra, y vio cómo todo lo que decía Góngora tenía sentido. Lo que pasa es que lo decía de una forma alambicada, poética, etcétera, que es lo que quería: hacer algo perdurable, como si fuera Virgilio o cualquier poeta de la Antigüedad. Entonces, yo creo que Montale vio eso en ese sentido: un poeta fácil, lo lees, dices «me gusta» o «no me gusta», y ya está; en cambio, un poeta difícil da muchísimo de que hablar y de que escribir.
P: ¿Y qué es lo más inteligente que puede hacer un poeta hoy?
R: Sería discutible (risas). Hay una poesía ahora que está triunfando, la que vende miles de ejemplares, y es la que escriben raperos, cantautores, que es una poesía sentimental, juvenil, sin ningún peso literario. Y tiene un éxito enorme.
P: ¿Y un editor de poesía?
R: Eso ya no lo sé (risas). Eso es otra historia. Yo, de esa poesía, no he publicado nada. No entro en ella porque me parece que no tiene calidad. Pero las editoriales que anteponen el negocio, que son casi todas, han entrado en esto. Hay editoriales que jamás han tocado la poesía y que ahora publican a estos chavales. Hacen de intermediarios. En realidad, la función del editor es de intermediario, nada más. Lo que pasa es que es una especie de filtro, y tiene esa capacidad, si el editor tiene criterio, de coger cosas buenas y rechazar cosas malas, creando un fondo con interés.
P: Hiperión palpita desde hace más de 40 años. ¿Cómo surgió la cosa?
R: Yo ya había sido editor antes, no de poesía. Un grupo de amigos, en el año 65 o por ahí, siendo estudiantes, montamos una editorial que se llamaba Ciencia Nueva. Era de ensayo e intentaba ser antifranquista dentro de lo que se podía intentar. Se editaban autores marxistas, traducciones, cosas que nos llegaban de Argentina o México con cuentagotas… Durante esos años, hubo una ligera apertura con Fraga Iribarne, que hizo una ley de prensa que pasaba censura… Bueno: intentamos hacer una editorial de izquierdas. Y, de hecho, editamos más de cien títulos en dos o tres años y tuvimos bastante éxito. En el año 68, nos la cerraron en un año de mucho follón político, con las huelgas de mineros en Asturias y cosas así. Parece ser que en un Consejo de Ministros, Fraga, que además de ministro de Información lo era de Turismo, quería quitar el estado de excepción porque decía que venían menos turistas. Entonces, los ministros militares, que entonces había tres, uno por tierra, otro por mar y otro por aire, le dijeron: «Quitamos el estado de excepción, pero tú cierras las editoriales que publican cosas que no se deben». Cerraron cinco o seis, entre ellas la nuestra. Luego puse una librería. Estaba en una lista negra de autores subversivos. Me negaban el permiso cuando intentaba salir como «Jesús Munárriz, editor». A finales del 75, cuando Franco andaba ya de clínica en clínica, tuve una entrevista con el director general de lo que fuera, y me dio la trampa él mismo. Me dijo: «Hombre, no le podemos dar el permiso, pero que lo pida una persona sin antecedentes políticos». Yo dije: «Mi madre». Pues perfecto. Entonces, empezamos como «Isabel Peralta Ediciones». El funcionario nos dio el permiso en el 75 y, cuando publicamos el primer libro, ya había muerto Franco.
P: ¿Cuál fue?
R: Hiperión, de Hölderlin, que es el que dio nombre a la editorial. Lo había traducido yo, lo tenía traducido y estaba esperando que se pudiera sacar.
P: Como editor, ¿algún libro que le haya hecho especial ilusión publicar?
R: Ese, desde luego. Ese libro lo había descubierto en Alemania. Yo estudié Germanística y fui a unos cursos para germanistas en la Alemania Oriental de entonces. Traduje a un académico de Berlín Oriental que editó un libro sobre lingüística española del Siglo de Oro, y luego él me invitó a unos cursos. Allí, el tutor que puso la Universidad de Jena, un licenciado joven para que me situara y me acompañara, me regaló Hiperión. Me pareció magnífico. Al volver a España, busqué si estaba publicado. No lo estaba. Me fui a la Biblioteca Nacional y de Hölderlin no había más que un par de libritos. Y me puse a traducirlo. Y quería editarlo. Y en cuanto vi la oportunidad, lo hice.
P: ¿Algún libro del que reniegue?
R: Hay muchos (risas). Hay muchos malos. Sí, porque editas muchas cosas por compromisos o cosas del momento. Nosotros, por ejemplo, tenemos unos diez premios anuales. Vamos, son premios que dan ayuntamientos, cajas de ahorro, diputaciones, y por un acuerdo que tenemos, los sacamos nosotros. Y a veces sale un libro que al jurado le gusta. Y yo suelo estar en los jurados, pero en los jurados son cinco y yo soy uno (risas). Hombre, no es que sean horrorosos, pero yo hubiera preferido otros.
P: Ha escrito: «El que nunca traspasa ciertos límites / ni incurre / ni comete / ni transgrede / ni encubre / ni viola…». ¿Ha traspasado más límites como editor o como poeta?
R: (Piensa) O como ciudadano (risas). Bueno, siempre es un desafío traspasar límites en todo. Es mucho más divertido, animado, creativo. Los que venimos de aquella época, bregados en la época del franquismo y de las luchas, teníamos la manía de ir siempre a la contra, y no se nos ha quitado. A mí, al menos. Entonces, lo establecido, el poder, lo que se lleva, lo que hay que hacer… siempre lo miro con recelo. Me gusta más lo otro. En el colegio de jesuítas donde estudié, hacían concursos para ver quiénes sabían más y dividían a la clase en romanos y cartagineses. Yo prefería ser cartaginés: los romanos eran los vencedores y, ya por eso, me caían mal.
P: También ha escrito: «Si algo ha marcado el rumbo de mi vida / es, sin duda, el deseo». ¿Sigue suscribiendo?
R: Es una de las cosas que marca la vida, lo que pasa es que, a mi edad, el deseo está muy aminorado (risas). Pero sí, el deseo es un aliciente para la vida, una forma de buscar placer, felicidad, bienestar… Sí, el deseo es muy creativo. Lo que pasa es que, claro, se va aminorando con los años.
P: Preparando la entrevista, descubrí que usted hizo con Aute el disco Forgesound.
R: Es un disco que, cada equis tiempo, resucita. Está «Sillón de mis entretelas», que va de un político que no quiere dejar el cargo.
P: O «Ay, Suiza, patria querida».
R: Cada vez que pillan a uno que se ha llevado el dinero suena en alguna radio, sí. Es un disco que, pese a los años, sigue teniendo una aplicación práctica. El disco surgió porque yo, entonces, vivía en Pozuelo, en una casa de estas adosadas. En lugar de adosados, las llamábamos entonces «acosados» (risas). Éramos vecinos: yo vivía en el 9 y Forges vivía en el 10. No sé cómo, a mí se me ocurrió ponerle musiquilla a un personaje de Forges, que era Mariano, ese tipo flaco, funcionario, que vivía con Concha, que era una gorda y tal, y entonces Concha le decía «Mariano, Mariano, / no te marcas un gol desde el verano». Ese fue el verso inicial. Se lo dije a Eduardo, le gustó la idea, y pasamos a casa de Forges, al que le pareció fenomenal. Entonces, era Semana Santa, nos encerramos e hicimos el disco entero en ocho días. Medio verso de uno, medio de otro, no sabemos quién hizo cada cosa. Un día, hicimos un pasodoble, «Antonio Fraguas, el Forges», y lo estábamos cantando como a las dos o tres de la mañana. Al día siguiente, nos contaron que lo empezó a oír Pilar, la mujer de Forges. Y lo despertó: «Antonio, Antonio, están cantando ‘Antonio Fraguas, el Forges’». Y, desde la cama, pegados a la pared, se pusieron a escuchar. Hicimos una sobre los procuradores en cortes, lo que son diputados, que la prohibió la censura. No sé qué diríamos. No ha quedado rastro. En las demás, la censura hizo algún retoquito. En una canción hablábamos del «boletín oficial» y tuvimos que cambiarlo por el «papelín general». Luego, buscamos a gente para cantarlo, como Rosa León, su hermana Julia, Teddy Bautista, que entonces no había tenido todos esos líos que tuvo con la SGAE… Luego, buscamos a un arreglista, el maestro García Morcillo, que era un hombre mayor y uno de los autores de «La vaca lechera». Le pedimos una cosa como retro. Nos hizo la orquestación, buscó los maestros para grabar, y nos quedamos encantados. Salió el disco en Ariola y se vendió muchísimo. Ha sido la única grabación que ha quedado mía. En ese mismo año, me ofrecieron hacer un LP, y me dijeron: «Prepara doce canciones, porque la censura tachará alguna…». La censura tachó once (risas). Eran, evidentemente, digamos, de oposición, ¿no? Luego se publicaron en una colección de poesía en Granada, que dirigía García Montero. Pero la música…, bueno, de vez en cuando aparece algo. Yo dejé de cantar. La última canción que hice fue con Aute por un encargo de Sánchez Dragó. El programa era Biblioteca nacional. Escribí la letra, Aute la música, había una chica que cantaba y, en veinticuatro horas, ya estaba hecha. «Todo está en los liiibroos…». Era muy pegadiza. Y Dragó, según se ha ido cambiando de programa, ha ido poniendo la musiquilla (risas). Mucho después, escribí un poema en el que decía: «Todo, menos la vida, está en los libros» (risas).
P: ¿Cómo está «su hermano» Aute?
R: Pasó una temporada espantosa. Estuvo en coma unos dos meses. No respondía a ningún estímulo. Pensamos que no se iba a recuperar. Luego lo trasladaron del hospital a una clínica y empezó a recuperarse. La recuperación continúa, lenta, con cosas distintas… yo qué sé: tiene mucha dificultad con la pintura; en cambio, puede hablar perfectamente en cuatro idiomas: inglés, francés, español y tagalo, que lo aprendió de pequeño en Filipinas. Tiene dificultades de expresión, habla despacio, pero poquito a poquito… Todos los días sale, da un paseo, intenta recuperar la música, el dibujo, la escritura. Aute era un hombre que no paraba un segundo. Saltaba de una cosa a otra y las combinaba. Escribiendo, haciendo los «poemínimos», las «poemigas», que son un invento de él… Y hacía cine: tiene unas películas de dibujos animados que están hechas imagen a imagen, con bolígrafo, con pluma… Para hacer un movimiento tiene que hacer diez dibujos distintos, como cuando inventaron los dibujos animados. Da mucha pena que esa enorme capacidad creativa se le ha rebajado mucho pero, afortunadamente, ha superado el coma, está en perfectas condiciones de hablar, de escuchar, de comprender. Tiene una voluntad enorme y eso ha contribuido muchísimo. Yo espero que aún se recupere más.
P: Para finalizar: hemos pasado de tener un ministro de Cultura presentador, tertuliano y escritor a, una semana después, tener a un verdadero gestor cultural. ¿Usted cómo ha seguido esto?
R: Al presentador no lo conocía de nada (risas). Luego me enteré de que salía con Ana Rosa y tal… El aire no me parecía muy serio para ministro de Cultura. No me parecía una persona de peso, que es lo que supongo que debe ser un ministro de Cultura. Luego vi que se enfadó mucho, con eso de la jauría que decía (risas). Hombre, a nadie le gusta que le quiten del puesto. Y menos, en una semana. Como dijo luego el presidente Sánchez, debía haber dicho que tenía esa red. Ahora ha puesto a un gestor cultural, con mucho más peso. Supongo que tampoco sabe nada de deporte (risas), como el otro, pero, para eso, que busquen a un entrenador de fútbol. Ya leí una cosa en internet, que le reprochan que, habiendo sido un gran animalista y antitaurino, pues claro, ahora le toca la tauromaquia…
P: En un acto de Capital Animal, dijo que los animales «son iguales en inteligencia al ser humano».
R: Claro, y ahora le toca ser ministro de las corridas de toros, ¿no? En España tenemos algunos problemas de estos, que se arrastran desde siempre. En Pamplona tienen una pelotera con los sanfermines. Como hay mucha lucha por quitar los toros, los animalistas van el día 5 y se embadurnan con un líquido rojo, como si fuera sangre, y se desnudan. Pues el alcalde, que es uno de estos batasunos, parece que apoya esto. Dice que el encierro le parece bien, pero la corrida… Pero sin corrida no hay encierro. Son los mismos toros.
P: ¿Y qué es lo que le pediría al ministro de Cultura?
R: No me gusta pedir nada a ningún ministro. Soy un poco alérgico, como te he dicho antes, al poder. Pero vamos, si se trata de animarle a que haga algo, pues el otro día, Julio Llamazares, en su columna de El País, decía que aquí se subvenciona la compra de coches pero no las bibliotecas públicas. Cuando llegó la democracia, empezaron a hacer bibliotecas públicas, pero no había fondos para comprar libros. En los pueblos, los primeros ayuntamientos democráticos montaban bibliotecas, y escribían a las editoriales. Habían gastado en edificios, obras, estanterías, pero no en libros. Y querían que las editoriales regalaran libros. Subvencionar las bibliotecas, o las librerías. Las librerías de verdad, no esos supermercados con libros.
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