La noche del 24 de abril de 1891, Holmes acudió inesperadamente al consultorio del Dr. Watson. Se le veía bastante desmejorado y pensativo a pesar de los éxitos que acababa de cosechar en Francia. El detective enseguida se dio cuenta del minucioso grado de observación al que estaba siendo sometido por parte de su amigo (algo muy propio de un médico) y se dispuso a descargar en aquella tranquila conversación nocturna todas sus inquietudes.
Le dijo a Watson que ya no podía más, que estaba sujeto a una constante persecución por parte de Moriarty y que acababa de sufrir una serie de peligrosos accidentes que tenían toda la apariencia de ser hábilmente provocados. El detective le hizo una descripción detallada de la maldad de su enemigo, de la red de cómplices que tenía diseminados por Londres y de los delitos que todos los días se cometían en la gran ciudad bajo su dirección, que resultaban totalmente fortuitos a los ojos de la policía, pero que a él no podían engañarle. A Holmes se le veía preso de una lánguida ansiedad y de un nebuloso hastío.
Se daba la circunstancia de que Moriarty había tenido la desfachatez de visitarlo aquel mismo día, sin que mediara previo aviso, causándole un gran sobresalto y de paso se permitió darle un serio ultimátum. Le dijo que dejara de vigilarlo, perseguirlo y entorpecer sus planes. En caso contrario uno de los dos tenía que desaparecer del mapa. Le advirtió de que recibiría tres peligrosos avisos y si no hacía caso de ellos el paso siguiente sería una carta con instrucciones para tener un duelo mortal fuera de la ciudad de Londres, a ser posible en el continente. Deseaba contar con un escenario adecuado para dirimir sus diferencias.
Holmes le contestó que estaba totalmente de acuerdo y que lo tenía por completo a su disposición para que se cumplieran sus deseos, que a fin de cuentas compartían los dos. Podía ser un duelo a pistola o cualquier otra forma de lucha, pero Moriarty se negó a tener una pelea convencional. Le advirtió de que los citados avisos iban a ser muy contundentes y luego, en el caso de que no cediera ante ellos, se verían en cierto lugar en el día y la hora señalados por el profesor. Dicho esto abandonó la sala de estar con paso cansino y rumiando su venganza.
Es digno de apuntar que al principio de esta conversación Holmes le preguntó a Watson, con cierta malicia, si acaso sabía quién era Moriarty, y Watson le respondió con una rotunda negativa. Aquí se comete un error por parte del ayudante y biógrafo del detective, quizá debido a su mala memoria, pues idéntica pregunta le hizo Holmes al principio de la novela El valle del terror, y la contestación fue de algún modo afirmativa. Es evidente que al haber acontecido ambas aventuras con tres años de diferencia su contenido se había desdibujado en la mente de Watson, lo que hacía que la teoría de Holmes cada vez cobrara mayor consistencia. Es decir, que la enorme fortaleza de Moriarty se sustentaba en el hecho de que la mayoría de la gente, incluida la policía, ignoraban su existencia. El matemático había sabido hallar una capa invisible, algo parecido a un barniz elaborado con diversas capas de incertidumbre, que convertían su nombre y su persona en algo inexpugnable.
Acto seguido, Holmes le preguntó a su amigo si la señora Watson estaba en casa y el doctor le respondió que se encontraba fuera de la ciudad en una visita. Esta respuesta impulsó al detective a sugerirle que se fuera con él una semana al continente. Watson acepto porque el doctor Jackson se haría cargo de su consulta. Había algo raro en esta propuesta, ya que no era normal que Holmes se tomara unas vacaciones sin mediar un serio motivo para ello. Quizá la palidez y el cansancio que mostraba su rostro fueran los motivos que le impulsaban a tomarse un descanso. «Los Alpes suizos serían un buen destino para recuperarnos los dos». La certera elección demostraba que el detective ya tenía un ligero conocimiento, posiblemente sugerido por el confidente Porlock, del lugar aproximado donde iba a celebrarse el duelo a muerte. Pero recordemos que Moriarty le había advertido de que antes recibiría tres avisos, y el Napoleón del crimen siempre cumplía sus promesas.
Holmes, por prevención, no se quedó a dormir en casa de Watson y se escabulló escalando el muro trasero de la casa que daba a Mortimer Street. Habían quedado para la mañana siguiente en la estación Victoria en el segundo compartimiento de primera clase del Continental Express, pero el detective advirtió de que iría disfrazado. Antes de acostarse aún tuvo tiempo de abrir otro mensaje de Porlock que sólo le daba una escueta referencia: «Ratas».
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