El escritor galés D. B. John nos traslada en este original thriller a Corea del Norte, uno de los países más herméticos del mundo. En Infiltrada, novela publicada por Salamandra y traducida por Javier Guerrero, nos conduce por campos de entrenamiento de la CIA, misiones diplomáticas envueltas en alambre de espino, bases secretas, laboratorios experimentales y campos de trabajos forzados de Corea del Norte. Ofrecemos el comienzo del libro.
En Corea del Norte muchas cosas son más extrañas que la ficción. Es una monarquía marxista hereditaria cuya población está encerrada, aislada del mundo exterior. Se les dice a sus habitantes que viven en una tierra de abundancia y libertad, pero mandan a los niños a campos de prisioneros por los «crímenes de pensamiento» de sus padres y el régimen utiliza las hambrunas como medio de control político. Dado que a lo largo de los años el Estado norcoreano se ha comportado de un modo que los extranjeros pueden encontrar muy difícil de creer, y aún más difícil de comprender, tal vez los lectores estén interesados en conocer qué elementos de la novela se basan en hechos reales.
Con este fin, hay una nota del autor al final del libro, aunque sólo debería leerse una vez terminada la novela, ya que contiene algunos spoilers.
Prólogo
Isla de Baengnyeong, Corea del Sur
Junio de 1998
El mar estaba en calma el día en que Soo-min desapareció.
Observó al chico, que preparaba una fogata con maderas arrastradas por el mar. La marea estaba subiendo y llegaba acompañada de nubes altas que empezaban a adquirir un tono rosado pálido. Soo-min no había visto ni un solo barco en todo el día y en la playa no había nadie más. Tenían el mundo para ellos solos.
Enfocó con su cámara y esperó a que el chico volviera la cabeza.
—¿Jae-hoon…?
Después, la fotografía que tomó Soo-min mostraría a un joven de diecinueve años, de miembros fuertes y sonrisa tímida. Tenía la piel oscura para ser coreano y una capa de sal le cubría los hombros, como si fuera un pescador de perlas. Soo-min le pasó la cámara y el chico le hizo una foto a ella.
—¡No estaba lista! —protestó la joven, riendo.
En esta fotografía, Soo-min aparecería apartándose la larga melena de la cara, con los ojos cerrados y una expresión de pura alegría.
El fuego se avivaba ya, la madera crujía y se quebraba. Jae-hoon colocó una sartén abollada encima del fuego, la equilibró sobre tres piedras y le echó un poco de aceite. Luego se tumbó al lado de su amiga, donde la arena estaba blanda y caliente, justo por encima de la marca de la marea alta. Se apoyó en el codo y la miró.
El collar de Soo-min, que más tarde habría de suscitar tanto sufrimiento y tantos recuerdos, le llamó la atención. Era una fina cadena de plata con un pequeño colgante, también de plata, que representaba el tigre coreano. Jae-hoon tocó la figura con la yema del dedo. Soo-min le cogió la mano y la apretó contra su pecho, y empezaron a besarse con las frentes muy juntas, acariciándose con las lenguas, con los labios. Él olía a océano y a hierbabuena y a sepia y a Marlboro. Su barba rala le rascaba la barbilla. Ella le estaba contando ya a su hermana esos detalles, todos y cada uno de ellos, en la carta que iba redactando de manera inconsciente en su cabeza, y que pensaba enviarle por correo aéreo.
El aceite empezó a chisporrotear en la sartén. Jae-hoon salteó una sepia y se la comieron con salsa de guindillas y bolas de arroz, mientras contemplaban cómo se hundía el sol en el horizonte. Las nubes se habían convertido en puro humo y llamas, y el mar era una extensión de cristal carmesí. Cuando terminaron de comer, Jae-hoon sacó su guitarra y empezó a cantar Rocky Island con su voz clara y tranquila, mirándola con la luz de la hoguera reflejada en los ojos. La canción replicaba el ritmo de las olas, y Soo-min supo que recordaría esa maravillosa escena toda la vida.
De pronto, Jae-hoon interrumpió la canción.
Estaba mirando hacia el mar con el cuerpo tenso, como un gato. Dejó la guitarra a un lado y se levantó de un salto.
Soo-min siguió la línea de su mirada. A la luz de la hoguera, la arena parecía cubierta de cráteres lunares. No veía nada. Sólo las olas que rompían en una tenue espuma blanca que se derramaba por la arena.
Y entonces lo vio.
En una pequeña zona más allá de la rompiente, a un centenar de metros de la orilla, el mar estaba empezando a agitarse y a burbujear, el agua se convertía en una espuma pálida. Estaba brotando un surtidor, apenas visible bajo aquella luz agonizante. Luego, un gran chorro de espuma salió propulsado hacia arriba con un bufido, como el aliento del espiráculo de una ballena.
Soo-min se levantó y buscó la mano de Jae-hoon.
Las aguas agitadas empezaron a separarse ante sus miradas, como si el mar estuviera partiéndose, y apareció un objeto negro y brillante.
A Soo-min se le revolvieron las entrañas. No era supersticiosa, pero su intuición le decía que algo maléfico estaba a punto de manifestarse ante ellos. Todos sus instintos, todas las fibras de su cuerpo le decían que echara a correr.
De pronto, una luz los cegó. Un foco rodeado por un halo naranja estaba saliendo del mar y su luz caía directamente sobre ellos, deslumbrándolos.
Soo-min se volvió y tiró de Jae-hoon. Trastabillaron en la arena suave y profunda y dejaron atrás sus posesiones, pero no habían dado más que unos pocos pasos cuando otra visión los dejó paralizados.
De las sombras de las dunas emergían unas figuras con pasamontañas negros que corrían hacia ellos con cuerdas en las manos.
Fecha: 22 de junio de 1998. Ref. Caso: 734988/220698
TRANSMITIDO POR FAX
INFORME de la Policía Metropolitana de Incheon, a petición de la Agencia de Policía Nacional, Seodaemun-gu, Seúl.
Las órdenes recibidas consistían en determinar si las dos personas desaparecidas, vistas por última vez a las 14.30 h del 17 de junio, habían salido de la isla de Baengnyeong antes de su desaparición. El inspector Ko Eun-tek manifiesta lo siguiente:
1. Las imágenes de las cámaras de seguridad proporcionadas por la terminal del ferry de la isla de Baengnyeong establecen con un elevado grado de certeza que nadie con el aspecto de las personas desaparecidas subió al transbordador durante ninguno de sus viajes dentro del período indicado. Conclusión: las personas desaparecidas no salieron de la isla en transbordador.
2. La guardia costera no informó de ningún otro barco en la zona en el momento en que las personas desaparecidas fueron vistas por última vez. Debido a la 14 proximidad de la isla con Corea del Norte, el tráfico marítimo se encuentra sumamente restringido. Conclusión: las personas desaparecidas no salieron de la isla en ningún otro barco.
3. Un residente local encontró ayer, junto a los restos de un fuego de campamento en la playa de Condol, una guitarra, calzado, prendas de ropa, una cámara y dos carteras que contenían dinero en efectivo, billetes de regreso en transbordador, documentos de identidad y carnets de biblioteca pertenecientes a las personas desaparecidas. Los documentos de identidad de ambas personas coinciden con los datos proporcionados por la Universidad Sangmyung. Correspondían a:
Park Jae-hoon, varón, 19 años, con residencia permanente en el distrito de Doksan de Seúl, cuya madre vive en la isla de Baengnyeong.
Williams Soo-min, mujer, 18 años, ciudadana de Estados Unidos llegada al país en marzo para matricularse en la universidad.
4. A las 7.00 h de hoy, la guardia costera ha empezado una operación de búsqueda marítima en helicóptero en un radio de cinco millas náuticas. No se ha encontrado rastro alguno de las personas desaparecidas.
Conclusión: ambas personas se ahogaron de forma accidental mientras nadaban. El mar se hallaba en calma, pero las corrientes eran inusualmente fuertes según la guardia costera. Los cadáveres podrían haber sido arrastrados hasta una distancia considerable.
Con su aprobación, suspendemos a partir de ahora la búsqueda por helicóptero y recomendamos que se informe a las familias de las personas desaparecidas.
PRIMERA PARTE
«La semilla de los faccionalistas o enemigos de clase, sean
quienes sean, debe ser eliminada durante tres generaciones.»
Kim Il-sung, 1970
Año 58 de la Era Juche
1
Georgetown, Washington D.C.
Primera semana de octubre de 2010
Jenna se despertó sobresaltada por el sonido de su propio grito.
Respiraba con dificultad, con los ojos muy abiertos y la visión distorsionada por el prisma de la pesadilla. En los segundos de confusión entre sueño y vigilia nunca podía mover el cuerpo. Poco a poco, las dimensiones borrosas de la habitación cobraron forma. El vapor silbaba con suavidad en los radiadores, y las campanas distantes de la torre del reloj anunciaron la hora. Suspiró y cerró los ojos otra vez. Se llevó una mano al cuello. Seguía allí, el fino collar de plata con el pequeño tigre, también de plata. Siempre lo llevaba puesto. Apartó el edredón y sintió que el aire gélido se tendía como un velo de lino sobre su cuerpo sudado.
El colchón se hundió silenciosamente a su lado en la cama. Unos ojos de un tono verde ambarino reflejaron como espejos la tenue luz. Cat había aparecido de la nada, desde otra dimensión, como convocado por las campanadas.
—Hola —dijo Jenna, acariciándole la cabeza.
En el reloj de la radio saltó un dígito.
«…cretaria de Estado ha condenado el lanzamiento como “un claro acto de provocación que amenaza la seguridad de la región…”»
Las baldosas de la cocina estaban heladas bajo sus pies descalzos. Le sirvió leche al gato, calentó en el microondas el café que quedaba en la cafetera y bebió un sorbo, preparándose para oír los mensajes pendientes en el buzón de voz de su teléfono. El doctor Levy había llamado para confirmar su cita de las nueve de la mañana. El editor del East Asia Quarterly quería hablar de la publicación de su artículo y preguntaba, en un tono inquietante, si había oído las noticias de la mañana. Los mensajes más antiguos eran en coreano y todos los había dejado su madre. Los pasó hasta llegar al primero de todos: una invitación a comer en Annandale el domingo. En el mensaje, la voz de su madre sonaba muy digna y dolida, y Jenna sintió el ascenso de la culpa por su garganta como un reflujo ácido.
Con el café entre las manos miró hacia la penumbra del patio, pero sólo vio el reflejo en la ventana del interior iluminado de la cocina. Tuvo que obligarse a aceptar que aquella mujer demasiado delgada y de ojos hundidos que le devolvía la mirada era ella misma.
Localizó sus zapatillas y sus pantalones de correr debajo del taburete del piano, se recogió el pelo en un moño y salió al frío de O Street, donde se cruzó con la mirada seria del cartero. «Así es, colega, soy negra y vivo en este barrio.» Empezó a correr en la penumbra de los árboles, hacia el camino de sirga del canal. Aquella mañana, Georgetown parecía contagiarse del ambiente de Sleepy Hollow. Un viento frío del nordeste acarreaba las hojas por un cielo del color del acero pulido. Las calabazas miraban con malicia desde las ventanas y los portales. Jenna empezó a esprintar sin haber calentado siquiera, y la brisa del canal le sacudió del cabello la pesadilla.
El hombre le sonrió con un punto de hastío.
—Si te niegas a hablar conmigo, no llegaremos a ninguna parte.
Por debajo del tono persuasivo, Jenna percibió el trasfondo de su aburrimiento. El hombre dibujaba garabatos distraídamente en la libreta que tenía apoyada en la rodilla. Ella no podía apartar la mirada de una miga de hojaldre alojada en la barba del doctor, justo a la derecha de su boca.
—¿Dices que es la misma pesadilla?
Jenna soltó el aire, despacio.
—Siempre hay pequeñas variaciones, pero es básicamente lo mismo. Lo hemos repasado muchas veces.
De manera inconsciente, se tocó el collar en la garganta.
—Si no llegamos al corazón del asunto, seguirás teniéndola.
Jenna recostó la cabeza en el diván. Miró al techo buscando las palabras adecuadas, pero no encontró ninguna.
El doctor se frotó el puente de la nariz por debajo de las gafas y la miró con una mezcla de exasperación y alivio, como si, alcanzado ya el borde del mapa, se dispusiera a abandonar el viaje con la conciencia tranquila. Cerró su libreta.
—A veces pienso si no te iría mejor con un psicólogo especializado en la pérdida. ¿Quizá sea eso lo que está fallando? Todavía sufres por tu pérdida. Han pasado doce años, lo sé, pero a algunos el tiempo nos cura más despacio.
—No, gracias.
—Entonces, ¿qué hacemos hoy?
—Se me ha acabado la prazosina.
—Ya hemos hablado de eso —dijo él, armándose de paciencia—. La prazosina no soluciona el trauma original que está causando tu…
Jenna se levantó y se puso la chaqueta. Llevaba una blusa blanca y pantalones negros ajustados, su ropa de trabajo. Se había recogido la melena negra y brillante en un moño suelto.
—Lo siento, doctor Levy, tengo clase en unos minutos.
Él suspiró y volvió a coger la libreta de su escritorio.
—Todos mis pacientes me llaman Don, Jenna —dijo, garabateando—. Ya te lo he dicho.
—————————————
Autor: D.B. John. Título: Infiltrada. Editorial: Salamandra. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: