Tal vez sólo en las heridas arraigue el arte. Puede que únicamente de los roces familiares estalle la locura en gangrena. A veces con heridas y locura se cuentan historias. Abre las puertas de su casa a Zenda un hombre que es retrato en carne viva de la historia del cine español, aunque hace tiempo que no pise una alfombra roja. Divide su tiempo entre la docencia, la lectura y el teatro. El talento atenaza a Jaime Chávarri. Es director y guionista. Más artesano que autor, en los últimos años su voz es cada vez más frecuente en circuitos teatrales. Lleva su firma el documental que selló la Transición, El desencanto, sobre los hermanos Panero, que mitificó a los poetas y señaló un punto y aparte en su trayectoria.
Estudió derecho y dos años de cine. Fue crítico en la revista Film Ideal y ayudante de dirección hasta que se inició con el Súper 8. En 1967 hizo correr a Blancanieves en su debut en la dirección. Seis años después Los viajes escolares llevaron a la pantalla algunos ecos autobiográficos. En 1985 repitió experiencia con El río de oro, un drama en el que nos descubrió su particular “País de Nunca Jamás” junto al cauce del Lozoya. Al margen de estas dos producciones personalísimas trabajó como director artístico en películas de Víctor Erice y Carlos Saura y como actor, entre otros, para Pedro Almodóvar (¿Qué he hecho yo para merecer esto?, Matador) y para Sabina en un videoclip (Y sin embargo te quiero).
Se le dan bien las cosas del querer (rodó dos películas musicales con ese título), el tango (Sus ojos se cerraron, una película sobre Carlos Gardel) y los besos (suya es la comedia Besos para todos). Ha dirigido documentales y adaptaciones teatrales y literarias (como la inolvidable Las bicicletas son para el verano). Con A un dios desconocido trató la homosexualidad de manera explícita gracias a la figura (en la sombra) de Lorca. Se atrevió con la biografía de Camarón en su última incursión en la gran pantalla. Treinta años antes había deslumbrado a la crítica con una biopsia (más que biopic) de los hermanos Panero (El desencanto, 1976): una metáfora de la situación política, una apasionada exhibición de la intimidad familiar, una rara avis cinematográfica que abrió las puertas al género en nuestra democracia y que subrayó el fin de una época.
En una tarde del recién iniciado verano Jaime Chávarri se reúne con nosotros. Inmunes a la euforia futbolística del Mundial, hablamos de cine, de teatro, de sexo y de literatura. Hurgamos en el pasado de este hombre de letras para descubrir, entre otras cosas, por qué abandonó la toga y qué pasa con los niños que no quieren crecer.
Comenzamos.
—¿Cómo se encendió la mecha, ese amor por el cine?
—Un poco de todo… La vida. En la España aquella de los años 50 la vida no era muy colorida. El cine y la literatura eran un mundo mucho más agradable y, de alguna manera, mucho más realista. Luego, el hacerlo fue muy instintivo. Cogí una cámara, antes de hacer Súper 8, y por una serie de suertes entré en el cine profesional, pero yo lo hacía de una manera… ¡como quien hace fotos!
—Se ha dicho de El desencanto que es la anticipación del derrumbe de un sueño. ¿Está de acuerdo?
—No tengo ni idea. Cuando uno hace una cosa no sabe muy bien lo que significa. Sabe que la hace. Pero lo que sí sé es que luego el término “desencanto” se vino a asociar un poco a la democracia, que era todo lo contrario del sentido que tenía para mí. O sea, como ves, las cosas se hacen y luego toman otro carácter. (Risas)
—Hace más de cuarenta años de su primer trabajo como director y guionista. ¿Qué ha sido para usted el cine?
—La vida. La verdad es que nunca lo he separado mucho. He tenido la enorme suerte de saber lo que quería y de poder hacerlo y vivir de ello. Creo que es uno de los privilegios más grandes que se pueden tener.
—¿Cómo ha cambiado el oficio en estos años?
—El oficio en sí no creo que haya cambiado demasiado. Han cambiado, digamos, facetas técnicas del oficio: con las cámaras digitales y el montaje en ordenador, que es una maravilla. Lo que sí ha cambiado mucho es el ambiente: de un ambiente artesanal donde se hacía un tipo de cine que iba, por ejemplo, a todos los festivales se ha pasado a hacer un cine que no va a ningún festival y en que lo único que interesa es el dinero. Un cine que se rueda mucho más deprisa. Películas, en general, con mucho menos presupuesto y casi sin la menor pretensión de hacer una película de calidad. Mientras que en la época en que yo vivía, que fue un poco la época dorada del cine español, no cabe duda, los productores querían hacer buenas películas. Luego ya funcionaban mejor o peor. Pero querían hacer buenas películas. Supongo que también tenía que ver con cosas que pasaban en toda Europa, pero creo que en Europa, de alguna manera siguen pasando, y quizá en España el dominio de la televisión sobre el cine hace que eso pase menos.
—¿Qué ha ganado y qué ha perdido Jaime Chávarri dedicándose a este oficio?
—Creo que cuando se hace una elección das por sentado que te vas a perder cosas y que te va a compensar. Entonces la palabra «pérdida» deja de tener sentido. Es más bien una elección que una pérdida. Eliges una serie de cosas y desde el primer momento sabes que hay otras que no vas a tener. Entonces… si eliges, ya has elegido. No hay arrepentimiento, ni vuelta atrás.
—Ha habido una progresión en sus narraciones cinematográficas, de retratar a Peter Pan en películas como El río de oro, a retratar a quienes no son capaces de ser felices.
—Eso tiene que ver mucho con lo que te hablaba al principio de la influencia del cine, cuando era pequeño, y de la literatura. Por una serie de motivos yo llego a la literatura española tarde y empiezo mucho antes con la anglosajona. Los libros para niños (y no tan para niños)… desde pequeño me fascinaba, por ejemplo, Shakespeare. Estaba mucho más cerca de la literatura anglosajona que de la literatura española, que la descubrí más tarde y, ¡me encanta! He leído El Quijote como cuatro veces. Mi formación viene más de un lado anglosajón. Eso hacía que cuando yo quería hacer una película más personal me saliera un lado que no tiene nada que ver con España. Entonces era un poco incomprendido. Me parece justo, tampoco las películas estaban demasiado logradas. No pasa nada.
—¿Es esta una sociedad de Peter Panes?
—Creo que Peter Pan es una metáfora muy acertada, por eso ha pervivido tanto. Fíjate que hago la película El río de oro sobre Peter Pan y luego empiezan a hacer películas de Peter Pan Spielberg y toda la pera. De alguna manera era un tema que yo adelantaba. Además, las películas que luego hicieron no eran mejores que las mías. Eso es algo que indudablemente está ahí. Lo que pasa es que yo lo veía como una historia más negra y Spielberg lo veía como una historia más rosa. A mí, del libro original de Peter Pan, que no estaba en la película de Disney ni en la película de Spielberg, ni en ninguna de las versiones que se hicieron para teatro para niños, me atrae cuando Peter Pan, en un momento dado, se olvida de Wendy y cuando vuelve a buscarla, Wendy ha crecido y ha tenido una hija. Peter Pan se indigna y lo primero que se le ocurre es matar a la niña. Esa fue la idea de la que surge El río de oro, no del Peter Pan bonito y agradable, sino de la persona que al no crecer se convierte en un monstruo. Sí, creo que toda la violencia que hay en la sociedad, en la sociedad pequeña y en la política, a ambos lados, es una falta de madurez, es una falta de crecimiento. Es decir: “Como yo estoy encaprichado por esto, voy a matar, tirar la bomba, para tener lo que quiero”. Eso me parece el niño que quiere el bombón. En ese sentido sí, creo que la sociedad ha sido siempre muy peterpanesca y creo que el libro de Barrie, el regalo que hacía, era una metáfora sobre algo que ya pasaba cuando él vivía.
—¿Qué siente cada vez que le dan un homenaje?
—Primero mucha vergüenza, y luego me gusta. Prefiero que me lo den a que no me lo den. Pero siempre es un momento muy conflictivo para mí. Lo agradezco muchísimo pero no me siento nada a gusto.
—En Después de tantos años decía Leopoldo Panero que “todos tenemos derecho de defendernos de nuestros recuerdos”. ¿Cómo se defiende usted de ellos?
—No tengo recuerdos de los que necesite defenderme. He tenido mucha suerte en la vida. Creo que más que defensa hay una cosa llamada melancolía que es distinta de la nostalgia. La nostalgia es cuando echas de menos un tiempo mejor. Y la melancolía es cuando echas de menos un tiempo, no porque fuera mejor o peor, sino porque no va a volver. Creo que siempre hay una melancolía respecto de los recuerdos, respecto de las cosas buenas o malas que uno ha hecho. Pero, ¡tampoco he hecho cosas tan malas! (risas) Aparte de alguna película… (Risas) Así que no siento que tenga que defenderme mucho.
—¿Por qué rechazó dirigir la segunda parte de El desencanto?
—No la llegué a rechazar. Fue muy divertido. No pensaba hacerla, pero me llamó Michi [Panero] y me dijo: “Quiero hacer la segunda parte de El desencanto. Sólo la puedes hacer tú. Y ya tengo un título, El desconcierto”. Me pareció un título genial y le dije “bueno, me lo pensaré”, pero pensando que no la iba a hacer. Y a los cinco minutos me llamó Ricardo Franco y me dijo: “Oye, que me ha llamado Michi y me ha dicho que si quiero hacer la segunda parte de El desencanto y que sólo la puedo hacer yo”. Y yo le dije: “Me parece una idea genial”. Es verdaderamente estupendo que la coja otra persona y otra visión, porque yo estaba un poquito harto.
—Sobre esta segunda parte, ¿qué le pareció?
—Ricardo Franco hizo una película preciosa. Creo que no se ha entendido bien y además se ha visto muy poco. Creo que Después de tantos años es una película preciosa.
—¿Le pareció una película honesta con los personajes y con su historia?
—Absolutamente. Después de tantos años me parece una película completamente distinta a El desencanto, pero sí que es verdad que hay que verla teniendo El desencanto reciente. Eso, por ejemplo, no se ha hecho nunca, solamente cuando ha salido el último Blu Ray han puesto las dos películas, pero han puesto El desencanto en Blu Ray y Después de tantos años en una copia bastante mala. Eso me pareció muy injusto. Creo que es una estupenda película y un complemento estupendo de El desencanto. Ahora hay una estupenda película que es un complemento estupendo de El desencanto, aunque no tiene nada que ver, que es Muchos hijos, un mono y un castillo. ¡Es una película que me encanta!
—Si usted hubiera hecho esa segunda parte, ¿se habría acercado usted a los mismos escenarios?
—No tengo ni idea, porque nunca me lo planteé mucho. Los personajes que a mí me interesaban de la primera parte eran sobre todo Felicidad [Blanch] y Leopoldo María [Panero]. Felicidad había muerto y Leopoldo María estaba machacado. Seguía siendo un personaje muy interesante, pero yo prefería recordar el Leopoldo María entero que había conocido en la primera parte. Acercarme un poco a… siempre es injusto hablar de “ruinas humanas”. Acercarme a una persona tan machacada como era Leopoldo María me parecía muy tremendo. No creo que la hubiera hecho en ningún caso.
—Hoy día se dedica a la docencia. ¿Qué ha encontrado en ella?
—Me dedico hace cuarenta años, ¡no ahora! (Risas). A veces es como: “Después de todo lo que ha hecho, ¿cómo ha acabado usted en la docencia?”. La docencia para mí es una carrera paralela que siempre ha tenido la misma importancia que ha tenido la otra. Algunas veces pienso que yo de hecho he sido director para poder luego enseñar. Me parece fantástica la docencia.
—Si hablamos sobre la censura, ¿ha habido algún recorte en una película que le haya molestado especialmente?
—Sí. En El desencanto una frasecita. La querían prohibir entera, pero ya se había muerto Franco y no tenían coartada. La película se rodó viviendo Franco, pero se estrenó con Franco recién muerto. Hay una anécdota cuando hice Los viajes escolares, que era una película que me dijeron que la prohibían entera, pero que la permitían si me la admitían en algún festival a concurso. Daban así una idea más moderna del cine español. Eso les compensaba. Me la cogieron en Valladolid, luego además ganó el premio y pasó la película. Fue igual, porque no tenía distribuidora y no se estrenó hasta dos años más tarde.
—¿De quién o sobre qué haría hoy día un documental?
—Hace unos días me llamaron para hacer un documental —fíjate, no tiene nada que ver con nada de lo que he hecho— sobre un modisto que se llama Francis Montesinos. Y me hubiera divertido mucho, porque conozco el personaje y me parece un tío estupendo. Lo que hace me gusta mucho… y de repente han desaparecido. No he vuelto a saber nada de ellos. Pero eso sí me habría gustado, precisamente porque no tiene nada que ver con nada de lo que he hecho. No sé cómo lo querían enfocar ni cómo lo querían hacer, pero la idea me atraía.
—Decía González Ruano que “el sexo es una construcción narrativa o una bazofia mundana”. ¿Qué es para usted el sexo?
—Un poco como el cine, parte de la vida. No lo puedo separar como una cosa concreta que no tenga nada que ver con todo lo demás. El sexo tiene que ver con todo, porque tiene que ver con las relaciones personales, tiene que ver con tu concepción de la vida, de una persona concreta… Definir esas cosas es inútil, además no tiene mucho sentido. Por eso hay que hacer películas sobre ellas y que cada uno decida.
—¿Cree que el deseo domina nuestros actos?
—Hay momentos en que sí. Afortunadamente no estamos en un deseo, en una situación de deseo continuo, que sería priapismo directamente. Pero hay momentos en que sí, hay momentos en que el deseo te vuelve un poco loco. Pero no sólo el deseo sexual, también la ambición, el deseo de poder, el deseo de crear… Tiene muchas manifestaciones. Cuando se habla del deseo, reducirlo al deseo sexual no es justo. El deseo tiene que ver con la reproducción, y en ese sentido es un instinto que es más general. Pero hay gente que lo tiene mucho menor y lo tiene más fuerte en otras direcciones.
—¿Qué le pone a Jaime Chávarri?
—Muchísimas cosas todavía, afortunadamente. Las de siempre, para empezar. Y luego, por ejemplo, releer un libro que me ha gustado y volver a descubrir en él… Estoy leyendo ahora En busca del tiempo perdido y me está gustando más que nunca. Y eso me excita muchísimo: el saber que están vivas, que siguen vivas cosas que han estado vivas en un momento para mí y que me han influido… También me ha puesto mucho viajar, y me ha puesto mucho, como a todo el mundo, enamorarme. Ese momento en que te das cuenta de que te estás enamorando ¡pone mucho! Afortunadamente.
—¿Cuál cree que es el denominador común de todo su trabajo?
—No tengo ni idea, ni me interesa. Yo no creo mucho en la teoría del autor. Dicen: “El desencanto es una película de autor”. Fíjate, El desencanto es un encargo que yo no habría hecho en mi puta vida, sino que es una idea del productor. Y yo la hice porque hubiese hecho lo que me hubieran dado en ese momento. ¿Que ha salido bien? Vale. Pero no tiene por qué ser buena porque sea de autor. Es buena porque ha funcionado. Pero no creo que haya un denominador común. Y si lo hay, que lo decidan los críticos.
—Está ahora mismo en escena en los Teatros Luchana una obra que usted dirige, La ronda (adaptación del texto de Arthur Schnitzler). ¿Por qué traer esta obra tan polémica?
—Siempre ha sido la típica obra que se menciona cuando se habla de censura. Es una obra muy interesante, sobre todo la estructura. Es la primera obra que se ha hecho exclusivamente sobre sexo en la historia del teatro.
—Si La ronda fuera llevada a escena en España…
—Sí, se hizo en los años 80 me parece, en el Teatro Bellas Artes. No recuerdo bien quién la hizo, pero sí, se hizo. No creo que con mucho éxito, porque es una obra que si no la adaptas, si la haces tal y como es, está muy pasada en muchos sentidos. Nosotros lo que hemos hecho es una adaptación libre. La hemos dejado en su época pero haciendo una adaptación muy libre. La obra, a partir de la mitad, yo la verdad es que no entendía bien de qué trataba. Entonces. la segunda parte la hemos hecho, manteniendo la estructura y los personajes, pero contando historias completamente distintas.
—Ha dicho Jaime de los Santos (Consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid) recientemente en El País que “el teatro es ese espacio privilegiado en el que se desatan los instintos, las pasiones, (…) un lugar por y para la libertad”.
—¿Eso lo ha dicho un político?
—Sí.
—¡Caray! ¡Cómo hemos mejorado! (Risas) Está muy bien.
—¿Qué es para usted el teatro?
—El teatro en este momento es lo que más me gusta, más que el cine y más que nada. El teatro es el reino de la imaginación. Porque el cine nos ha acostumbrado mucho al realismo. Si tenemos que tener una calle, una ciudad entera, tenemos que ver la calle, la ciudad entera está edificada y en el teatro te dicen que están en una calle y ya estás viendo una calle. Es mucho más interno, se internalizan mucho más los conceptos que en el cine. Y a mí eso cada vez me gusta más y me interesa más. Cada vez me interesa más trabajar con menos medios. Yo estoy retirado, y esto lo he hecho porque era un trabajo dentro de una escuela, pero vamos, me interesa mucho más, en este momento, el teatro que el cine.
—¿Cómo cree que recordará, en un futuro lejano, la profesión a Jaime Chávarri?
—No creo que me recuerden mucho. No creo que haya hecho películas de esas que vayan a pasar a la historia. No lo he pretendido nunca.
—¿Cómo le gustaría que le recordaran?
—Hombre, con afecto. (Risas)
—Ha dicho en alguna ocasión que su verdadera pasión es la literatura antes que el cine…
—Sí.
—Ha adaptado varias obras literarias (Bearn, Las bicicletas son para el verano, El año del diluvio) ¿Qué papel tiene la literatura en su trabajo?
—En la puesta en escena muchísimo. La primera vez que hice teatro, que fue en el año 80 u 81, descubrí un concepto que en el cine no lo tenía nada claro, que era el concepto de espacio. El concepto que tiene el teatro de que es una especie de enorme plano secuencia, donde todo el tiempo el espectador está viendo el mismo espacio y tú como director tienes que marcar en el espacio los momentos importantes, eso en el cine me ha influido mucho y en la docencia muchísimo. Creo que es muy distinto, no es que sea uno mejor que otro, es muy distinto el cine pensado en planos que el cine pensado en la situación que estás rodando en un espacio real y luego rodar a partir de ese espacio real. Creo que son dos conceptos distintos, y los dos pueden ser igual de buenos. A mí me ha acabado divirtiendo más el segundo, a partir del espacio real, no del espacio imaginado.
—¿Qué libro está leyendo ahora mismo?
—En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.
—¿Qué libros le han marcado y le gustaría recomendar a los lectores de Zenda?
—Me ha marcado En busca del tiempo perdido (risas). Me ha marcado El Quijote. Me ha marcado la Biblia. ¿Qué más me ha marcado? Me ha marcado Faulkner, muchas, muchas cosas de Faulkner, Samuel Beckett y un escritor austríaco, Thomas Bernhard. Luego, me gustan mucho —y me han marcado menos porque los he leído más mayor, y los libros a partir de una edad no te marcan tanto, te pueden gustar pero no te marcan tanto— Baroja, Juan Rulfo, y últimamente ya leo menos literatura, ya releo y leo más historia, más ensayos, ensayos sobre teatro, sobre literatura… y por supuesto, ¡me lo he saltado!, me ha marcado muchísimo Shakespeare, desde los diez años además. Mi afición por Shakespeare fue muy temprana.
—¿Cuándo volverá a escribir de nuevo algo propio?
—Nunca me he considerado guionista. Siempre que he sido guionista ha sido por necesidad, y la verdad es que no me considero guionista. Yo soy el rey del pastiche, yo puedo arreglar, puedo hacer arreglos. Soy como esas tiendas que arreglan ropa. Eso se me da bastante bien. Pero no soy capaz de estructurar una historia ni de partir de cero para contar una historia. No me resulta nada fácil.
—¿Escribir es volver a vivir?
—No lo sé. ¡He escrito tan poco! La verdad es que tampoco he tenido la sensación de que tenía tiempo para escribir, y eso también ha sido importante. Siempre tenía otras cosas que hacer que igual no eran tan importantes, pero a mí me parecía que lo eran,. Entonces, no me lo tomaba nunca en serio. Para mí leer es volver a vivir, o vivir otras cosas.
***
Su mirada tiene el poder de segar el mundo. Su mirada sirvió de instrumento para una manera de hacer cine y teatro. Continúa Jaime Chávarri haciendo memoria, encontrándose a sí mismo a través de imágenes fugaces. Es su vida un gran plano secuencia sin guion, una continua expectativa, una relectura constante de momentos remotos. Volverá Chávarri con sus lecturas a pasar el verano en Sotosalbos, a su personal Nunca Jamás, donde se es siempre feliz.
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