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A nosa Rosiña

Rosalía de Castro es un poeta importante. Gigantesco cuando escribe en gallego. Su obra en esta lengua bien pudiera constituir la cumbre poética española del XIX, con permiso de Espronceda, Duque de Rivas, Gustavo Adolfo, Mossèn Cinto o en Maragall. Da miedo decirlo, pero sus dos libros de poesía en gallego adelantan el 27. Me pregunto por qué se echaría a la espalda una lengua que había llegado al siglo XIX entre trabajadores analfabetos que ocupaban el último peldaño de la escala social. ¿Qué la impulsó a utilizar una lengua que sólo se manifestaba en el habla de gente iletrada? Teorías hay miles, y la más generalizada es la de que aprovechó el empuje del llamado Rexurdimento (resurgimiento). Si esto fuera cierto, que no lo sé, pero pudiera ser, no menos lo es también que la señora de Murguía se encuentra a años luz del impostado refitolerismo que caracteriza el Rexurdimento. Rosalía, como la conocen los gallegos (que cuando hablan de su Rosiña parecen referirse a una amiga, a una vecina o a un pariente cercano), no pretende “elevar” la lengua gallega a ningún sitio ni, en resumidas cuentas, contribuir a convertirla en “lengua culta”, “digna” de una pomposa burguesía ilustrada en busca de identidad.

A nosa Rosiña e outra cousa.

"Pese a que el gallego llevaba siglos sin escribirse, con excepciones como la del Padre Sarmiento, Rosalía supo ver el vigor de una producción lingüística"

Rosalía de Castro siempre da la impresión de que la burguesía ilustrada a la que pertenece le trae al pairo. Rosalía de Castro da la impresión de haber visto brillar algo, tal vez una lengua cultísima, detrás de las hablas de los trabajadores, detrás de a miña lingoa proletaria, como la llamaría cien años después Celso Emilio Ferreiro, el inmenso poeta de lalonga noite de pedra. Pese a que el gallego llevaba siglos sin escribirse, con excepciones como la del Padre Sarmiento, Rosalía supo ver el vigor de una producción lingüística, —juegos, canciones, dichos, cuentos y jergas profesionales—, que sólo se transmitía oralmente. Se me ocurre la posibilidad de que la persona inquieta, cultivada y de sensibilidad extrema que fue encontrase oculta en ese magma la precisión expresiva que necesitaba para encauzar su dolor.

Campanas de Bastabales
cando vos oio tocar
mórrome de soidades…

Rosalía de Castro, pija por fuera, fue por dentro una marginada, el subproducto del adulterio entre un cura montaraz y una meliflua señorita bien. Rosalía fue un bebé molesto que nació sin sitio durante la primera carlistada, un incordio que crió a escondidas un ejército de amas, sirvientes y profesores. Un desfile de gente que proporcionó a su alma el único afecto y el único reconocimiento que encontró hasta que Manuel Murguía, que los debía de tener bien puestos, se enamoró como un colegial de aquella divertida chica triste y se casó con ella en Madrid. Bien lejos. Contra todo y contra todos.

Cando vos oio tocar,
campaniñas, campaniñas,
sin querer torno a chorar.

"Es muy posible que si la lengua gallega aún vive, se deba al trabajo ímprobo de Rosalía"

Es fácil imaginar que cuando se lanzó a escribir en gallego, a nosa Rosiña se enfrentase a serios problemas técnicos, empezando por el ortográfico. Carecía de modelos y referencias, pero acostumbrada a tirar por la calle de en medio, osó poner aquellas hablas negro sobre blanco y, sin pretenderlo, las proyectó al siglo siguiente convertidas en lengua. Un trabajo de Hércules al alcance sólo de un genio de la literatura. Es muy posible que si la lengua gallega aún vive, se deba al trabajo ímprobo de Rosalía. La poeta de Padrón experimentó la satisfacción de llegar a ver cómo la gente iletrada que le había dado una lengua se arrojaba sobre las composiciones que levantó con ella para saquearlas cual berberisco y complacerse después en decirlas a lo largo y ancho de los montes de Galicia por romerías, festejos y verbenas. Y la tradición no se ha extinguido.

Hasta hace nada, las composiciones de Rosalía pasaban oralmente de padres a hijos por puro gusto, desnudas de cualquier prurito cultureta; aún hoy, en el siglo XXI, siguen vivas entre la gente —veremos por cuanto tiempo— pese al ejército de lingüistas-funcionarios empeñado en “normalizar” las viejas hablas reduciéndolas a un lenguaje administrativo tan hueco e innecesario como serio, nacional y ciudadano.

Cando de lonxe vos oio,
penso que por min chamades…

"Ante Negra sombra sólo cabe preguntarse quién NO la ha cantado"

Servidor ha sentido alguna vez el impulso de perderse por furanchos montaraces sólo por oír lo que imagina oiría Rosalía hace ciento y pico de años y que no guarda parecido con lo que uno oye después en la TVG. Un habla delicada y agreste, bronca a ratos, íntima otros y llena de matices siempre. En el gran relato gallego del siglo XX, Memorias dun neno labrego, de Neira Vilas, uno sorprende mil palabras que en el castellano corriente que maneja se convierten en una sola. Haría falta un Delibes para traducir adecuadamente ese libro, posterior en cincuenta u ochenta años a Rosalía y dotado de similar poderío expresivo. En cierta ocasión pudo uno comprobar, no poco sorprendido, la vigencia de a nosa Rosiña en el curso de una verbena veraniega al aire libre. Fue durante la romería anual de una parroquia lejana en una aldea remota. Faltaba poco para que amaneciese no cabo do mundo, ese sitio en el que amanece y anochece más tarde que en ningún otro y donde, en palabras de Torrente Ballester, “da la vuelta el aire”; el mocerío quería marcha, charanga y fiesta, pero los músicos, que sólo querían irse a dormir, encarrilaron el entusiasmo con profesionalidad y cuando tuvieron las emociones donde querían, arremetieron con el celebérrimo Negra sombra. Se trata de un oscuro poema que podría calificarse de simbolista y que en 1892, siete años después de muerta su autora, el músico lucense Juan Montes hizo letra de canción en base a un sencillo alalá popular. La composición ha tenido fortuna y la han grabado desde Al Bano hasta el Orfeón Donostiarra, como puede comprobarse con un sencillo paseo por el tu-tubo. Ante Negra sombra sólo cabe preguntarse quién NO la ha cantado. Tal como habían previsto los músicos, buenos conocedores de su público, la masa juvenil calló conmovida y coreó completos los dieciséis versos de las cuatro estrofas de Negra sombra como quien interpreta un himno. “Si choran es ti que choras”. Después se fue a dormir. O a lo que fuera. “Si cantan, es ti que cantas”.

Cada vez que “maxino que es ida”, descubro a Rosiña viva y “no mesmo sol se me amostra, en o marmurio do río, en a noite i en a aurora”. Singular destino de poeta, reservado sólo a los elegidos. Aún hoy, metidos de hoz y coz en el siglo XXI, cuando los tataranietos de aquellos oscuros analfabetos contemporáneos de Rosalía son capitanes de barco, oceanógrafos, ciber-creadores, constructores de buques, viticultores prestigiosos y también audaces reyes del mambo, aún hoy, Rosiña, “si cantan, es ti que cantas…” Descansa pues y duerme en paz el sueño eterno. Sin dolor ya.

Te lo has ganado, rapaza.

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