Sus 28 se notaban. Eran prácticamente escandalosos. Por algo The New York Times se refirió a él como el “irritante niño prodigio literario”. Joël Dicker cumple años y adquiere oficio, por aquello de que el tiempo también escribe, una máxima que se cumple incluso en el caso de alguien que ya intentaba llevarle la contraria a esa ley. Dicker no llegaba aún a los treinta cuando publicó La verdad sobre el caso Harry Quebert, un thriller que lo catapultó como fenómeno súper ventas y escritor revelación. La crítica lo ensalzó, los editores se lo disputaban y la prensa llegó a compararlo con el mismísimo Nabokov. Ahora, a sus 33, regresa con La desaparición de Stephanie Mailer, un libro con el que Alfaguara pretende repetir en el podio de la novela del verano.
Abogado convertido en novelista; el segundo de cuatro hermanos; un chico culto y educado, criado por una librera y un profesor de francés. Esa es, a brochazos, la biografía de Joël Dicker. Buen currículum, buena planta y prosa aventajada. Con 19 años, se marchó a París para estudiar arte dramático. No era lo suyo y lo supo enseguida. “En ese momento, me di cuenta de que si era capaz de comprometerme para algo, sería para escribir”. Al mismo tiempo que estudiaba derecho en Ginebra, Dicker se dedicó a la escritura. Su primer relato, El tigre, fue reconocido en un concurso literario, a regañadientes. Cuando abrieron la plica, los miembros del jurado se dieron cuenta de que ese tal Dicker era demasiado joven para escribir con tanta destreza. Como no encontraron pruebas de que fuese un plagio, lo publicaron. Así lo cuenta él.
En 2009, con 25 años, ya había escrito Los últimos días de nuestros padres. “Me tomó dos años encontrar quien la publicara. Desde ese momento hasta 2012 escribí La verdad sobre el caso Harry Quebert. Mi editor quiso publicarlas casi a la vez. A mí no me parecía lógico sacarlas con una diferencia de seis meses. Mi editor me dijo: «Créeme, va a funcionar”. Y funcionó. El libro fue traducido a 33 idiomas y acaparó la atención de más de cinco millones de lectores. En enero de 2018, casi diez años después del debut de Dicker, su editor Bernard Fallois falleció. Y aunque Dicker lo recuerda en la primera página de esta nueva novela con una frase que revela una sensación profunda de amor y orfandad, la verdad es que hacía rato que había pasado de escritor revelación a autor adulto. Podía ya cruzar solo la calle de su propia obra sin necesidad de la mano de un editor.
La desaparición de Stephanie Mailer comprueba y confirma esa mayoría de edad literaria de Dicker. En sus páginas retoma algunos elementos que ya se manifestaban en la estructura de La verdad sobre el caso Harry Quebert: una intriga que avanza entre el pasado y el futuro; un asesinato irresuelto en un pueblo de Estados Unidos —escenario por el que siente predilección— y una compleja red de personajes con los que el escritor reflexiona sobre un tema que lo obsesiona: la identidad y la relación entre los seres humanos.
Todas y cada una de sus historias, y ésta todavía más, intentan dilucidar el lugar que ocupan las personas en el mundo, sea el suyo o el de otros: las relaciones que tejen, sus afectos, competencias y obsesiones; quiénes son realmente o quiénes pueden llegar a ser. Esta vez, claro, Dicker lima algunas torpezas, alisa lo que antes podía tener un acabado más irregular y prueba sus destrezas en una historia con más de 30 personajes. En esta novela, remata las hilachas que había dejado sueltas en sus primeras historias. Se muestra plenamente dueño de ese thriller culto que desde hace ya unos años lo distingue.
En La desaparición de Stephanie Mailer todo comienza diez años después, concretamente en la ceremonia de despedida que ofrece el cuerpo de policía en honor a Jesse Rosenberg, un agente infalible y de intachable hoja de servicios que opta por jubilarse, acaso demasiado pronto. La aparición de un personaje ese día lo cambiará todo. La periodista Stephanie Mailer se presenta para hacerle saber a Rosenberg que se ha equivocado, que aquel asesinato del alcalde de Orphea, su familia y una mujer en el verano de 1994 que él dio por cerrado permanece impune. Tanto él como Derek Scott, su compañero en el departamento de policía de Nueva York, se equivocaron de asesino a pesar de que la prueba estaba delante de sus ojos, y ella afirma que posee información clave. Días después, Stephanie desaparece.
A partir de ese hecho se despliega una sucesión de acciones y personajes como la agente de policía Ana, a quien Dicker construye como lo hacen los escritores con madurez: es empática, verosímil y posee tanta perspectiva como profundidad. Es la mejor prueba de que el suizo ha crecido como novelista. A Joël Dicker lo distingue todavía su buen humor natural, una especie de luminosidad y frescura. Algo siempre tornasola en él, o al menos esa es la sensación que conserva quien lo ha entrevistado en otras ocasiones. Pero si antes su sonrisa reflejaba la luz de aquello que no está completamente formado, la de hoy devuelve la imagen compacta de quien ha salido de la crisálida. Y es justamente sobre ese proceso, la evolución de su vocación literaria y la madurez de su voz narrativa, de lo que habla Joël Dicker en esta entrevista.
Usted ya casi es español, viene muy a menudo.
Sí, excepto por el idioma y la hora de cenar puedo decir que soy casi español.
Vamos al asunto: su novela. Hay 30 personajes en este libro. El decisivo, Stephanie, apenas lo vemos. Ha jugado bien sus cartas, ¿no?
Ella desaparece muy rápido, pero es la única persona por la que pasan todas las historias, la que propicia que todo ocurra. Sin ella no habría en absoluto historia.
¿Era su carta bajo la manga? ¿Fue consciente o sobrevino?
Es una pregunta con truco, porque si digo que no lo fue estaría mintiendo, y si te digo que sí, también. Ella es el agujero negro que atrae y engulle todo. El momento de mayor claridad que tuve con respecto a Stephanie ocurrió al momento de decidir el título, que fue ya al final. Ahí comprendí que la historia debía tener todo el peso en su figura, aunque apenas sepamos de ella.
La teoría de los seis grados de separación, que siempre ronda sus novelas, reaparece en ésta. A ver, cuénteme.
Sí, estoy muy interesado en esa teoría de un mundo pequeño que hace que todos estemos relacionados por una cadena de seis personas. Ahora con Facebook se reduce a cuatro. Pero bueno, el asunto es que no estamos tan lejos los unos de los otros. En un mundo muy complejo, plagado de diferencias, de odios, de enfrentamientos, de segregación, de temas políticos que nos confrontan a unos contra otros, estamos muy cerca. Eso es algo que me interesa mucho. Primero, como un elemento filosófico: sobre todo lo que tenemos en común y todavía más sobre lo que nos separa, que si tú eres pro Trump o anti Trump, que si pensamos esto o lo otro, cuando en realidad estamos tan próximos. Y lo segundo, me interesa desde el punto de vista narrativo. Quería reflejar cómo incluso no conociéndonos de nada, ignorando incluso los motivos, estamos relacionados.
Me lo pone en bandeja. Ana, esta policía entre torpe y sagaz. Fue el primer personaje en aparecer en su esquema, ¿verdad? ¿Incluso antes que Stephanie?
Sí. Me has pillado. Si Stephanie es el agujero negro que atrae todo, Ana es quien permite introducir cambios y precipitar hechos. Ella es la que dará pistas, la que comenzará a verlo todo claro. Es la más lúcida. Hay un rasgo adicional: es una buena persona, alguien que debe siempre esforzarse el doble. Sus compañeros de trabajo no la toman en serio, por ser mujer. Tiene que pelear más y mejor que los demás para abrirse paso.
Como ya ocurrió en sus dos novelas anteriores, en ésta reaparece la idea de que nunca llegaremos a conocer a nadie del todo.
Es que es así. Ni siquiera el tiempo de una vida entera es suficiente para llegar a saber quiénes somos nosotros mismos. Podemos aprender y aceptar quiénes somos, pero nunca llegaremos a saber exactamente quiénes somos. Si eso nos ocurre con nosotros mismos, imagínate cómo es con el resto de las personas: amigos que conoces desde hace años, parejas, hermanos, padres e hijos… ¿Sabemos lo que quieren? ¿Lo que sueñan? ¿Aquello a lo que más temen? ¿Si son felices? ¿Cómo se ve en veinte años? Es el tipo de pregunta que no tiene una respuesta definitiva, ni siquiera para nosotros mismos.
La idea de corregir y enmendar un error está muy presente. ¿Por qué?
Creo que todo el mundo tiene algo roto o equivocado, algo que no hizo. Todos los personajes de este libro tienen esa necesidad de reparar lo que no hicieron, y conseguirlo es la única manera de continuar viviendo. Lo que sea que hiciste o no hiciste, tienes que aceptarlo y vivir con eso. Uno de los temas del libro es ése. Es aquello que comparten entre sí la mayoría de los seres humanos: la necesidad de reparar algo que ocurrió en el pasado. Además, eso se va a expresar a lo largo de la investigación.
Investigar es una forma de escribir. ¿De qué forma el escritor de hoy piensa y crea a través del investigador? ¿El thriller sirve para «pensar» la propia escritura?
Me gusta la investigación no en el sentido policiaco, sino en el sentido de descubrir o perseguir cosas que permanecían ocultas. Todos somos investigadores. Todos queremos saber o verificar las partes que faltan en una historia. Utilizar eso en una novela es la forma más divertida y placentera de evadirse. Más que la historia en sí misma, o de los personajes o de la reparación, llegar a conocer qué pasó es una forma de evasión. Pensar constantemente en cómo se desarrolla la investigación y sus destalles o giros te permiten escapar mentalmente. Te convierte en parte de la historia. Tanto el escritor como el lector participamos activamente de ese proceso de huida. Eso es algo que disfruto muchísimo como autor.
En este libro usted ha evolucionado y adquirido una serie de destrezas con respecto a sus entregas anteriores: el uso de la información para mantener la intriga y el ritmo, por ejemplo. ¿Se sintió más seguro escribiéndola?
Es un libro que escribí para mí. Me lo planteé como un reto: era una historia larga, complicada, con muchos personajes con trayectorias totalmente distintas. Escribiéndola pensé y entendí, por primera vez, que me había convertido en un autor. Eso es algo nunca se nos revela o sabemos del todo. Alguien puede ser doctor, pintor, periodista y saber que es cada una de esas cosas, porque las hace y las ha estudiado. Pero, ¿convertirse en autor? ¿Quién o qué te garantiza que lo eres? Nada más que tú mismo, tratando de juntar las piezas de cómo este asunto funciona. Por ese libro ha sido tan importante para mí.
¿Cuál es la relación que guarda con este libro, anímicamente? ¿Cómo atestigua el cambio de sus ideas de lo que la novela ha de ser? Usted siempre se ha definido como un autor en proceso, incluso que sigue sintiéndose un autor joven o inexperto.
Sigo pensando que el placer, el disfrute al escribir, sigue siendo la idea principal de lo que un libro o una novela suponen, más allá de la complejidad. Es como los deportes. Tendrás que esforzarte mucho, pero tendrá su recompensa. El placer que te produce te dará la energía para avanzar en los siguientes niveles. El primer día que comienzas a correr te calzas las zapatillas y sales. Quizá sólo aguantas quince minutos, pero una vez que lo has hecho, al día siguiente te planteas hacer uno o dos minutos más. La semana siguiente habrás hecho treinta minutos y estarás feliz, porque funciona. Requiere esfuerzo, pero es placentero. Para mí ocurre lo mismo al escribir. Porque a priori nunca sabes si va a funcionar. Cuando ya has tenido éxito, tu incertidumbre es mayor. La gente puede querer leer el mismo libro que ya le gustó, pero yo como autor no quiero escribir lo mismo una y otra vez. Quieres probar, arriesgar, hacer cosas diferentes. Yo podría haber escrito un libro igual a los anteriores, sin la mitad de los personajes. Pude haberlo dividido en dos, publicar uno un año y otro el siguiente y decir «ya está». Pero no se trata de eso. Para mí era importante ver si era capaz de escribir una historia más compleja y comprobar si era capaz. Si este libro consigue eso, los verdaderos resultados los veré en el siguiente.
En todos sus libros lo importante no es qué ocurre sino por qué ocurre
En efecto, la desaparición de Stephanie no es lo importante. Lo verdaderamente importante es saber el porqué. Si yo derramo este vaso de agua y cae sobre la mesa, te levantarás al baño para secarte. Eso es un hecho. Pero si yo intencionadamente derramo el agua, el hecho sigue siendo el mismo. Una vez que te levantes, yo cogeré tu teléfono y revisaré algo en tu teléfono. Entonces ahí sí que es interesante ese hecho.
A veces da la sensación de que prefiere ambientar sus libros en EEUU porque no quiere escribir sobre Ginebra. ¿Huye de las referencias propias o de la tentación de hacer auto ficción?
Parte de la razón se debe al hecho de que no soy lo suficientemente bueno todavía como para hacer ficción pura en la ciudad en la que vivo. Una de las muchas debilidades que tengo como autor es el hecho de que no sería capaz de tener la distancia necesaria que se necesita. Mi mayor reto es ser capaz de escribir ficción en Ginebra.
Usó un ejemplo sobre correr. ¿Qué tan lejos ha llegado este libro en su propia maratón literaria?
Diría que está en la media maratón. No más de eso. Es un poco más que el promedio, la gente puede correr 10 o 15 kilómetros, 20 es algo más, aunque todavía está lejos de los 40 de la maratón.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: