A las buenas, querido lector.
Una vez más estoy aquí con un nuevo artículo del blog Asesinos en serio. Este texto que te voy a mostrar ahora era necesario, no sólo por la importancia que tiene este personaje en el mundo de los asesinos en serie, sino porque no hacías más que pedirme que hablara de ella. Sí, ella, porque hoy nos ocupamos de una mujer. Y no de una cualquiera, es la que podría ser la mayor asesina en serie de toda la historia. Si no entiendes eso de “podría”, no te preocupes, porque en las próximas líneas te voy a explicar por qué. Dejémonos de tonterías y pasemos a lo que importa. Te presento a la condesa de Báthory o, como se la conoció también, la condesa sangrienta.
Erzsébet (a partir de ahora la llamaré Isabel, ya que es más fácil y es su traducción al castellano) Báthory nació un 7 de agosto de 1560 en Byrbathor, una ciudad de Transilvania, Hungría. Lo primero que me gustaría es situarte la región en el contexto de la época.
Cuando ella nació, el país estaba dividido. Era una región conflictiva y deseada, pues era tierra fértil y rica en producción. Una parte estaba ocupada por los turcos, la otra por los Habsburgo (Austrias). Ella nació en el seno de una familia antigua y poderosa, unión por su parte de las dos familias más influyentes del país. Sin ir más lejos, su tío (István Báthory) fue rey de los polacos y príncipe de Transilvania. También fue muy importante su primo Segismundo Báthory, otro príncipe de Transilvania casado con María Cristina de Habsburgo. En aquellos momentos se vivía en feudalismo, con un señor o señores que lo controlaban todo y unos campesinos que malvivían para satisfacer las necesidades de sus amos.
Volviendo a Isabel, fue hija de Anna Báthory de Somlyó y Jorge Báthory de Ecsed, que a su vez eran primos hermanos. Recibió una excelente educación. Puede parecer lo normal, pero en aquella época no se le daba demasiada importancia a que un noble supiera leer o escribir. En cambio, Isabel aprendió varios idiomas (húngaro, latín y alemán) y mucho de la cultura que la rodeaba. Los Báthory eran una dinastía enorme y por eso, a su vez, se dividían en ramas. Ella pasó gran parte de su infancia con los Ecsed, que se decía que era la parte más, digamos, excéntrica de la familia, debido a uniones sanguíneas entre familiares. A pesar de ello, Isabel no manifestaba ninguno de esos raros comportamientos, y se podía decir que era una niña normal para su edad y posición social. A los quince años la casaron con un hombre que le sacaba once años. Antes de este matrimonio, se dice que quedó embarazada de un campesino (sí, con sólo catorce años) y, claro, en la nobleza no estaba demasiado bien visto y tuvieron que mantener el embarazo en secreto y después dar el hijo para que se criara lejos de palacio. Volviendo al matrimonio, se casó con el conde Ferenc Nádasdy, conocido como el “caballero negro de Hungría”. Con él tuvo tres hijas y un hijo, pero su marido se pasaba la mayor parte de su tiempo batallando contra los otomanos y casi ni se veían. Pero no por eso no tenían contacto, ya que se escribían cartas frecuentemente y en ellas empezaron a aparecer los rasgos psicopáticos y crueles que acabarían estando presentes en el día a día de Isabel. En esas cartas ambos hablaban (y, al parecer, les divertía) de cómo podrían castigar y humillar a sus criados. Esas descripciones comenzaron a convertirse en una realidad, e Isabel comenzó a propinar soberanas palizas a sus sirvientes a la más mínima que hicieran. O aunque no hicieran nada, ya que a ella le divertía infligir esas vejaciones cada vez que le apetecía. Uno de sus correctivos favoritos era abandonar al castigado desnudo en el bosque con el cuerpo untado en miel. Está de más decir que esto atraía no sólo a criaturas salvajes, sino a multitud de insectos que le proveían de un sufrimiento extremo antes de una muerte casi segura. Y más les valía morir porque si no lo hacía, la tortura que les esperaba era peor que la propia muerte.
Cierto es que, según se sabe, a pesar de estos crueles ensañamientos y torturas, Isabel todavía no había matado a nadie. Esto cambió cuando su marido murió.
Ocurrió en 1604 y lo primero que hizo Isabel fue echar del castillo a su suegra. Desde que se casó con el conde vivía con ellos y se había encargado de su educación. No olvidemos que fue muy joven y según las costumbres de la época, todavía debía seguir educándose. Lo cierto era que Orsolva, que así se llamaba su suegra, era una mujer muy puritana y con un sentido muy estricto de la moral. Eso chocaba con la personalidad que ya mostraba Isabel sin ningún pudor. No hay que ser ningún lumbreras para adivinar que, según se relata, ambas se llevaban bastante mal. Al parecer, Isabel había empezado a manifestar que le atraían sexualmente las mujeres y eso su suegra no lo consentía. Menuda aberración aquella para una señorita de su posición, claro. El problema que tuvo con este tipo de relaciones no sólo vino con la desaprobación de la madre del conde, sino que las propias mujeres le huían, ya que decían que era muy agresiva en la cama y que sus prácticas rozaban el sadismo.
Cuando ambas se peleaban, que era una costumbre diaria casi, Isabel no hacía más que recordarle que su apellido tenía mucho más abolengo que el de ellos. Le decía que no lo olvidara nunca.
Sea como sea, cuando murió su marido consumó su venganza y echó a su suegra del castillo. Tengo que decir que lo que voy a relatar lo he intentado contrastar todo lo que he podido en un tiempo récord pero, aún así, no se sabe a ciencia cierta qué hay de verdad o de “engorde” por parte de las lenguas que contaban su historia. Partiendo de esto, se dice que su afición por la sangre de muchacha joven comenzó cuando una doncella le cepillaba el pelo. Parece ser que le dio un estirón, e Isabel le arreó tal sopapo que hizo que de su nariz brotara algo de sangre. Esa misma sangre cayó encima de la mano de la condesa e hizo que sintiera, de golpe, cómo su piel se volvía suave, tersa y más joven. Aquí hay dos cosas que son evidentes: una, que en verdad, aunque lo pensara, esto no pasó. Su piel siguió igual. Dos, que lo pensó porque estaba obsesionada con la eterna juventud. En esos momentos, Isabel tenía cuarenta y cuatro años. Hemos de tener en cuenta cómo cambian las sociedades. De hecho, creo que hasta nosotros somos testigos directos de estas cosas, pero en aquella época tener esos años era como ahora se consideraría ser de la tercera edad. Su obsesión por mantenerse siempre bella y joven era enfermiza y esto fue, sin duda, lo que la llevó a cometer los actos tan deleznables que cometió.
Bueno, eso y una psicopatía más que evidente.
De todos modos, la idea de que la sangre la ayudaría a mantenerse joven no era suya. En el castillo en el que vivía, el de Csejthe, situado en la cima de una colina por los Cárpatos, había una nodriza de la que se decía que practicaba rituales de magia roja. Si no sabes lo que es no te preocupes, yo tampoco lo sabía. La magia roja tiene una estrecha relación con la negra (aunque se diferencian claramente, pues la negra busca hacer daño a otros) y sirve, fundamentalmente, para realizar hechizos de carácter amoroso y sexual. Es decir, para conseguir que una persona se enamore de otra gracias a un hechizo o ritual. Vamos, lo que comúnmente se diría como obligarla. Pero esto es otro tema.
Su nodriza, de nombre Jó Llona, fue la que le metió en la cabeza este tipo de ideas sobre que la sangre de una mujer joven podría rejuvenecerla. Así que bastó poco para que esa idea de una piel más tersa viniera a su cabeza cuando la sangre de la muchacha cayó en su mano. Su cabeza se disparó de manera automática y ordenó a continuación que se le cortaran las venas y se le llenara la bañera con la sangre que saliera de ella. Quería probar si lo que decía la nodriza era cierto o no.
En su mente sí lo fue. Así que este asesinato fue el inicio de una carrera brutal y que la convirtió, sin una forma de poder confirmarlo a ciencia cierta, en la mayor asesina en serie de la historia.
Para llevar a cabo esos crueles asesinatos contó con la ayuda de su nodriza, que a pesar de que en este asunto no hay nada de cordura, ella era la que ponía ese puntito necesario para que la locura de Isabel no la llevara a cometer un descuido que hiciera que se pusieran tras su pista. Una de esas medidas que tomó su acompañante fue la de elegir a las víctimas entre campesinas y mujeres que no importaran a la sociedad de por aquel entonces. Es cruel afirmar que fue una buena estrategia, pero no me queda más remedio que hacerlo. En una sociedad en la que ser mujer y campesina era sinónimo de no ser nada. Nadie las iba a echar en falta, y de este modo la condesa podía seguir haciendo de las suyas.
Los rumores de que Isabel practicaba la brujería y la magia negra no tardaron en aparecer, eso sí, con una voz muy débil por medio a represalias. De ella ya se decía que secuestraba a mujeres muy jóvenes, a ser posible vírgenes, y las mataba para, primero, beberse parte de su sangre y, segundo, bañar su cuerpo con el resto. También se decía de ella que practicaba el canibalismo.
Hay que tener en cuenta que la tradición del conde Drácula (sobre todo después de la novela de Bram Stoker) es la que irrumpió con fuerza en Occidente y nos trajo de forma potente el mito sobre los vampiros, pero en Hungría todo esto se extendía desde hacía muchos siglos. Es por eso que ya a la condesa la tildaban de vampiresa por aquellos tiempos.
Evidentemente, la condesa no se conformaba sólo con matar y desangrar a esas doncellas, por lo que fue un paso más allá. Montó en los sótanos del castillo una auténtica cámara de torturas y pasaba la mayor parte del día allí abajo vejando a sus víctimas. Lo curioso es que ella contaba que lo hacía porque en su día a día se aburría. Esto me recuerda a la rotunda afirmación, con la que estoy de acuerdo, de que para un psicópata no somos personas, sino objetos que se mueven solos. Creo que Isabel lo deja bastante claro aquí.
Al poco tiempo de haber comenzado con estas prácticas, empezó a recibir consejo de una bruja local de nombre Darvulia. Ella, durante el tiempo que estuvo a su lado le siguió recomendando que no se saliera del patrón de las sirvientes. Esto le permitiría seguir impune el tiempo que hiciera falta. Además de esto, también le absorbía más el cerebro con cientos de prácticas ritualistas que hacían creer a la condesa que cada día que pasaba estaba más joven que el anterior. Darvulia no hacía más que aprovechar que, en verdad, Isabel era una mujer de una belleza tremenda y su imagen en el espejo siempre era la mejor posible. No había más.
Pero Darvulia murió. Su nodriza ya lo había hecho unos años antes y, aunque con ideas disparatadas, ya no había nadie que controlara de algún modo a la condesa. ¿Cómo se tradujo esto?
A que fue un paso más allá y esto acabó con su carrera criminal.
Se ve que ya no recordaba los consejos que tuvo antes o que, simplemente, sus ansias de sangre podían más con ella que otra cosa. El caso es que ya no se conformaba con campesinas y sirvientas, y comenzó a secuestrar a hijas de nobles.
Esos mismos nobles ya habían oído de sus prácticas, pero como en aquella época a los señores se les permitía de todo con sus súbditos, no pasaba nada. Pero ahora era diferente. Así que decidieron poner en conocimiento del emperador Matías II lo que estaba sucediendo. Matías, por decirlo de algún modo, ya le tenía ganas a Isabel por desavenencias políticas, así que aquí vio una oportunidad de quitársela de en medio e ir a por ella. No escatimó en medios para investigarla, y para ello envió a su primo, el conde Jorge Thurzó.
La investigación no tuvo que ser muy intensa, pues se cuenta que nada más entrar en palacio el conde se topó con el cadáver de una muchacha que estaban desangrando para su habitual baño. Horrorizado por lo que vio, fue a buscarla al sótano, donde se decía que tenía montada la sala de tortura. Sus pesquisas fueron ciertas, ya que allí estaba, vejando a dos muchachas muy jóvenes con la ayuda de dos criados. Esto no fue lo único, pues empezó un gran registro del castillo, en el que encontraron más cadáveres en otras habitaciones y un documento que fue fundamental para entender lo que había pasado: un diario en el que se dice que había anotados más de seiscientos nombres de sus presuntas víctimas. La parte positiva es que encontraron también a varias muchachas vivas listas para la tortura. A algunas de ellas ya se les había infligido algún que otro correctivo, pero por suerte las pudieron salvar. En sus relatos contaron que para comer se les servía carne de otras doncellas muertas.
La condesa fue detenida en 1610, un 29 de diciembre. Se dice que se tardó hasta seis años en poder recuperar todos los cuerpos que había, entre enterrados y esparcidos, en los alrededores del castillo.
En 1612 comenzó el juicio contra la condesa.
Ella ni siquiera fue a declarar, ya que se acogió a su derecho nobiliario para no tener que hacerlo. De todos modos, el juicio sólo se centró en las desapariciones y muertes de las muchachas nobles. La muerte de las otras, las que conformaban el gran grueso de su disparatada carrera, no importaba. Ellas no eran nada. Un despojo social menos, al fin y al cabo.
Lo normal en la época era que la hubieran condenado a muerte pero, no se sabe muy bien cómo, se le perdonó la vida a cambio de emparedarla en su propia habitación. Aunque bien pensado, no sé qué es peor. Se le tapiaron las ventanas y puertas dejando un solo resquicio para que entrara algo de aire y por el que se podía ver ligeramente el cielo. Dejaron otro en la puerta para poder meterle comida (no demasiada al día, por cierto).
Con sus criados colaboradores fue otro cantar: sólo una de ellos se libró de la muerte (la más joven, de catorce años) y fue condenada a cien latigazos.
Dos años más tarde de la sentencia la condesa murió presa del hambre y del frío de su aislamiento. Los que la vigilaban dicen que nunca mostró arrepentimiento por lo que hizo, ni siquiera lo consideraba un crimen. Ella lo veía como algo natural debido a su posición social.
Fue enterrada en su localidad natal, pero durante muchos años se prohibió hablar de ella, pues aparte del dolor causado, se pensaba que su nombre estaba maldito.
La verdad es que esta historia me ha hecho pensar mucho. Es imposible saber con total certeza si todo lo que te he relatado ocurrió verdaderamente así. Si bien es cierto que lo he contrastado al máximo para asegurarme, sigue sin saberse si todo fue tal cual o una maniobra de desprestigio por parte de los enemigos de la familia de la condesa. Los investigadores no se ponen de acuerdo con esto, por lo que me temo que no te puedo contar más de lo que aquí te he relatado, lector. Dejo en tu imaginación el pensar si de verdad esta mujer cometió los hechos tan atroces que se describen. También te digo que el diario y el proceso del juicio sí están documentados, pero quién sabe.
No está de más que también te cuente que se ha escrito mucho, muchísimo sobre ella. Pero no solo eso, también hay una gran cantidad de películas que relatan la vida de este singular personaje de la historia. Imposible nombrarlas todas, por lo que te invito a echar un vistazo por internet. Te vas a sorprender.
Por lo demás, en caso de que todo sea cierto te acabo de contar la vida del peor de los asesinos en serie de la historia, englobando hombre y mujer, por lo que espero que no se te haya quedado muy mal cuerpo y esperes con ansia mi próximo artículo. Eso sí, aunque sé que me vas a matar, será en septiembre. Dejemos un poco de tiempo al descanso (aunque no será por mi parte, que sigo trabajando duro en la novela que saldrá a principios del año que viene). Si te ha gustado o quieres hacerme algún comentario, sugerencia o lo que sea, tienes mi email: blas@zendalibros.com. Si quieres, también me puedes seguir en Twitter y contarme lo que quieras por allí, siempre contesto y es más rápido: https://twitter.com/BlasRuizGrau
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