Se diría llegado el momento en que todos aceptemos, y los tratadistas documenten, la existencia de un nuevo género literario, muy para el siglo XXI: el cuento de terror energético, o ecológico. Es una categoría pujante, capaz de exhibir una buena lista de obras maestras a pesar de los relativamente pocos años de existencia. Ensayaremos una definición para mejor comprensión del asunto: se trataría de aquellos textos que, tras describir el actual panorama energético-ecológico a escala planetaria, proyectan hacia el futuro la evolución esperable y detallan sus consecuencias.
O, dicho de otra manera: recordará sin duda el avisado lector –siempre que esté en edad– aquella mítica sección de La Codorniz, titulada Tiemble después de haber reído, un relato de suspense se insertaba como contrapunto al humor en las páginas finales de la revista. Pues esto es parecido, tiemble después de hacer unos cuantos cálculos sobre el calentamiento global, o sobre las reservas energéticas del planeta.
Son cuentos –entiéndase sin el matiz peyorativo que a veces acompaña a esta palabra– porque suelen usarse técnicas narrativas para referir la sucesión de acontecimientos vinculados a la degradación medioambiental en que la sociedad se va hundiendo. Y son de terror, ya que pocas cosas pueden dar más miedo que el que te expliquen con pelos y señales que el mundo, tal y como lo conocemos, está a pique de desaparecer, en un proceso que se llevará por delante nuestro modo de vida y, con suerte, nos retrotraerá al medievo. Sin suerte, a la desaparición de la especie.
El libro que más lejos ha llevado este esquema científico-narrativo-terrorífico es Seis grados, de Mark Lynas, un clásico, aunque su autor lleve algunos años dando tumbos ideológicos. Pero como se publicó hace cierto tiempo, cuando todavía no podíamos viajar a Zenda, damos por supuesto que el aficionado al género lo conoce. Acaba de salir un digno continuador que, además, ha merecido ganar el premio de ensayo de la editorial que lo publica. Se trata de Rutas sin mapa, del antropólogo mostoleño Emilio Santiago Muíño. Si bien son distintos en objetivos y planteamiento –en este hay muchísima política- uno y otro comparten lo fundamental, que es dejar al lector hecho unos zorros, dispuesto a sacar billete en el primer cohete que abandone este mundo a punto de estallar.
Rutas sin mapa parte del supuesto de que ya no se puede revertir el deterioro de nuestro planeta. Eso puede sonar pesimista, también realista; en cualquier caso, el autor no considera necesario gastar muchas fuerzas en justificarlo. Nuestra economía expansiva, dice en palabras más o menos textuales, lleva al menos tres décadas explotando el planeta por encima de sus límites biofísicos. Y a esto se ha llegado porque el modelo económico vigente –la búsqueda a lo que dé lugar de altas tasas de beneficio– ha tensionado tanto el sistema que lo ha convertido en una máquina autodestructiva: concentración extrema de riqueza y la consiguiente explosión de la deuda; seguidilla de burbujas especulativas; pérdida de poder de la política en función de la economía; evaporación de los derechos sociales y laborales. Necesitamos seguir pedaleando para no caernos de la bicicleta, mantener la ficción del crecimiento sin fin… sobre un planeta finito.
¿La solución? Estamos en un periodo de excepción y emergencia, y apenas disponemos de unos pocos años para tascar el freno. Por supuesto, es imprescindible controlar la extracción de recursos naturales para que quede por debajo de su umbral de renovación, y limitar los residuos a la capacidad de absorción del medio. Y si esto no fuera ya poco y tan contrario, ay, a la condición humana, el autor reclama una “transformación antropológica de la estructura de las necesidades”. O, dicho de otro modo, una acción colectiva rupturista hacia un modelo social basado en la austeridad, donde nuestros objetivos vitales no sean los bienes de consumo sino las relaciones sociales y la abundancia de tiempo propio.
Hay algunos capítulos prescindibles, como el que desarrolla las tesis sobre el socialismo, o el final, con unas consideraciones sobre la poesía y la religión que no nos consigue interesar. Pero libros como éste conviene que aparezcan recurrentemente, que tengamos siempre uno en la mesilla, que refresquemos nuestras meditaciones sobre la absurda e insostenible sociedad que hemos alimentado. No valdrá a la postre para nada porque –ya lo hemos dicho– la condición humana es la que es. La generación que está naciendo ahora, destinada a sufrir de lleno el impacto de la degradación medioambiental, podrá decir que, aunque sus padres y abuelos les han legado un mundo de mierda, al menos habían reflexionado sobre ello.
_______
Título: Rutas sin mapa. Horizontes de transición ecosocial. Autor: Emilio Santiago Muíño. Editorial: Libros de La Catarata. Páginas: 144. Edición: papel.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: