Afortunadamente, en los últimos años han ido apareciendo suficientes traducciones de la obra de Mary Beard para que esta profesora de Cambridge no necesite presentación si el lector gusta de la tradición clásica y, más en concreto, de Roma. Incluso no hace mucho ha sido entrevistada en algún suplemento literario, y qué bien parece que la historia del mundo antiguo y sus personajes puedan competir por ese espacio con novelas y libros de actualidad.
A Mary Beard se aficiona uno rápidamente por su talento para la divulgación y su sentido del humor, quizá inglés –valga el tópico–, quizá romano, que ejerce a través de muchos registros: libros, artículos científicos, reseñas –extraordinarias, superlativas– y las columnas en el Times y en su blog. Su libro sobre Pompeya es equipaje ya imprescindible para el que quiera, física o mentalmente, visitar la ciudad del Vesubio, y el titulado La herencia viva de los clásicos es un delicioso recorrido por aspectos, digamos, colaterales de la historia antigua; y a la vez un alto ejemplo del arte de hacer reseñas que nos pone ante el espejo a los que, como quien esto escribe, hacemos nuestros pinitos desde la insignificancia.
Precisamente en La herencia viva de los clásicos (publicado por Crítica en 2013) que aquí hemos leído antes, pero que en su versión original apareció mucho después del libro que nos ocupa, es quizá donde mejor se aprecia el característico estilo de la autora, cuya destreza en la narración de hechos y anécdotas corre paralela a la interpretación ingeniosa y enriquecedora de muchos aspectos que la tradición había solidificado. Precisamente, el valor que se atribuye a la tradición es lo que quizá mejor define la esencia de la cultura clásica, y ello frecuentemente ha funcionado como un velo que distorsionaba la realidad histórica o, cuando menos, diluía sus matices. Mucho de lo que el mundo clásico nos dice lleva fosilizado desde hace siglos, o milenios, por el peso de la autoridad, o la rutina. Y eso, que podía ser considerado como algo inevitable, hoy puede resolverse por el avance de la tecnología –en todos los campos– y la capacidad de procesamiento de la información.
Con ser mucho, lo que para el estudioso deparaba hace cincuenta años una visita a Pompeya era poco más que la fotografía borrosa de un instante en la vida de una ciudad, mejor en cuanto a detalles si se ponía el foco en los estratos superiores de la sociedad. Hoy, la irrupción de la tecnología en el análisis de todo tipo de restos permite precisar, por ejemplo, el tipo de plantas que se cultivaba en los huertos, o aspectos de la dieta, costumbres y prácticas comerciales, cuyo conjunto ofrece una visión dinámica e interrelacionada, un panorama social complejo.
De esto se habla, entre otras cosas, en El mundo clásico: una breve introducción, un libro particular, donde el lector no va a encontrar ese manual de iniciación que el título parece prometer. Se trata de uno entre otros muchos volúmenes de una colección muy exitosa de la editorial de la Universidad de Oxford, todos los cuales llevan la muletilla A very short introduction en el encabezamiento, aunque, como decimos, en este caso no parece que sea sino una excusa.
Pero como es un libro importante y ha aparecido aquí tardíamente, de la manera más discreta y nada publicitada, indistinguible por su aspecto y mimetizado en los anaqueles entre los infinitos otros libros de Alianza, queremos modestamente contribuir a que no pase desapercibido.
Y la razón, ya lo apuntábamos, no es precisamente su virtualidad como guía de aprendizaje. La clave del libro de Mary Beard, a nuestro entender, y lo que conectará instantáneamente con los amantes y, especialmente, los maniáticos de la tradición clásica, es que todo el texto pivota alrededor de un enclave excepcional como ninguno, una referencia cuya jerarquía admite pocas comparaciones: el templo de Apolo Eleuterio en Basas. Quien ha estado allí sabe que en pocos lugares, si es que alguno –Partenón incluido– se experimenta la esencia, el sentido de la civilización griega como en ese páramo de la Arcadia.
Así que el motivo del libro está inmejorablemente elegido, y bajo su amplia sombra cabe todo, aunque sea traído de acá y de allá, incluida una pequeña clase de latín. Pausanias, Sócrates, Sófocles, Virgilio y hasta Anthony Blunt o Ben-Hur tienen su momento en esta pequeña joya. La autora sabe que una introducción en el mundo clásico es imposible, porque ya lo traemos de fábrica puesto, y que basta con tocar unas cuantas claves para que nos salga por todos los poros.
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Título: El mundo clásico: una breve introducción. Autores: Mary Beard y John Henderson. Editorial: Alianza Editorial. Páginas: 224. Edición: papel.
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