Permitan que les muestre una sentencia que define a la perfección qué se cuece en la mayor de las Antillas. Es la siguiente: “Existe el primer mundo, existe el segundo… y luego está Cuba”. No quiere esto decir que el país esté a la cola en todo, no lo tomen por ahí, sino que es un lugar inclasificable y que en este mundo tan globalizado y (excesivamente) conectado, los cubanos siguen manejándose con unos referentes suyos, particulares y genuinos. Ruido político al margen, ser el único país comunista que sobrevive en Occidente supone diferencias con muchas de las cuestiones vitales que en el resto del planeta damos por convencionales. Digamos que la casuística de la vida en Cuba es muy especial. Y su literatura no va a estar al margen.
Perdón por no haberme presentado antes. Daniel Pinilla, para servirles. Humilde periodista, escritor y amago de editor. Algo de trotamundos también. Percibí el excelente nivel de los autores cubanos hace casi tres años, cuando hice un largo viaje por la isla con intención (cumplida, por cierto) de escribir un libro sobre Cuba (Hasta el mojito siempre, por si algún avezado lector quisiera darle una oportunidad). Mi amigo Raúl Aguiar, profesor de Técnicas Narrativas del Centro Onelio Jorge Cardoso de Formación Literaria, resume a la perfección qué tienen de especial esos libros cubanos que me entusiasmaron: “La producción literaria actual que se produce en Cuba tiene la particularidad de que, al no haber estado durante mucho tiempo signada por las leyes del mercado editorial, los autores se concentran en tratar de hallar su estilo, su voz propia, sin la mediatización que implican las fórmulas globalizadas de una literatura donde cada vez se hace más difícil diferenciar un libro de otro, más allá de su género o temática específicos”. Traducción: existe un semillero de enorme talento a la espera de ser expuesto al mundo.
Decía yo que anduve por Cuba durante unos meses y que leí todo lo que me cayó en las manos proveniente del mercado local. A mi regreso a España, sucedió lo imprevisto: yo me encontraba en pleno estado de efervescencia, de emoción, ante la posibilidad de convertir en real lo que podría haber sido una más de las geniales ideas que nos surgen cuando viajamos y que normalmente luego no tenemos la energía de meterle mano… hasta que las olvidamos. ¿Cobardía? Sí, exactamente eso. Pues bien, coincidió entonces que la compañía Lantia, donde yo iba a incorporarme como editor, ya había rumiado la posibilidad de activar una operación con la literatura cubana, así que le sonó a música celestial mi peregrina propuesta. Más o menos, la cosa fue como sigue:
—Mirad qué excelentes libros. Es una pena que no sean conocidos más allá de Cuba. Deberíamos publicarlos. He pensado que…
—De acuerdo, Dani. Prepárate un viaje a Cuba, busca autores prometedores y cierra contratos con ellos.
—¿Es en serio?
Y, sí, era en serio. Dos años y medio después, podemos decir alto y claro que hemos armado el mayor catálogo de autores cubanos contemporáneos gestionado por una empresa independiente. No me pregunten por los inconvenientes, porque no han sido (son) pocos, ni cuál era nuestro plan para sortearlos, porque lo sincero es señalar que no había tal plan. Cuando ha surgido un problema, se le ha buscado solución. Cuando hemos asumido que nos hemos equivocado en algo, ponemos por delante la gallardía del reconocimiento del error, miramos de reojo a ver si se ha notado mucho, lo enmendamos y seguimos. Cuando entendemos cuál es la manera más eficiente para transmitir al mundo el discurso de que existe una generación desconocida de autores cubanos con un nivel excepcional y un mensaje para el público lector internacional, ahí metemos la directa.
En una de estas pruebas de ensayo-error, tuve la fortuna de conocer a Lluís Miquel Palomares, el director de la Agencia Literaria Carmen Balcells. Sabido es que doña Carmen pensó e impulsó como nadie el llamado Boom Latinoamericano del pasado siglo. Hablamos de identificar a gigantes literarios, genuinas palabras mayores. Pues bien, resulta que nuestro proyecto cubano ha llamado la atención de la agencia, que ha decidido (por vez primera en su historia) seleccionar un libro de un catálogo para premiarlo y asumir la representación de su autor.
Así las cosas, algo más de dos años y medio después del regreso de un viaje de exploración para escribir un libro de viajes, aquí estamos a punto de entregar un galardón que debería servir para dar visibilidad a un proyecto editorial hijo de la pasión, la osadía y los reflejos empresariales (un justo aplauso a Lantia por ello). El próximo día doce de septiembre, María de los Ángeles (conocida como Marilyn) Bobes recibirá en Barcelona el I Premio Guantanamera, después de haber sido seleccionada por la Agencia Balcells, lo que no es un aval menor. Su libro, Alguien tiene que llorar otra vez, aborda sin complejos ni melindres la realidad espinosa, poliédrica, descarnada y auténtica de la mujer en Cuba, con todas sus casuísticas y posibilidades. Sin edulcorantes. No se trata de una obra endogámica para el consumo interno cubano, sino que tiene perfil universalista. Marilyn al habla: “Siento una tremenda dicha por haber sido premiada. Confío en que este galardón sirva para que a todos mis compañeros autores cubanos se les abra una ventana de atención internacional. Tenemos mucho que contar y ansiamos ser oídos”.
Bobes es sólo un ejemplo de lo mucho y bueno que atesora el catálogo de Guantanamera, una editorial que presume de estar llevando a cabo una minuciosa operación de detección de talento literario en Cuba. Principalmente, talento emergente. Por este motivo acabamos de conceder una mención especial al autor joven (menor de cuarenta años) más destacado en 2018. Ha recaído en Daniel Burguet por su libro Ladrar a las puertas del cielo, una novela de realismo sucio-pero-no-tanto capaz de enternecer, emocionar hasta la lágrima y la carcajada, que relata las vicisitudes de un escritor en Cuba. “Es una alegría sentir este espaldarazo en mis carnes, que espero sirva a toda una generación de jóvenes autores cubanos deseosos de que nos lean”, rubrica el mencionado.
Además de Marilyn y Dani, hay un buen puñado de autores guantanameros a los que merece la pena que ustedes tengan controlados. Apunten algunos nombres: Alberto Guerra, Eduardo del Llano, Marié Rojas, Rafael de Águila, Yamila Peñalver, Jesús Curbelo, Raúl Aguiar, Massiel Rubio, Jorge Cápiro y muchos otros (en el sitio web de la editorial pueden repasar todos los que hasta la fecha son).
¿Qué será lo siguiente? Pues no lo sabemos. Quizás seamos capaces de montarnos en la ola buena y que este montón de excelente literatura se convierta en un producto de consumo masivo. Pienso que la humanidad mejoraría si así fuese, al menos en lo que a sentido del humor y enfoque se refiere. También puede que nos quedemos a mitad de camino y que todo este empeño quede congelado y no trascienda. De ustedes, queridos lectores, depende.
En cualquier caso, yo siempre podré mirar atrás, recordar el camino recorrido, las reuniones con los autores en el Centro Loynaz, las cervezas en La Fábrica de Arte Cubano, los jugos de fruta bomba de a tres pesos, los taxis de ruta… y cantar (en honor a José Martí, por supuesto) aquello de Yo soy un hombre sincero / de donde crece la palma, / y antes de morir yo quiero / echar mis versos del alma. / Guantanamera…
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