Ramón J. Campo es el autor del libro El oro y los nazis. Un relato del papel de Canfranc como lugar estratégico en la II Guerra Mundial. Cientos de europeos escaparon en el tren de la libertad del genocidio nazi, como los pintores Max Ernst y Marc Chagall, hasta que las tropas del Tercer Reich ocuparon toda Francia en noviembre de 1942 e izaron la bandera con la cruz gamada en la estación internacional.
—El escenario de esta colosal estación ferroviaria rodeada de altas montañas te deja apabullado. No me extraña que en el pueblecito de Canfranc una de las frases que se usó como reclamo para su estación fuera «es más grande que el Titanic». ¿Cuándo conociste este lugar? ¿Cómo nació el proyecto del libro?
—Conocí Canfranc cuando tenía 9 años de edad y pasé unas Navidades en el albergue municipal para aprender a esquiar en Candanchú. Nací en Huesca, y el Pirineo siempre ha sido una referencia para nosotros a lo largo de muchas excursiones. El libro maduró el verano de 2001, cuando descubrimos la historia del oro nazi de la mano del conductor Jonathan Díaz, pero no decidí hacerlo hasta que supe cómo reaccionó el pueblo ante la presencia de los nazis en Canfranc. Lo presentamos el 27 de abril de 2002 en el vestíbulo de la misma estación de Canfranc con más de 200 personas venidas de Francia y España. Los informativos de TV5 nos dedicaron cuatro minutos ese domingo. Fue maravilloso.
—La historia real que nos cuentas en este magnífico volumen es verdaderamente fascinante, pero, además, coincido con el gran Forges, prologuista del libro, que te dijo que de aquí podrían nacer cientos de historias y cada una podría merecer una novela y una película. ¿Cómo fue el proceso de documentación?
—El proceso de documentación fue complicado. Recoger los testimonios de los testigos mayores de Canfranc no era tarea sencilla, porque seguían teniendo miedo a contar la historia, a pesar de llevar 30 años en democracia. Los nietos de dichos testimonios me ayudaron mucho y algunas entrevistas fueron muy emocionantes. Además, buscamos en varios archivos de todo el mundo (Estados Unidos y Francia), donde encontramos documentos con referencia al tráfico real del oro nazi y su paso por Canfranc. Y contacté con varios historiadores, como Martín Aceña, y políticos de referencia, como Enrique Múgica, Santiago Marraco y José Antonio Labordeta.
—Esta estación ferroviaria pasó por no pocas vicisitudes en sus inicios. Había dos estaciones más que comunicaban con Francia, en Irún y Port Bou. ¿Por qué finalmente se apostó por Canfranc y cómo salió adelante este megalómano proyecto que tenía incluso una biblioteca y un hotel en su interior?
—Se apostó por la línea internacional de Canfranc desde que lo reclamaron los aragoneses en 1853 a través de la Sociedad Económica de Amigos del País por motivos económicos del Pirineo central, aunque desde ese manifiesto hasta la inauguración en 1928 pasaron 75 años, la Primera Guerra Mundial y muchas dificultades para su puesta en marcha. Fue un megaproyecto en el que el Ministerio de la Guerra obligó a construirlo en Canfranc, en lugar de un túnel de cota baja en Villanúa. Obligaron a construirlo en el Coll de Ladrones y el Rapitán, dos cuarteles situados en las montañas de Canfranc y Jaca, para evitar la invasión de Francia, como ocurrió en el siglo XIX. Hubo que mover el río, plantar dos millones de árboles en las laderas de los alrededores para evitar aludes, abrir un túnel de casi ocho kilómetros y con las piedras que salían de allí cubrir las obras del subsuelo de la estación, que es una gran obra invisible.
—Lo que muy pocos saben es que Canfranc fue el único municipio de España ocupado por los nazis durante la II Guerra Mundial, entre 1941 y 1944. La mera presencia de mandos y soldados alemanes, imagino que alteraría la convivencia entre españoles y franceses. ¿Dónde se instalaron los alemanes concretamente? En tu libro has recogido fotografías de gran valor documental, aunque hay pocas de la brigada local de la Wehrmacht. ¿Sabes si existe alguna imagen donde aparezca la esvástica?
—Los alemanes vivieron en la fonda de la estación, donde sus mandos llegaron a cenar en las primeras Navidades con los oficiales franceses y la tensión se cortaba con un cuchillo. Las fotografías de los alemanes son de un guardia civil, que las encontró de su padre. Pero no hay otras imágenes de una cruz gamada o la bandera que se izó después de arriar la tricolor francesa. Efectivamente, Canfranc fue la única población de España ocupada por los nazis en la Segunda Guerra Mundial porque tenía doble nacionalidad: la mitad de la estación era Francia y la otra España.
—¿Vio Franco el potencial de este lugar? ¿Pudo quizá intuir cuando se inauguró en 1928 el papel que jugaría en los años que estaban por venir? ¿Cuál fue el papel de Canfranc durante la Guerra Civil?
—Franco conoció Canfranc desde que fue director de la Academia General Militar de Zaragoza en 1927 y subía con los cadetes para hacer maniobras allí. Alguno del pueblo le dejó su casa para dormir el día de la inauguración el 18 de julio de 1928. Conoció ese papel estratégico y lo utilizó en la Segunda Guerra Mundial para intercambiar oro por wolframio, entre otras cosas. En la Guerra Civil Canfranc no vio contienda o bombardeos como Bielsa, situado en otro valle pirenaico más oriental, pero se cerró el paso ferroviario desde 1936 a 1939.
—La estación de Canfranc vivió su época de máximo esplendor durante la Segunda Guerra Mundial, y la razón por la que sabemos eso la encontramos en el descubrimiento que hizo en el año 2000 el francés Jonathan Díaz, a quien ya has mencionado. ¿Puedes explicar a nuestros lectores la historia del hallazgo de los papeles del oro nazi de Canfranc?
—El conductor de autobús entre Oloron y Canfranc, Jonathan Díaz, encontró los documentos, que atestiguan que pasaron 86 toneladas de oro por Canfranc entre 1942 y 1943. Eran papeles copia en papel cebolla que estaban en el muelle postal tirados por el suelo sacados de cestas de mimbre y que se movieron en las Navidades de 2000 porque se grabó en Canfranc un anuncio de la lotería Nacional. Con Díaz nos conocimos en Etsaut y me los enseñó en agosto de 2001. Le dije que el hallazgo era una bomba. Y así fue cuando lo publicamos.
—Jonathan Díaz fue acusado por RENFE. Es curioso que la misma institución que había dejado este lugar caer en la más absoluta decadencia acusara a alguien de apropiación indebida. ¿Qué pasó? ¿Dónde se conserva actualmente esta documentación?
—Renfe quedó en evidencia cuando publiqué los documentos, aparecidos en un lugar totalmente abandonado, y la noticia dio la vuelta al mundo. Intentó negociar con Jonathan Díaz en el sur de Francia sin reconocer su labor de la recuperación de la historia de Canfranc. RENFE optó por denunciarlo por apropiación indebida, y la juez lo archivó cuando él llevó los documentos del oro al juzgado. Díaz había llevado alguno de ellos a la presentación del libro El oro de Canfranc en abril de 2002 para que se supiera su voluntad. No quería quedárselos, sino recuperarlos. Ahora están depositados en un Archivo de RENFE en Madrid, que no los ve casi nadie. Canfranc quiere llevarlos al futuro Museo del Ferrocarril.
—En 1997 Bill Clinton, tras levantar el secreto de sumario acerca de los archivos de la Segunda Guerra Mundial, instó a los países neutrales a emitir un informe sobre su papel en este tema concreto del oro nazi. ¿Hay alguna información que saliera a la luz sobre el oro que pasó por Canfranc?
—Los informes oficiales de España o Portugal no mencionaron el lugar de paso y la cantidad del oro. Dijeron que el tráfico era legal y el informe de España que dirigió el Defensor del Pueblo, Enrique Múgica, sirvió para que España entregara 250 millones de pesetas para el Congreso Mundial Judío.
—Tú siempre has dicho que toda esa información donde se detalla el transporte de 86 toneladazas de oro entre 1942 y 1943 es solo la punta del iceberg de lo que sucedió aquí. He leído que, según nuevas documentaciones que has ido hallando, la cifra de oro podría haber sido muchísimo mayor, y tiene sentido, pues los papeles que encontró Díaz se refieren tan solo a un año. ¿Has podido verificar esta información con la documentación original? ¿Tal vez haya aún personas en el pueblo de Canfranc que sepan cosas que no se han contado aún? ¿Existe miedo o reticencia todavía entre los supervivientes de esos años a contar los secretos de este lugar?
—Hay más documentos en el Archivo de Bill Clinton, en el que se reconoce que pasaron 104 toneladas por España y la mayor parte fue por Canfranc. Hay testimonios de trabajadores del transbordo que se llevó cajas de oro en 1941 y 1944. Uno de ellos se llamaba Teodoro Constante, y era una joya de entre los testimonios recogidos. Hay gente que sabe cosas y les costó decirlo, pero creo que ahora hay que bucear en archivos europeos. En el de Nantes, de Asuntos Exteriores, encontramos información sobre que Alemania controlaba el tráfico de mercancías de Canfranc desde 1941. Las pruebas son demoledoras.
—¿De dónde procedía exactamente el oro, y a dónde se distribuía? ¿Qué pasó con el que se quedó aquí? ¿Y con el que salió rumbo a Sudamérica? ¿Por qué Franco tuvo ese empeño en adquirir oro del expolio nazi?
—El oro procedía de los bancos centrales europeos y de los campos de concentración donde se fundía lo que se recogía de las víctimas. Con el oro Hitler pagaba a Franco y a Salazar el wolframio que ambos le vendieron para blindar los tanques Panzer. El oro que se quedó aquí sirvió para pedir préstamos en Estados Unidos, para salir del ostracismo. El oro que se llevó a Latinoamérica (transportado en submarinos que salían desde el puerto de Pasajes) sirvió a los nazis que se escondieron allí. Franco encontró el Banco de España con poco oro antes de la Segunda Gran Guerra, porque la Segunda República lo había utilizado para adquirir armamento y usarlo en nuestra Guerra Civil.
—Algunos historiadores dicen que la Segunda Guerra Mundial fue también la guerra del wolframio, y que sin ese mineral la guerra habría terminado antes. ¿Se hizo algo para impedir o controlar el tráfico de este mineral?
—Los Gobiernos de Gran Bretaña y Estados Unidos hicieron una declaración oficial en 1943 en la que prohibían a países neutrales, como España y Portugal, vender wolframio para la industria armamentística alemana. Sabían que al blindar a los Panzer y sus divisiones sería más difícil derrotarlos, hasta que pudieron desembarcar en Normandía. Los historiadores británicos hablan de la «guerra del wolframio» porque debían evitar su tráfico.
—Pero a través de esta estación no solo llegaba el oro y salía el wolframio. Además había otras mercancías básicamente robadas por los nazis de todos los confines de Europa, como obras de arte. ¿Has llegado a averiguar algo más sobre esto?
—Esas obras de arte se las llevaban los nazis de los museos europeos para quedárselas. Un carabinero que iba en camiones con obras de arte todavía tenía miedo por contarlo, por si lo mataban los nazis. Van Dick, Tiziano… Sobre esto se hicieron varias películas y un libro maravilloso, El museo desaparecido, de Héctor Feliciano.
—Muchas de esas riquezas eran pertenencias de los judíos que estaban siendo exterminados por los nazis. En el libro cuentas que en estos vagones de tren se transportaron relojes y hasta dentaduras humanas.
—Es cierto que pasaron dentaduras y relojes de los judíos que estaban en los campos de concentración. El robo de una caja de relojes provocó una búsqueda tremenda en el centro del pueblo hasta que se detuvo al ladrón y acabó muriendo. He podido ver alguno de esos relojes.
—Por Canfranc (concretamente la ruta que desde aquí enlazaba Madrid y Lisboa) pasaron los trenes de la libertad. Más de 30.000 judíos pudieron huir por aquí, al menos durante los tres primeros años de la contienda mundial. ¿Se llegaron a refugiar en este pueblecito de alta montaña? ¿Cómo pudieron esquivar a los oficiales de la Gestapo que estaban en la estación?
—Los judíos pasaron por esa estación desde 1940 hasta noviembre de 1942, porque entonces es cuando llegaron los nazis y ocuparon Canfranc, dado que al principio de la guerra quedaron en la zona liberada de Vichy. Pasaron miles de judíos, y al que no tenía billete de tren podían devolverlo a Francia, porque no permitían quedarse a dormir en Canfranc. En la Casa Marraco siempre había habitaciones para espías o judíos a los que ayudar. Cuando llegaron los alemanes hubo casi 300 detenidos a quienes se llevaron a la Torre del Reloj de Jaca y luego al campo de Miranda de Ebro, en Burgos. En el libro aparecen todos sus nombres, muchos de ellos judíos.
—¿Qué pasó tras esos tres primeros años, y por qué Franco mostró al principio esa manga ancha en cuanto a la entrada masiva de personas que huían del terror nazi? ¿Qué les ocurrió concretamente a los 277 que se encerraron a pocos kilómetros de Canfranc, en la Torre del Reloj de Jaca?
—Franco exhibió manga ancha porque era un país neutral y no podía hacer otra cosa, hasta que le presionaron los alemanes y llegaron a la frontera de Canfranc y la controlaron con las detenciones de los europeos que huían de la guerra. Y los que detuvieron fueron devueltos a sus países pasado el tiempo porque no tenían ningún delito. Localicé a uno de ellos, un ferroviario de Bedous (población francesa cercana a esa frontera), al que para devolverlo a su país lo llevaron por Alicante hasta Casablanca, en Marruecos, cuando ya estaba libre en 1943.
—También fue desde aquí por donde se alimentó a Europa durante esos aciagos años. Cuéntanos, por favor, algunos detalles al respecto.
—El trigo de Argentina, el vino de Portugal y las sardinas de España, entre otros alimentos, sirvieron para alimentar a Europa en guerra. Cada mes cruzaban la frontera 40.000 toneladas de mercancías, y en gran medida eran alimentos, junto a minerales. Los españoles solían quedarse latas de sardinas y vino portugués porque tenían hambre.
—Entre algunas celebridades que salvaron la vida por este paso entre Francia y España estuvieron los artistas Max Ernst, Marc Chagall y Josephine Baker. ¿Crees que por aquí también pudieron huir criminales nazis como Josef Mengele o Adolf Eichmann, rumbo a Sudamérica?
—Los crimínales nazis pudieron utilizar esta frontera para huir hacia Argentina, Brasil o Paraguay, aunque no pude documentarlo. En el caso de los artistas Marc Chagall y Max Ernst o la actriz Josephine Baker, sí lo pude probar.
—Hablemos de los héroes de Canfranc, porque este lugar es un lugar de héroes que gracias tu trabajo han dejado de ser anónimos. Aquí se luchó contra el nazismo, y se cantó la Marsellesa en 1944. Merece la pena que nos cuentes esa historia de los espías de Canfranc y cómo se montó esa red que ayudó a derrotar al nazismo en colaboración con los aliados.
—En Canfranc se montaron varias redes de espionaje para pasar oficiales de la Resistencia, espiar a los alemanes y enviar mensajes con el Estado Mayor de los aliados. Los héroes anónimos se jugaron la vida por amistad a los franceses y la libertad. Se montaron con financiación de los británicos y con gente que trabajaba en la frontera.
—Albert Le Lay, jefe de la aduana francesa de Canfranc, apodado El Rey de Canfanc, y perteneciente a las Fuerzas Francesas de Liberación bajo las órdenes del coronel Rémy, fue el agente secreto más famoso de la Resistencia francesa. Contactaba con los aliados en el sur de Francia y el consulado británico de San Sebastián. Ese héroe discreto rechazó el título de ministro por su labor con la Resistencia francesa porque prefirió regresar a Canfranc. ¿Qué clase de persona fue? Su huida desde aquí fue épica. ¿Puedes narrarla?
—Albert Le Lay no quiso chulear a la República, pues era un bretón patriota que se presentó en 1940 al responsable de la Resistencia en el Bearn para afiliarse, aunque le dijeron que les ayudaba más donde estaba en Canfranc. Los nazis detectaron su papel de espionaje y la Gestapo fue a detenerlo, pero le avisaron y se escapó caminando con su mujer e hijo pequeño hasta el pueblo viejo de Canfranc para que los recogiera un coche procedente de Sabiñánigo del cónsul francés Robert Lamit. De allí llegó a Zaragoza, donde le ayudó el doctor Fairén, que luego sería su suegro, y en Madrid lo auxilió la embajada británica, que lo trasladó a Sevilla, donde se disfrazó de marino mercante en un barco para acabar en Gibraltar, y de allí a Argel.
—También hubo en este lugar mujeres heroínas, como las increíbles Lola Pardo y Simone Casaubon. Háblanos de ellas. Tú has podido hablar directamente con algunos de esos espías y sus descendientes. ¿Te contaron si alguna vez abrieron los sobres que transportaban? ¿Qué clase de información llevaban esos sobres?
—He hablado con estos espías, como Lola Pardo y Simone Casaubon, para entender cómo se jugaron la vida. Lola lo hizo por amistad a Le Lay y para poder ayudar a su hermana mayor, Pilar, más miedosa, mientras Simone ayudaba a su padre y llevaba secretos hacia Pau con su madre, sentadas en el tren en distintos vagones por ayudar a su padre, que era de la Resistencia y era ferroviario en Canfranc. Vieron fotografías y mensajes que eran sobre el estado de la guerra en Europa, así como información respecto de las tropas alemanas.
—Todos los miembros de esta red de espías se jugaron, literalmente, la vida. Los que fueron juzgados fuera de España por las SS fueron condenados a muerte. Recuerdo la frase que dijo uno de los sentenciados: «Vale más la pena morir por una razón que vivir sin razones». Pero los detenidos en España salvaron la vida ¿Intercedió alguien por ellos?
—Solo se intercedió por uno de los espías, que era enólogo, y lo hizo un militar que era dueño de Marqués del Riscal. Salió a los tres años de la prisión y murió poco después por las condiciones en las que vivió en la cárcel.
—La fonda Marraco del pueblo de Canfranc, que ya has mencionado, merece un capítulo aparte. El dueño era republicano, y en su bar sirvió a espías, a nazis, a franquistas, a republicanos, a los camioneros suizos que transportaban el oro hacia Portugal, a refugiados que se escondían en las habitaciones de arriba de la fonda… Todos convivían durante esas horas en ese espacio. Llegaron a beber juntos, a bailar juntos, a tejer conspiraciones entre ellos. Esto es alucinante, es como si estuviéramos en el café Rick’s de Casablanca. Cuéntanos algo más sobre este increíble lugar, por favor.
—Marraco era republicano y amigo de Le Lay. Prestó la Fonda Marraco para los miembros de la Resistencia, aunque también residían los camioneros suizos que llevaban el oro, y acudían los alemanes al bar y a llamar por teléfono. Es el café de Rick real con dos protagonistas, Manuel Marraco y su mujer Josefina.
—¿En qué idioma se comunicaban en este enclave de la historia toda esta amalgama de personajes?
—Se hablaba en el idioma de la libertad, entre español y francés.
—¿Cuándo y cómo se liberó esta estación ferroviaria?
—La estación de Canfranc fue liberada en junio de 1944. Los guerrilleros españoles que atacaban a los alemanes que querían apoyar a sus tropas al norte acabaron regresando a Canfranc. Se los llevó la Guardia Civil a hospitales de Zaragoza y abandonaron la estación, donde se cantó la Marsellesa entre españoles y franceses por la victoria aliada.
—En el magnífico reportaje filmado que hiciste, llamado Juego de espías, me llama la atención, especialmente, lo que dice uno de los descendientes de aquellos espías de Canfranc: «Creemos que la libertad siempre ha estado allí, pero no es así. El precio que se pagó fue muy alto». ¿Ahora, más que nunca, parece que lo hayamos olvidado?
—Lo dice Emilio Asier, nieto de un espía que sobrevivió al juicio y a la cárcel. El precio de esa ayuda a los aliados no nos trajo la libertad, y sufrimos una dictadura de 40 años que nos retrasó de Europa en varias generaciones.
—Durante el rodaje que hiciste del documental Canfranc, Km 0 pudiste conocer a la hija de Albert Le Lay, y además en esa velada disfrutasteis de la música de Labordeta, amigo vuestro, quien os deleitó con los recuerdos de su niñez en Canfranc. Es fascinante la historia de la amistad de Antonio Labordeta (padre del cantautor) con un oficial de las SS. ¿Te gustaría compartirla con nosotros?
—El padre de José Antonio Labordeta era catedrático de latín y lo habían echado del colegio por ser de Izquierda Republicana. Subía de vacaciones con su familia a Canfranc y se hizo amigo del oficial que mandaba a la brigada de los alemanes, porque éste era catedrático en Heidelberg. El alemán fue herido en el valle de Aspe, lo llevaron a un hospital de Zaragoza y pidió que localizaran a Labordeta. Años después les mandó una carta de agradecimiento desde Alemania.
—Los soldados de Canfranc, franceses, alemanes y españoles, tuvieron una mala convivencia al inicio, pero al final ¿llegaron a simpatizar entre ellos? Cuentas en el libro que algún nazi llegó a decir: «Quién pudiera quedarse aquí y huir de Hitler». ¿Tienes noticia de si algún soldado nazi se quedó a vivir por este rincón del Pirineo, o si hubo noviazgos y descendencia de esas posibles relaciones con mujeres del alto Aragón?
—Hubo algún soldado nazi que quiso huir, pero Le Lay le recomendó no hacerlo, por su seguridad. Hubo una mujer de Canfranc que era rubia, a la que conocían como La Maletera, y solía ir a los bailes de los alemanes que la pretendían. No hubo descendientes de esos noviazgos, que sepamos.
—En el 2001 se inicia la rehabilitación de la estación ferroviaria a raíz del descubrimiento de los documentos del oro, empieza todo un revuelo mediático, y vuestra labor es reconocida con importantes premios. ¿Qué futuro tienen pensado para la estación de Canfranc? ¿Se hará una película de la historia de este lugar? Forges te dijo que había grandes actores y directores interesados en llevarla a cabo.
—La estación de Canfranc va a convertirse en un hotel de cinco estrellas. Espero que veinte años de trabajo acaben en una película. La pena es que Forges no esté con nosotros para disfrutarlo, porque él se lo contó al actor y productor Antonio Banderas, y le gustó mucho la historia.
Me gustaría acabar con una reflexión magnífica de Antonio Galtier Rambaud, cajero de la aduana de Canfranc, que se recoge en su libro:
«Todo aquello comportó un espléndido paso fronterizo que, por lo visto, muchos de los actuales gobernantes no han tenido ni idea de los servicios que prestó a Europa. Canfranc sació el hambre de Europa entera en la Segunda Guerra Mundial, con los miles de vagones que llevaban alimentos, y que por aquí se salvaron miles de judíos que huían de la furia del Tercer Reich, cuya Gestapo tuvimos que soportar en esta estación internacional, que ahora se deja para pasto de culebrones, ratas y termitas.»
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