La playa es un lugar sucio y lleno de arena. O eso dice mi amigo José Luis de Carpena y Gómez del Parral, que asegura no haber ido nunca, por eso. “En la playa no hay más que medusas, tarteras con filetes empanados y negros vendiendo sombreros”. Para no haber ido nunca, lo tiene claro. “Lo que tengo son buenos informantes”. Pero yo albergo dudas. “Tus informantes no han estado en Es Cavallet”, replico ante una tortilla desestructurada. “En Es Cavallet”, añado, “no hay tarteras, niños plastas ni filetes empanados”. Nos encontramos en la plaza Mayor de Betanzos, donde embaulamos tortillas remojadas con blancos del Miño. José Luis miente como un bellaco; sus informantes no habrán estado en Es Cavallet, pero él conoce bien Marbella, playa con glamour y espetos a cuarenta euros la unidad. Y es que algunas playas no están para plantar sombrillas ni lidiar con filetes empanados, sino para lucir palmito: ver y ser visto. No es lo mismo la Barceloneta que Cannes-Sur-Mer. Ni Playa Pita, allá en el Alto Duero, lo mismo que Miami Beach.
Acapulco, Waikiki, Ipanema, Copacabana, Capri… son los nombres legendarios de las playas que fundaron el concepto. El espejismo. En las de la isla de Capri ya veraneaba Tiberio, que fue un emperador romano de los tiempos de Cristo. Capri, c’est fini, aseguraba una canción melosa que revolucionó el verano del 65 y que nada tiene que ver con Tiberio.
“Parfois je voudrais bien
te dire recommençons,
mais je perds le courage
sachant que tu diras non.
Capri, c’est fini…”
“A veces me gustaría / pedirte de empezar otra vez / pero pierdo el valor / sabiendo que dirás no. ¡Capri, se acabó…!”. Un drama. La playa no ha gozado nunca del prestigio literario de la guerra o la bebida, pero en los años sesenta los músicos le sacaron un partido tremendo como tema de canción; hubo incluso un grupo que se llamó The Beach Boys, y menudearon títulos con la playa como tema central. En 1967, La plage aux romantiques, o sea, La playa de los románticos, fue disco de oro.
“Il y avait sur une plage
une fille qui pleurait.
Je voyais sur son visage
de grosses larmes qui coulaient”.
Algo así como “había en una playa / una nena que lloraba / y yo vi en su cara / gruesas lágrimas rodar”. Luego el romántico, el pollo que canta, consuela a la chavala y termina por pedirle matrimonio. Otros tiempos. Hoy hubieran retozado, más o menos explícitamente, y si te he visto no me acuerdo. Por aquella época, otro pollo, francés también, pintó en la arena el bonito rostro de una tal Aline, pero la imagen se fue al garete porque se puso a llover y él, en consecuencia, a llorar y a meter voces. Tremendo.
“Et j’ai crié, Aline! pour qu’elle revienne.
Et j’ai pleuré, oh! J’avais trop de peine”.
Vamos, que estaba triste el muchacho. Eso de hacer cosas en la arena ha dado mucho juego. En 1969, mientras Armstrong, Aldrin y Collins subían a la luna, el grupo músico-vocal Los Payos triunfaba en España con una rumbita simpática y juguetona.
“En la arena escribí tu nombre
y luego yo lo borré
para que nadie pisara
tu nombre, María Isabel.
Chiribí, pon-pon, pon-pon”.
Se me ocurre que lo de la playa siempre ha sido más ligero y carente de drama en español que en francés. Y si no, que se lo pregunten a Eva María.
“Eva María se fue buscando el sol en la playa
con su maleta de piel y su bikini de rayas.
Qué bonita esta bañándose en el mar
y tostándose en la arena
mientras yo siento la pena
de vivir sin su amor.
¿Qué voy a hacer, qué voy a hacer,
qué voy a hacer, si Eva María se fue?”.
Es curiosa esta tradición de relacionar las playas con simpáticas señoritas como Aline, María Isabel o Eva María. En los primeros sesenta, los Hermanos Rigual conjuraron una señorita que no tenía nombre, pero que tenía un cuerpo con unas vibraciones que estremecieron al mundo.
“Cuando calienta el sol
aquí en la playa
siento tu cuerpo vibrar
cerca de mí.
Es tu palpitar,
es tu cara,
es tu pelo,
son tus besos
el delirio,
me estremezcoooo…
oh, oh, oh”.
Lo cierto es que la vibrante chavala de los Hermanos Rigual bien podía ser chaval. Todo dependía de quien cantara estremecido por las vibraciones del cuerpecito serrano tendido a su lado. Las cantantas Vicki Carr y Connie Francis hicieron tremendas versiones. Y que nadie se me ponga farruco porque entonces no había elegetebés ni nada. Los chicos con las chicas, las chicas con los chicos y ya. Y menudas chicas y chicos. En el top of the tops del cancionero playero tengo yo a Los Cuatro de la Torre, que con su temperamental Temperamento (español, por supuesto) bien pudieron inspirar a don Luis Carandell su celebérrimo Celtiberia Show de la revista Triunfo.
“Ya llegaron las lindas vikingas que en traje de baño están de impresióóóón.
Y los chicos ya estamos dispuestos a darles de nuevo un poco de amoooor.
¡Qué de romances habrá, llenos de fuego y pasióóóón,
con nuestro temperamento, olé y olé, temperamento españooool!”
Tacatá.
En fin, que esto de las canciones no tendrá literatura, pero letra tiene un rato.
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