Cristina Pardo (Pamplona, 1977) esconde un cajón de pullas bajo su flequillo. Aljofara su instinto periodístico, necesario, urgente e incómodo, contradiciendo a Lope, quien escribió aquello de que «a nadie se dio veneno en risa». La ironía fina, destiladísima y precisa es marca de la casa. Hace unos días, por ejemplo, en su programa Liarla Pardo, clausuró una entrevista al hijo cantante de Luis Bárcenas con un «Willy, sé fuerte». Dice que lo hizo «como muestra de cariño». Eligió la profesión más apasionante del mundo porque adoraba a José María García. Trabajó con Jiménez Losantos. Ha sido la Karanka de Antonio García Ferreras durante años. Ha declarado que, cuando se independizó de sus labores en Al rojo vivo, se sintió como si le «amputaran una pierna». Escribió un libro sobre las relaciones de la prensa con el PP durante los años que vivimos peligrosamente. Lee con hambre, ama la novela negra y reivindica a Leonardo da Vinci y a Groucho Marx.
Zenda conversa con Cristina Pardo en la sede de Atresmedia, lejos de casi todo.
—¿Qué tal se encuentra tras sus primeras vacaciones de agosto en veinte años?
—Pues muy bien. He desconectado absolutamente. No he visto ningún informativo. Leía los periódicos por las mañanas y ya está. He silenciado los móviles, cosa que no había hecho nunca en mi vida y que, de hecho, no he vuelto a hacer desde que he vuelto de vacaciones. He podido hacer todas las cosas que me gustan, y ya está (risas). Hay que disfrutarlas, por si acaso luego pasan otros veinte años.
—¿Ha leído durante sus vacaciones?
—Un montón. Soy una lectora compulsiva, pero tengo un problema, que además me da muchísima rabia, y es que retengo poquísimo. Pasa el tiempo, veo los libros que he leído, y tengo una sensación de «este libro me encantó»… pero retengo muy poco. Yo leo muchísimo. En enero me fui una semana de vacaciones a Málaga y me leí un libro por día. Y ahora, este verano, he leído un montón de libros. No uno por día, pero sí uno a la semana, algo así.
—Cuando vuelve al laburo, como dicen los argentinos, ¿de dónde saca tiempo para leer?
—Siempre llevo un libro encima. Por ejemplo, hoy he ido al fisioterapeuta. Entonces, llevaba un libro por si me hacía esperar, y el rato que estuve ahí lo pasé leyendo. Luego, leo durante el día. Yo madrugo mucho, me leo los periódicos y luego leo algún libro. Por la noche me cuesta más, tengo más hábito de ver series. Pero siempre llevo un libro encima por lo que pueda pasar. A lo mejor quedo con mis amigos y, si llego la primera, pues les espero leyendo.
—Cristina, ¿qué es lo más inteligente que puede hacer una periodista que lee?
—Seguir leyendo.
—Los tebeos de Zipi y Zape le despertaron el gusto por la lectura.
—Sí. Soy una lectora tardía. En el colegio, y lo digo con pena, no me despertaron el gusto por la lectura. Nos hacían leer La Celestina, Fuenteovejuna, El Quijote y tal. En mi casa, mis hermanos tenían muchos tebeos de Súper Humor, y los de Zipi y Zape me encantaban. Tengo la suerte de que mis padres leen mucho, y fue en casa, de manera tardía, donde empecé a leer. La verdad es que yo cambiaría el sistema educativo.
—Profundice.
—Pues mira, yo creo que hay libros para todas las personas. No me parece vital leer libros sesudos. Quiero decir: cada uno lee lo que le apetece, como si se quiere pegar toda la vida leyendo Zipi y Zape. Me parece muy importante leer. Mucho. Este verano he leído una biografía de Blas de Lezo, y me ha parecido que estaba muy bien contada, como si fuera un libro de aventuras. Me parece que es un libro con el que puedes aprender igual y que sí te puede despertar el gusto por la lectura. Sí que puedes decir: «Joé, qué libro más divertido, más interesante. Voy a leerme otro». Pero yo, cuando estaba en el cole, que todavía eres joven y estás un poco desparramao, me hacían leer La Celestina. Y a mí me aburría. Y me da pena. En el fondo, joé, son libros que cuando los lees un poco más mayor, con la cabeza más amueblada, puedes encontrarles el encanto. Pero no me gustó esa manera de introducir a los jóvenes a la lectura.
—¿Cuál es el primer libro, si se me permite la expresión, como tal, que recuerda haber leído?
—Tras los tebeos de Zipi y Zape, había hecho intentos de leer, digamos, pero infructuosos. Recuerdo que me compré La cruz de san Andrés, de Camilo José Cela, porque vi alguna reseña por algún sitio, y me pareció aburrido para esa edad. De todos los libros que tenían mis padres en casa, mi madre se estaba leyendo No sin mi hija. Entonces, me dijo que le había gustado, y luego me lo leí. Y recuerdo que me enganché brutalmente. Ponía el despertador para leer antes de ir al colegio. A partir de ahí, encontré el gusto por la lectura. E insisto: creo que hay géneros y libros para todo el mundo. Simplemente, tienes que encontrar el que a ti te guste. Y con leer para entretenerte ya vale. No me parece que sea muy necesario para todo el mundo leer todo el rato ensayos, no, pero leer es muy importante.
—¿Alguno que despertara, fomentara o alimentara su vocación periodística?
—(Piensa) No. Algún libro que fomentara mi vocación vital o vitalista sí: Groucho y yo, la autobiografía de Groucho Marx. Se lo aconsejo a todo el mundo. Pero mi vocación periodística la alimentó José María García, y no fue por los libros. En cambio, me leí la biografía que le hicieron y me parece buenísima, la de Buenas noches y saludos cordiales.
—¿Leía el periódico en la facultad? En Ciencias de la Información de la Complutense, cuando yo estudiaba, repartían, y gratis, ABC, El País y Público, que entonces existía en papel. Los estudiantes, no me siento muy orgulloso de ello, los leíamos poco.
—Con la facultad me pasó también un poco lo que con el colegio. Tengo la sensación de que la carrera en sí se parece muy poco a la realidad. Me metí en el departamento de radio y eso sí me parecía que tenía un poco más de aplicación práctica. Igual lo hice, pero no recuerdo haber hecho algún ejercicio con algún caso real, por ejemplo, de que te dieran dos periódicos y vieras cómo te cuentan la misma noticia. Empecé a leer el periódico una vez que empecé a trabajar. Todos, todos los días. En ese aspecto, se podría fomentar, de alguna manera, la lectura. Mira, tengo la sensación de que la gente elige muy pronto la carrera, de que hay gente que no sabe qué hacer y se mete donde tal… y yo creo que la carrera de Periodismo se podría hacer mucho más entretenida y mucho más práctica de lo que era, al menos, cuando yo la estudié. Y creo importante leer los periódicos: para el ciudadano, para el periodista, para quien sea, hay que leérselo todo para extraer tu propia conclusión. Otra cosa es que luego elijas lo que apuntala lo que tú piensas.
—Y, en el caso de los periodistas, para escribir bien. En mi opinión, una de las mayores diferencias entre los periódicos de papel y los digitales se encuentra en la banalización del lenguaje. Los digitales están llenos de comas entre sujetos y predicados, de «retratados», de «zascas»… Supongo que una de las responsabilidades o de los deberes mínimos de un periodista debe ser el de escribir bien.
—A mí, concretamente, la palabra «zasca» no me gusta y no la he utilizado nunca o casi nunca. Me gusta la escritura directa, eso no lo puedo negar. Si hay una palabra que se entiende perfectamente, no soy partidaria de buscar otra más rimbombante. No. Y me gusta también… (Piensa) Por ejemplo, yo hablo con muchos tacos. Me parece que le dan mucha fuerza a la conversación. Entonces, me gusta la gente que escribe de manera directa y comprensible. Los escritores esdrújulos es evidente que tienen más recursos, saben mucho más, y a mí me gusta que se me entienda.
—Mas no es lo mismo escribir sencillo que escribir mal.
—Por eso te digo: si puedes utilizar una palabra fácil, no entiendo por qué hay que irse a la difícil. Todos queremos que se nos entienda. Mejor la sencillez a la complejidad.
—Dígame tres libros que, para usted, son sagrados.
—Groucho y yo. Después, Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell. Y un tercero… pues cualquier novela negra de Katzenbach, que es un americano que me encanta. Para mí, es de los escritores de novela negra que hacen libros más imprevisibles. A veces, le da un giro a la cosa que dices «¿eh?».
—¿Algún libro que le haya quitado el sueño?
—No. No me quita el sueño ninguno. De hecho, me pasa alguna vez que si estoy viendo una serie de miedo por la noche, la apago en un momento dado y me pongo a leer, habitualmente, una novela negra. Si no, estoy intranquila. Me gusta leer, pero no me quitan el sueño, no, no. Puedo dormir (risas).
—¿Algún autor u obra que no soporte?
—Paulo Coelho tiene unos libros que no me dicen nada. Pero tanto como no soportar, no. Con algunos autores me pasa que me ha gustado mucho, a lo mejor, uno de sus libros, o dos, o tres, y luego he ido a leer más, y… Con Auster me pasa. Me parece que algunos de sus libros están muy bien y otros me aburren soberanamente. Tengo pocos autores de los que me hayan gustado todos, todos sus libros con la misma intensidad. Sí me ha pasado con un holandés que se llama Herman Koch. Lo encontré de casualidad. Fui a una tienda de libros y fue la dependienta la que me dijo: «Mira, llévate este, que me han dicho que está muy bien». Me he leído dos o tres y me han gustado todos. De hecho, cada vez que voy a una librería, busco a ver si tienen alguno más. Pero, en general, algunos me gustan y otros me dan pereza. Con Sharpe también me ha pasado. Una vez, alguien, por Twitter, me dijo que con un libro suyo se le habían saltado de la risa los puntos del embarazo, y pensé: «Esto no me lo puedo yo perder». Te lees uno, te lees dos, te lees tres, y luego encuentras que el patrón es parecido. El efecto sorpresa se quita.
—Dígame algún personaje del que se haya enamorado.
—El que tengo más reciente es Blas de Lezo. Me gustó mucho el libro. Enamorarme… Me resulta más fácil detestar. Por ejemplo, este verano me he leído el libro de la amante de Rodin y, al terminarlo, Rodin me parecía un tipo detestable. También me pasó con Van Gogh, que leí su biografía. ¿De uno que me he enamorado? Te diría Groucho. Y te diría también Leonardo da Vinci. He leído bastantes biografías y me parece un tipo genial. Y no hay tantos genios en el mundo.
—¿Qué está leyendo ahora?
—La sombra, de Katzenbach. En realidad, estoy leyendo dos libros a la vez, algo que para mí no es habitual. Estaba leyendo la biografía de Leonardo da Vinci de Walter Isaacson, pero es un tocho muy grande y, en verano, moverte con un libro así era más complicado, mientras que la edición que tengo de La sombra es de bolsillo. Tengo bastantes pendientes. En mi casa he organizado los libros de tal manera que hay dos o tres baldas en los que están los libros que no he leído.
—Ya somos dos. ¿Ha encontrado en los libros alguna verdad fundamental?
—Seguramente muchas. Así, por ejemplo, que me acuerde, en El principito se dice que «lo esencial no está a la vista». Creo que es verdad, que es así. Por ejemplo, en las biografías de Leonardo da Vinci, me parece una verdad que son más interesantes e inteligentes las personas que tienen curiosidad que las que no la tienen. Y en la autobiografía de Groucho. Su forma de vivir me da mucha envidia.
—Complete la frase: si algún político la eligiera para un puesto, usted…
—Lo rechazaría.
—¿En TVE ha habido una «purga»?
—No estoy dentro y no sabría si calificarlo de «purga». Sí creo que deberían mandar más los periodistas en el periodismo y menos los ejecutivos y los políticos.
—Luis Alberto de Cuenca, en un poema, dice que se ha pasado la vida conciliando contrarios. Usted se hizo periodista por José María García, y ha trabajado con Federico Jiménez Losantos y con Antonio García Ferreras. ¿Cómo se lidia con estos miuras?
—Se lidia muy bien. De todos he aprendido cosas. Ojalá tuviera la mitad del talento que tiene Jiménez Losantos. Tiene una cultura que no voy a tener. También aprendí lo que yo no quería hacer, pero eso es algo que te puede pasar con cualquier persona. Ferreras ha sido mi mejor jefe y, con él, he aprendido un montón. Estoy contentísima de haber trabajado con gente con tanta personalidad. Ojalá a lo largo de mi vida pudiera rodearme de gente con tanta personalidad todo el tiempo.
—¿Seguimos viviendo «Ppeligrosamente»?
—Cada vez menos. Esa época que se reflejaba en el libro hacía referencia a cuando estalló todo el caso Bárcenas. Creo que fue una época horrorosa para los periodistas y supongo también que para el PP. Ahora, con el cambio generacional, los periodistas, probablemente, lo llevan un poco mejor, los políticos son más accesibles, pero a mí, la información, ahora mismo, me parece penosa. La materia prima. Me da una pereza que me muero.
—¿Piensa escribir otro libro?
—No. La editora me lo dice muchas veces, y me lo pasé bien escribiendo el que escribí, pero soy consciente de mis limitaciones. Me encantaría escribir novela negra, pero estoy segura de que no lo voy a saber hacer. Así que, mientras haya gente que escriba, me parece bien: yo podré leer. Mi padre, que era, bueno, es, está jubilado, es médico, se anima un montón, y llegó a escribir un libro sobre la faceta médica de Leonardo. Un libro que no vio la luz más que para la familia y los amigos. Y ahora está con algo parecido a una novela negra. Siempre me ha animado, pero yo no… Además, tengo poco tiempo libre, y prefiero invertirlo en leer y en oxigenarme.
—Para finalizar: ¿siguen divirtiéndole las cosas que hace?
—Me siguen divirtiendo las cosas que hago. Ahora son muy diferentes, pero pienso que la vida son etapas. Aquí, nada es para siempre, y menos en los medios de comunicación. Entonces, yo intento vivir al día, pasármelo lo mejor posible y pienso que, de esa manera, los espectadores también se lo pasan bien. Y si no, ya me dimitirán. En la tele te dimiten antes que a los políticos (risas). Soy una persona afortunada.
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