La obra poética del escritor norteamericano John Dos Passos (1896-1970), ha sido poco divulgada y no ha recibido la atención crítica que merece, a pesar de que constituye un testimonio fundamental sobre su estancia en España y su dolorosa experiencia durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, el autor de las novelas modernistas Manhattan Transfer y la Trilogía U.S.A. es muy conocido por su innovación y experimentación en el género narrativo. Su único poemario, Invierno en Castilla y otros poemas, nos ofrece la visión espontánea y reflexiva de un joven escritor que llegó a España en 1916 y estableció un vínculo emocional e intelectual profundo y duradero con la sociedad y la cultura españolas. En sus poemas, Dos Passos refleja un encuentro apasionado y a la vez nostálgico con la gente de los pueblos y ciudades españolas, pero al mismo tiempo también es capaz de mostrar una visión crítica sobre las injusticias sociales. Asimismo, el poeta nos ofrece, en el ámbito más íntimo, sus percepciones sobre la soledad del ser humano, el horror y el desgarro por los efectos demoledores de la guerra y la búsqueda del amor con un lenguaje pleno de creatividad descriptiva y sensorial.
Zenda publica cinco poemas de John Dos Passos de su libro Invierno en Castilla y otros poemas (editorial Renacimiento), con traducción de Eulalia Piñero Gil y prólogo de John Dos Passos Coggin.
III
Difuntos; Madrid
Las mujeres venden nardos en la plaza,
y coronas teñidas de oscuro
sinuosas y entretejidas firmemente
porque es el día de difuntos.
Las mujeres venden nardos en la plaza.
Su aroma aterciopelado llena las calles
y apacigua el ruido de los pasos;
porque es el día de difuntos.
Su presencia se torna triste entre nosotros
como el aroma aterciopelado de las flores:
el incienso de los entierros suntuosos,
el corretear de los pasos monásticos,
el sonsonete soporífero de las misas
para la multitud de difuntos.
Las mujeres venden nardos en la plaza
para cubrir las tumbas de los difuntos envidiosos
y amortajarlos otra vez con aroma del río Leteo
no sea que los difuntos recuerden.
IX
Toledo-Madrid
Verdes contra el cielo pálido
en sus torres pardas y cuadradas
cuelgan las campanas de bronce de Castilla.
En las inquebrantables torres cuadradas
que se divisan desde las laderas de las colinas
repican las campanas de todas las iglesias
las iglesias marrón polvoriento de Castilla.
Cómo se balancean las campanas de bronce verde
contra los crepúsculos aceitunados de Castilla
hasta que su fortísimo e insistente repicar
resuena a lo largo de las laderas surcadas
rompe contra las plomizas colinas
gime entre los temblorosos chopos
al lado de los sibilantes y rápidos ríos verdes.
Ah enérgicas campanas de Castilla
el repicar imponente es vuestro credo
sobre los campos y pueblos sin árboles
agrupados en los arroyos, reluciente
anaranjado con destellos en el anochecer verdoso;
¿Son esas campanas de Castilla las que recuerdas?
¿Gemidos entre vuestras curvas verdes de bronce
en vuestra evocación imperiosa
hedor a quemado, gritos impresionantes
sofocados por el crepitar de las llamas?
La multitud, la pila de haces de leña en la plaza,
las vestiduras amarillentas …
¿Son esas campanas de Castilla las que recuerdas?
X
Aranjuez
El Tajo fluye por Aranjuez con el rumor de los diques.
Las veloces aguas verde oscuro reflejan las viejas paredes rojizas
las balaustradas y las ventanas clausuradas con barrotes de palacio;
y en la otra orilla tres lavanderas agachadas
cuyos brillantes mantones rojos y pilas de ropa resplandecen sobre
el prado,
remolinos verdes donde rielan las paredes de Aranjuez.
Hay humo en los jardines de Aranjuez
el humo de la quema anual de las hojas muertas;
los caminos húmedos y tupidos susurran bajo los pies
con las anchas hojas crujientes de los plátanos.
El olor penetrante a humo, el hedor a seto de boj
y el aroma del año decadente
son suaves en los jardines de Aranjuez
donde las fuentes se llenan de hojas en silencio
y el musgo que crece sobre estatuas y bustos
viste a faunos y cupidos sonrientes
cuyos ojos de piedra buscan por los caminos vacíos
los suntuosos trajes brocados que les arrebataron
y los acicalados becerros sedosos de tiempos idílicos.
El Tajo fluye por Aranjuez con el rumor de los diques.
Y mientras se desliza refleja los troncos marrón plateados de plátanos
y setos
de boj, agujas de cipreses y senderos de olmos amarillentos;
y en la otra orilla tres mulas grises tiran de un carro
cargado de nabos, manejado por un hombre ataviado con un fajín
de lana azul
que camina a grandes zancadas silbando y no mira hacia Aranjuez.
XIII
Puerta del Sol
Suenan los tambores y las trompetas
entre el ruido de la calle.
(Corred, corred, corred para ver a los soldados.)
Todos llevan el ritmo en formación
para seguir el paso reglamentario
de la brillante banda de metales.
Los camareros del café se colocan en la puerta
la niña en la tienda de guantes apoya la nariz en el cristal.
¡Oh, el brillo de los metales
el movimiento de los penachos
y el paso de los pies uniformados!
Corred, corred, corred para ver a los soldados.
El niño con una bandeja
de pasteles en la cabeza
camina deprisa, lleva el ritmo;
los pasteles blancos y amarillos tiemblan bajo el sol
sus mejillas cada vez más rojas
y su bata a rayas azules ondea
mientras marcha al run run de los tambores.
Corred, corred, corred para ver a los soldados.
El lechero con su poni
cargado con cántaros plateados
escolares con mochilas de libros
oficinistas con tiesos cuellos blancos
ancianos con capas
intentan marcar el paso militar
al ritmo de los brillantes metales.
Corred, corred, corred para ver a los soldados.
XV
Calle Atocha
Una anciana arrugada y desdentada
tirita de frío en la esquina de la calle tormentosa muestra sus castañas asadas de forma sugerente como hijas casaderas.
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