“El libro es el salvavidas de la soledad”, según Ramón Gómez de la Serna. En la última novela de Paloma Bravo, Solos, esa promesa de salvación la ofrece un mensaje de WhastApp. Se trata de un mensaje que no acaba de llegar, que da esperanza al personaje de Elena, que impulsa la acción pese a que al final las palabras que irrumpan en su teléfono móvil puedan ser absolutamente irrelevantes. Pura verdad.
Ese mensaje de texto tiene cara de MacGuffin, como la mayoría de los que esperamos todos los días cada vez que miramos el móvil. Vivimos pendientes de alertas salvadoras cuyo contenido presumimos pero en el fondo desconocemos. Esperamos palabras que ofrezcan un puesto de trabajo mejor, un reencuentro con alguien querido o un gran premio de lotería. Mensajes capaces de cambiar nuestras vidas que no acaban de llegar y que, en el mejor de los casos, aterrizan de un modo irrelevante, sustituyendo las frases redentoras por una imagen de un señor con priapismo.
Los artificios narrativos se cuelan en nuestro día a día en forma de notificaciones, le dan sentido a lo que hacemos durante breves periodos de tiempo, los que separan cada vibración de nuestro dispositivo electrónico. Qué estrés. Tal vez necesitemos más libros que nunca para salvarnos de la soledad y para, ya puestos, dejar en silencio nuestros teléfonos móviles durante un rato.
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