Sí leer. Leamos, lean por favor. No leer, el volumen publicado recientemente por Anagrama en el que Alejandro Zambra recoge muchos de sus artículos literarios. Sí leer porque soy de la opinión de que algunos consejos encierran el perverso propósito de privarnos de experiencias sumamente agradables, de premiar nuestra obediencia con un aburrimiento supino. Conviene, por lo tanto, no hacer caso en absoluto, fingir una oportuna sordera cuando se nos recomiende hacer, o no hacer, algo, como sucede en este caso. Es un placer, desde luego, desoír el consejo y convertirse en lector o lectora imprudente, zambullirse en esas páginas en las que Zambra recorre su particular universo bibliófilo, pero también a ratos bibliofóbico, armado de una honestidad admirable y un talante libre que le permiten reflexionar y explicar, o explicarse a sí mismo, entre otras muchas cosas, su debilidad por ciertas obras y algunos autores incomprendidos por la crítica o el público. Envidiable en su elocuencia, Zambra nos muestra la relación estable que mantiene con la literatura desde su época de colegial, su experiencia como lector que antes de escribir sus propias obras amó las de otros, a los que reivindica. Traza su propia línea de la vida repasando ese odioso sintagma, lecturas obligatorias de la escuela, impuestas por docentes que velaban más bien poco por el interés del alumnado en su materia. Avanza en su recorrido, acercándose a los poemas y las novelas de autores poco conocidos y ya olvidados, de amigos a los que lee y sin embargo admira. Recorre bibliotecas ajenas, investiga el orden maniático de las estanterías, evoca los tiempos en que los jóvenes chilenos leían fotocopias, en un gozoso contrabando, en una piratería inocente de papel que no intuía siquiera el desmadrado saqueo de la propiedad intelectual que traerían las redes.
El libro se divide en tres partes alegremente desiguales, en las que ofrece un surtido amplio de temas. Zambra recuerda momentos de su vida como lector y escritor, merodea por el mundo de los libros y describe el ritual solitario de la lectura o el universo secreto, regido por sus propias reglas, que es cada biblioteca. Se carcajea, amable, del escaso sentido común que le hace viajar siempre con un número desproporcionado de libros en la maleta y volver con otros tantos más. Examina con curiosidad de entomólogo a las extrañas criaturas que pueblan el mundo literario: en un recorrido muchas veces cómico que va del poeta desconocido que bombardea con sus obras inéditas vía mail a todo aquel que considera que puede ayudarle a medrar al afamado pope encargado de la presentación de una novela que se jacta ante la concurrencia que llena una librería y el boquiabierto autor de no haberla leído, Zambra repara en la dimensión humana, y tantas veces decepcionante, de la literatura.
Pero también se interna en el propio proceso de escritura y señala la belleza imperfecta del borrador, ese antepasado de todas las obras literarias que las contiene en un estado embrionario. Se fija en la importancia del título, guía y norte del texto, pesadilla para el escritor que no termina de hallar el adecuado, el único que puede nombrar su poemario, su novela. Reflexiona sobre libros ajenos con la sinceridad que mencionaba más arriba, argumentando su valía o sus defectos, mostrándose crítico e insobornable al analizar libremente no solo los textos, sino también en ocasiones a sus autores. Se atreve a hacer valerosos descartes y reivindica la libertad innegociable de leer solo aquello que apetece realmente leer. La literatura es para él un territorio que debe recorrerse desde la propia voluntad, sin ceder a presiones externas. Recomienda encarecidamente pequeñas joyas y reconoce su alergia a los libros que obligatoriamente prescribe la llegada de cada verano. Analiza la enfermedad como periodo vacacional extra, que permite leer sin remordimientos, y señala la naturaleza literaria del gato, el animal preferido por tantos escritores, entre los que se hallarían Borges o Cortázar. Se mofa de los seudoescritos atribuidos a grandes autores latinoamericanos, textos infames que se han difundido como la pólvora gracias a internet, tendiendo una trampa sutil a muchos incautos (incluidos algunos críticos literarios) que han caído estrepitosamente en ella. En suma, Zambra es capaz de construir un mundo textual propio a partir de anécdotas mínimas y lecturas concienzudas. El sentido del humor del autor y su capacidad para ir tejiendo ágilmente redes de sentido hacen que se disfrute enormemente leyendo y pensando sus palabras. El paseo por No leer es grato, gracias a la alegría y el amor a la literatura que se respira en cada página. Da la sensación de que Zambra usa su libro para ser feliz, para hablar siempre de temas de los que le apetece hablar, armado de una emoción palpitante. Vuelve a usar de su libertad para elogiar algunas voces propias, un panteón de autores admirados como Bolaño, Ribeyro, Pavese o Ginzburg. Hay en esta sección algunos textos muy interesantes, como ese reencuentro con un escritor amado en otro tiempo, Pavese, con el que Zambra parece sufrir un desengaño al acercarse nuevamente a su obra, años después. La literatura está viva, cambia si volvemos a ella en otro momento de nuestra existencia y quizás ya no puede ofrecernos aquello que nos dio antaño, del mismo modo que un amante del pasado resultaría ser infinitamente menos atractivo, menos sorprendente, si volviera a aparecerse en nuestro camino, una década o quince años después de la última vez que lo vimos.
En suma, puede decirse que Zambra nos lleva a reflexionar sobre cuestiones en las que tal vez no nos paramos a pensar muy a menudo. Cuestiones como por qué amamos tanto ciertos libros, o la misteriosa razón que nos lleva a entablar con ellos una relación emocional que es también cómplice del intelecto. Los libros no son cosas simples, objetos anodinos. Los libros son, al fin lo comprendemos, armas silenciosas que saben convertirse en tesoros, en piezas insustituibles de nuestra vida, de nuestro propio ser.
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Autor: Alejandro Zambra. Título: No leer. Editorial: Anagrama. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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