La poética del fútbol nos lleva por los rincones de los héroes que tienen miedo al fracaso. Estoy metida en una serie de poemas que se deslizan por la emoción de los partidos, pero también analizan sus penas. Esta pequeña muestra de tres poemas es un guiño a todos los amantes del fútbol para que también puedan disfrutarlo a través de la poesía. El instante del fútbol alude a evocaciones ancestrales y pulsiones efervescentes y profundamente vitales. He querido pensar en el fútbol con los ojos de la poesía, y he visto que se puede jugar con las palabras y hacer de ese universo de sensaciones un verso que regatea y lanza con la pasión más profunda que nos habita.
VESTUARIOS
La oscuridad de los vestuarios
como cuevas de sudor
donde las duchas hacen charcos
y la humedad nunca termina de evaporarse.
Las claves afiladas
que construyen victorias
se fraguaron primero
en ese espacio denso
de los casilleros metálicos
y la ropa mal doblada.
El abrazo final de los equipos,
la combustión de sus cuerpos,
los viejos rituales, los rezos más secretos
y su temblor secándolos la boca.
Respiración profunda
que trata de ordenar el pensamiento
y siente en cada músculo la tensión milenaria,
la sed de sus ancestros.
ANTES DEL JUEGO
Alinearse,
ponerse en posición
para que fluya la emoción en las gradas,
esos gritos de júbilo mezclados
con el ansia común de los deseos.
Cada sombra en la hierba
reconoce sus miedos cuando sale
a batirse en el duelo
de las piernas desnudas.
Concentrarse,
saberse en el espacio de la cancha
como pieza esencial en movimiento
que defiende y conserva posiciones,
que se adelanta y busca entre los huecos
el instante armonioso, la precisión del pase,
los ojos hermanados
que ayuden a lograr en cada intento
el gol de la victoria.
EL PRIMER CLÁSICO
Para Oliver
El gol de la tristeza multiplicado por cinco,
una angustia repetida
que te enseña los dientes de la derrota
en un campo desbordado
por la victoria ajena
anudada en tu garganta
de niño de siete años.
Te has tragado un ocaso
de jugadores náufragos
desde la orilla fría de las gradas,
y gritabas sus nombres
y les hacías gestos con las manos,
invocabas la fuerza
que esconde la blancura de tus héroes,
pero estaban dormidos
hundiéndose en un fondo
de alientos enredados
donde todos los pases se volvían errores
y el balón se alejaba de su juego sagrado.
Te ha tocado crecer estrenando la pena
en ese laberinto de tiros sin entrañas
que quebraban por dentro
el anhelo invencible de tu infancia,
porque ese instante pleno
fueron goles de hielo con lágrimas de rabia
que amarraron tu llanto
a otras viejas derrotas
que fraguaron la vida de tu abuelo.
Dos niños en las gradas,
dos equipos que luchan
en un duelo de goles,
y el tiempo detenido
repitiendo una pena,
evocando la escarcha
que dejan los partidos
donde entregas el alma.
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