Émile Zola, el escritor naturalista francés, publicó en 1890 su obra La bestia humana (La bête humaine) en Bibliothèque-Charpentier, Fasquelle Éditeurs. Era la novela número diecisiete de veinte de la saga de los Rougon-Macquart, la familia ficticia imaginada por el autor cuyas andanzas y desventuras se desarrollan a lo largo del Segundo Imperio Francés (1852-1870), y cuyos supuestos defectos hereditarios condicionan la vida de sus miembros durante cinco generaciones abocándoles, entre otras cosas, al alcoholismo, violencia y miseria. Es una expresión pura de determinismo, la imposibilidad de escapar del destino al que uno, a saber por qué o por quién, ha sido asignado.
Al igual que su predecesor Stendhal, Zola tenía una habilidad especial para perfilar a sus protagonistas, lo cual hace que, a menudo, no sea tan importante, o esencial, la trama de la novela, o su estilo narrativo, como los personajes en sí mismos. En este sentido, Nana es, quizá, la Julian Sorel o Fabrizio del Dongo de Zola. En el caso de La bestia humana, tenemos a Jacques Lantier, un solitario maquinista de ferrocarril con su material genético como carga y a quien el azar le lleva a ser testigo de un crimen, lo cual provoca que —maldito destino— no dude en aprovecharse de tal circunstancia. Esto está magníficamente reflejado tanto en la novela como en la posterior transposición cinematográfica de la mano de uno de los grandes de la historia del cine, Jean Renoir, en 1938.
Protagonizada por un Jean Gabin de lo más convincente en el papel de Jaques Lantier, y una impresionante Simone Simon haciendo de Severine, la mujer del jefe de estación, La bestia humana es una de las obras mayores del genial director francés, si bien parcialmente eclipsada por el éxito de la inmediatamente posterior La regla del juego (La règle du jeu), considerada por la crítica como su película más emblemática. Aún reflejando a la perfección el fatalismo de Lantier, sobresale, sin duda, el magnetismo irresistible irradiado por Séverine, en una cinta en la cual tanto el azar como un destino tan predeterminado como ineludible son ingredientes esenciales de la trama.
Dos años antes del estreno de La bestia humana se publicó Still Life, de Noel Coward, una de las diez piezas del ciclo Esta noche a las 8:30, todas ellas obras cortas teatrales de un solo acto. Sin tener una relevancia más allá de lo que pudiera esperarse, el empujón definitivo a la historia llegó de la mano de David Lean en 1945 cuando, tras expandir la trama hasta convertirla en guion cinematográfico, firmó uno de sus primeros trabajos: Breve encuentro (Brief encounter). Contando con Celia Johnson y Trevor Howard como protagonistas principales, la película obtuvo, de inmediato, las mejores críticas, llegando a recibir la Palma de Oro de Cannes al año siguiente. Está considerada como una de las mejores obras del director, lo cual ha de ser valorado adecuadamente, teniendo en cuenta que estamos hablando del responsable de, por ejemplo, El puente sobre el río Kwai, Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago, La hija de Ryan o Pasaje a la India.
Y es que no es para menos. Hay películas que únicamente se recuerdan por los premios recibidos. En el caso de Breve encuentro el fenómeno es precisamente el contrario. Nadie se acuerda de si ha recibido éste o aquel galardón; se recuerdan sus personajes, la trama, los escenarios, la ilusión y la tristeza que, a partes iguales, transmite. Incluso, creo que puede así afirmarse, es un caso de esos en los cuales la obra supera a su propio creador. No resulta sencillo encontrar semejante intensidad en ninguna de las otras cintas de David Lean; tampoco en otra película del género, por cierto. Buena parte de este efecto se sustenta en las interpretaciones de Celia Johnson y Trevor Howard como Laura Jesson y Alec Harvey, respectivamente. La turbación de aquella y el derrotismo de éste escarban en el alma del espectador con una virulencia descarnada.
Breve encuentro ha pasado a la historia del séptimo arte como un David entre Goliats. Una, supuestamente, obra menor que, con un presupuesto de un millón de dólares, cantidad ínfima en comparación con otros proyectos cinematográficos de la época, no únicamente ha logrado superar el paso del tiempo, sino pasar a ser una de esas producciones de las que todo el mundo habla en los programas y tertulias de cine, uno de esos clásicos que no se olvidan y se incluyen en las listas de películas favoritas.
Ahora bien, ¿qué tienen que ver ambas obras entre sí? La bestia humana y Breve encuentro tienen una característica particular, muy peculiar podría decirse, en común. Y es que en ambas el azar juega un papel fundamental. Pero este ápice de fortuna —o infortunio— se materializa en ambas películas de la misma manera. Sea el lector quien indague sobre ello.
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