Los cuentistas solemos tener muchos problemas para hablar de la génesis de nuestros libros, porque cuando son, como es el caso, una recopilación de textos escritos a lo largo de más de veinte años, el making of que deberíamos realizar sería el de cada relato —si es que pudiéramos acordarnos de las circunstancias en las que concebimos y escribimos cada uno de ellos—. Y me temo que no puedo hacerle eso al lector de Zenda, porque cuarenta y dos, que es el número de cuentos que contiene Como si todo hubiera pasado (Galaxia Gutenberg, 2018), son sin duda demasiados making of.
Así que escogeré sólo unos cuantos. Y primero hablaré de los que, por fortuna, no llegaron a entrar en esta compilación de relatos sobre el conflicto vasco: los primeros que escribí sobre el tema, a mediados de la década de los noventa, en la que aún era mi lengua principal de creación, la española. Los recuerdo bastante bien, trataban sobre la kale borroka, la guerrilla urbana que era el pan de cada día en las calles del País Vasco en aquella época. Aquellos cuentos no me convencieron y fueron a parar a alguna carpeta ignota de mi ordenador; el paso del tiempo y varios cambios de sistema operativo los han convertido en virtualmente inaccesibles, seguramente por fortuna.
Me miento un poco a mí mismo diciéndome que fue cambiando de idioma como pude superar la maldición de querer escribir sobre lo que nos estaba pasando y no quedarme satisfecho con nada de lo que hiciera: “El ertzaina”, un relato, entre otras cuestiones, sobre el acoso social que algunos ciudadanos vascos tuvieron que soportar en aquella época, lo escribí en euskera y me pareció que, por fin, no era tan malo. De acuerdo, seguramente jugaron otros factores en su favor: la casualidad, el momento, el hecho de que la lengua vasca estuviera formando cada vez más parte de mi vida profesional y social, y, sobre todo, pienso, que en aquella época estuviera leyendo cada vez más literatura en euskera —de Bernardo Atxaga, de Ramon Saizarbitoria, de Jokin Muñoz, de Arantxa Urretabizkaia…—, mucha de ella relacionada con la violencia vasca. Pero es una mentira que me gusta, porque marca una especie de frontera para lo que he seguido haciendo desde entonces: escribir en euskera y luego, más tarde traducir, versionar mis relatos en castellano —de los cuarenta y dos relatos incluidos en el libro, cuarenta fueron originalmente redactados en euskera, y otros dos en castellano, que a fin de cuentas es mi lengua materna, a la que no he renunciado, ni mucho menos—.
“Bibliografía”, un relato en el que un libro hace de hilo conductor a lo largo de un recorrido que pretende resumir algunos de los aspectos de la historia del conflicto vasco, fue fruto de un encargo. Ya sé que estos no gozan de buena fama en el gremio, y que autores como Danilo Kiš llegan a prevenir en contra de la literatura de encargo a los aspirantes a escritor, pero a mí me resultan estimulantes, en la medida que me plantean un reto como escritor. No todos salen bien —yo mismo he descartado incluir en esta colección alguno más con un origen similar—, pero me gustaría pensar que no es el caso de este: lo escribí a petición de una biblioteca, para conmemorar el Día del Libro nada menos, y con toda la intención de no caer en los tópicos del fomento a la lectura, el amor a la letra impresa y el elogio de la literatura que suelen poblar este tipo de textos. Creo que logré evitar esos peligros. No me han vuelto a pedir, ni de una biblioteca ni de ninguna otra parte, que escriba algo en conmemoración del Día del Libro.
“Cárcel” está basado en una experiencia personal: aunque, como todos los relatos del libro, sea una ficción, la carga autobiográfica de este es mucho mayor, y gran parte de lo que se cuenta, sobre todo en la primera parte, sucedió tal y como aparece allí. En aquella época yo, como otros profesores de la Universidad del País Vasco, realizábamos visitas para tutorizar a los presos de ETA que cursaban estudios en nuestro centro, y el trato que recibimos, tanto yo como la presa real en la que se basa el personaje que aparece en el cuento, fue muy degradante. Tanto que protesté ante el Defensor del Pueblo y publiqué una carta al director en El País, que supongo que todavía se podrá encontrar en el archivo digital del diario; no sé cuál de las dos acciones llevó a que, en los años posteriores, Instituciones Penitenciarias denegara a mi universidad el permiso para que hiciera más tutorías a mi alumnado preso. En todo caso, tengo que confesar que los cuentos más autoficcionales del volumen —éste, “Yo fui militante de Euskadiko Ezkerra”, “Control, 17 de septiembre de 1998”…— son los que menos me convencen hoy en día, al releerlos. Pero creo que el cuadro habría quedado demasiado incompleto si no llego a incluirlos.
“Sombras” es, en parte, fruto de la impresión que me causó el trato con personas que llevaban escolta, algo que le ocurrió a mucha gente en el País Vasco en la época en la que ETA —que entonces dirigía, por cierto, un escritor llamado Mikel Antza— decretó aquello que se dio en llamar la “socialización del sufrimiento”: la ampliación de los círculos concéntricos de la violencia terrorista a políticos y periodistas constitucionalistas, sobre todo. Recuerdo perfectamente el malestar que me causó, el día que conocí al escritor, traductor y en aquella época concejal del PSE en San Sebastián Ramon Etxezarreta, darme cuenta, al cabo de un buen rato, que quien nos seguía en el paseo que estábamos dando Miraconcha abajo no era otro que el guardaespaldas que tenía asignado. Volvíamos, por cierto, de un homenaje de apoyo a la librería Lagun, que en aquella época era objeto de ataques reiterados por parte de gentes del entorno de la izquierda abertzale, en su antigua ubicación de la Parte Vieja de San Sebastián.
“Célula durmiente”, que también partió de un encargo —en este caso del festival Ja! de Bilbao— es uno de mis intentos de hacer literatura humorística, que no cómica, en relación con el tema que nos ocupa. No sé si lo conseguí; en todo caso, a veces los lectores me sorprenden al contarme cuánto se rieron con algún relato que a mí me parece absolutamente desolador, lo que me confirma en la hipótesis de que el humor nunca es cuestión del autor sino del receptor. El uso del humor en las narraciones en torno al conflicto vasco no es cosa nueva, y yo nunca me habría lanzado a esa piscina de no haber leído a gente como Luistxo Fernandez, cuyo Kontaktua, una nouvelle que se publicó en 1996 sigue pareciéndome muy reivindicable, o las tiras que dibujaba Zaldi Eroa para su serie “The Organization”, ya en la década del 2000.
En los últimos cuentos del libro, escritos tras el cese definitivo de la violencia terrorista por parte de ETA en 2011 —y alguno incluso tras la disolución de la banda en mayo de 2018— asoma, además de una visión quizá más retrospectiva —más histórica, si se quiere, aunque no me gusta la palabra, porque creo que los escritores vascos estamos muy lejos de hacer novela histórica con el tema—, un tema nuevo, que sería el de la llamada “batalla por el relato”, que es una de las formas en que continúa el conflicto, de manera, afortunadamente, nada cruenta. “Itinerario”, la pieza que cierra el libro, que por cierto es un cuento de ciencia ficción —un género al que recurro en más de una ocasión, lo mismo que al fantástico— puede ser una buena muestra de esto que digo. Como lo son algunos de los otros cuatro relatos que —por ahora— he escrito con posterioridad a que el libro entrara en prensa y que, por razones obvias, no han podido formar parte del mismo.
(A veces me preguntan si, una vez hecha esta recopilación, seguiré escribiendo sobre el asunto, o cerraré esta etapa y dejaré de hacerlo, y mi respuesta es esta: que no lo sé –los que escribimos relatos no planificamos tanto, yo no al menos–, pero que ya han caído otros cuatro…
Aunque, suelo añadir, no escribo solo de esto. Ni mucho menos. Creo que tocaba hacer una retrospectiva de lo que ha supuesto, para mí, escribir sobre el conflicto vasco, pero en los libros de los que proceden los relatos que he reunido aquí hay un poco de todo. Y, supongo, así será en los que escriba y publique a partir de ahora).
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Autor: Iban Zaldua. Título: Como si todo hubiera pasado. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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