En enero de 1980 nació Los Cuadernos del Norte, la revista cultural de la Caja de Ahorros de Asturias, que dirigió Juan Cueto. El consejo asesor lo formaban Evaristo Arce, José Luis García Delgado, Fructuoso Miaja y Vidal Peña, y el diseño, de austera modernidad, era de Elías + Santamarina. El número 0 se titulaba “Existencialismo, hoy” y publicaban Cela, Torrente, Barthes, Umbral, Savater, Gala… En el número 1 se dieron cita Orlando Pelayo, Ángel González, Álvaro Cunqueiro… y así se fueron sucediendo en los siguientes números artículos de Benet, Trías, Bergamín, Cabrera Infante, Vázquez Montalbán, Umberto Eco…
Cuatro años antes había nacido en Barcelona la revista de literatura Camp de L’Arpa, y en 1978 saldría el primer número de Poesía, “Revista de información poética”, que lanzó el Ministerio de Cultura y dirigió Gonzalo Armero. A estas tres publicaciones se unían las literarias Fin de Siglo, que dirigían Francisco Bejarano y Felipe Benítez Reyes; la más antigua, Litoral, y también El paseante, que nació en 1985, más la política, de 1976, El Viejo Topo, que no olvidaba lo literario (en ella leímos un cuento de José Ángel Valente y una entrevista a Leopoldo María Panero, por ejemplo).
Este era, muy someramente, el panorama de las revistas culturales de la época de la Transición. En este contexto Los Cuadernos fue un ejemplo de “pluralismo y clara voluntad integracionista”, como se contaba en el dorso de la portada del número 0 (…). “Porque no creemos que en el ámbito de la cultura existan realidades absolutas, conceptos-límite, verdades excluyentes o escrituras irreconciliables, resurgen de aquella tradición de un siglo Los Cuadernos del Norte con el plural bien visible en el título”.
Una de las imágenes de la postmodernidad tardía en Asturias viene de la mano de Guillermo Cabrera Infante, que escribió en el artículo “El héroe lacónico” sobre Juan Cueto:
“La imitación del modo de caminar de Gary Cooper es típica de los actores muy altos, que se ven obligados a manejar las piernas como si les fuera difícil caminar, pero que crea un estilo de moverse. Un crítico sagaz, Juan Cueto, cuenta que vio varias veces Solo ante el peligro ¡sólo por mirar a Cooper caminar! “Gary Cooper; el actor que hizo del yep su forma de decir sí (…), el hombre del oeste ideal, es decir, el vaquero por antonomasia, era un hombre elegante, sofisticado y, ¡asombro!, urbano”.
Juan Cueto no necesitó ser muy alto para caminar como un héroe —nada lacónico, todo hay que decirlo—, pero sí ha mantenido la elegancia y la sofisticación del hombre del Oeste, con las que caminaba por el Muro de la playa de Gijón o por el Oviedo antiguo con la soltura de un urbanita del siglo XX. Como un héroe que ha conquistado el mundo de la cultura internacional desde su atalaya de Gijón.
A Juan Cueto lo leímos en la revista Asturias Semanal, una referencia predemocrática del periodismo cultural. Lo veíamos en el Club Cultural de Oviedo, con Gustavo Bueno, José Mª Laso Prieto y otros intelectuales de la época, y en las cenas del Fontán, símbolos de cultura contra viento y marea. También en el Día de la Cultura, que cada año, desde 1972, se celebraba en Los Maizales de Gijón, un prao frente a la Laboral. El del 76 fue apoteósico, con grupos de teatro, mesas con venta de libros políticos, actuaciones de Víctor y Ana, Manuel Gerena… Allí habló Juan Cueto ante los miles de progres (se dice que la palabra la acuñó él) que reivindicábamos el cambio mientras varias patrullas de grises rodeaban el recinto.
Dirigió la colección “Etiqueta Rota” en Júcar, la editorial del intrépido Silverio Cañada; también fue uno de los fundadores del premio Tigre Juan de Novela; miembro de la asociación cultural Tribuna Ciudadana, pionera en Oviedo de importantes conferencias y lecturas poéticas. Y columnista sobre televisión con “La cueva del dinosaurio”, en El País, y luego en Asturias Diario. Toda una época gloriosa en la que se abrían editoriales, revistas, emisoras de radio, galerías de arte y periódicos.
Cueto fue un ser adelantado a su tiempo que concilió una sabiduría abierta a la comunicación, el periodismo, los mitos y el análisis de la sociedad. Hablar con él era adentrarse en el futuro de los medios de comunicación de pago, de los que decía que eran la solución y en donde se concentraría la audiencia. Habló antes que nadie de series como Mad Men y The Wire, como ya lo había hecho con Falcon Crest en los años 80. Sus análisis sobre por qué España llegó tarde a la modernidad con el consiguiente retraso de las nuevas tecnologías son de una lucidez que impresiona.
Juan Cueto fue una persona divertida y sobre todo generosa. Un día me llamó por teléfono para proponerme coordinar Los Cuadernos del Norte porque él tenía que pasar la semana en Milán como director de Telepiú. Nos reunimos en el pequeño habitáculo que La Caja le había facilitado frente a la catedral de Oviedo. “No te preocupes”, me dijo, “no soy un jefe complicado; yo me encargo de pedir los artículos a los colaboradores; luego tú los recibes y ya vamos ordenando el número que habremos pergeñado antes”. Él se encargaría de hablar con Umberto Eco, con Umbral, Mario Bunge, Haro Tecglen… Aquello no prosperó porque, al tener que comunicárselo a la Caja de Ahorros, recibió una negativa porque tendrían que contratarme, y eso no entraba en los planes de la organización bancaria. Me llamó para decírmelo, algo cabreado: “Lo siento, Miguel, si a mí tuvieran que colocarme tendrían que hacerlo en el epígrafe de jefe de negociado, por lo menos”.
Unos años antes ya me había llamado, esta vez sin conocerme, porque había visto los libros que publicábamos en la editorial Luna de Abajo. Me dijo que él no era ningún experto en poesía pero que hacíamos unos hermosos libros con buenos autores, y me ofreció la revista para que le mandáramos un arte final de publicidad de la editorial porque quería insertarlos gratis. Y lo hizo. Y además me invitó a colaborar.
Juan Cruz de vez en cuando hablaba con él para cargarse de energía. Le preguntaba qué libro o qué autor había que leer. Un día del año 2001, estando yo en Alfaguara, me dijo que iba a coger un avión para ir a verle a Gijón y me preguntó si quería ir con él. En dos horas ya estábamos en el jardín, en el que recuerdo que tenía sobre la hierba una parabólica. Estuvimos charlando rodeados de libros, y Juan le preguntó por un autor de pensamiento que para él fuera interesante. Nos habló con pasión de Peter Sloterdijk, y pocos años después, en cuanto tuvimos oportunidad de proponerlo a la Feria del libro de Madrid, lo trajimos.
Juan Cueto fue para mí el intelectual más completo, el más moderno, el que hablaba y escribía con más soltura de todo, y el que iba por delante. Un demócrata amable y generoso. “Siempre estaba alerta, como si durmiera informándose”, escribió Juan Cruz en Una memoria de El País. 20 años de vida en una redacción (Plaza & Janés, 1996). “Cuando Miguel Munárriz, que es uno de sus alumnos asturianos, hizo el viaje profesional a Madrid para trabajar como periodista cultural, le dije: “Llama a Cueto, para estar alerta. ´Llamen a Cueto´, les digo a todos los jóvenes periodistas de cultura, porque así sabrán qué noticias tendrán que mandar el año que viene”.
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