Alcanzar la dialéctica de los opuestos, acariciar el núcleo, dividido hasta el infinito, que mueve irremediablemente toda existencia hacia lo desconocido. Ese es uno de los temas cruciales de la poesía. Y Duelo en el valle de la muerte es el intento poético de Rafael Argullol de colmar esta exigencia: la de desentrañar los elementos que movilizan la (aparente) contradicción que es la existencia humana. Y es que no puede ser de otra forma en una realidad en la que la Belleza es siamesa de la destrucción, donde la génesis tiene lugar entre espasmos de dolor, una realidad en la que, en definitiva, la esencia se nutre perpetuamente de la caducidad. En este escenario, la vida se escinde hasta el infinito, imposibilitando el hallazgo de cualesquier asideros con los que apoyarnos, con los que identificar unas coordenadas plenas y seguras y así narcotizar la angustia que brota de lo inseguro.
La escritura de Argullol en este poemario es punzante pero sutil, con un verso que seduce por la multiplicidad de caminos que abre en cada estrofa. El poema está dividido en siete grandes escenarios, que, al mismo tiempo, representan siete grandes instantes del transcurrir: Amanecer en Golden Canyon, Mañana en Devils Cornfield, Mediodía en Zabriskie Point, Tarde en Desolation Canyon, Anochecer en Dante’s View, Medianoche en Hell’s Gate y Noche total en Death Valey. Tiene lógica. Todo lo que amanece oscurece, aquello que nace muere. Es obvio. Lo que no lo es tanto es que ya el amanecer está teñido de nocturnidad y que la noche está perturbada intrínsecamente por la claridad que intenta sepultar. No existe lo diáfano, lo claro, lo aséptico. Esa presunta claridad se fundamenta, en último término, en una mirada distanciada, se gesta en una caricia que no sabe captar los matices de lo real. Pero, en el momento en que desechamos esa brusquedad en el trato con la realidad, advertimos que las entidades se penetran mutuamente, que los momentos se yuxtaponen ineludiblemente, que los fenómenos, en definitiva, están construidos desde la heterogeneidad irreductible.
Originariamente escrita en 1980, y publicada por vez primera en 1986, en Duelo en el valle de la muerte se ven algunos de los temas y escenarios en los que Argullol ha desarrollado su obra (la Belleza, la muerte, el viaje, el mar, el duelo…). Es interesante, por otro lado, ver las influencias de cierta poesía romántica (Hölderlin, Keats y Leopardi, especialmente) en el poemario. Por ejemplo:
Desde el fondo del cráter
los músicos tocan para ti. Una alegre serenata,
un capricho sensual, una cadencia feliz
delicadamente te invitan al convite:
y embriagado por un licor jamás degustado
abrazas amorosamente el talle
de la que te sonríe
para bailar aquella desenfrenada danza
que al decir de los vasos arcaicos
es el privilegio de los fuertes.
El primer verso de la estrofa nos podría retrotraer perfectamente al Empedokles hölderliniano. El individuo nace para morir. Pero en ese tránsito teóricamente anodino, el verdadero Héroe se inquieta por trascender la prisión de lo terrenal, anhela romper los grilletes que lo sujetan inevitablemente a lo efímero, a lo decadente, a lo desechable. No siempre es fácil:
Solos, frente a frente,
tu vida y su negación
miden las armas desiguales.
El cosmos de la muerte
escupe sus espacios sobre ti.
Por un momento, alcanzado
por la ígnea miseria de la angustia,
atravesado por el quejumbroso llanto
de las estatuas decapitadas,
te rindes a la flaqueza del horror.
Sólo que aquí el Héroe no acaba de estar plenamente perfilado como tal. Más que personificación, deberíamos hablar de fuerza, entidad, energía que intenta lidiar con la contradicción que representa su existir. Y esa entidad, como no puede ser de otra manera, convive con otras contrarias pero a la vez complementarias a ella. De ahí que la existencia sea un combate. Lucha con el Otro, combate con Uno Mismo, batalla, en resumidas cuentas, con el Otro que es Uno mismo.
Autor: Rafael Argullol. Título: Duelo en el valle de la muerte. Editorial: Ars Poetica. Venta: Amazon
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