El arranque de un texto es decisivo para su lectura. Leila Guerriero lo sabe: “Soy periodista”. Punto y aparte. Lo aplica hasta a las notas preliminares, como esta (“Soy periodista”. Punto y aparte) que escribió para la edición de Zona de obras (Círculo de Tiza, 2018). Bajo ese sugerente título recoge sus artículos y conferencias menos pudorosos y más ilustrativos sobre la intimidad de su trabajo, sobre la primavera del periodismo narrativo latinoamericano o sobre la lamentable, y muy lamentada, situación de la profesión de periodista.
“Se supone —lo dicen los editores, lo vocean los anunciantes, lo repiten todos— que los lectores ya no leen”. A Leila Guerriero la obsesiona esta paradoja denunciada una y otra vez por su colega y compatriota Martín Caparrós: “Los editores inventaron el oxímoron de que el lector no lee”. No puede entender que cuando más se celebra el periodismo literario sea precisamente cuando se reprocha a los sufridos lectores haber dejado de leer.
Y se indigna. “Si hay algo que uno debe hacer para dedicarse a un oficio como éste —editar diarios y revistas— es creer en él”. Busca las causas de esa pérdida de fe en la profesión. Y las encuentra en el hecho de que “ahora los editores son, antes que editores, administradores”.
Su indignación no se limita a los editores. Hubiera sido lo fácil. En sus textos también reprende a los propios periodistas. Por ejemplo, a esos que define como “los profetas de lo nuevo, los cyberlotodo, los que aseguran que cualquiera unido de su celular y su bloggito puede contar el mundo”.
Los deliveries de morbo
Guerriero alerta de los peligros que acechan. La dictadura de los clics que lleva a que “los periódicos se transformen en deliveries de morbo”. O la mecanización del oficio, que es cualquier otra cosa menos mecánico, cuando el “periodismo se convierte en una línea de montaje en la que se escribe, se imprime, se archiva y ya”, cuando el periodista es “un funcionario de la prosa”, alguien que levanta acta o registra un inventario. Y no se olvida de los remilgos y los miedos a salirse de las normas del pensamiento dominante, que atenazan el periodismo libre: “Nos hemos vuelto tan decentes que damos asco”.
No le dan miedo los cambios. Su mensaje sobre el futuro de la profesión es optimista: “Es posible que eso que llamados periodismo cambie hasta un punto tal que ya no sea lo que fue. La pregunta no es si el periodismo va a cambiar. La pregunta es si vamos a dejar que eso nos cambie a nosotros”.
El periodismo narrativo
Zona de obras ofrece muchas pistas sobre lo que se ha dado en llamar periodismo narrativo. Bajo ese nombre, se ha agrupado el trabajo de periodistas latinoamericanos, especialmente argentinos como Tomás Eloy Martínez, Martín Caparrós, Rodolfo Walsh, Juan Gelman o Rodrigo Fresán. Pero también de otros países, como el chileno Francisco Mouat, el mexicano Juan Villoro, el peruano Daniel Titinger o el colombiano Alberto Salcedo Ramos. Son los primos hermanos de los estadounidenses asociados bajo la denominación nuevo periodismo: Gay Talese, Tom Wolfe, Truman Capote o David Foster Wallace.
Guerriero da muchas vueltas en torno al periodismo narrativo, como si intentara capturar su esencia inaprehensible: “El periodismo narrativo es muchas cosas, pero es, ante todo, una mirada —ver en lo que todos miran algo que no todos ven— y una certeza: la certeza de creer que no da igual contar la historia de cualquier manera”.
Mirar. Ahí está la primera clave, el punto de partida. Mirar, pero no de cualquier manera, porque “para ver no solo hay que estar; para ver, sobre todo, hay que volverse invisible”. El periodista no debe estorbar, ni intimidar, ni deformar la realidad con su presencia. “El periodismo narrativo se construye, más que sobre el arte de hacer preguntas, sobre el arte de mirar”.
Tener algo que decir
Un arte que como todo arte no es una mera floritura. Para sentarse a escribir hay que cumplir una condición imprescindible. “Un periodista narrativo es un gran arquitecto de la prosa, pero es, sobre todo, alguien que tiene algo que decir”.
En una época caótica como ésta en la que los géneros aparecen más diluidos que nunca, y se mezcla información y opinión con una facilidad pasmosa, hay que decir que el periodismo narrativo va indisolublemente asociado a un género concreto: la crónica. “Una crónica es, por definición —sostiene Guerriero—, lo opuesto a una noticia, y un cronista es, por definición, alguien que llega tarde, que se toma tiempo para ver y más tiempo para contar eso que vio”. Y si lo queremos elevar aún más, podemos llegar a la sublimación de Juan Villoro: “Un crónica lograda es literatura bajo presión”.
Para comprobarlo hay que acudir a los textos de los nuevos narradores de no ficción latinoamericanos. A las publicaciones donde alojan sus crónicas, publicaciones como la colombiana El Malpensante, la mexicana SoHo, la peruana Etiqueta Negra, la colombiana Gatopardo, la venezolana Marcapasos, o la argentina Ñ, suplemento cultural del diario Clarín.
Una curiosidad interminable
Igual que el carpintero que entra en el taller de su colega en lo primero que se fija es en los trucos y en las herramientas, lo mismo ocurre cuando entramos en la “zona de obras” de la periodista. Descubrimos lo mismo que ella descubrió en quienes la inspiran: “Su única herramienta es una cabeza bien amueblada, amueblamiento que ni se consigue a fuerza de literatura, sino de una curiosidad interminable”.
Las herramientas no son ni el ordenador, ni el lápiz, ni el papel ni la iluminación del estudio. Son otras mucho menos tangibles. “Yo siempre sospeché —confiesa— que los buenos cronistas tienen nutridas bibliotecas de ficción y que van más seguido al cine que a talleres de escritura”.
Ese es el secreto del buen trabajo del periodista: La lectura. ¿Quiénes escriben mejor las historias? Los escritores. Por eso lee a Richard Ford, a Dostoievski, a Fitzgerald, a Bryce Echenique o a John Irving. ¿Y quiénes plasman mejor en imágenes las historias? Los directores de cine. Por eso Guerriero lee —no sólo a periodistas— sobre todo a los literatos y ve películas, muchas películas, de Wes Anderson, de Milos Forman o de Stanley Kubrick, sus favoritos.
Cine y periodismo
El periodista es una esponja que cuanto más absorbe más crece. “En los prados donde pastan las crónicas —explica—, brota de todo y ellas se alimentan: cómic y poesía, novelas y cuentos, música y cine”.
Aunque la mayor aportación, en el caso de Guerriero, viene del cine: “Probablemente nada enseñe a escribir tanto y tan bien como las películas”. Y detalla con tal precisión el idilio entre cine y prensa, que solo podemos concluir que son oficios siameses. Merece la pena deleitarse con este párrafo:
“Los directores, como los cronistas, cosen escenas, producen continuidad, organizan información y hacen transcurrir cuarenta años en dos horas. Las películas, como las crónicas, no se construyen solo de planos generales y ritmos lentos, sino con primeros planos, planos americanos, monólogos, flashbacks, escenas de tiros, escenas de sexo y escenas de violencia. En las crónicas, como en el cine, hay voces en off, travellings, paneos.”
Nuevo periodismo de ayer y de hoy
La mejor manera de comprender las teorías de Guerriero sobre la prensa es leer sus artículos. Sin ir más lejos, publica columnas semanalmente en El País. Pero, sobre todo, leyendo sus libros-crónica. Sumergirse, por ejemplo, en Las suicidas del fin del mundo (Tusquets, 2016) es una experiencia combinada de cine y literatura. Se trata de periodismo narrativo en estado puro para compartir la historia de Las Heras, un pueblo de la Patagonia argentina, donde, en tan solo año y medio, doce mujeres y hombres jóvenes decidieron quitarse la vida de las más diversas formas.
Plano americano (Anagrama, 2018) permite disfrutar de uno de los géneros favoritos de Guerriero, el perfil, a través de las semblanzas de 26 personajes de la cultura latinoamericana. Al igual que en Frutos extraños (Alfaguara, 2012), sobre esas criaturas atípicas que a veces florecen en el género humano.
El nuevo periodismo fue nuevo cuando lo escribieron los clásicos. Fue nuevo, como bien escribía aquí Miguel Barrero, en la primera parte del siglo XX (Sender, Chaves Nogales…) o en la segunda mitad de la centuria, cuando lo resucitaron las vacas sagradas (Capote, Wolfe, Talese…) Pero si lo que buscamos es el nuevo periodismo de hoy, el último, el de ahora mismo (lo llaman periodismo narrativo), lo recomendable es que lea a Leila Guerriero, o a Villoro, o a Caparrós o a aquellos que lo ejercen cada día en el presente.
Guía rápida para (nuevos) periodistas
¿Qué somos y qué no somos? “Los periodistas tendemos a sobrevalorar nuestro trabajo, alimentamos el mito nosotros mismos (…), pero no somos la justicia, ni la secretaría de bienestar social, ni la asociación de ayuda a la mujer golpeada, ni la Cruz Roja, ni la línea de asistencia al suicida”.
Entonces, ¿cómo debemos ser? “Ser, además de alguien cuyo oficio consiste en ir, ver, volver y contar, alguien que se pregunta por qué hace lo que hace, cómo hace lo que hace y para qué hace lo que hace”.
¿Dónde nos colocamos para no perdernos nada? “Para poder ver, sobre todo, hay que volverse invisible”.
¿Nosotros manipulamos? “Toda pieza de periodismo es una edición de la realidad”.
¿Y si lo adornamos un poquito? “Si la pregunta es cuál es el límite entre el periodismo y la ficción, la respuesta es simple: no inventar”.
¿A qué debemos aspirar? “Ser, además de alguien cuyo oficio consiste en ir, ver, volver y contar, alguien que se pregunta por qué hace lo que hace, cómo hace lo que hace y para qué hace lo que hace”.
¿Qué hay que tener “Para ser periodista hay que tener curiosidad, tener impulsos, tener la fe del pescador —y su paciencia— y el ascetismo de quien se olvida de sí —de su hambre, de su sed, de sus preocupaciones— para ponerse al servicio de la historia de otro”.
¿Se puede hacer periodismo narrativo sobre cultura? “Lo dijo Ezra Pound: la noticia está en el poema, en lo que sucede en el poema”.
Pero, en concreto, ¿qué es el periodismo narrativo? “La esencia del periodismo narrativo se juega (…) en la diferencia entre contar una historia y hacer un inventario”.
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