Qué bien le sienta a Raúl del Pozo (Mariana, Cuenca, 1936) el adjetivo «transversal». Sí, lo sé: es un calificativo con más huellas que una comisaría, sobadísimo por una legión de políticos y opinadores de dudosa reputación intelectual. Sin embargo, tras acudir al DRAE, considero que el vocablo no puede ser más preciso. Porque, por ejemplo, la distancia ideológica que hay entre Edu Galán y Jorge Bustos es vasta. Y ambos convergen en Raúl. O la que, a nivel generacional, existe entre José María García, que ronda los setenta y medios, y yo mismo, que estoy en la víspera de la treintena. Pues ídem. Creo que ningún otro amanuense patrio sería capaz de congregar a un bestiario periodístico y literario tan heterogéneo con motivo de un homenaje.
Y un homenaje, por cierto, que desbordaba sentimiento(s), que palpitaba verdad, pasión y admiración. Sin postureos, sin plásticos, sin fraudes. Quienes, convocados por la Universidad Complutense de Madrid, celebramos, el jueves pasado en el auditorio de la Facultad de Ciencias de la Información, que Raúl del Pozo es «el periodista total», lo hicimos con conocimiento exhaustivo de causa. Una vez, Jesús Quintero me comparó al que una vez fue su guionista con Paco de Lucía: «El segundo se encuentra a años luz». También ha decretado Julio Valdeón que el autor de El reclamo es «el más grande». José Mota, ausente por motivos de rodaje, me lo describe como «El Columnista. Con mayúsculas». Así, quienes acudimos a las instalaciones de la cantera periodística de la Complu lo hicimos porque admiramos y veneramos al Raúl profesional y, no menos importante, porque amamos, desde el cerebro reptiliano, como por instinto, al Raúl amigo.
La primera mesa, comandada por el profesor Manuel Fernández Sande, fue más técnica. Excepto Eduardo Martínez Rico, quien reivindicó al Raúl escritor, Carmen Rigalt, Jorge Bustos, José María García y un servidor subrayamos, casi con urgencia, que Del Pozo es un tipo que no ha olvidado nunca su condición de periodista. Que la materia prima del periódico es la noticia. Aplaudimos su humildad, su modernidad y su capacidad de influencia. El jefe de Opinión de El Mundo contó cómo hay políticos que le telefonean a propósito de lo que Raúl escribe en su columna sobre ellos o sus partidos. García, acto seguido, dijo que eso reflejaba la paupérrima calidad de nuestros representantes públicos.
Precisamente, el veterano periodista auguró un negro futuro a los estudiantes que asistieron al auditorio. Les dijo que, para empezar, el nombre del congreso en el que se enmarcaba el homenaje —»Periodismo y Poder»— era un oxímoron: no sin razón, expuso que la capacidad de influencia real de los periodistas es nula y que son los grandes empresarios de la comunicación quienes tienen al toro agarrado por los cuernos. Sin llegar a contradecir al maestro, adopté el rol de poli bueno y aconsejé a los universitarios que, más que en lo macro, se centraran en lo micro, en el yo, que leyeran sin parar y que buscaran historias propias: con persistencia, voracidad y una capacidad extrema de sacrificio, no es imposible empezar a ejercer el periodismo en 2019.
Por cierto, los estudiantes desvelaron dos realidades que debieran ser impropias de un lugar donde se enseña periodismo: 1) en la facultad no hay periódicos —cuando yo estudiaba, se repartían ABC, Público, todavía en edición de papel, y El País—, y 2) los alumnos de cuarto curso tienen, en el mejor de los casos, que hacer sólo dos entrevistas por obligación. Cuando nos contaron eso, García echó de su boca sacos y culebras.
La segunda mesa fue un campo minado de sorpresas. Subieron, en principio, Raúl y Antonio Lucas, mas no tardando apareció en escena Arturo Pérez-Reverte para hablar de la redacción de Pueblo y de sus ilustres, navajeros y geniales miembros, del Madrid sesentero/setentero, bullicioso y divertidísimo del que el homenajeado fue parte y testigo. No tardando, Carlos Alsina, quien rondaba por el edificio haciendo entrevistas a algunos asistentes, también se subió a la palestra para referirse al Raúl radiofónico, ese que baila el pasodoble que introduce su sección, «Viva el vino». Además, Edu Galán puso cariño y nitroglicerina contando cómo conoció a Raúl, cómo le tocó los huevos —metafóricamente, se entiende— tras una borrachera justificada —en esa misma tarde, había entrevistado a Irene Montero, «y eso que era prechalé»— y cómo, en un encuentro posterior, Raúl le dijo: «Por menos, en los ochenta, te hubiese rajao«.
El acto terminó con la entrega, por parte del rector de la Complutense, Carlos Andradas, de un premio en reconocimiento a la contribución del periodista conquense al periodismo patrio. Superado, en el mejor de los sentidos, me jodió el textual que seleccioné para la entrevista que publiqué en Zenda: «Creía que el periodismo se aprendía en las esquinas y en las comisarías, como las putas. Estaba equivocado: la universidad es muy necesaria». No pocos estudiantes se acercaron a Raúl para hacerse fotos con él. Todo fue hermoso, feliz, cálido. Al salir de la facultad, la gravedad le jugó una mala pasada que, a Dios gracias, no fue a mayores. Poco después, tras haber comido las «peores patatas fritas de mi vida» (García dixit), Raúl me contaba cómo, en cierta ocasión, se disfrazó de Greta Garbo para hacer una entrevista. Al día siguiente, tras bailar su pasodoble semanal en el estudio radiofónico de Onda Cero, me llamó radiante: «Capullo de La Mancha, ayer estuvisteis magníficos, gracias por todo».
El mejor periodista de España le dio las gracias a un mindundi millennial.
Qué hermosa es la amistad sin apellidos.
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