Pío Baroja, por Juan de Echevarría.
Tras una incursión en el universo de Dickens de la mano de David Copperfield, Ricardo Lladosa regresa a Pío Baroja en la tercera entrega de El fluir narrativo. En esta ocasión, lo hace para hablarnos del azar.
En el prólogo a la edición de Cátedra de Aurora roja, Juan Marín Martínez afirma que fue un estudio de 1954 el primero en aplicar el término de novela abierta a la trilogía La lucha por la vida, de Pío Baroja. Más tarde, en 1971, Emilio González López publicaba en Nueva York otro ensayo titulado El arte narrativo de Pío Baroja: Las trilogías, en el cual definía la novela abierta barojiana como aquella que tenía como hilo conductor a un personaje central y que consistía en una narración sin fin, y quizá también sin principio.
Sobre esa narración sin principio ni final escribí ya en el primer artículo de El fluir narrativo, titulado precisamente La posibilidad de un relato infinito. Pero otro aspecto que no traté entonces y es igualmente esencial en Baroja es cierto empleo del azar narrativo. A menudo, conforme leemos, nos da la impresión de que el autor carece de un plan previo y se deja llevar por aquellos aspectos del relato que más le interesan, sin pensar en modo alguno si los giros argumentales lo conducirán a un sentido final de la narración o acabará perdiéndose en los detalles.
El procedimiento recuerda vagamente a esas novelas de nuestra infancia tituladas Elige tu propia aventura. Uno debía optar, por ejemplo, entre adentrarse en una cueva al atardecer o acampar frente a ella y aguardar a la mañana siguiente. En el interior de la cueva podía esperar un tesoro; pero al exterior quizá llegara un excursionista con quien trabar amistad. El tesoro conducía al protagonista-lector a la riqueza; mientras la amistad con el excursionista podía llevarlo a nuevas aventuras, a cambios en su residencia…
Pío Baroja escribió las tres novelas que componen La lucha por la vida en apenas dos años, entre 1903 y 1904. La busca, primera parte de la trilogía, se publicó por entregas en el periódico El Globo. Más tarde comenzó a ampliar el relato y se dio cuenta de que tenía material para tres libros independientes. Fue así como nacieron, junto a La busca, Mala hierba y Aurora roja.
Se cumple sin duda en ellos la reflexión de González López de que todo gira en torno a un personaje central, Manuel Alcázar. A modo de Bildungsroman, las dos primeras partes nos narran la infancia de Manuel y su desorientada adolescencia, en las cuales se relaciona con el hampa madrileña de comienzos de siglo: con oscuros personajes que cometen estafas y hurtos y que se dan al juego, al alcohol y a las reyertas.
La novela más diferente y singular de la trilogía, donde se pone más de manifiesto el azar compositivo barojiano, tal vez sea Aurora roja. En ella se quiebra el axioma del personaje central, porque el protagonismo del relato lo cobra sobre todo Juan Alcázar, hermano de Manuel.
Juan aparece nada más comenzar la obra, en un prólogo magistral titulado Cómo Juan dejó de ser seminarista. El joven Alcázar decide escapar del ambiente opresivo del seminario para ver mundo. Ha leído Los misterios de París y El judío errante, del folletinista francés del XIX Eugène Sue, y también Los miserables, de Victor Hugo. Estos libros, según él, «explican cómo es la vida, la verdadera vida» que no conoce. En este punto parece evidente la influencia de Dickens. En particular, de su novela David Copperfield, donde un joven huérfano es arrojado al mundo con el único consuelo de la literatura.
El prólogo de Aurora roja es un viaje por la España vacía del 98 —que es, por cierto, similar a la España vacía actual, recreada por Sergio del Molino—. Juan viajará por descampados y, en su quijotesco viaje, se encontrará con una pareja de guardias civiles con los que trabará amistad. Más tarde será acogido por una familia, dibujará retratos para ellos, se enamorará de la hija y se marchará bajo la premisa de ¡ir siempre adelante!; de ¡seguir el camino!
Tras el prólogo, la primera parte de la novela supone un salto temporal y espacial. Nos traslada a Madrid, donde el hermano de Juan, Manuel Alcázar, se ha establecido como impresor. Al fin, tras años dando tumbos, se ha convertido en un pequeño burgués que vive con su hermana Ignacia y con otra mujer, a la que hospeda y que, más tarde, se convertirá en su esposa: la Salvadora. De pronto, nada más comenzar el relato, amanece Juan en Madrid. Ha pasado unos años en París y Bruselas, donde ha conocido a grandes figuras de la cultura, como Rodin, y se ha convertido en escultor.
Frente al provincianismo de Manuel, Juan es un hombre de mundo. Hace un busto de la Salvadora que se expone con éxito en una galería de la capital; recibe pingües encargos artísticos… Pero su efervescencia profesional será víctima del idealismo. Comienza a confraternizar con los anarquistas que se reúnen en la taberna La aurora, a la que renombran Aurora roja. Empieza a beber en exceso y a esculpir con menor asiduidad.
Baroja deja en suspenso el idilio de Manuel con la Salvadora, que a priori parecía el núcleo de la narración, y se centra en Juan; aunque cabría afirmar que ya casi ni en Juan, sino en el grupo de anarquistas. Se suceden capítulos en los cuales el giro del autor parece convertir la obra en una novela de personaje colectivo. En diversos debates entre anarquistas Baroja muestra el galimatías ideológico de aquéllos, que, del modo más trágico, acabarán justificando el terrorismo.
Resulta imposible definir cuál fue la ideología exacta de Pío Baroja. Su vida era, evidentemente, la de un liberal; pero la exuberancia de sus personajes nos lleva a interpretaciones múltiples acerca de sus filias y fobias. La capacidad de expresar con idéntico interés ideas contrapuestas se basa, en mi opinión, en que no le interesan tanto las ideas como los seres humanos que las sustentan.
Entre los postulados anarquistas aludidos y el desprecio conservador por parte de Manuel, nos encontramos con la compleja ideología del amigo de este, el rico inglés Roberto Hasting, que tan pronto defiende la creación de un nuevo régimen democrático como afirma que habría que eliminar a los débiles, porque entorpecen el progreso de la sociedad. Del modo más nietzscheano, lo único importante para él es la fuerza, el individuo, la energía vital, el deseo de hacer cosas…
Volviendo a la inquisición del comienzo, ese método compositivo de Baroja, inspirado en el azar a la hora de configurar el relato, ¿lo lleva al sentido final de la narración, o le hace perderse en los detalles? Cabe concluir, por lo que concierne a Aurora roja, que sí lo lleva a ese sentido final. Y lo hace de modo paradójico, ya que Aurora roja es conservadora en el contenido: defiende la sociedad burguesa y el orden, frente a la anarquía y la revolución; pero es progresista en la forma, porque su modo de narrar, basado en el azar y la digresión, nos resulta actual, apegado al presente a pesar de que los hechos narrados sucedieran hace un siglo.
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