David Monteagudo es de Viveiro, un bonito pueblo de La Mariña de Lugo, pero su madre era maestra: la familia iba de un lado a otro y sus primeros recuerdos son de las montañas agrestes de la comarca de Los Oscos, en la frontera entre Lugo y Asturias. A los cinco años se mudó al Penedès terroso y soleado de los años sesenta. Mientras leía un libro tras otro, empezó la carrera de Filología, pero lo dejó en el segundo curso. Lo importante en su vida eran las aficiones a las que se dedicaba en cuerpo y alma, y que le llevaron a ser primero corredor de maratones y después casteller. Entretanto, se ganaba la vida desempeñando los trabajos más diversos: monitor de educación física, soldador, montador de stands… Pero seguía leyendo. A los cuarenta años empezó a escribir, a los cuarenta y siete a publicar y a los cuarenta y ocho se hizo escritor, es decir, dejó el trabajo de maquinista en la fábrica en la que, según todos los indicios, estaba destinado a jubilarse. Desde entonces, paradójicamente, escribe menos. Compañero de Olga desde 1986, tiene dos hijos, Lluís y David. Individualista y solitario por naturaleza, vive en familia, y rodeado de gente, en Vilafranca del Penedès. No tiene patria, pero todavía aspira a que le hagan un hueco en la república universal e intemporal de las letras.
Concebí la idea de escribir un libro de cocina a raíz de los elogios que recibía por parte de mis amigos cada vez que les escribía, en un correo electrónico, alguna de mis recetas para que las pudieran hacer en su casa. Cuando vi que esos textos —que yo creía farragosos y excesivamente prolijos— tenían algún encanto, algún magnetismo especial para el que los leía, empecé a imaginar qué forma podría dar a los textos, cómo los podría vestir para que tuvieran la necesaria tensión y densidad literaria, para que el proyecto me resultara atractivo y se convirtiera en un reto estimulante. Mi experiencia de años como profesor en talleres literarios me acabó de inspirar, pues lo cierto es que siempre me había apetecido hacer como mis alumnos, en los ejercicios que yo les planteaba cada semana: poder escribir textos independientes, cambiando cada vez de narrador, de voz, de punto de vista, de tiempo verbal, incluso de género, sin ninguna responsabilidad, sin otra exigencia que la del propio texto. Y también me movía la necesidad de romper con las pautas tan estrictas de mi último libro, Hoy he dejado la fábrica, escrito desde un rigor férreo en cuanto a la extensión, la sobriedad en el estilo y la pulcritud en lo conceptual.
Puse manos a la obra, y escribí de un tirón la primera receta, la tortilla de patatas, inspirándome, para la voz narradora, en un fragmento de un libro de cocina del siglo XVI que escuché en un programa de radio (una gran parte de la documentación que uso en mis libros es de origen radiofónico). Cuando ya tenía escrito este primer relato tuve un encuentro, una comida en mi casa con Iolanda Batallé, que entonces era la editora de :Rata_, y Francesc Orteu, que lo es en la actualidad. Iolanda venía con la intención de animarme a empezar la famosa novela que les debo, a ellos y a mis lectores, desde hace tiempo; pero cuando le dije que lo que me apetecía en ese momento era escribir un libro de cocina, y que incluso ya había escrito la primera receta, Iolanda me animó a que siguiera adelante. Supongo que ella se imaginaba un libro de cocina más convencional, porque ya estaba barajando la posibilidad de publicarlo en otro sello del grupo editorial, más apropiado para un producto didáctico, que ella imaginaba con fotos o con ilustraciones, y con la preceptiva lista de ingredientes antes de cada plato. Pero cuando, al cabo de unos meses, leyó el manuscrito ya acabado, no dudó ni un segundo en incluirlo en el catálogo de :Rata_, lo cual me halagó y me tranquilizó al mismo tiempo, porque yo temía que la parte técnica del libro, lo estrictamente culinario, se hubiera comido a lo literario.
Pero no nos anticipemos: lo cierto es que después de la comida con los editores, que fue a principios del verano, empecé a escribir cada día con regularidad, y con disciplina, como hago siempre que me embarco en un proyecto serio. No soy un escritor nocturno, sino diurno, o tal vez más bien habría que decir madrugador. Siguiendo mi costumbre, me levantaba puntualmente a las seis de la mañana, y escribía durante dos o tres horas seguidas, mientras los niños (mis dos hijos, de siete y once años), entonces de vacaciones escolares, todavía dormían. Siempre dedico esas horas tempranas a la actividad creativa pura y dura, y dejo para algún otro espacio que me quede libre por la tarde la tarea de repasar y corregir estilísticamente lo escrito, o algún otro trabajo de escritura no estrictamente creativo. En esta ocasión, aprovechaba las tardes —en la piscina pública de Vilafranca, mientras mis hijos se bañaban— para trabajar con el portátil, sentado a una mesa de picnic, en la traducción al catalán de lo que escribía por las mañanas, ya que en esta ocasión, y por primera vez en mi vida, me encargué yo mismo de trasladar el texto a mi otra lengua —de hecho la que más hablo, aunque no la que más escribo.
Debo admitir que el proceso de escritura fue bastante rápido y no muy trabajoso. No tardé en entrar en esa sensación de creatividad, cuando las ideas fluyen y te domina una cierta inspiración que te ayuda a encontrar los temas y las soluciones técnicas a cada reto conceptual. Las propias recetas me ayudaban y me inspiraban. Es fácil escribir cuando el argumento de cada historia está muy claro y ya viene predeterminado, y todo el arte hay que ponerlo en la forma y en el lenguaje. También me ayudó esa sensación de libertad de la que he hablado antes, de poder usar el formato que yo quisiera, tomándome libertades que hacía años que no me permitía. Al final acabé hablando de mí mismo, como ocurre siempre que uno escribe de verdad, de mis padres, de mi mujer y mis hijos, y de la curiosa vida que llevo.
Tal vez convenga aclarar, para concluir este relato, y en lo que se refiere a la distribución de mi jornada laboral, que el resto de horas de las que no he hablado estaban ocupadas al completo por mi actividad como ama de casa, al cuidado de los niños y de todas las tareas domésticas, actividad que desempeño con íntima satisfacción, con legítimo orgullo, y que no pierdo ocasión para reivindicar en este último, como en otros muchos de mis textos.
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Autor: David Monteagudo. Título: Si quieres que te quieran. Editorial: Rata_. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro.
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