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Diario barbitúrico, semana uno: lleva razón el pianista

Diario barbitúrico, semana uno: lleva razón el pianista

Karina Sainz Borgo. Foto: Blanca Establés

Que las cosas van a cambiar es tan cierto como imprevisible. Dejarán de ser de una forma para adquirir otra, ¿pero cuál? La idea da vueltas alrededor de mi cabeza en estos días, incluso ahora en este recital de Sokolov en el Auditorio Nacional al que he venido porque no conozco mejor lugar que un patio de butacas a oscuras para poner en orden la mente… o desordenarla por completo. Asomada a la balconada del Auditorio, observo. Me concentro en la forma que adquieren las cosas cuando viven ya fuera de quien las propicia.

"Esta semana se publica La hija de la española (Lumen), la primera novela de quien aquí escribe. Ha sido un libro imprevisible, casi un incendio forestal que se ha expandido, no sé cómo, no sé cuándo, por unos cuantos países"

El concierto ya ha acabado, en realidad. El pianista ruso entra y sale del escenario mientras una granizada de aplausos llueve sobre su levita. Sokolov da pasos ordenados, se detiene junto al piano, hace una breve reverencia a un lado del escenario, luego al otro. Sólo entonces se acerca al taburete, levanta con las manos los faldones en pico de su frac y se sienta ante el piano en el que interpretará la primera de las seis propinas musicales con las que obsequia a su público, una costumbre de Sokolov en ocasiones más importante y esperada que el propio recital. Acaso por el factor sorpresa e imprevisible —no saber qué va escoger—, una euforia creciente se apodera del teatro. Hace rato que la música ha dejado de pertenecerle. Que aquello que hace pasa de ser una cosa para convertirse en otra dentro del corazón de quienes lo escuchan.

¿Qué pasa, pues, con aquella creación que alguien considera suya, o al menos de su cosecha, cuando llega a las manos del otro? ¿Adónde van los libros, como las partituras, cuando dejan de pertenecer a quien los escribió?  ¿A cuáles estanterías van a parar apilados en la novedad primero o en la obsolescencia, si toca, después? ¿Y quién dice que el Debussy que Sokolov interpreta esta tarde significa lo mismo para todos? Van a parar mis ideas como piedras a un estanque en el que me estreno arrojando las piedritas de mi propia sorpresa.

Esta semana se publica La hija de la española (Lumen), la primera novela de quien aquí escribe. Ha sido, pues, un libro imprevisible, casi un incendio forestal que se ha expandido, no sé cómo, no sé cuándo, por unos cuantos países. Que las cosas van a cambiar, insisto, es evidente. La pregunta es cómo o hacia dónde. La respuesta es lo de menos. Lo interesante será la ruta. Como los bis de Sokolov, terminará importando más el cómo pasan las cosas que ellas en sí mismas. Y de eso va este asunto: el cómo.

"La intención es contar en estas líneas aquellos episodios a los que se enfrenta un escritor debutante que aún se siente más periodista que debutante y que en cada entrevista de prensa siente la pulsión de preguntar en lugar de contestar"

Zenda me ha propuesto usar mi cajetín de primeros auxilios, este blog que mientan Barbitúricos Ciudadanos, para contar las cosas que ocurran en ese proceso en que al autor lo abandona el libro que ha escrito y tiene que salir a pastorearlo en librerías, acaso presentarlo y contarlo, para procurar que el muy granuja se porte bien con los lectores y no haga trastadas. Y aunque nada de eso es evitable, que el libro se independice de quien lo escribió y vaya por libre, toca ir allá donde él vaya, no dejarlo solo, atarle bien la correa para que no muerda a nadie.

Aprovechando que los prisioneros de Zenda quieren estar al tanto de lo que ocurra con La hija de la española en estos próximos meses, toca recalibrar los Barbitúricos Ciudadanos, usarlos como diario semanal para empujar  ya no sé si la gragea del desencanto, pero sí la de la euforia. La intención es contar en estas líneas aquellos episodios a los que se enfrenta un escritor debutante que aún se siente más periodista que debutante y que en cada entrevista de prensa siente la pulsión de preguntar en lugar de contestar y que ahora entiende, ay Dios, la compleja cadena de resortes que impulsa un libro o, por el contrario, que podrían descalabrarlo. Hasta hace unos días, pertenecía al bando de quienes intentaban desordenar la cadena para enterarse antes que nadie de una fecha de lanzamiento o del argumento de un libro. Ahora, convertida en parte de ese motor, observo como nuevas cosas que se me antojaban antes obstáculos para contar primero que los demás aquello que debe respetar unos tiempos y unos plazos.

"Un patio de butacas a oscuras obra el mismo efecto de la página en blanco, son lugares propicios para que algo se desate"

Thomas Bernhard sintió especial fijación por el pianista Glenn Gould: ya se había referido a él en Maestros antiguos, y volvió sobre él en El malogrado, aquella novela sobre Wertheimer quien, ante la fatídica constatación de su falta de talento, prefirió la muerte. Él mismo, Bernhard, se convirtió en el tercer pianista en discordia, el melómano que levanta su propia partitura como si de un huracán se tratara, esa tormenta eléctrica del ánimo que esta tarde Sokolov levanta en el Auditorio Nacional y a la que pienso encomendarme antes de que este largo viaje comience.

Es curioso ver al pianista ruso caminar por el escenario. Sokolov, como ha dicho de él Pablo L. Rodríguez, tiene las formas de un mayordomo. No habla ni presenta los bises, él sólo ejecuta ante el piano y desata la granizada de quienes se emocionan escuchándolo. A Sokolov Brahms ha dejado de pertenecerle, de la misma forma en que ha dejado de pertenecerle el sonido de sus dedos sobre las negras y las blancas. Parece que en lugar de las teclas de un piano apretara el corazón de quienes lo escuchan. Sin duda: un patio de butacas a oscuras obra el mismo efecto que la página en blanco, son lugares propicios para que algo se desate. Para que unas cosas dejen de ser de una forma para transformarse en otras.

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