No podemos, en este caso, comenzar la reseña con la muletilla habitual: el libro que el lector tiene en sus manos… porque ni es un libro –son dos, presentados en una primorosa cajita– ni muchos habrán tenido la ocasión de acceder a él. Hablamos de una edición artesanal, financiada con pequeñas aportaciones –crowdfunding– de tirada mínima y distribución suponemos limitadísima; quizá reducida a una única librería de la que al final daremos razón.
Se trata, como decíamos, de dos volúmenes independientes: la edición facsímil de un texto escolar de 1935 titulado Estampas de aldea, y un libro de acompañamiento donde se incluye información más que interesante sobre el autor y la edición. Vamos a este último, que nos permitirá situar al autor, su época y las circunstancias.
Pablo de Andrés Cobos (1899-1973) nació en un pequeño pueblo segoviano. Salió de la aldea a la capital de la provincia para hacerse maestro, y tuvo la fortuna de coincidir en la tertulia del café de la Unión con Antonio Machado, Blas Zambrano y Mariano Quintanilla, que lo prohijaron. Y a partir de ahí desarrolló una impresionante carrera, colaborando con la Universidad Popular Segoviana, las Misiones Pedagógicas y la Institución Libre de Enseñanza, fundando revistas, publicando libros y, en fin, contribuyendo en vanguardia a la renovación educativa en la que las mejores cabezas de la República veían la palanca que España precisaba para salir de siglos de caciquismo y oscurantismo religioso.
La cosa terminó como ya sabemos. Llegó el 36, y los sublevados identificaron pronto a sus enemigos –eran todos– pero en particular a los peligrosos. La represión contra los maestros fue quizá la más feroz, y eso es decir mucho. Pero sabían bien lo que hacían. Segaron de raíz cualquier intento de crear una sociedad libre y bien instruida, que pudiera hacerse cargo de su propio destino, y a fe que lo consiguieron: tras cuatro larguísimas décadas de dictadura y una transición de aquella manera, esta democracia low cost que resignadamente sobrellevamos es la prueba. En fin, Cobos acabó en la cárcel –y gracias; era lo menos que se despachaba–; mientras que Estampas de aldea fue prohibido y expurgado de todas las bibliotecas.
Estampas de aldea es un librito que conmueve. El formato y la composición, los dibujos del pintor manchego Miguel Prieto, muy de la época, el pequeño glosario con que se abre… todo trasmite entrega y amor a una vocación, dicen que la más noble, la de trasmitir conocimiento y valores. Luego, ya metidos en la lectura, encontramos mérito literario: una prosa recia, a tono con una visión del campo nada bucólica, con la dureza propia del medio y la época y, sin embargo, tierna y sentida, quizá chocante si se considera que se trata de un libro pensado para jóvenes. Los inicios de la segunda parte, El tío Catite, y la tercera, La matanza, son antológicos, y seguramente se comparan con cualquier otro relato escrito en esa época.
Estampas de aldea predispone a la melancolía, y también a la indignación. La represión salvaje y miserable que se desató contra estos maestros de la República ha causado un daño gigantesco, que trasciende con mucho al sufrimiento de ellos y de sus familias. Tenemos derecho a preguntarnos si España, esta España de hoy, sería diferente de no haber sobrevenido la catástrofe cultural y educativa de los cuarenta años de franquismo. La respuesta es obvia. Tras otros cuarenta años de democracia, a las claras se ve que no hemos conseguido remontar. Somos, seguimos siendo, el país aborregado que la Iglesia y Franco diseñaron, sin valores cívicos, donde campan a su gusto políticos demagogos y corruptos, a los que votamos y volvemos a votar a pesar de conocer sus fechorías. Apenas hay institución a la que no dé vergüenza mirar y, en vez de referentes morales, lo que tenemos son logreros que con voz campanuda nos sermonean desde su cargo público, hasta que un día a él o a su amigo de pupitre le trincan, y nos enteramos que ha vaciado tal banco, o cobrado comisiones por cada contrato, o escondido su dinero en un paraíso fiscal. Tenemos derecho a preguntarnos si con otra educación, fundamentada en la dignidad y la solidaridad, hubiéramos permitido que medraran rencorosos acomplejados, lideresas que parecen sacadas de una zarzuela, cándidos adanistas o lectores de diarios deportivos que tienen a gala no pisar un teatro o sala de conciertos.
¿Cómo no recordar a los maestros de la República cuando uno ve a estas alturas –¡siglo XXI!– que la religión cuenta en el currículo lo mismo que las Matemáticas, ¡chúpate esa, Erasmo!, o que en el consejo de ministros se sienta un señor que se jacta de hablar con su ángel de la guardia y va por ahí condecorando a vírgenes de escayola?
Honor y recuerdo, maestros de la República. Ochenta años después de vuestro martirio, el país por el que tanto os afanasteis es más rico en dinero, pero más pobre en todo lo demás. A la vista está.
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Nota: hasta donde uno sabe, Estampas de aldea se puede encontrar en la librería Farinelli, de La Granja de San Ildefonso.
Título: Estampas de aldea. Autor: Pablo de Andrés Cobos. Edición conmemorativa. Pedidos: arqueologiadeimagenes@gmail.com.
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