Mercurio, el protector de los viajeros y de los comerciantes, ha sido amenazado. Mercurio, que está en la raíz de la palabra mercado y de la palabra mercader —merx significa mercancía—, ha sido atacado desde dentro por criterios económicos que amenazan con su desaparición.
La revista Mercurio, publicada por la Fundación Lara y uno de los últimos refugios en papel para la literatura de nuestro país, podría ser borrada del mapa en pocas semanas. Y su vacío será ocupado por el parloteo de las redes y la insustancialidad crítica que en España se va extendiendo desde Gibraltar a los Pirineos, como aquellos bosques de los que hablaba el romano.
A pesar de haber tenido una trayectoria ejemplar, aquella modesta publicación, que nació como un catálogo de reseñas, se fue convirtiendo, gracias a Ana Gavín, directora de la Fundación Lara, quien le dio un impulso nacional, y a Guillermo Busutil, director infatigable de la revista, en una publicación imprescindible por su calidad y su pluralidad, donde han colaborado buena parte de los mejores críticos, profesores y escritores de la actualidad, ya sea en los ejes temáticos que enfocan cada número o en las reseñas que repasan los libros publicados, de todos los géneros literarios, mes a mes.
Una de las virtudes de esta revista es que, perteneciendo al Grupo Planeta, su director, con el respaldo de la Fundación, la ha convertido en una casa abierta para el resto de las editoriales literarias españolas, desde las pequeñas a las grandes, sin considerar otro rango, propiedad o afiliación que el de publicar buena literatura. La revista Mercurio podría haberse limitado a ser un aparato de propaganda de los propios intereses, pero decidió ser altavoz de los mejores libros contemporáneos, consciente de que impulsar la lectura es una necesidad universal. Y que el beneficio de todos redunda, como ningún otro, en el beneficio propio.
Por qué convertir este prestigio tan bien trabajado por la Fundación Lara, año tras año, y que tanto favorece la imagen del Grupo Planeta (como escaparate de calidad de sus propios libros y como escaparate de otras editoriales), en un desprestigio sorprendente, que está levantando voces solidarias en todo el mundo literario. Por qué convertir la abundancia en ausencia, lo ganado en perdido, lo bueno en peor, la palabra en vacío. Parece no darse cuenta la Fundación de que, tratando de ahorrarse los costes de la revista, en realidad atenta contra sí misma y contra la magnífica labor que ejerce con el resto de sus publicaciones.
Es un error frecuente de las instituciones culturales, privadas y públicas, aun de las mejores: situar los criterios económicos por encima de los fines para los que han sido creadas. Entonces comienza su decadencia (léanse los objetivos de la Fundación Lara, entre los que constan el fomento de la lectura). Resulta obvio que la difusión adecuada de los contenidos redunda en que la gente se acerque a disfrutarlos, y que toda inversión en excelencia regresa en forma de venta, sin contar los beneficios subjetivos, que son los que, a largo plazo, fundamentan la existencia de empresas, instituciones y países. Y fundaciones. Y editoriales.
La crisis brutal por la que está pasando el sector editorial recibe un nuevo golpe (un autogolpe, se podría decir) si se confirma la desaparición de Mercurio. Lo recibe el fomento de la lectura en nuestro país, que podía haber premiado esta publicación con el Premio Nacional del mismo nombre. Lo reciben editoriales, críticos, escritores. Lo recibe su director, Guillermo Busutil, a pesar de la excelencia con la que ha desarrollado su tarea periódica. Lo recibe el estupendo diseñador gráfico de la revista, Ricardo Martín. Lo recibe la dirección de la Fundación Lara y su patronato, aunque quizá su patronato no sea consciente de ello.
Lo reciben, sobre todo, los lectores.
Creamos lo que nos pasa. Somos los mejores profetas, con nuestros actos, de lo que nos va a ocurrir en el futuro, para bien y para mal. Ni los viajeros ni los comerciantes, siempre en el filo del riesgo, deberían atentar contra sus dioses. Mercurio es el que trae los dones y también el que se los lleva. Larga vida a Mercurio.
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